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AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

Saïd Alami

En entregas semanales 

(4)


Amarzad se dio cuenta mientras subía, por primera vez, que arrastraba la cola de su vestido y que una docena de doncellas la sostenían. Era un vestido todo de color blanco, de una blancura tan pura como no había visto antes en su vida, adornado con un sinfín de incrustaciones de piedras preciosas y diamantes de múltiples colores. Le extrañaba enormemente lo ligero que le resultaba aquel vestido, hasta el límite de que ella no notaba que lo llevaba puesto, si no fuera porque lo veía con sus propios ojos.

El mago supremo galáctico invitó a Amarzad a sentarse en el trono, lo que la desconcertó, pues no había ningún asiento donde poder colocarse, pero su desconcierto no duró más que un segundo cuando, de repente, vio que el trono aparecía de golpe, de la nada, esta vez todo de un bellísimo color rosa y transparente, que ella, tan aficionada, como su madre, la sultana Shahinaz, a las piedras preciosas, al instante reconoció como zafiro rosado. Al sentarse, el trono se adaptó de inmediato a su estatura y peso, haciendo que se sintiera como nunca de cómoda, no solo corporalmente, sino también en lo anímico, confortándole y haciendo que se sienta mucho menos tensa.

Amarzad se dio cuenta, una vez sentada en el trono, de que el salón no albergaba mueble alguno, ni siquiera una sola silla y, fijándose más en aquel público de grandes magos y doncellas, se dio cuenta, también, por primera vez, de que los magos no tenían sus pies en el suelo, sino ligeramente por encima de él: ¡levitaban! La pobre niña no sabía a qué sorpresa atender con toda aquella ristra de cosas increíbles que la estaban sucediendo y todas aquellas maravillas que estaba viendo, las cuales jamás había pensado que pudieran existir.

El mago supremo galáctico, que estaba de pie a la derecha de la princesa, invitó al mago Flor a subirse a su lado, colocándose este a la izquierda de Amarzad.

Al instante comenzó a hablar, con voz rimbombante:

—Yo, Xanzax, el mago supremo galáctico por la voluntad de Dios, doy la bienvenida en vuestro nombre a la princesa Amarzad, salvadora de nuestro hermano Svindex, quien a partir de hoy y por su propia voluntad, adquiere en su planeta el nombre de mago Flor, en homenaje a la princesa.

—¡Viva la princesa Amarzad! —exclamaron todos los magos al oír aquellas palabras.

—Gracias… Gracias de verdad… Muchas gracias —repe- tía la princesa, con voz baja, apenas audible.

Nuevamente, el salón se quedó en silencio a la espera de que Xanzax reanudara su discurso.

—Hermanos —prosiguió Xanzax—, querido Svindex, princesa, estamos reunidos aquí, los principales magos de los planetas de nuestra estrella Alderamin, y de los sistemas planetarios vecinos, como los de las estrellas de Alfirk, Alkidr, e incluso de Alkurhah, algo más alejada, además de otras. Celebramos esta magna reunión en primer lugar en homenaje a nuestro hermano, Svindex, que viene acompañado de su amiga y salvadora, Amarzad, ambos llegados de la Tierra, que es así como llaman ellos al único planeta habitado por humanos en el sistema planetario de la lejana estrella Xalziya, que los terráqueos llaman Sol. Y en homenaje al gran mago, Svindex, todos hemos adquirido hoy su rostro, que ha sustituido a los nuestros hasta el fin de esta ceremonia, aunque todos, querida princesa —dijo mirando, jocoso, a Amarzad, quien movía la cabeza en señal de entender lo que le decía—, nos podemos reconocer entre nosotros, uno a uno, a pesar de tener todos la misma faz.

Los magos, el mago Flor y Amarzad se rieron divertidos al escuchar esto último, pero pronto se contuvieron, permitiendo que Xanzax retomara su discurso:

—También y, ante todo, estamos reunidos aquí para rendir homenaje muy especial, de primera categoría, a la princesa Amarzad, por haber salvado a nuestro querido Svindex del gravísimo hechizo que sufrió a traición por una malvada bruja terrestre, llamada Kataziah, quien le mantuvo convertido en una flor a lo largo de setenta y cinco años terrestres. Esta bruja, ahora que nuestro hermano está a salvo, recibirá su castigo por sus incontables fechorías y crímenes.

Al escuchar la sentencia, los magos expresaron su aprobación en voz alta, interrumpiendo por unos instantes el discurso de Xanzax, quien se volvió hacia Amarzad y el mago Flor, sonriente, antes de proseguir:

—Como sabéis, hermanos, el caso de la bruja Kataziah no es el primero al que nos hemos enfrentado, pues varios de vosotros, que sois los magos más genios y poderosos de vuestros planetas, habéis sido víctimas, siempre a traición, de viles y malvados brujos y brujas, que representan la forma corpórea del mal y que se aprovecharon de cualquier descuido vuestro.

Xanzax se quedó callado, miró al mago Flor, se acercó  a él y, poniéndole el brazo sobre el hombro, prosiguió, con una amplia sonrisa:

—Precisamente eso es lo que pasó con nuestro hermano Svindex —afirmó el mago supremo galáctico—. Y, como en otros casos parecidos, hemos decidido en nuestro Consejo restaurarle en el planeta Tierra en su condición anterior de mago mayor, al que todos los magos de aquel planeta le deben obediencia absoluta, como así les haremos saber.

El salón de oro y diamantes estalló en aplausos y alabanzas a Svindex, mientras Amarzad cogía la mano de su amigo y la apretaba en señal de apoyo, a la vez que Xanzax aplaudía, dirigía su mirada a ambos y sonreía.

El mago Flor quiso manifestar su agradecimiento, por lo que se inclinó ante ese ilustrísimo público y Xanzax le invitó a que se dirigiera a los presentes.

—Gracias hermano Xanzax, gracias a todos y especialmente al muy distinguido Consejo —exclamó el gran mago terrestre—. No dudéis en ningún momento de que yo, Svindex aquí y mago Flor en mi planeta, estaré al servicio de todos vosotros en cualquier cosa que necesitéis, como hice siempre.

El mago Flor relató cómo había sido salvado por Amarzad, sobre la que no escatimó elogios y alabanzas, el salón se desbordó de nuevo en aplausos y vivas a la princesa, que no cabía en sí de tanta dicha, tan emocionada y agradecida como estaba.

Cuando Svindex terminó su larga intervención, Xanzax le dio las gracias y a continuación expuso:

—Como dije hace un momento, también estamos aquí para honrar, muy especialmente, a la salvadora de nuestro hermano, agasajarla y homenajearla.

Mientras decía eso, el mago supremo galáctico señalaba a la princesa Amarzad, quien, ante el aplauso de todos los presentes, se levantó y se inclinó ligeramente ante ellos; gesto al que todos los magos y doncellas de igual forma respondieron respetuosa y silenciosamente. Amarzad volvió a sentarse en el deslumbrante trono mientras Xanzax retomaba la palabra:

—No es la primera vez que homenajeamos a quien salva o rescata a uno de nuestros magos, y si os acordáis, la última vez se trató de un rescate acaecido hace 226 años kabirrestres, en el planeta Durra, de la estrella Arrai. Pero es la primera vez que el tribunal encargado decide proclamar a la salvadora, en este caso la princesa Amarzad, reina de honor de nuestro planeta.

La niña, al oír aquello de nombrarla reina de honor se sonrojó, encendiéndose sus mejillas al instante, sin saber qué hacer ni qué decir. Xanzax, que la observaba y sonreía, la tomó de la mano para que se pusiera de pie, en medio de aplausos y vivas de todos los presentes. A Amarzad se le saltaban las lágrimas ante tantas emociones, a la vez que sonreía y se inclinaba en salutación a los magos y a las doncellas, una decena de las cuales seguían sosteniendo las puntas de su esplendoroso vestido.

A una señal de la mano de Xanzax, una doncella de inigualable belleza angelical subió por la escalinata del trono, llevando en las manos una corona que brillaba cual sol al medio día en verano, tallada toda en un solo diamante de una clase inexistente en la Tierra que emitía intensos destellos multicolores. La princesa no podía apartar la vista de la corona que la doncella entregaba a Xanzax. Todos observaban a la niña pendientes de su reacción y esta no pudo contenerse, exclamando en voz alta, incapaz de apartar su vista de aquella corona:

—¡Oh! ¡Dios mío! ¡Qué maravilla!

El mago supremo galáctico se acercó a Svindex y le entregó la nueva corona para que fuera él mismo quien la colocara en la cabeza de su salvadora. Este, con ambas manos, levantó cuidadosamente la corona, para que la vieran todos, inundando con su luz todo el salón. El mago Flor se acercó a su amiga, que seguía de pie, y la colocó la corona sobre la cabeza, con sumo cuidado.

Para Amarzad todo aquello no podía ser más que un sueño del que temía despertar en cualquier momento. Cuando tuvo la corona ya colocada en la cabeza, no pudo más que darle un beso a Xanzax y otro al mago Flor quien la susurró al oído: «aún no hemos terminado, princesa», a lo que ella respondió dirigiéndole una mirada incrédula y complacida.

A la corona le siguió un impresionante collar, también hecho de alguna piedra preciosa que Amarzad no había visto nunca antes. Esta vez, el propio Xanzax se lo colocó, parsimoniosamente, alrededor del cuello.

El collar, igual que el vestido y la corona, fulguraba con múltiples colores y en todas las direcciones. Amarzad, encandilada con el collar, se inclinaba cara al ilustre público, una y otra vez, a lo que los presentes repetían al unísono: «Gracias Amarzad, gracias reina».

—Nuestra reina de honor, Amarzad —exclamó Xanzax, dirigiéndose a la princesa—, a partir de este instante va su majestad a tener a todo el planeta Kabir a su disposición.

—¿Majestad? —se atrevió Amarzad a interrumpir, tartajeando, incrédula—. Solo soy una princesa.

—Eso en vuestro planeta, majestad, aquí ya sois nuestra reina de honor. En realidad —agregó Xanzax, jocoso—, nadie tiene el mismo valor y aprecio en todos los lugares, y mucho menos si se trata de distintos planetas. Además, majestad, aquí no tenemos, ni nunca tuvimos, ninguna reina ni ningún rey. A partir de ahora ya sí.

Xanzax, tras un instante de silencio, con un semblante serio y repentino, se dirigió a los presentes:

—Como sabemos todos aquí, al corazón de una persona no lo cambia ningún título, ni corona, ni lo que piensan los demás de ella. Y todos aquí, majestad —dijo eso volviéndose hacia Amarzad, que le escuchaba con todos sus sentidos—, conocemos a la perfección su noble corazón de ahora, y que no cambiará nunca por más coronas que le coloquemos sobre su cabeza. La auténtica corona que lleva su majestad, Amarzad, es su propio corazón.

Las palabras de Xanzax desataron de nuevo los aplausos de los presentes, mientras, Amarzad, sin poder contener sus lágrimas, no dejaba de expresar su gratitud por tan bellas palabras. El mago Flor intentaba serenarla.

—A partir de ahora, nos tendréis a todos nosotros a su disposición, majestad —dijo Xanzax en voz alta—, y siempre tendréis cerca a nuestro hermano Svindex. A parte de vos, nadie más va a poder verle salvo que él quiera que le vean otras personas de vuestro entorno. La manera de invocar al mago Flor será hablar, susurrar o acariciar a esta sortija. La única salvedad que puede interrumpir vuestro contacto con el gran mago, Svindex, es que él estuviera aquí, en el planeta Kabir, y vuestra majestad en vuestro planeta.

Y dicha esta última palabra, Xanzax sacaba de no se sabe dónde una sortija que no se parecía a ninguna otra en la Tierra y que era una piedra maciza que tenía la forma de una esfera, de color rojo y totalmente transparente. Una sortija de extraordinaria belleza que Xanzax colocó con sumo cuidado en el dedo índice de la mano derecha en medio del aplauso y de las muestras de alegría de los magos presentes. Amarzad miraba, admirada, aquella maravilla de sortija.

Xanzax retomó la palabra, exclamando de nuevo, para que le oyeran todos:

—Reina Amarzad, esta sortija y el resto de nuestros regalos que acaba Vuestra Majestad de recibir son señal y prueba de nuestra gratitud, en nombre de nuestro hermano, Svindex, y de todos los componentes de nuestra Hermandad Galáctica de Magos. Vuestra Majestad, en cuanto os pongaís estos regalos, estando en la Tierra, nunca podréis quitároslos, siempre los tendréis puestos, ni nadie podrá jamás quitároslos. Además, nadie podrá verlos, salvo vos y los magos. Ningún humano deberá saber siquiera que los tenéis. Con estos regalos, Vuestra Majestad será la persona más poderosa del planeta Tierra. Enhorabuena, Majestad. El hermano Svindex se encargará de explicaros, en detalle, todo lo relacionado con nuestros cuatro regalos que os acompañarán de vuelta a vuestro planeta.

El mago Flor se inclinó hacia ella y la susurró al oído:

—Majestad, la ceremonia está a punto de acabar, pero para eso tiene su majestad que pronunciar algunas palabras, están todos esperando.

La niña reaccionó dignamente, poniéndose en pie de nuevo:

—No puedo expresar todo lo que siento —expresó—. Decir gracias mil veces sería poco. Me siento muy feliz entre vosotros y jamás olvidaré este día. Muchas gracias. Yo…

La niña, muy emocionada, no pudo contenerse y se echó a llorar, siendo arropada entre Xanzax y Svindex, que la ayudaron a bajar los tres escalones.

continuará

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