EL HORIZONTE ESTE
Saïd Alami
(Traducido al árabe por el autor)
Omar abrió los ojos tendido en la arena y con dificultad pudo alcanzarlos con su mano
derecha intentando así protegerlos de la fulgurante luz del sol. No tardó en
palpar las facciones de su cara como si quisiera reconocerla mientras empezaba
a recuperar la consciencia y se agitaba intentando ponerse de pie pero sin
poder más que levantar su tronco un poquito del suelo, apoyándose en ambas
manos y explorando el entorno con su vista muy detenidamente, apoderándose de
él la perplejidad y el asombro.
Pasó un instante antes de que
pudiera reconocer el lugar donde se encontraba. Se encontraba aún en el campo
de batalla, pero allí no había batalla alguna. Se terminó de sentar mientras
apretaba sus sienes con las manos, presionándolos con todas sus fuerzas en un
intento de remediar el fortísimo dolor de cabeza que sufría, luego se levantó y
se puso de pie contemplando la horrenda escena que se extendía ante sus ojos
por doquier. No veía a ningún ser vivo a parte de él mismo, y los cadáveres
estaban tirados aquí y allá, algunos de ellos parecía que le estaban mirando
con ojos saltones.
Omar quiso caminar pero le
fallaron las fuerzas, desplomándose nuevamente en el suelo. Quería buscar a
alguien vivo entre aquellos cadáveres...a alguna explicación de lo que veía a
su alrededor, pero no pudo moverse durante un rato en el que permaneció con la
mirada clavada en lo que le rodeaba, preso de la impotencia. Pensó que le
hubiera sido más ventajoso y provechoso si hubiera estado muerto entre esos
cadáveres. Sin embargo, Dios nos creó dotándonos de un soplo divino que nos
hace capaces de soportar lo que nunca hubiéramos imaginado ser capaces de
hacerlo, y nos inspira incluso en los momentos más horrendos y más insufribles
de modo que nos comportamos como si hubiéramos estado largamente acostumbrados
a ellos y como si se hubieran convertido en lo más natural de nuestra vida. Y
pasados los días, eliminada la desgracia y de nuevo instalados en nuestra
acostumbrada vida tranquila, volvemos la vista atrás y nos maravillamos de toda
aquella valentía, paciencia y determinación de las que habíamos sido capaces en
aquellos tiempos difíciles y que nunca antes habíamos imaginado que
albergábamos en lo más hondo de nuestra alma. Esta fuerza soterrada en el alma
de Omar se despertó y se percató de que no tenía más remedio que empezar a actuar
de inmediato si quería permanecer vivo, por lo que hizo acopio de sus fuerzas y
se levantó de nuevo, esta vez lleno de fuerza de voluntad y de determinación.
Omar recogió una ametralladora
que estaba tirada por el suelo entre otras armas, examinó su cargador y empezó
a caminar con paso firme entre los cadáveres, cadáveres de hombres y cadáveres
de vehículos militares. Las llamaradas seguían aún elevándose de algunos
vehículos y tanques destruidos lo que significaba que la batalla se estaba
librando intensamente hasta hacía poco tiempo. Pero ¡cómo habrán desaparecido
todas esas tropas que luchaban, como si no hubieran existido jamás!
Se puso a otear el horizonte en
todas las direcciones, quizás su vista se topara con algo que le ayudara a
resolver aquel enigma que seguía causándole perplejidad. De repente le asaltó
una fuerte sed por lo que le entró miedo al acordarse de que se encontraba en
un desierto, el desierto del Sinaí. Así se apresuró a buscar una cantimplora
que estuviera en buenas condiciones y llena, pero primero encontró unos
prismáticos que arrancó del cuello de su dueño muerto y los colgó del suyo en
unos gestos espontáneos que revelaban cuán abstraído se encontraba en aquellos
momentos. Evitaba mirar los rostros de aquellos soldados y oficiales muertos,
que en su mayoría eran israelíes, ya que le infundían, siendo él el único vivo
en aquél desolado paraje del aterrador desierto, unos escalofríos que recurrían
su cuerpo una y otra vez. Sin embargo, aquello no mermó su fuerza de voluntad.
Era uno de los mejores oficiales egipcios y no se podía permitir otra cosa que
no sea mantenerse sereno, además de estar dispuesto en aquellos momentos a
hacer todo cuanto estuviera en sus manos para reincorporarse a su unidad o
enfrentarse a la muerte venga de donde venga. Pero... ¡¿Qué es lo que pasó a su
unidad¡? ¿Ha salido victoriosa? ¿Se ha retirado? ¿En qué dirección?
Y de pronto se encontró debatiéndose en el
atolladero de una nueva conclusión... muy fría. Dejó de buscar por un
momento..."es verdad... esto es correcto... si mi unidad se hubiera
retirado, eso significaría que me encuentro ahora detrás de las líneas avanzadas
del enemigo. ¡Dios mío!... ¿Qué hacer si esto fuera verdad?". Se daba
cuenta que sería hombre muerto en caso de que sus suposiciones resultaran ciertas,
ya que no es tan ingenuo como para entregarse a los israelíes...pues conocía
bien a este enemigo con quien había librado su primera batalla hacía
veinticinco años, el año cuarenta y ocho, allá en la tierra de Palestina.
Reanudó la búsqueda de la
cantimplora sintiendo hervirle la sangre de rabia. "¡Pero cómo! ¡Cómo
pueden haberse retirado cuando ibamos ganando la batalla antes de caerme
inconsciente!". Omar recordó, mientras seguía recuperando la memoria
gradualmente, que el ataque de su unidad contra esta posición israelí fue lanzado
al alba, miró el sol y vio que se encontraba en medio del firmamento. Su unidad
mantenía su avance a lo largo de las primeras horas de la mañana a pesar de la
densidad de las tropas israelíes, hasta que la batalla se hizo enconada y
cruenta, rompiendo las tropas egipcias las defensas del enemigo y luchando ambas
partes cuerpo a cuerpo, con armas blancas. Miró su reloj, las manecillas se
habían parado marcando las diez, por lo que dedujo que había estado
inconsciente durante casi dos horas..."¡Acaso en dos horas se cambia la
faz del mundo!". "Si no fuera por el rumor del fuego quemando los vehículos
militares y disipando este impenetrable silencio, estas llamaradas que se
contoneaban perezosas por aquí y por allá, y estos cadáveres esparcidos por el
suelo y dentro de los vehículos militares, hubiera creído que estoy en un campo
de batalla de la última guerra mundial".
Seguía buscando la cantimplora y
cuan fue su alegría cuando la halló en la mano de un soldado egipcio que se
encontraba tendido en el suelo boca abajo, y al querer quitársela oyó un
quejido que le hizo retroceder inmediatamente por efecto de la sorpresa. Se había
percatado, naturalmente, de que aquél soldado estaba vivo, pero aquel quejido
le había sorprendido bruscamente mientras estaba absorto en un mar de
pensamientos. Había perdido toda esperanza de hallar a alguien con vida en
aquel cementerio a campo abierto.
Omar se apresuró a ayudar al
herido, le incorporó con la espalda apoyada en la rueda de un camión militar
destruido. El herido no tenía fuerzas para articular palabra y mucho menos para
gritar, a pesar del fuerte dolor que le recurrió el cuerpo cuando Omar le movió
de su sitio. El oficial se afanó limpiándole la cara al soldado y quitándole la
arena mezclada con sangre coagulada que la cubría y que había fluido de una
herida superficial que presentaba en la cabeza. Más tarde Omar vio que el
soldado tenía otra herida profunda en la espalda que había sangrado
abundantemente dejando una gran mancha en el suelo. La cara de Omar se
desencajó de disgusto al descubrir esta segunda herida y al percatarse de que
aquel hombre se estaba muriendo.
Aun así, Omar se ocupó de cuidar
del herido lo mejor que pudo, dándole de beber de la cantimplora hasta creer
que se había saciado. El oficial ardía en deseos de oírle alguna palabra que le ayudara a
descifrar el enigma que le seguía machacando la cabeza fuertemente. Sin
embargo, aquel soldado herido se estaba estremeciendo de la cabeza a los pies,
y sus labios tiritaban secos y agrietados, mientras que sus ojos saltones y
desorbitados giraban expresando lo despavorido y desesperado que se encontraba. Se trataba de
un joven que no pasaba de los veintidós años de edad. El oficial hizo algunas
preguntas al soldado herido, con la esperanza de recibir alguna contestación
que le ayudara a comprender lo que había pasado a lo largo de las últimas dos
horas, pero ante el persistente silencio del joven desistió de alcanzar su
objetivo. Sin embargo, pasados unos momentos el herido, haciendo un gran esfuerzo,
articuló algunas palabras que Omar no alcanzó a comprender por lo que acercó su
cara a la del soldado, aguzando el oído, y le escuchó preguntar, con voz
entrecortada,
- ¿Que ocurrió? ¡¿Dónde estamos?! ¡Ay, madre!
Omar se sintió nuevamente
frustrado, pues este herido, que se encontraba en el umbral de la muerte, no
iba a serle nada útil para sacarle del trance en que se hallaba, pero aun así
preguntó al chico con cariño y esperanza:
- ¿Te sientes mejor?
Pero el soldado no tuvo fuerzas
más que para negar con la cabeza mientras parecía que sus ojos estaban a punto
de saltar de sus orbitas. Los dos hombres permanecieron callados durante un
rato durante el cual el oficial no sabía qué hacer respecto al joven herido,
hacia quien sentía una profunda compasión y afecto. Quería prestarle más
socorro y cuidados, pero no era posible... pues ni su estado, ni el momento ni
el lugar lo permitían. Con rabia y amargura se preguntaba por qué ese soldado
permaneció con vida sufriendo todo ese tiempo su fuerte dolor cuando estaba
condenado a morir sin remedio, y que suerte le deparó a él mismo hallarlo
precisamente en aquellos momentos horrendos en los que no podía ni cuidarse de
sí mismo. Y de nuevo Omar se sumergió en sus pensamientos mientras observaba
todo lo que se encontraba esparcido a su alrededor de despojos humanos y de hierro, y se le ocurrió que entre todos
aquellos cadáveres pudiera haber otro herido incapaz de moverse, pero pronto
ahuyentó esa idea de su mente, porque, de darla crédito, hubiera tenido que
levantarse a examinar cada uno de los cadáveres, lo cual era totalmente superior
a sus fuerzas, ya que había decenas de cadáveres en aquel vasto campo de
batalla.
Y mientras Omar estaba absorto en
aquellos pensamientos, oyó al herido mascullar nuevas palabras, lo que le hizo
precipitarse acercando su rostro hacia él, y le escuchó decir con voz muy
débil:
- Mi pisoteabais con vuestros pies sin el menor cuidado mientras estaba yo
tendido en el suelo. Sentía el suelo moverse debajo de mí. A veces sentía que
me caía de encima del suelo y me aferraba a la arena para evitar que me cayera,
al tiempo que me ensordecían los estruendos, los gritos y las explosiones.
El chico dijo esas palabras con
suma lentitud hasta hacer que el oficial estuviera a punto de perder la
paciencia mientras le daba palmaditas en el hombro cariñosamente para calmarlo,
pero el herido rompió en llanto lo que hizo que a Omar se le llenaran los ojos
de lágrimas sin saber si el motivo de aquellas lágrimas era la tremenda compasión
por aquél joven de corta edad al que veía como se le iba apagando la vela de la
vida, o era por la sensación de impotencia ante aquella situación de la que no
veía salida posible, pues no podía llevar al herido a ninguna parte a causa de
la gravedad de sus heridas, pero además, incluso si él quisiera abandonar solo
ese lugar para pedir socorro ¿hacía donde se iba dirigir cuando no sabía donde
se hallaban en aquel momento las líneas egipcias? Era harto evidente que
permanecer allí y esperar era la única solución a su alcance en aquellas
circunstancias."¡Esperar qué! No lo sé. Puede a que mis compañeros
regresen aquí. Pero, ¿y si el que regresa es el enemigo?"... Omar paró de
pensar y se dirigió hacia el chico preguntándole con algo de alegría forzada,
con la que pretendía aliviar a su compañero herido:
- No me dijiste cómo te llamas. Yo me llamo Omar. Vamos...vamos, deja de
llorar, el llanto no sirve para nada, y seguro que hoy regresamos juntos a
nuestro cuartel.
El chico, haciendo mucho
esfuerzo, esbozó sobre sus labios una sonrisa que apareció desvanecida, como
queriendo llevarle la corriente al oficial, al tiempo que no tenía fuerza más
que para repetir:
- Fuad. Fuad.
Omar volvió a darle palmaditas en
el hombro.
No te preocupes Fuad –le dijo–. Tus heridas son en sacrificio por la
patria, por la dignidad de nuestro pueblo y por la recuperación de nuestro
territorio que ahora nos estrecha contra su pecho tras una larga separación.
Esto es como para hacerte sentirte orgulloso. Yo me siento orgulloso de ti,
hijo.
Fuad no dijo nada. Permanecía en
silencio, fijando la vista en Omar con ojos saltones de tanto dolor que
padecía. Su cara reflejaba la extrema debilidad que presentaba a consecuencia
de toda la sangre que perdió.
En realidad su estado era peor de
lo que creía el oficial, y paseaba su vista por el campo de batalla sin llegar
a entender nada de lo que veía a su alrededor mientras que su cerebro había
entrado ya en una fase de delirio.
- "Estoy seguro de nuestra
victoria sobre el enemigo" –dijo Omar
tras un corto silencio, como si estuviera hablando consigo mismo –. Esta será
la primera vez en la que le damos una lección que no ha de olvidar –prosiguió
Omar– pues hoy estamos ya en el tercer día de batallas y hemos arrasado a sus
fuerzas de un modo que no deja lugar a duda. Es nuestra tierra, ¡hombre!, y les
vamos a rechazar hasta recuperar la mismísima Palestina. ¿Pero, no sabes, Fuad,
en qué dirección se fueron nuestras tropas?
Al escuchar esto, el herido
empezó a reír débilmente, con lo que el oficial le miró extremadamente extrañado
y esperó a que dijera algo como comentario a lo que él acababa de decir. Y
efectivamente el chico habló:
- ¿Te crees que soy tonto? No me vas a engañar –Dijo con una voz que
parecía salir del fondo de un pozo–.
Omar no entendió lo que Fuad
quiso decir, ni el significado de sus palabras.
- ¿A qué te refieres? –le preguntó concernido–.
- Déjate de Palestina –empezó el herido a mascullar dibujando una tenue
sonrisa en los labios-. No me intentes engañar. Mátame si quieres.
Omar se quedó boquiabierto, perplejo
y tremendamente asombrado a causa de lo que acababa de escuchar, dándose cuenta
enseguida de que el herido había entrado en un estado de delirio que anticipaba
su inminente fin, por lo que se compadeció profundamente de él.
-No, Fuad, soy egipcio como tú –dijo Omar muy pausadamente, con la
esperanza del que el joven le comprendiera–. No soy israelí. ¿Acaso no ves el
uniforme que llevo?
Parecía que el herido miraba muy
fijamente el uniforme de Omar, por lo que este se le alegró la cara estando
seguro de que el herido se daría cuenta de su error, hasta que el soldado
reaccionó:
- El uniforme...el uniforme –dijo con sorna–. ¿Acaso no ve todos estos
uniformes tirados en el suelo? Dispárame si quieres.
El oficial se percató de que no
servía de nada seguir hablando con el joven herido para intentar convencerlo.
-Escucha hijo –dijo levantándose–. Me voy a buscar un vehículo en
condiciones con el que poder alejarnos de este lugar, pues tú necesitas
asistencia médica.
El oficial no recibió respuesta
alguna mientras iba buscando el anhelado vehículo sin dejar de observar a Fuad
desde lejos, preocupado por él, y a veces gritaba diciendo cualquier cosa
simplemente para hacerle sentir al chico que estaba cerca de él. Pensó que
aquella guerra y otras parecidas no eran para los que tenían la edad de aquel jovencito.
Omar no encontró ningún vehículo
en condiciones pero tampoco regresó con las manos vacías a donde se encontraba
Fuad, pues llevaba en sus manos un lanzacohetes Bazuka que depositó en el suelo
con mucho cuidado.
- Es inútil –dijo dirigiéndose al herido mientras secaba la frente con una
manga de la camisa–.No encontré ni un sólo vehículo en condiciones, así que
tenemos que permanecer aquí y esperar a que nos rescaten ya que estoy seguro de
que.......
Omar se calló de repente y un
profundo silencio reinó sobre lugar, entremezclado con los quejidos del hierro
en su dilatación bajo los abrasadores rayos de sol, el crepitar de los
incendios moribundos por acá y por allá y el intermitente silbido del viento
que levantaba a su alrededor pequeñas torbellinos de arena. Fuad levantó su
perdida mirada hacía Omar, interesado por su repentino silencio, encontrándole
de pie escrutando el lejano horizonte a su derecha y a su izquierda.
-
Juraría que oigo un ruido, como el rugido del motor de un tanque, o algo
así –dijo Omar con calma, como si hablara consigo mismo con voz audible, al
cabo de unos momentos de estar atalayando las dunas–. ¿No oyes nada? –le
preguntó a Fuad mientras que al mismo tiempo comprobaba como se encontraba–.
Pero el chico permanecía cabizbajo y en silencio, por lo que el oficial se inclinó
hacía él y tocando la barbilla del chico le hizo levantar la cabeza percatándose
de que no había perdido su mirada saltona, pero sí halló una nueva expresión en
los ojos del chico, que supuso que era desafío.
Omar
sacudía suavemente la cabeza del herido mientras le preguntaba:
- ¿Me oyes, Fuad?
- Si vienen tanques serán egipcios y será tu fin –dijo el chico con voz
ronca que difícilmente salía de su garganta, mientras cerraba los ojos–.
- "Dios que desgraciada suerte tengo", pensaba Omar...
...."¡Por qué este destino mío de vivir todo el sufrimiento de este chico!...
Él no sabe lo que dice...está firmemente convencido de que soy israelí, a pesar
de que le hablo en nuestro idioma y nuestro dialecto". Omar pensaba en
todo aquello mientras daba de beber al herido de la cantimplora y secaba el
sudor que brotaba de su frente y cuello. Se percató de la alta temperatura del
herido y de que su pulso era débil, sintiendo ganas de estrecharle contra su
pecho para protegerle de la muerte con su propio cuerpo. Pero era imposible.
Omar se puso de pie de nuevo
escrutando el horizonte en todas las direcciones, una y otra vez, pero sin
hallar nada a pesar de que a sus oídos llegaba el rugido de motores. Se
preguntaba si en el desierto existía espejismo auditivo como existe espejismo
visual. Sin embargo, había pasado años en este desierto antes de que fuera
ocupado por los israelíes, y estaba seguro en aquel momento de que vehículos
militares se estaban acercando a aquél lugar y que no existía allí espejismo
auditivo alguno. El ánimo de Omar se vio desbordado de entusiasmo floreciendo
en su alma una nueva esperanza de salvación, repleta de optimismo y fragancia.
Estaba ya seguro de que el rugido de lejanos motores llegaba efectivamente a
sus oídos. En aquellos momentos ya no le cabía duda de que su unidad no se
había retrocedido sino que se había avanzado adentro del frente del enemigo, y
prueba de ello, para él, era que aquellos vehículos de transporte y tanques
egipcios destruidos que veía en el campo de batalla, estaban todos parados apuntando hacia el este, hacia el corazón del
frente enemigo. Si las tropas egipcias hubieran sido derrotadas aquí, los
soldados enemigos hubieran permanecido custodiando esta posición.
El oficial volvía a agudizar el
oído, escrutando el horizonte este una vez y otra vez el horizonte oeste,
pareciéndole por momentos que ese leve ruido le venía desde el cielo. Pasaron
varios minutos en los que el hombre no dejaba de mover su vista entre el
horizonte y el joven herido a quien parecía no importarle nada de todo lo que
le rodeaba. En algún momento Omar le preguntó si estaba oyendo algo a lo que
Fuad se limitó por respuesta a mover su cabeza a la derecha e izquierda en
señal de negación.
El ruido aumentó en fuerza y
nitidez hasta que ya era posible para Omar jurar que se trataba de ruido de
tanques y que estaban a punto de
aparecer en el horizonte este. Mientras, el herido empezó a revolverse
intentando a su vez mirar hacía el horizonte ya que al parecer él también había
oído aquel ruido, lo que llamó la atención del oficial.
- ¿Lo has oído tu también, verdad? –gritó el oficial con suma alegría–. Sin
lugar a duda se trata de tanques egipcios que regresan tras haber perseguido a
los restos de las fuerzas enemigas.
Fuad no dijo nada limitándose a dirigir su
agotada mirada hacia aquel hombre que se encontraba de pie.
Súbitamente se esbozaron en el
horizonte este tres puntos de golpe, a lo que Omar gritó alegre:-"allí
están, Fuad, veo a tres". Con acuciante impaciencia llevó los prismáticos a
los ojos fijando bien la vista en aquellos tres puntos negros. Pronto se le desencajó
la cara y se oscureció el mundo ante sus ojos al ver nítidamente a uno de los
tres tanques. Era israelí. Omar, preso de una rabia extrema, apretujó
fuertemente los prismáticos con ambas manos hasta casi romperlos. Indignado,
escupió en el suelo, y temblando de cólera gritó a Fuad, mientras arrojaba los prismáticos
delante de él, que eran tanques enemigos. Israelíes.
Fuad parecía haberse interesado
por aquellas palabras y masculló algo que Omar, preso de un gran enfado, no
entendió. El oficial veía, a simple vista, como aumentaba el número de tanques
hasta seis, que permanecían aún a larga distancia y se dirigían hacia ellos.
Omar, fuera de sí, golpeó el suelo con su pie, extremadamente enojado, y gritó
desde lo más profundo de su ser, "¡Pero, cómo!".
Omar, muy tenso, movía la vista
entre Fuad y aquellos tanques. Pensaba en lo que debía hacer. Miraba el
horizonte oeste, pues quizás encontrara algún tanque egipcio; pero en todo el
círculo del horizonte a su alrededor reinaba la quietud sin nada que se mueva
excepto aquellos tanques lejanos cuyo número aumentaba continuamente en el
horizonte este. Omar tomó una decisión, infundiendo vida en sus venas, con
ímpetu y fiereza, lanzándose a hablar sin saber si lo hacía consigo mismo o con
Fuad, sin apartar la vista del horizonte. “Me enfrentaré a estos bárbaros y les
daré una lección. Dios, alabado sea el Altísimo, así lo ha querido para mí y
para ellos”. Pasó por su mente que irremediable morirá junto a aquel valiente
soldado que estaba postrado ante él en un largo trance de agonía. Le miró
durante largo rato en silencio, mientras que el chico, agotado, se mantenía
cabizbajo. Omar murmuró, hablándole en voz baja: “Nos
encontraremos en el Paraíso, Dios mediante”.
Omar se puso a moverse con una frenética
vitalidad, alejándose en busca de munición para el lanzacohetes, Bazuca, pues
había visto, cuando buscaba un vehículo en condiciones, muchas armas esparcidas
y cajas de municiones. No habían pasado más que unos minutos cuando regresó
cargado de una caja a donde se hallaba Fuad, encontrándole al joven mirándole
en silencio, por lo que exclamó, sin detenerse:
- No temas, les haré retroceder sobre sus pasos. No te harán ningún daño.
Tenemos munición como para destruir muchos más tanques que estos". Omar no
se percató de como Fuad murmuraba entre dientes: "¡maldito seas!...
¡maldito seas!".
El oficial prosiguió moviéndose
rápida y activamente, trayendo más cajas de municiones que iba colocando
cuidadosamente debajo de un gran camión cuyo armazón estaba intacto. Acto
seguido se arrojó al suelo y se atrincheró debajo del camión. Miró hacia Fuad
cerciorándose de que estará a resguardo del fuego enemigo siempre que él pueda
impedir, utilizando el Bazuca, que los tanques enemigos se acercaran mucho.
Omar volvió a observar aquellos
tanques alguno de los cuales reflejaba los fulgurantes rayos de sol. Ya habían
pasado casi dos horas desde que había recuperado el conocimiento, y el disco
del sol estaba aún en el auge de su resplandor. Recorrió con la vista nuevamente
el escalofriante panorama que se extendía a ambos lados, sintiendo arder en su
corazón una fe en Dios que superaba las llamaradas del propio sol. Hablando
consigo mismo, con el rugir de los tanques acorralándolo por doquier: "Yo no
era hace un rato sino un cadáver más entre tantos cadáveres, es como si
estuviera escrito que muera dos veces seguidas en sacrificio por Dios y por la
patria". Miró hacia Fuad nuevamente, encontrándole escudriñando aquellos
tanques con los prismáticos que sujetaba con una sola mano, por lo que creyó que
su estado había mejorado, "¡Quién sabe!, quizás he salido de entre estos
cadáveres para que este chico regrese al mundo de los vivos". Omar juró
para sus adentros que defenderá con su propia vida a aquel chico, pero de
repente se sintió abatido al recordar de nuevo que el herido estaba en muy mal
estado y que su muerte era cuestión de minutos.
El oficial estaba sumido en
aquellos pensamientos al tiempo que observaba como se acercaban los tanques, centrando
toda su interés en la planificación de como golpearlos, quedando distraído de
lo que hacía Fuad quien a su vez observaba los tanques con mucho esfuerzo y
sumo interés. En su estado de delirio, al herido ya le era indudable que aquel
hombre tendido delante de él, debajo del camión, no era más que un enemigo
israelí, pues él había visto claramente, a través de los prismáticos, tanques
egipcios. Se encontraba en tal estado que no le permitía hacer una valoración
equilibrada de los hechos, y todo lo que percibía de lo que ocurría a su
alrededor era que un israelí se disponía a atacar a los tanques egipcios que se
acercaban, por lo que él estaba decidido, por su innato patriotismo con el que había
crecido desde niño, a impedir que eso ocurriera, por más que le traicionaran
sus fuerzas.
Súbitamente,
el oficial pareció darse cuenta de algo sumamente importante, alegrándoselo la
cara de inmediato y gritando entusiasmado:
- ¡Dios mío!... ¡Son egipcios!
Y en el
instante en que se volvía hacía el soldado herido sonó en sus oídos la estridencia
de hierro, y en cuanto sus ojos vieron a Fuad se le heló la sangre en las venas
al percibir en los ojos de aquél una firme determinación que se asomaba a
través de ellos cual serpiente con una aterradora frialdad hasta parecer que
aquel hombre se había transformada en aquel instante en otra criatura.
Omar
levantó velozmente una mano como para protegerse su rostro al darse cuenta
instantáneamente de que iba a recibir, en menos de lo que tarda en parpadear, una
lluvia de disparos. Abrió la boca para decir algo pero las carcajadas de la
ametralladora que sujetaba Fuad con ambas manos enterraron sus palabras que se
tornaron en un horrendo grito de dolor cuyos ecos se repetían entre la arena y
el disco del sol hasta hacer que el viento del desierto se quedara clavado en
su sitio de pánico.
En aquel desolado lugar reinó un silencio en
medio del cual los cadáveres de los hombres intercambiaban sus muertas miradas
celebrando la culminación de la muerte en aquel campo suyo, al tiempo que se
extenuaba la última llama de los incendios que consumía los cadáveres de los
vehículos militares.
Pasaron
unos minutos antes de que llegaran a aquel cementerio los primeros tanques.
Eran tanques egipcios entre los cuales había algunos tanques israelíes que
horas antes habían sido tomados por las fuerzas árabes. Los tanques se detuvieron
rodeando el campo de batalla sin apagar sus motores, y unos instantes después
salieron de ellos unos oficiales y soldados egipcios indagando el origen de
aquellos disparos que minutos antes habían sonado en aquel vacío desierto. Los
soldados encontraron a un oficial egipcio tendido en el suelo debajo de un
camión con el cuerpo aún sangrando, y cuando se hubieron asegurado que estaba sin
vida se dirigieron hacía un soldado que se encontraba a unos metro de él,
sentado con la espalda apoyada en la rueda de otro camión, cabizbajo, con una ametralladora
en las manos. Uno de los soldados le levantó la cabeza y le habló sin recibir
respuesta. Era un inerte cadaver.
1979