EL SILENCIO
Saïd Alami
(Traducido del árabe por el autor)
Ammar
sintió por primera vez en su vida que la quietud era ruidosa y que el silencio también
se oía. Estaba seguro de que oía los latidos de su propio corazón, al igual que
tenía la certeza de que sus compañeros pronto iban a sentirse hartos de
aquellos latidos suyos que suenan tan alto.
Sintió que
la quietud le había arrebatado el aliento y que sus pies la rechazan
intensamente, pues cada vez que pisaba el terreno le parecía que sus compañeros
bufaban ante la especie de chasquido que él creía que estaba causando cada vez
que pisaba con sus zapatos las piedras y las ramas secas. Buscaba sus rostros
en la oscuridad deseando fijarse en ellos de lleno, para saber si estaban tan
agitados como estaba él, o eran efectivamente aquellos héroes de carne y hueso
sobre los que tanto había leído en las informaciones sobre la Resistencia
palestina. Y entre las cosas que le desconcertaban en aquellos momentos era no
oírles ni una sola voz o ruido, como si estuvieran pisando aire o estuvieran respirando
con pulmones de no estuvieran en sus pechos.
No eran
sólo estos los pensamientos que cruzaban por la mente de Ammar. Había otra cosa
en la que no dejaba de pensar ni por un solo instante, tanto que en aquellos
momentos parecía tener dos mentes distintas, una ocupada con este asunto
solemne que había colmado su existencia a lo largo de los últimos meses… El
recuerdo de su hermano, Omar…y la otra, desbordada por aquellos pensamientos.
En aquella
noche, bajo la luz de la luna que caía sobre aquel terreno rocoso, sintió que
aquellos pensamientos, que le atormentaban la mente y le hacían retener la
respiración, se habían convertida en parte de su ser, y que no había en ellos
nada parecido al miedo, pues no pasaban de ser sino una parte de la misión que
estaba acometiendo, lo mismo que asumir el padecimiento de caminar en medio de
la oscuridad por aquel escabroso camino. En cuanto al miedo, este no tenía
lugar en su corazón, él que había llevado su alma sobre la palma de la mano, como
dijo el poeta Abderrahim Mahmud(1), para entregarla como
ofrenda y prueba de estar enteramente presto para sacrificar su vida por
Palestina, como había hecho hacía más de dos décadas aquel poeta que en cuyos
poemas tantas veces había encontrado el calor en medio de la fría expatriación,
por lo que había encontrado en su biografía de sinceridad y puesta en práctica
de cada palabra que había escrito, hasta pagar su propia vida como precio de su
sinceridad.
En
aquellos críticos momentos, con la muerte acechándole a él como a sus
compañeros desde todas partes, levantaba una plegaria por el alma de su
preferido y difunto poeta, cuyo recuerdo había brillado súbitamente, sin
preámbulos, en su mente. Continuó escrutando la oscuridad con sus ojos, en
busca de los rostros de sus compañeros, de quienes tanto había leído y tanto
había oído hablar. Vivía aquellos instantes con todos sus sentidos, ¡pues
cuantas veces los había imaginado en el pasado, instantes así de cargados de
solemnidad y tensión! Sin embargo, ahora él está viviendo estos instantes y los
está produciendo él mismo.
Sumido en
estos pensamientos, pasó un intervalo de tiempo que le pareció como si fuera
todo el tiempo del mundo, hasta que le sacó de su ensimismamiento la voz de Abu
Awwad llamando a Jalal, saltando como tigre el hombre que caminaba delante de
él hacia donde procedía la voz, en la cabecera de la columna de compañeros.
Luego oyó unas palabras de las cuales comprendió que Abu Awwad explicaba a
Jalal lo que iban a hacer en los siguientes momentos.
Jalal es
un auténtico héroe. ¡¿Cómo podía un hombre convertirse en un héroe como Jalal?!
Abu Awwad, el comandante de esta misión, confía en él plenamente. En cuanto a
él, se siente tranquilo en compañía de Jalal, y quizás eso se deba al profundo
cariño y respeto que le profesaba. ¡Cómo no, cuando Jalal había sido un intimo
amigo de su hermano, Omar, quien tantas veces le había hablado de él en sus
cartas.
La conversación de Abu Awwad y
Jalal se alargó, o así lo ha imaginado él, debido a que anhelaba preguntarle a
Jalal acerca de aquel asunto que ardía en deseos de saberlo, sin atreverse a
preguntárselo durante la marcha; pero ahora parece que se encontraban a salvo
del enemigo, si no, los hombres no se hubieran sentado, apoyándose en su mayoría
poyándose en las rocas y troncos de árboles, ni sus susurros se hubieran
convertido en murmullos audibles.
Jalal
regresó sin que Ammar pudiera ver su cara en medio de la oscuridad ya que las
hojas de los árboles no dejaban pasar la luz de la luna. Jalal palmoteó
afectuosamente el hombro de Ammar, con una amplia sonrisa.
-
¿Qué tal, Ammar, por
qué estás así de agitado?
-
¡Qué dices, hombre –le
contestó con un tono amistoso y de broma deja que les vea y verás lo que tus
ojos nunca habían visto!
Ammar hizo acopio de todo su
coraje y le preguntó, temiendo que su interlocutor le acusara de ingenuidad e
inexperiencia:
-
¿No vas a decirme a
donde nos dirigimos y si realmente…?
Y antes de terminar de formular su pregunta
sucedió lo que temía, recibiendo la respuesta de Jalal.
-
Si no fuera porque
esta es tu primera operación –le dijo cariñosa y afectuosamente-, te hubiera
regañado por hacer tantas preguntas. Sin embargo, entiendo lo que sientes, y sé
que la imagen de tu hermano, Omar, domina tu mente, tanto como domina las
mentes de todos estos compañeros que ves delante de ti. Te basta saber, Ammar,
que estás pisando, por primera vez en tu vida, el corazón de la tierra que
ocupó el enemigo el mismo año de tu nacimiento.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ammar
al escuchar la última frase. ¡Será posible que sus pies estén pisando ahora la
tierra de Palestina! Es verdad que había vivido en su mocedad en Jerusalén y
Naplusa, pero no había visto nunca la tierra palestina usurpada por los judíos
en 1948. ¡Cuánto había leído sobre esta tierra de sus padres y abuelos!
¡Incluso, cuanto escribió sobre ella, prosa y verso, en los últimos años, como
quien escribe a su queridísima amada, expresando lo mucho que la ama y
prometiéndola un pronto encuentro. Ammar no pudo evitar caer sobre sus
rodillas, inclinándose para besar la tierra que pisaba, mientras le venía a la
mente el rostro de su padre y aquellas noches de su niñez y mocedad, cuando le
contaba acontecimientos e historias de Palestina, cuando le cantaba aquel
cántico popular palestino, de antes de la Nakba(2) y que sigue provocando lágrimas
en sus ojos cada vez que escuchaba su triste melodía y sus letras, de boca de
su padre:
El paraíso exhaló su fragancia, ¡Oh,
gente!
En la batalla de Wadi Attufah (3)
En la que el campesino
cayó mártir
Llevaba la bayoneta y el cuchillo
Y en el asedio de Beit Emrin (4)
Donde los revolucionarios eran
sesenta
Dónde están tus ojos, Saladino (5)
Para ver el arrojo de los
combatientes
Y en aquella batalla de Balaa(6)
Acaecida en un viernes
Donde hubo siete mártires
Y cayeron millones en la filas del
ejército
Tras un rato en el que Ammar permanecía de
rodillas y Jalal a su lado, de cuclillas, contemplándole con estima, respetando
su silencio y su emoción, el joven se enderezó con lágrimas centelleando en sus
ojos bajo a luz de la luna, que sólo Jalal se dio cuenta de ellas, dándole
palmadas en el hombro.
-
Estás hecho de la
misma arcilla que tu hermano, Omar, de
transparente alma, y ambos habéis sido amasados con el amor a Palestina –le dijo Jalal con tono apacible, como
si se dirigiera a su hermano menor–.
-
¿Dijiste que estos
hombres también le conocían? –preguntó Ammar, sintiendo que un nudo en su
garganta estaba a punto de explosionar–.
Jalal señaló con su índice derecho a sus
compañeros, dispersos entre los árboles, percibiendo Ammar su voz mezclada con
el murmullo de las ramas, encima de sus cabezas:
-
Claro, todos le han
conocido. ¿Sabes Ammar? Si te das una vuelta entre estos hombres y escuchas sus
conversaciones, seguro que les encontrarás hablando de Omar. Él estará presente
ante nuestros ojos cuando entremos esta noche en combate y caigan algunos de
nosotros, perfumando con su sangre la tierra de Palestina. Sin embargo, te
puedo asegurar, que en el momento de caer mártires, ninguno de ellos pensará en
su padre, su madre, ni en su hijo…sino en tu hermano, Omar. Incluso estoy
seguro que entre nosotros hay quien desea el martirio para encontrarse con
Omar, pues era más que un hermano e un hijo para todos estos compañeros.
Ammar sintió, escuchando estas palabras de
su compañero, como si una mano fuerte estuviera tirándole de cada pelo de su
cabeza. ¡Acaso podría algún día ser lo que su hermano llegó a ser en los
corazones de estos luchadores! ¡Sería verdad que él estaba amasado de la misma
arcilla que Omar, tal como había dicho Jalal! … ¿¡realmente llegaría él a tener
este honor!?
De nuevo le embargó el corazón una sensación de
orgullo que no le había abandonado desde que se incorporó a la Resistencia,
pero ahora esa sensación le parecía fluir impetuosa por sus venas.
La voz de Abu Awwad sonó ordenando levantarse
al grupo, saltando todos de inmediato, llevando cada uno su ametralladora, al tiempo
que Jalal se alejaba de Ammar, para volver momentos después, llamando por sus
nombres, con tono imperioso, a Ammar, Abul Fadl y a tres hombres más, quienes
se presentaron enseguida. Entonces tuvo a oportunidad de ver sus caras a la luz
de la una que se infiltraba a través entre las ramas. Les encontró tranquilos,
con el semblante delatando serenidad y determinación. Abul Fadl se acercó de
él.
-
¿Qué tal estás, león?
–le preguntó bromeando-. Un precioso paseo en esta
hermosa noche. Cuando lleguemos hasta
ellos su noche ya no será tan hermosa –terminó de decir, carcajeando después a
mandíbula batiente–.
-
Por Dios, Abul Fadl, –le
increpó Jalal–. Haznos el favor de callarte, pues no estamos necesitados de
escándalos en un sitio como este. No te dejes engañar por la quietud que nos
rodea.
Abul Fadl se calló al instante, como si
nunca se hubiera reído, mientras que Ammar no dejaba de observar a sus
compañeros que se disponían a reanudar la marcha, pues estaba fascinado por
ellos, que eran aquellos rudos combatientes que conocían cada palmo de tierra
de Palestina. La mayoría de ellos le doblaban en edad, algunos de ellos habían
luchado contra los invasores judíos y contra el ejército británico, antes de la
pérdida de la patria. Hombres de la edad de su padre y otros de edad parecida a
la suya, de veintitantos años. El amor por Palestina brilla en sus ojos en
medio de la noche y del peligro que acechaba. Un amor arraigado en sus
corazones, tanto maduros como jóvenes, idéntico al amor que había percibido igual de arraigado en los corazones
de sus compatriotas en Estocolmo y otras ciudades suecas. Dicen que el planeta
Tierra es pequeño, y que se ha convertido en una especie de aldea universal a
causa de las enormes facilidades en transporte y comunicación, sin embargo, le
sorprende, siendo así de pequeño, que reúna tan dispares formas de vida. Un
país donde sus habitantes gozan de todas los factores para gozar de una
felicidad mundana, plenamente satisfechos, viviendo en orgullo y dignidad; y en
cambio, otro pueblo, despojado por la fuerza de las armas de todos los factores
de felicidad… hasta de un palmo de
tierra, como si sus enemigos, sus indiferentes amigos, y los amigos
activos de sus enemigos, quisieran todos que sea un pueblo volador, pero sin
alas ni nido. Recordó lo que le había dicho Omar en una de sus últimas cartas,
acerca de que la gran felicidad del hombre radica en la recuperación de lo que
le había sido quitado forzosamente, tras haberlo añorado y anhelado con todas
sus fuerzas, y que el hecho de ver esta tierra nuestra y oler sus brisas,
supone tal felicidad que no la iguala salvo la felicidad de morir por ella.
Has dicho la verdad, Omar… has dicho la
verdad. Ahora estoy saboreando una felicidad como nunca había conocido antes… a
pesar de los años en los que viví en el país de la felicidad mundana… Y estoy
seriamente buscando, con todas mis fuerzas, la felicidad suprema…la felicidad
de morir sobre el suelo de la patria. Y como ves, hermano, estoy siguiendo tus
pasos, acudiendo a tu llamada y la llamada que durante años no cesaba de brotar
desde mis entrañas. De nuevo, se ha
hecho verdad otra de tus enunciados, en la que decías que las sangres impolutas
hierven a distintos grados de temperatura, mientras las sangres pestilentes no
hierven por más que ardan fuegos debajo de ellas.
Sólo la voz de Jalal pudo interrumpir el
hilo de sus pensamientos, ordenándoles reemprender la marcha, ya cuando dos
grupos, formados cada uno de seis hombres, habían reemprendido la marcha poco
antes, no volviendo él a ver a ninguno de sus componentes. Otro cuarto grupo
estaba esperando la orden de seguir adelante. Jalal volvió a caminar al lado de
Ammar.
-
En menos de media hora
–le dijo Jalal– llegaremos al objetivo, así que mantén el dedo sobre el gatillo
porque es posible que seamos sorprendidos por patrullas israelíes.
No había terminado Jalal de pronunciar su
última palabra cuando llegó a sus oídos el ruido del motor de un coche, y
pronto brillaron las luces de dos vehículos dirigiéndose hacia ellos por un
camino sin asfaltar, arrojándose todos al suelo a un lado del camino sin
pronunciar ninguno de ellos ni una sola palabra, pues todos estaban al tanto de
lo que debían hacer en tales circunstancias. Los dos vehículos se acercaron
hasta dejar al descubierto con sus luces los rostros de los hombres, que se
apresuraron a ocultarlos mientras sus manos apretaban con fuerza sus
ametralladoras. Omar esperaba que algo sucediera, pues no le cabía duda de que
los componentes de la patrulla israelí le habían visto, sin embargo no sucedió nada,
y los dos vehículos militares pasaron por delante del grupo sin que nadie de
sus pasajeros se volviera hacia él. Así, los hombres se levantaron de nuevo,
tranquilamente, mientras Ammar oía a Jalal decir que los dos vehículos se
dirigían a un campamento cercano del ejército israelí, y que no había duda que
volverán a cruzarse con sus pasajeros, en el objetivo, dentro de poco.
Los fedayín continuaron su marcha sin que
el paso de los dos vehículos haya dejado en ellos la más mínima huella, como si
hubieran estado caminando por una calle principal. Ammar no veía más que los
miembros de su grupo, mientras los dos primeros grupos iban por delante de
ellos, y el cuarto grupo marchaba en la retaguardia, no a gran distancia. Ammar
se acercó a Jalal.
-
No me dijiste si los
compañeros conocían mi identidad –le dijo–.
Jalal recordó que ambos tuvieron que
interrumpir su conversación cuando Abu Awwad les ordenó ponerse de pies.
-
No –le respondió–.
Bueno, todos los hombres confían en ti, aun sabiendo que esta es la primera
operación en la que participas. No te oculto que todos ellos son hombres que
han sido elegidos meticulosamente, dado que se trata de una operación de vital
importancia y no admite el menor error.
Jalal se calló por un momento, sin dejar de
avanzar, escrutando con sus ojos todas las direcciones a su alrededor.
-
La verdad es que
algunos conocen tu identidad –prosiguió Jalal diciendo– y están orgullosos de
acompañarte en tu primera operación, como hizo tu hermano, Omar, cuando
acompañó a algunos de ellos en sus primeras operaciones, habiendo sido él su
mejor guía y acompañante. ¿Sabes? Dentro de unos minutos llegaremos al lugar de
la batalla que comandó tu hermano y en la que cayó mártir, hace unos meses.
Sin embargo, Ammar no escuchó esas últimas
palabras, palpaba su ametralladora sintiéndola como si en ella llevara la
fotografía de su hermano, Omar… y la de la madre de ambos. Recordó como cuando
regresó de Europa, hacia algunos meses, no había notado sombra de tristeza en
su rostro, hasta llegar a imaginar que estaba soñando y que la carta que
llevaba en su bolsillo era mera imaginación suya. Sin embargo, las lágrimas de
su madre se derramaron todas de golpe, cuando aquél día le abrazó, sollozando y
repitiendo con voz entrecortada:- “Ammar… mi hijo Ammar”. Después, pasaron días
de tristeza en su tranquila casa… tranquila tras tu marcha, ¡Oh, Omar!
Absorto, Ammar siguió recuperando los
recuerdos de aquellos amargos días. Entonces, esperaba que su hermana pequeña
le preguntara de un momento a otro acerca de cuándo iba a volver su hermano,
Omar, pues no es de extrañar que los pequeños crean que sus difuntos seres
queridos están de viaje y que pronto volverían. Sin embargó, su hermana Hana,
de seis años de edad, nunca le hizo aquella pregunta. Al día siguiente de su
llegada, le despertó, cuando acababa de quedarse dormido tras una noche que
pasó revolviendo los papeles y cuadernos de su hermano mártir, como si hubiera
estado buscándole entre sus hojas. “¿Quieres ver el fusil de Omar? –le preguntó
la niña con voz angelical?”–. “Es bonito, pero no pude llevármelo hasta aquí
para que lo veas”. Sintió entonces, más que ningún otro momento, que una
catástrofe había azotado la familia. La pequeña parecía tener una mirada
extraña…le hablaba con la mente ida, la abrazó con fuerza y cariño, repitiendo
su nombre una vez tras otra, como si temiera que se eche a volar de entre sus
manos. Sigue sintiendo como los brazos de ella rodeaban su cuello aferrándose a
él, y como su voz sonaba en sus oídos, suplicando: - “¿Ammar, dónde has estado
de viaje todo este tiempo? Gracias a Dios que has vuelto”.
¡Oh, Omar!, lo que me duele hasta
desgarrarme es que sé que semblante adquirirá nuestra hermana, Hana, si yo te
sigo yo a ti. Siento como si estuviera engañándola, intentando yo también huir
para seguirte a ti, no teniendo ella ni nuestra madre apoyo alguno en este
mundo después de mí. Pero no te preocupes, ese es mi destino y hacia él aprieto
el paso. No me olvido lo que me dijiste en una de tus cartas: “Los fedayín
están cambiando la faz de la Historia”.
Unas luces intensas que aparecieron de
repente a unos cientos de metros le sacaron de la vorágine de sus pensamientos.
No había visto luz alguna desde que unas horas antes habían salido de su base,
salvo la que procedía de aquel par de vehículos. Le pasó por la mente que
regresar a la base por el mismo camino que habían recorrido a lo largo de horas
iba a requerir un tiempo que sería suficiente para caer en las manos del
enemigo. Le legó de nuevo la voz de Jalal, cargada de cautela.
-
Jóvenes, ya hemos
llegado. Tenemos órdenes de permanecer aquí, sin acercarnos al objetivo.
Nuestros compañeros que nos precedieron son los encargados de penetrar en este
campamento militar, y nosotros tenemos que esperar aquí a los refuerzos que
llegarán para socorrer a los soldados del enemigo. Tenemos que garantizar la
retirada de nuestros compañeros y su retorno a la base, aunque nos cueste la
vida a todos nosotros.
-
¡Que mueran ellos!
–exclamó Ammar y otros compañeros–. Aquí estamos esperándolos.
Jalal procedió a distribuir sus hombres, al
tiempo que llegaba al lugar el cuarto grupo que había marchado detrás de ellos,
siendo distribuidos sus componentes a ambos lados del camino de tierra que
lleva al campamento a través de plantaciones de olivos y viñas. La luz de la
luna brillaba intensamente en aquellos momentos hasta el punto de hacer creer a
Ammar que ya había amanecido.
El joven sintió que la luz de la luna colmaba
sus ansias, no dejando de otear ora el camino, ora aquel potente reflector que
iluminaba las colinas extendidas ante su vista. Y así pasaron unos minutos en
los que sólo se oían los grillos de los campos lanzando plegarias al cielo para
que le dispensara de su trabajo nocturno en el que no conocen el descanso.
Ammar vio como los hombres del cuarto grupo abandonaban sus posiciones y
empezaban a cavar hoyos en el camino, sembrando minas destinadas a recibir lo
que el destino pudiera arrojar de refuerzos enemigos. Y mientras aquellos compañeros
trabajaban afanosa y silenciosamente, protegidos por las bocas de las
ametralladoras del grupo de Yalal, súbitamente surgió una voz procedente del
camino. La voz sonó en los oídos de los hombres esparcidos por el camino y a
los dos lados del mismo como un bálsamo sobre las heridas, ya que su dueño, con
aquella melancólica voz, que bordaba la luz de la luna y convertía en una
melodía el susurro de las brisas, cantaba:
Palestina, hija de nobles
Estamos aquí, afanándonos por alcanzar la gloria (7)
Una gran euforia se
apoderó de Ammar al oír aquellas palabras que le llegaron montando los rayos de
la luna y haciéndole imaginar que colosales ejércitos estaban entonando este
canto, y molían las fuerzas enemigas. El hombre cantor llenó de entusiasmo y añoranza
los corazones de sus compañeros, acompañándole algunos de ellos, cantando sin
atisbo de temor y con voces cálidas: “Estamos aquí, afanándonos por alcanzar la
gloria”, sin que Jalal, ni el comandante del cuarto grupo protestaran por ello.
Un rato después, los escasos guerrilleros
que sembraban las minas volvieron a tomar sus posiciones a ambos lados del
camino, y Ammar ya no podía ver a ningunos de ellos. Miró a su alrededor y no
veía más que a Abul Fadl y Jalal, estando este último ocupado, vigilando el
campamento con sus prismáticos. Abul Fadl se removió un poco, frotó los ojos y
cayó con la palma de su mano sobre su metralleta, produciendo un chasquido como
el de una bofetada.
-
¡Seguro que están ya
dentro del campamento! –exclamó respirando hondo, como si acabara de deshacerse
de un gran peso que le oprimía el pecho–. Ardo en deseos de oír el estruendo de
las explosiones.
Los ojos de Ammar casi se salían
de sus órbitas al ver el infierno por primera vez en su vida. Allí, en el lugar
donde hacía unos segundos estaban las luces del campamento, se hizo el infierno
en un abrir y cerrar de ojos, convirtiendo el campamento por unos segundos en
una masa roja incandescente, que fue seguida por una serie de explosiones
ensordecedoras, despareciendo a continuación la incandescencia para dejar lugar
a decenas de llamaradas tan alargadas que parecían querer tocar el cielo para
escapar de la lluvia de disparos y explosiones de granadas, que habían
transformado aquel vasto espacio en una especie de pequeño cuarto, en el que
los sonidos chocaban contra las paredes, produciendo en los oídos un zumbido que
sacudía los corazones. Pronto, desde el campamento fueron lanzadas bengalas que
iluminaron tierra y cielo, llegando Ammar a pensar que la noche se había transformado
en día. El enemigo, mediante esta iluminación, pretendía saber la envergadura
de la fuerza atacante y si existían otros grupos alrededor del campamento. Sin
embargo, los dos grupos atrincherados a ambos lados del camino estaban a
cubierto de las bengalas luminosas, y nadie se encontraba cerca del campo de
batalla que no fueran los implicados directamente en el combate.
Ammar apretó su ametralladora entre sus
manos, acercó su boca hasta pegar sus labios a ella, sintiendo el frío del
hierro, estando seguro que la vida y el calor retornarán a él en pocos minutos.
Tranquilamente, besó la metralleta sin apartar la vista del campo de batalla.
-
Omar, ya es la hora de
nuestra cita –murmuró Ammar, para sus adentros–
Pasaron unos minutos en los que los ojos y
oídos de los hombres estaban muy atentos a lo que sucedía ante sus ojos, viendo
después como se apaciguaba el infierno de la batalla hasta donde alcanzaba la
vista, y dejando de oír el zumbido de las balas ni la explosión de las
granadas, llegando Ammar a la certeza de que pronto iba a soltar la rienda a su
ametralladora. La visión del fuego en el
campamento israelí había provocado la alegría de Jalal, por lo que significaba
de que la operación había sido llevada a cabo con éxito total.
-
¡Abu Awad no les dejó
nada con que apagar el fuego! –exclamó Jalal, satisfecho–.
Al escucharle, Ammar rió. Rió desde sus
adentros por primera vez desde que abandonó la base con sus compañeros. Pero se
calló de inmediato al avistar luces de vehículos que se acercaban de lejos. Los
vehículos se acercaban a toda velocidad, como si rodaran sobre una carretera
moderna y asfaltada, momento en el que Abul Fadl exclamó, bromeando, en aquel
momento crítico, en el que el corazón de Ammar latía violentamente:
-
¡Oh, pero que valientes son
nuestros primos! Si no estuvieran seguros de que Abu Awwad y sus hombres hace
tiempo que ya se encuentran en la base, no hubieran avanzado tan velozmente.
Jalal, al oír aquello, no
regañó a Abul Fadl, lo que provocó la extrañeza de Ammar, quien ya escuchaba
nítidamente el ruido de los motores de los vehículos. De repente Jalal exclamó,
con voz sosegada que aumentó la extrañeza de Ammar, que sentía que su corazón
se le iba a escapar del pecho por la intensidad de sus latidos:
-
Vienen en cuatro vehículos.
Luego continuó, con
los vehículos tiro de piedra de ellos:
-
¡Atrás!... ¡Las minas
van a estallar!
Los hombres se arrastraron hacia atrás
alejándose del camino, al tiempo que los vehículos se detenían súbitamente, a
pocos metros antes de llegar a la emboscada. Un hombre gritó desde el primer
vehículo:
-
La naranja es de Yafa(8)
A lo que Jalal
contestó con voz alta, mientras abandonaba su lugar, dirigiéndose a los
vehículos:
-
De Lydda es el higo
chumbo(9)
Ammar,
sorprendido, se quedó boquiabierto, mientras Jalal daba la orden a todos los
hombres para que se levanten rápidamente y monten en los vehículos que sólo
traían a bordo a sus conductores y algunos hombres armados.
-
¡Vamos…
deprisa…deprisa! –repetía el jefe del convoy, metiendo prisa a los hombres–.
Ammar no
podía creer lo que veían sus ojos. Cuanto deseaba encontrarse con las tropas
israelíes, y cuando había creído que el momento había llegado y que el combate
estaba al alcance de la mano por primera vez en su vida, ve como las cosas se ponían
patas arriba y él obligado a esperar de nuevo. Su asombro fue en aumento al ver
como los cuatro vehículos se desviaban del camino, apagaban sus luces y se
lanzaban a gran velocidad hacia el campamento, llegando él a pensar que iban a
lanzar un segundo ataque. El terreno que cruzaban los vehículos era escabroso,
por lo que estos, a causa de su gran velocidad, no dejaban de dar bandazos sobre
la tierra y las piedras, hasta el punto de que esta vez Ammar sentía que el corazón
se le había ido a parar en la garganta. Tras unos minutos, los vehículos se
detuvieron súbitamente, y el jefe del convoy gritaba en la quietud de la noche:
-
¡Cananea y árabe!
-
Omar y Saladino – se
oyó la voz de Abu Awwad, rugiendo.(10)
De entre los olivos aparecieron ocho
hombres que llevaban a otros dos, heridos, apresurándose todos a subir a los
vehículos que partieron a una velocidad vertiginosa a la que Ammar no hallaba
explicación, pues el terreno era extremadamente escabroso y los vehículos
llevaban las luces apagadas. Se volvió hacia Abul Fadl, que estaba sentado a su
lado, escuchando con toda atención las explicaciones que otros dos compañeros
estaban dando acerca de los detalles de la operación y como fue llevada a cabo
bajo el mando de Abu Awwad.
-
¿Ya se ha concluido la
operación? –le preguntó Ammar a Abul Fadl, en tono molesto–.
-
No seas así de
impaciente. Seguiremos quitándoles el sueño hasta romperles la espalda y
recuperemos nuestra tierra en un memorable día –le respondió Abul Fadl, con una
amplia sonrisa, en tono de confianza absoluta en el trabajo de la Resistencia.
El horizonte iba adquiriendo los colores
del amanecer, del rojizo al amarillo, mientras el cielo iba, paulatinamente,
adquiriendo las primeras tonalidades de azul. Ammar contempló las estrellas en
aquel cielo claro, y respiró a pleno pulmón las brisas que le llegaban a través
de la ventana del vehículo, cundiéndole una desbordante felicidad. Sintió un
ardiente deseo de abrazar a su hermanita e
infundir sosiego a su corazón. Imaginó su hermoso rostro mirándole desde
la cúpula del cielo…nuestra cita ha sido aplazada, Omar, ahora tengo cita con
nuestra querida Hana…la llevo buenas noticias.
1971
(1) Abderrahim Mahmud. Gran poeta
palestino (1913-1948). Combatió contra
los ocupantes israelíes hasta que cayó el 13 de julio 1948, en la batalla de Al
Shajara.
(2) Nakba: término árabe (catástrofe)
en referencia a la caída de Palestina bajo ocupación sionista en 1948.
(3) y (4) También llamada Batalla
de Beit Emrin (1938), en la que los combatientes palestinos se enfrentaron a
tropas de ocupación británicas. Beit Emrin, localidad palestina cerca de
Naplusa.
(5) Saladino: libertador de Jerusalén de las
Cruzadas en 1187.
(6) Batalla que tuvo lugar en la
localidad palestina de Balaa,
cerca de la ciudad de Tulkarem, el 25 de septiembre de 1936, en la que
los combatientes palestinos se enfrentaron a tropas de ocupación británicas.
(7)
De un canto popular palestino.
(8) y (9) Yafa y Lydda, nombres
de ciudades palestinas.
(10) Omar: Se refiere al califa Omar bin Alkhattab,
conquistador de Jerusalén
el año 63