La Asamblea
Saïd Alami
Un relato con
acontecimientos, personajes, diálogos y fechas en su mayoría reales, fielmente
transcritos aquí, aunque sin citar los nombres reales de los personajes del
mismo.
(Traducción adaptada,
del árabe, por el autor, en 2024)
Nota
Para la presente edición en
castellano de esta colección de relatos, he decidido desvelar el lugar
auténtico donde fue celebrada la asamblea en torno a la cual gira este relato que
da el título al libro: La Asamblea. Cuando escribí el mencionado relato consideré
que era necesario ocultar que la asamblea en cuestión había tenido lugar en
Madrid, con el fin de que el relato no sirviera de fuente de información sobre
detalles relacionados con la comunidad palestina de Madrid, pues es fácil
deducir de la lectura del mismo que se trata de una narración verídica de una
asamblea real. Considero, que transcurridos ya 35 años desde la celebración de
aquella asamblea, en el Colegio Mayor Chaminade, en la capital española, se
puede devolver el relato a su lugar auténtico, máxime cuando se trata de publicar el relato en
castellano y en Madrid.
Introducción al relato
Todos marchan adelante
y nosotros caminamos para atrás
Ni nuestra vida es
vida, ni tenemos parecido entre la Humanidad
Zaid está en contra de
Amr, y Mahmud lucha contra Jaafar
Mientras sus países
son humillados y despreciados por doquier
Poema árabe anónimo
Seguimos en los
cuartos de anestesia
Sobre las camas de
anestesia durmiendo
Mientras los años pasan
uno tras otro
Cubriéndonos de
mentiras desde lo alto de nuestras cabezas
hasta los pies
Hermanos, decirme,
¿Hasta cuándo?
Fadwa Tuqan (poetisa palestina, 1917-2003)
Pueblo mío… Tú que
eres cual rama de incienso
Tú que eres para mí
más querido que mi propia alma
Nosotros permanecemos…
aferrados al compromiso...
Tawfiq Zayad (poeta palestino, 1929-1994)
*
El reloj del salón de
conferencias de la planta baja de un colegio mayor del
principal campus
universitario de Madrid marcó las cinco de la tarde del
primero de julio de
1989, mientras decenas de veteranos miembros de la
comunidad palestina se
agolpaban en los pasillos fuera del salón junto a sus
esposas, hijos y decenas
más de estudiantes universitarios algunos
acompañados por sus amigas españolas, así como
un grupo de nuevos
inmigrantes y sus familias quienes fueron catapultados a España
por las
medidas vejatorias adoptadas últimamente contra los palestinos y
árabes, por
algunos países árabes, así como a causa de los acontecimientos que
golpearon
el oriente árabe en los años ochenta. Todos ellos habían acudido para
participar
en una asamblea de la comunidad palestina de la ciudad.
Nunca
antes Madrid había sido escenario de una congregación palestina de
estas
dimensiones. Por los pasillos se elevaban las voces de unos llamando a
otros, y
muchos se precipitaban a tomar entre sus brazos a otros muchos,
oyéndose las
manos de unos dando golpecitos en las espaldas de otros,
mientras se oían las
detonaciones de los besos estallando sobre las mejillas, y
se elevaban las
risas aquí y más allá interferidas por las carcajadas, al mismo
tiempo que las
interrogaciones, las preguntas, las bienvenidas y las expresiones
de asombro se
iban chocando entre sí, repitiendo sus ecos las paredes de aquel
edificio estudiantil
acostumbrado a lo largo de los últimos años a acoger actos
políticos y
culturales árabes en los que los conferenciantes superaban en
número a la mitad
del público presente.
-¡Hombre! ¿Dónde
estás, hombre? ¿Dónde te has metido todos estos años?
- Hola Mustafa. ¿Qué hay de tu
vida, hombre? Me han dicho que te habías trasladado a Valencia.
- Mira. Allí va Mahmud Al Afandi. ¡Dios mío! No
le había visto desde hace
quince años.
Discúlpame un momento, voy a saludarle antes de que se pierda
en medio del
gentío.
- ¡Yusef...oye Yusef!
¡Pero hombre! ¡Dios! ¿Qué hay de tu vida? ¿Así te olvidas de tu compañero de
carrera? ¡Acércate que te dé un abrazo,
hombre!
Antiguos amigos y compañeros de estudios
durante los sesenta y los setenta se juntaron en aquella calurosa tarde,
olvidándose de lo que venían a hacer, perdiéndose en conversaciones en las que
algunos han contado sus tristezas, mientras que otros desplegaban las plumas de
pavo real, a la vez que otros evadían encontrarse cara a cara con sus compañeros
y colegas del pasado para evitar descubrirse ante ellos desnudos sin nada que
ofrecer ante los ojos de los demás. No faltó quien buscó entre el gentío a
determinadas caras a las que echaba de menos intensamente, contrincantes suyos
para liquidar antiguas cuentas o deudores con infinitas artimañas para tragarse
los derechos de los demás, de modo que no se engordan salvo de este modo. Otros
se han precipitado de la mano de sus hijos e hijas para presentarlos a sus
amigos y a los hijos de estos en un auténtico y apremiante anhelo de establecer
nuevos lazos de amistad entre los palestinos en esas tierras.
Grupos de esposas españolas se congregaron
aquí y allá, amén de grupos de muchachos y jovencitos, tanto chicos como
chicas, mientras los niños corrían unos
detrás de otros en medio del aquel gentío que había provocado en ellos las
energías de su infancia y su tendencia natural a la anarquía que les es
prohibida en sus propias casas. Las niñas pequeñas gritaban llamándose unas a
otras mientras se pavoneaban con sus bonitas ropas, como si estuvieran en una
fiesta.
Y es que aquello era realmente como una
auténtica fiesta para muchos de los
miembros de la comunidad palestina, que les
embargaba, rodeados de sus pares
y sus amigos, la alegría de estar entre
palestinos, cosa que tanto anhelaban lejos
de la patria y lejos de las
principales concentraciones de su dispersado pueblo.
Pero, en cuanto a otros de
entre los asistentes, precisamente aquellos
acostumbrados a rumiar incesantemente
los tejemanejes de la política, y tan
aficionados como son a intentar someter a
los demás en nombre de un
altisonante patriotismo que venían practicando desde
los primeros años de sus
carreras universitarias -que no fueron terminadas por
la mayoría de ellos-, esta
asamblea suponía una gran ocasión para resurgir sobre
el escenario, seguir
representando su eterna comedia, y desempeñar su profesión
de charlatanería
política y patriótica, en su afán de exhibirse con apariencia
de personalidades
de larga lucha, detrás de las cuales ocultaban sus miserables
condiciones
personales y políticas, compuestas por eslabones de fracaso siempre
basados en
un solo cimiento, que se repite en la mayoría de estos casos, y que
no es otro
que el fenómeno de parón del proceso de maduración psicológica en la
edad de
la adolescencia.
En el seno de esta aglomeración se
encontraba un grupo de jóvenes a finales
de su tercera década y principios de
sus cuarenta, de quienes no se había
trascendido papel político alguno a lo
largo de las dos décadas de residencia en
España, que habían pasado estudiando y más tarde
trabajando, período de
tiempo este en el que eran conocidos por sus
sentimientos de patriotismo
palestino y árabe, y por mantenerse fieles en su
vida familiar a sus raíces y al
acervo de sus ancestros. Este grupo de jóvenes
se mezcló con los demás
asistentes, intercambiando con ellos saludos y bromas
y respondiendo a muchas
preguntas acerca de esta asamblea, acerca de las
circunstancias que rodearon
su convocatoria y de sus posibles resultados.
Este grupo, compuesto por profesionales de
distintos gremios, como el
médico, el conductor y el comerciante, habían
formado una asociación de
miembros de la comunidad palestina, a la que pusieron
el nombre de Jerusalén,
y que se había encargado de dar a conocer a los españoles
el lado cultural y
cívico del pueblo palestino, además de inculcar y pulir el
lado árabe en la
personalidad de la segunda generación de esta comunidad
compuesta por niños
y adolescentes nacidos en el seno de familias palestino-españolas.
Esta
asociación se había esforzado, desde su fundación hacía dos años por
animar el
mutuo conocimiento y el acercamiento entre los miembros de la
comunidad
palestina, cosechando un notable éxito, lo que atrajo a su seno a
decenas de
familias palestinas, máxime cuando nadie de entre los funcionarios
oficiales
palestinos y árabes en Madrid había mostrado el más mínimo interés
por esta
comunidad o ninguna otra comunidad árabe en España, ni les había
importado
un bledo su existencia.
En los corredores y espacios próximos al
salón de conferencias el grupo perteneciente a la asociación Jerusalén recibió
reprimendas de parte de algunos sinceros activistas palestinos a causa de la
aceptación de la asociación de participar en la asamblea, habida cuenta de que
la fama de sus organizadores y promovedores les acreditaba como gente adicta a
las proclamas políticas grandilocuentes, a la desorganización y a la
improvisación. Estos reprendedores auguraron un fracaso estrepitoso de la
asamblea, el fin de la asociación recién nacida y el desvanecimiento de
cualquier actividad palestina honorable en el ámbito español, o sea, que
estaban augurando el regreso al estado anterior al nacimiento de la asociación
Jerusalén. La asociación recibió también otras reprimendas de parte de algunos
rumiadores de la política por su participación en la asamblea como parte
independiente, acusándola estos, nuevamente, de ser una asociación burguesa,
demagógica, incongruente y otras denominaciones que tenían empollados desde sus
años de adolescentes. Los miembros del grupo hacendoso escuchaban, con una
mezcla de paciencia y pena, aquellas acusaciones y otras aún más graves, de las
que estaban ya aburridos de tanto escucharlos continuamente, a lo largo de los
últimos meses.
Mientras, en el interior del salón de
actos, que también se utilizaba para proyectar películas cinematográficas,
algunos palestinos junto a sus correspondientes esposas habían ocupado parte de
los asientos revestidos de tela roja, a la espera de que se iniciara la
asamblea, cuyo comienzo estaba previsto para las cinco de la tarde. Y mientras
estos estaban a su vez enzarzados en conversaciones para matar el tiempo, a la
espera de que entren los restantes participantes en el salón de actos, se
afanaban en abanicarse utilizando para ello revistas, libros o abanicos
tradicionales españoles, con la esperanza de atraerse un poco de aire que les
aliviara de la sensación de calor que se iba extendiendo espesamente entre
aquellas paredes, como si el color rojo rancio que las revestía, así como a los
asientos y las moquetas, fuera la expresión viva del bochornoso calor de julio
encerrado en aquél recinto. Entre estos había nuevos inmigrantes palestinos ya
entrados en edad, que no habían establecido aún relaciones de amistad alguna en
Madrid, por lo que habían preferido entrar en el salón de actos cuanto antes, a
la espera de que se iniciara la asamblea.
Mientras, los politiquillos, con su mentalidad
de adolescentes, se afanaban moviéndose entre los corros de palestinos cuyo
agolpamiento se hacía cada vez más apretado, mientras las manecillas del reloj
se acercaban a las seis de la tarde. Estos se distribuyeron en los corredores y
vestíbulos, además del interior del salón de actos, según un plan previamente
establecido con todo detalle, tal como acostumbraban hacer en sus días de
antaño, en asambleas estudiantiles, en Madrid, Valencia, Sevilla y otras
ciudades españolas, guiados por una mentalidad cuyas cabezas no admiten otra
distinta a ella. Estos habían formado, un año antes, una comisión preparatoria
que albergaba un sólo objetivo por el que trabajaron unidos día y noche, a
pesar de pertenecer a corrientes políticas distintas que se habían descollado a
lo largo de las últimas dos décadas en ocuparse de una única tarea política en
España, consistente en enfrentarse los unos a los otros. En cuanto al objetivo
que les había unido a lo largo del último año no era precisamente enfrentarse a
la campaña propagandística israelí que arreciaba en el país, pues esa campaña,
que llevaba años en marcha, no les había causado la más mínima preocupación,
sino que habían aunado sus esfuerzos para acabar con la asociación Jerusalén,
que con su trabajo y su actividad había puesto en evidencia la desidia y la
apatía que les caracterizaban a ellos. Sí, el excelso objetivo al que aquellos individuos
habían dedicado esa asamblea era la formación de una nueva asociación que venga
a suprimir a la ya existente y, por consiguiente, enmudecer la única voz que
entonaba el canto de la civilización árabe-palestina a oídos de la sociedad
española.
Los miembros de la Comisión Preparatoria y
sus seguidores se afanaron en
incitar a los asistentes a oponerse a los
encargados de la asociación Jerusalén,
atribuyéndoles las más horrendas
acusaciones. Además, prometían a quienes
les prestaban oídos que la nueva
asociación será grande, fuerte y democrática
y que derrotará la propaganda
israelí en España, además de prestar a la
comunidad palestina en Madrid servicios
tan amplios como los cielos y la
Tierra juntos.
Las dos partes, Comisión y Asociación,
habían negociado a lo largo de los dos meses anteriores a la celebración de la
asamblea bajo la supervisión de una entidad palestina oficial e imparcial que
se esforzó por aunar los esfuerzos de ambas partes. Y al tiempo que la
asociación Jerusalén demostraba su disposición a convertir en realidad esa
unión, la Comisión, encabezada por Abu Isa, un médico psiquiatra que aducía un
pasado de pretendida y larga lucha contra el sionismo, insistía y se aferraba
con toda franqueza y sin reparo ético alguno, a la necesidad de que la
asociación Jerusalén se autodisolviera y ponga fin a sus actividades.
Fueron del todo inútiles los esfuerzos de
los encargados de la Asociación y del representante de la entidad oficial palestina
para convencer al doctor Abu Isa, y a los representantes de las tres facciones
palestinas que le apoyaban, del hecho de que la mencionada exigencia de
desmantelar la Asociación era a todas luces inviable, pues, cómo se podía
asumir que un palestino exija la disolución de una asociación palestina que se
afana en la presentación del rostro cívico palestino y en la prestación de
servicios a las familias palestinas en un país europeo, máxime cuando la
Comisión que formulaba tal exigencia en realidad no existía sobre el terreno, y
cuando no había hecho a lo largo del año que pasó desde su aparición salvo
ofrecer promesas y jurar repetidamente por las almas de los mártires, venga o
no a cuento, que sus intenciones son
nobles y que no pretende excepto servir a la causa palestina.
Las sesiones de negociación entre
Asociación y Comisión a veces duraban la noche entera, sin resultado alguno, y
con un extraño empecinamiento por parte de la Comisión, que seguía exigiendo la
autodisolución de la Asociación, con el pretexto de que esta no era
democrática. La tensión llegó a su punto álgido en una de esas sesiones que
duró hasta acabada la noche, cuando el representante de la entidad oficial
palestina fue presa de lo que parecía una crisis nerviosa en el curso de la
cual volcó su ira sobre Abu Isa, dirigiéndole un torrente de acusaciones, en
las que expresaba sus dudas acerca de las verdaderas intenciones del psiquiatra
y acerca de si la Comisión estaba tomando sus decisiones libremente o si había
alguna otra parte oculta detrás de ella, ya que esta, con su exacerbado
empecinamiento y su negación a alcanzar acuerdo alguno con la asociación
Jerusalén que no incluyera la disolución de la misma, parecía más bien como si
estuviera negociando con Israel, o como si tuviera la más mínima autoridad
sobre la Asociación que funcionaba acorde con la legislación española y con la
aprobación de la entidad oficial palestina.
Con este espíritu pernicioso, la Comisión
había convocado esa asamblea palestina, para lo cual los seguidores de las
corrientes políticas que la formaban se habían afanado a lo largo de las
semanas previas a su celebración en difamar a los encargados de la asociación
Jerusalén, invirtiendo en esta tarea todo su tiempo, máxime cuando algunos de
ellos no tenían otra ocupación a lo largo de sus días salvo politiquear. En
cuanto a los miembros de la Asociación, siendo todos empleados y hombres de
negocio, invertían su escaso tiempo libre en la planificación para algún
festival o acto cultural palestino, en editar su boletín en castellano, en los
ensayos de su grupo folklórico palestino, o en preparar excursiones de
senderismo para su grupo de boy scouts que habían formado.
-2-
El reloj marcó las seis de la tarde y los
presentes en el salón de actos
empezaron a quejarse, ya que el inicio de la
asamblea estaba previsto para las
cinco, ante lo cual algunos de los miembros
de la Comisión se apresuraron a
llamar a los agolpados en los vestíbulos para
que vayan entrando en el salón de
actos, y a estos llamantes les siguieron al
rato otros para llamarles a ellos, ya
que los primeros se habían desvanecido
entre el público presente y en medio de
aquella algarabía. No sólo eso, sino que
algunos de los agolpados en los
corredores se habían trasladado al exterior del
edificio huyendo del sofocante
calor del interior, formándose corrillos junto a
la entrada principal y oyéndose
los gritos de unos y los insultos de otros
contra unos terceros que no les podían
oír en aquellos momentos por encontrarse
dentro.
En uno de esos corrillos se encontraba un
profesor universitario palestino,
conocido por su compromiso dentro de un grupo
religioso musulmán. El
profesor estaba injuriando a otro palestino
perteneciente a su vez a otro grupo
religioso musulmán a causa de que el
calumniado había presentado su
candidatura dentro de una lista de nombres cuyos
componentes se habían
postulado para dirigir la nueva asociación que saldría de
la asamblea. Ese
profesor era conocido por oponerse a todas las corrientes
políticas
representadas en la Comisión, pero también era conocido por su
enemistad
hacía todo aquello que no cuente con su participación, hacia todo
proyecto que
no encabezara él mismo, y hacia toda agrupación de la que no
formara parte.
El profesor cargó contra aquél hombre ausente tan brutalmente a
oídos de los
presentes hasta el límite de contarles a estos lo que según él era
la historia
detallada de la vida de aquél, explicándoles además que la fortuna
que posee
en realidad la había heredado de su mujer recién fallecida.
Atónito, escuchó estas palabras un
farmacéutico perteneciente a la
asociación Jerusalén, quien se enfrentó
abiertamente a aquél profesor
reprendiéndole y llamándole la atención sobre el
hecho de que, jactándose
como se jactaba de ser un hombre religioso y
practicante, se permitía injuriar a
un compatriota suyo de aquella forma por el
mero hecho de que aquél
pertenecía a otro grupo religioso. Profesor y
farmacéutico se enzarzaran en
una fuerte discusión, jurando el primero que
tanto él como su grupo votarán
en la asamblea contra la asociación Jerusalén, a
lo que el farmacéutico
respondió diciendo que lo importante no eran los votos,
porque estos no
beneficiarán a nadie que después de obtenerlos no trabajara ni
se sacrificara
por el bien de la comunidad, recordándole al profesor la aleya
coránica que
dice: “Actuad, que Allah verá vuestros actos así como Su
mensajero y los creyentes”. Y dicho esto el farmacéutico abandonó aquél corillo.
No se había alejado unos pasos cuando le
abordó un hombre barbudo
perteneciente al grupo religioso del que es
antagonista el profesor universitario,
rodeándole con su brazo derecho y
hablándole con aires de pretendido jeque, al
tiempo que le dirigía una mirada
cargada de autocomplacencia y de
autosuficiencia, como si le estuviera mirando
desde alturas celestiales:
- ¿Cómo estás, Saad?
-le preguntó-. ¿!Qué te pasa, hombre, que no te vemos
por la mezquita ni
siquiera los viernes!? ¡Alabado sea Dios!
Saad se mostró amable con aquel hombre,
aunque recibiendo sus palabras
algo hastiado, ya que había respondido a aquella
pregunta últimamente en
repetidas ocasiones, a pesar de lo cual le contestó con
una sonrisa y
mostrándose alegre, y cómo no, tratándose de un ex-compañero de
estudios:
- Oye Abdesattar,
hasta el momento os dije veinte veces que la oración del
viernes coincide con
el inicio de mi horario laboral, así que, ¿qué quieres que
haga? ... !¿Acaso
tengo que publicar un anuncio en la prensa cada viernes para
que os haga
recordar que hay quien se ausenta de la oración del viernes por
motivos
forzosos o es que te has olvidado, hermano, de que estamos en un país
que no
otorga importancia alguna al horario de nuestras oraciones?!
Hablaba alegremente con una amplia sonrisa
sobre sus labios, pero hablaba
firmemente con la esperanza de que Abdesattar
llegue a comprender sus
palabras, aunque sea por una sola vez. Sin embargo, el
pretendido jeque
volvió a la carga dirigiéndose a él con el mismo tono de
autocomplacencia,
pero esta vez mirándole por encima de las lentes de sus gafas
que colgaban
sobre el extremo de su nariz, imitando así a los jeques de
avanzada edad
aunque no había alcanzado aún los cuarenta años:
- Entonces -le dijo-,
¿Por qué no asistes a las clases de religión que damos en
la mezquita por la
noche?
Al oír
esto, Saad decidió decirle a Abdesattar unas cuantas palabras que
desde hacía
tiempo ansiaba decírselas a él y a otros pretendidos jeques de
Madrid cada vez
que surgía entre él y alguno de ellos este mismo diálogo. Así
que, aprovechando
que estaba con su interlocutor a solas, le dijo mientras le
agarraba su hombro
derecho:
- Abdesattar.
- Dime -respondió
Abdesattar-.
- ¿Quien da estas clases?
- ¿Por qué?
– Me gusta saber antes
de asistir a vuestras clases quien sería mi venerable profesor.
Abdesattar carraspeó y movió ambas pupilas
hacía la derecha y hacía la
izquierda, como para asegurarse de que no había
nadie cerca de ellos una vez
que percibió el tono desafiante en las palabras de
Saad. Sabía que aquél
hombre plantado delante de él no acostumbra a adular a
nadie salvo por mera
educación y conocía en él, a lo largo de muchos años, un
hombre atrevido que
no se deja amedrentar por nadie.
– Las clases las damos
Abul-ala y yo -respondió Abdesattar, desvaneciéndose
totalmente en su voz el
tono de autocomplacencia-.
Una irónica sonrisa se dibujó sobre los
labios de Saad, sabedor como era de como Abdesattar había abandonado sus
estudios desde hacía largos años, refugiándose después en la religión y
adoptando más tarde esta figura de pseudo jeque, que convirtió en una profesión
desde la cual intentaba controlar a los demás seres humanos.
- ¿No te estarás refiriendo a
Abul-ala Al Maarri? -dijo Saad con la sonrisa aún sobre sus labios-.(1)
-Tú lo conoces,
respondió Abdesattar, estudió con nosotros hace 15 años.
Saad no quiso dirigir las palabras a Abdesattar
directamente: - ¿Hay entre los que dan
estas clases de religión -se limitó a preguntarle con algo de ironía-, alguien
que haya estudiado en la universidad Sharia Islámica, Teología Islámica,
Filología Árabe, Filosofía de El Corán, la Lógica, Historia del islam,
recitación coránica, Economía Islámica o cualquiera otra carrera religiosa
universitaria?
Abdesattar permaneció en silencio mientras
miraba a Saad por encima de
las lentes de sus gafas y habiendo entendido muy
bien lo que Saad había
querido decir.
- Entonces es más
conveniente que estas clases de las que me hablas -continuó
diciendo Saad, con
una sonrisa más amplia aún-, se limiten a los niños y
adolescentes de entre
nuestros hijos, además de cierto estrato social de
inmigrantes musulmanes en
este país, ¿A qué estás de acuerdo conmigo,
querido Abdesattar?
Los dos hombres caminaron juntos hacía la
sala de conferencias sin
intercambiar más palabras, por compasión del uno hacia
el otro, y en cuanto
alcanzaron su puerta se separaron en busca cada uno de su
camarilla.
-3-
La hora se acercaba de las seis y media de
la tarde cuando la sala de
conferencias se llenó de un público palestino-español,
y los miembros de la
Comisión Preparatoria ocupaban ya el escenario encabezados
por Abu Isa, con
su rostro ceñudo, bigote poblado y recto, colocado encima de
una boca carente
de labios. Pero nadie de entre los asistentes, sean hombres,
mujeres o niños,
les hizo el menor caso, continuándose imparables los diálogos
y las
conversaciones en grupo. Los niños correteaban por los pasillos entre las
filas
de asientos mientras se elevaba el llanto de algún que otro bebé pidiendo
el
pecho de su madre. Alguno llamaba a su amigo gritándole de lejos con todas
sus fuerzas para que pueda este ubicarle en medio de la algarabía; y decenas
de
manos se movían nerviosamente agarrando periódicos, libros, abanicos o
cualquier otra cosa capaz de atraer algo de aire, y mientras, alguien chillaba
voz en cuello, pidiendo que se abran las ventanas "o sucumbimos", decía,
pero
nadie le hacía caso alguno.
-
Abu
Isa intentó atraer la atención, repitiendo en tono forzadamente educado unas
frases y expresiones ante el micrófono plantado delante de él, sin embargo
parecía que él se hallaba en un mundo y el público de la sala en otros
distintos. De repente, el hombre estalló, con el rostro congestionado:
-
- ¡Hermanos! -gritaba
a través de los megáfonos-. !Por favor hermanos! !un momento hermanos!
El público se quedó estupefacto ante los
tremendos gritos cuyo contenido
sólo comprendieron los que hablaban árabe,
reinando el silencio al tiempo que
el llanto de los niños se hacía más fuerte,
asustados como estaban a causa de
los gritos, oyéndose alguna risa ahogada,
mientras Abu Isa seguía hablando,
muy tenso, dirigiéndose a los allí
congregados, en lengua árabe.
No habían pasado más que unos minutos
cuando un palestino de entre los
asistentes le interrumpió, con voz alta,
diciendo en español:
- Casi la mitad de los
presentes aquí son nuestras mujeres y nuestros hijos que
no hablan excepto español,
y nosotros, los palestinos aquí presentes, todos
hablamos también este idioma,
¿Qué necesidad existe entonces de utilizar la
lengua árabe sin que hubiera
traducción al español?
Estas palabras tuvieron de inmediato un
efecto casi mágico entre la mayor parte de los asistentes, alzándose proclamas
y frases de apoyo hasta tal punto que el hombre que estaba protestando tuvo que
callarse, sintiéndose satisfecho ante el amplio respaldo que provocaron sus
palabras. Algunas esposas españolas también alzaron sus voces desde sus
asientos dirigiéndose a la Comisión Preparatoria cuyos miembros, sobre el
escenario, estaban plantados de pie cuales estatuas, mirando pasmados al
público, con la vista perdida, presa del pánico ante la reacción mujeril española
en la sala y que a su vez había encontrado total apoyo de parte de maridos e
hijos.
Ni los miembros de la Comisión ni su
presidente supieron que hacer al ver como la asamblea se les escapaba de la
mano cuando aún no habían pasado más que unos minutos desde su inicio, que
había tenido lugar una hora y media después de lo previsto. Así, empezaron a
discutir entre ellos acerca de cómo salir de aquel embrollo, al tiempo que se
propagaron por el salón de actos, nuevamente, las conversaciones colaterales y
masivas cual fuego que se propaga en hierba seca. Los presentes, hombres y
mujeres, se afanaban en expresar sus opiniones ante aquellos que estuvieran
sentados cerca de ellos, acerca de la grave cuestión del idioma que debiera ser
utilizado en la asamblea. En esos momentos, de nuevo chilló aquél que había
chillado antes, pidiendo otra vez que se abran las ventanas "o expiramos",
gritaba, pero nadie le oía.
En distintas partes del salón de actos
algunos asistentes se esforzaban
enormemente en hacerse oír entre el resto de
los presentes, poniéndose de pie
y expresando profusamente en voz alta su
opinión en el tema, pero el vocerío
era más fuerte que su máxima capacidad de
gritar, por lo que sólo podían ser
oídos por los que ocupaban asientos cercanos
a ellos, de entre los cuales
algunos se enzarzaban con el correspondiente
parlante, sea hombre o mujer, en
una violenta discusión o en una encendido
apoyo.
De repente, el vocerío fue literalmente
arrasado por una voz demoledora,
hacia cuyo origen se dirigieron los ojos,
topándose con una señora de tosco
aspecto, que aparentaba tener unos cincuenta
años de edad, con cabello canoso
que dejaba ver una calva que brillaba a pesar de que se había
intentado
ocultar con algunos mechones que dejaban ver más de lo que ocultaban.
La
señora en cuestión estaba ataviada con un vestido que parecía el dedicado a
llevarlo
cuando limpiaba la cocina de su casa, a pesar de lo que se sabía entre
los
árabes de Madrid acerca de ella y de su marido, de riqueza y fortuna que
habían
traído con ellos cuando llegaron a la ciudad hacía cinco años
procedentes de
uno de los países árabes del Golfo. La mujer, conocida por el
alias de Um
Nafed, gritaba lo más alto que podía, con todas sus fuerzas,
diciendo en
dialecto palestino, con su rostro moreno completamente
congestionado hasta
ennegrecerse:
- ¡¿Para qué vamos a hablar en español?!...
¡Faltaría más! !¿Acaso os habéis
olvidado de que sois árabes!?... ¡¿O ya sois
extranjeros desde el día en que os
habéis casado con estas españolas!?...
¡Desde luego que no tenéis vergüenza!..
La señora quería seguir con sus proclamas,
aprovechando que el bullicio en
la sala se había debilitado, pero uno de los
médicos presentes, Fuad, la
interrumpió diciéndola con mucha firmeza y en voz
alta:
- Te rogamos que te
hagas respetar, Um Nafed, pues sólo nos faltabas tú. Esta
es una asamblea a la
que acudimos junto a nuestras esposas e hijos para
escuchar y entender, y no
hemos venido para escuchar arengas huecas. Si no
entiendes el español después
de cinco años de residencia en Madrid, es tu
problema, y allá tú.
Nada más oír aquellas palabras, el marido
de Um Nafed se puso de pie,
gritándole al doctor Fuad con una voz no menos
demoledora que la de su
distinguida consorte:
- Oye tú, ten un poco de vergüenza. ¿No te
avergüenzas de hablar así a una
señora? ¿Es que crees que la asamblea va a ser
como tú quieres?
El médico quiso contestarle, pero su amigo,
sentado al lado, le tiró de la
mano para que se sentara, diciéndole en voz
baja:
- Siéntate hombre y no
te enzarces con esta gentuza. No te denigres de este
modo. Déjales y que hablen
en chino si quieren.
Pero Um Nafed volvió a gritar, dirigiéndose
al público y ya echando chispas
de rabia, con sus manos haciendo aspavientos
en todas las direcciones y
golpeándose
el pecho con ellas, mientras que los hombres traducían a las
mujeres lo que
acaecía de discusión:
- ¡¿A caso os creéis hombres?! Os habéis ido a
casaros de fuera de vuestra
tierra, y ahora venís aquí creyéndoos convertidos
en personalidades, y no
queréis hablar en árabe. Os habéis ido a casaros con
las putas... ¡Malditos sean
vuestros padres!
La mujer parecía haber perdido la cabeza
pronunciando aquellas palabras,
por lo que su marido, Abu Nafed, se abalanzó
sobre ella para obligarla a
sentarse, dándose cuenta de repente de la gravedad
de lo sucedido y
encontrándose con que su mujer, y por enésima vez, se había
pasado
demasiado de los límistes, por lo que empezó a reprenderla mientras que
ella
intentaba zafarse de sus manos para seguir con su feroz ataque contra las
españolas
y sus maridos palestinos, hasta que el hombre la gritó con todas sus
fuerzas:
- ¡Siéntate ya!...
¡Basta!...Es suficiente... nos has puesto en ridículo, maldita seas.
Pero la mujer brincó, poniéndose de pie de
nuevo, gritándole a su marido:
- Pues no me voy a
sentar. Me importan un comino todos ellos.
Al tiempo que se empezaban a alzar muchas
voces en árabe y español, devolviéndole a Um Nafed los insultos, el
enfrentamiento entre esta y su marido se hacía cada vez más enconado, hasta el
límite de que parecía que él la iba a pegar a ella y ella a él, si no fuera por
la intervención de Sabry, que les observaba de cerca, apresurándose a
separarles.
- ¡No tentéis al
diablo! –exclamaba-. Es una vergüenza que os comportéis así
delante de la
gente.
Abu Nafed abandonaba la sala de
conferencias empujando delante de él a su
mujer, quien caminaba delante de su
marido dando botes cual camioneta
rodando por un camino escarpado. Y mientras
ambos, marido y mujer,
abandonaban la asamblea presos de un desmedido arrebato
de cólera, algunos
asistentes, hombres y mujeres, se retiraban de la sala de
conferencias tras
haber comprobado que estaba sucediendo lo que habían temido
que pasara de
consabido caos, tan acostumbardo en las asambleas palestinas a
las que habían
asistido con anterioridad. Otras familias habían abandonado el
lugar nada más
oír aquellos insultos de Um Nafed y haber detectado en el
transcurrir de la
asamblea un nivel tan bajo que no podían soportar.
Una señora palestina, joven, esbelta, de
cabello negro que caía sobre sus hombros, rostro de delicados rasgos y piel
blanca, de cuyos ojos verdes emanaba el magnetismo de un fuerte y consciente
carácter, se puso de pie y dijo en español fluido, dirigiéndose a las mujeres
españolas, a la vez que se le sonrojaba la cara avergonzada de lo que Um Nafed
había dicho:
- Ruego, en mi nombre
y en nombre de las señoras árabes presentes aquí, que
nos disculpéis por las
despreciables palabras proferidas por Um Nafed. Todo
lo contrario, os damos las
gracias de todo corazón por asistir a esta asamblea y
por haber traído con
vosotras a vuestros hijos, en lo que considero el más alto
grado de expresión
de vuestro firme apoyo a vuestros maridos palestinos y de
vuestra salvaguarda
del lado árabe de la identidad de vuestros hijos. Nosotras,
las mujeres
palestinas residentes en vuestro gran país conocemos lo mucho
que hicieron
muchas de vosotras a través de años de amistad en los que nos
percatamos de
vuestra continuada defensa de la causa de nuestro pueblo
palestino. Creedme
queridas amigas que estáis llevando a cabo una labor en la
que quedan atrás, y
a mucha distancia, algunas señoras palestinas residentes
en España junto a sus
maridos palestinos.
Por primera vez en aquella tarde, la sala
estalló en aplausos, mientras que
aquél que había chillado antes dos veces
pidiendo que se abran las ventanas
volvía a chillar de nuevo, con el calor ya
alcanzando un grado insoportable,
"abrir un poco las ventanas o no
tardaremos en ir todos al lado de nuestro
Creador". Esta vez otras voces
se hicieron eco de sus palabras pidiendo unos a
otros que abran las ventanas, a
lo que respondieron dos o tres jóvenes,
saltando hasta alcanzar las ventanas, encima de la última fila de asientos,
abriendo algunas de ellas.
Mientras ocurría todo esto, la Comisión
Preparatoria se había desperdigado,
y sus miembros se habían dispersado entre
el escenario y las filas de asientos,
incluso algunos de ellos mantenían
conversaciones frenéticas en los
vestíbulos, en búsqueda de solución al
problema del idioma que había de
utilizarse en la asamblea. Una señora española,
bastante indignada, alzó la voz
dirigiéndose a Abu Isa, quien en ese momento se
encontraba en plena
discusión con otra persona sobre el escenario:
- ¡Pero qué caos es este! Nos habéis invitado
a una asamblea que se suponía
que debía de comenzar a las cinco de la tarde y
ahora son casi las siete y
media y aún no hemos empezado, y nuestros niños ya
no aguantan más y
algunos de nosotros dejaron a sus niños al cuidado de una
familiar o una
amiga, con lo que no podemos esperar horas hasta que sus
señorías alcancéis
un acuerdo acerca del idioma de la asamblea. ¿Es que no
comprendéis que es
lógico que hablemos en español ya que todos aquí lo
hablamos? Y si no ¡¿A
que venimos
nosotros los españoles a esta asamblea?! ... ¡¿Por qué no
iniciamos de una vez
por todas esta asamblea?! … ¡¿A qué esperáis vosotros
los que nos habéis
invitado y nos habéis traído desde nuestras casas?! … ¡Es
que creéis que
nuestro tiempo es despreciable hasta este punto!
Al escucharla, una señora palestina que
aparentaba tener unos sesenta años,
elegante, de entre los nuevos llegados a
España, se puso de pie y dijo a su vez,
en árabe:
- Pero aquí hay
personas que no hablan español y no lo entienden bien. Soy
una de estas
personas, y yo pregunto por mi parte ¿para qué hemos sido
invitados a esta
asamblea a sabiendas de que no ibamos a entender nada de lo
que ocurre en ella?
Está claro que quienes nos han invitado a esta asamblea no
tienen la suficiente
capacidad ni siquiera para invitarnos a tomar una taza de
café, y no ya a una
asamblea que se debía haber preparado con seriedad y sin
esta ridiculez.
En la sala se oyeron risas, y en la
primera intervención de la Comisión
Preparatoria desde que una hora antes había
estallado el problema del idioma,
uno de sus miembros que se encontraba sobre
el escenario intentó arrebatar la
palabra de la señora palestina, pero esta se
volvió hacia el escenario y dijo con
voz firme y dialecto jerosolimitano:
- ¡Es que no os
avergonzáis de vosotros mismos! ¿Qué es lo que habéis
preparado siendo una
comisión preparatoria y ya lleváis un año constituidos
como tal? ¿Es que nos habéis
traído aquí simplemente para que os elijamos
para dirigir la nueva asociación,
y para aseguraros haber acabado con la
asociación que ya existe? Nos hemos
quedado ya enterados de vuestro estilo y
de la estrechez de vuestro horizonte a
lo largo de las dos horas que hemos
pasado en esta sala, y Dios mediante no os
va a elegir salvo aquellos que sean
de vuestra calaña.
La sala estalló en aplausos ante las
palabras de aquella señora al tiempo que
se alzaron voces en árabe mofándose de
ella y pronunciando unas palabras
soeces que provocaron la cólera del
farmacéutico Yazid, quien se estremeció
poniéndose de pie mientras hablaba muy
enojado, dirigiéndose a un puñado de
estudiantes que se hallaban sentados en
una de las esquinas de la sala, cada
uno con su amiga al lado, y que no habían
dejado de armar jaleo ni de reírse:
- Si vuestro nivel es
el mismo que el de las palabras soeces que habéis
proferido os aconsejo que
será mejor para vosotros que os permanezcáis en
silencio, si no, las
consecuencias serán nefastas, ya que si sois tan viles que no
respetáis a una
señora palestina de la edad de vuestras madres, os aviso que en
esta sala hay
hombres capaces de enseñaros como respetar a los demás.
La pandilla de estudiantes, que al parecer
se percató de la gravedad de la
situación, permaneció en silencio, mirándose
sus componentes unos a otros
como aparentando que no se consideraban aludidos
por las amenazas de
Yazid, con lo que querían afirmarse en negar que fueran
ellos quienes
profirieron aquellas palabras soeces. Cuando Yazid se iba a
sentar de nuevo se
oyó una voz muy alta diciendo en tono burlón:
- Sin lugar a duda
este hermano nuestro pertenece a la burguesa asociación
Jerusalén y seguro que
sus nervios aristocráticos ya no aguantan más, ¿acaso
no hay en la sala quien
pueda tranquilizarle?
Estas frases fueron seguidas de risas y
burlas que se mezclaron con la fuerte
algarabía que seguía envolviendo la sala,
originada por decenas de
conversaciones marginales relacionadas o no
relacionadas en absoluto con la
asamblea.
Muchos de los asistentes se habían agolpado
junto a las dos puertas que dan
acceso a la sala y algunos de ellos se pusieron
de pie en los corredores fuera
de la misma, en lo que parecía una espera hasta
conocer en que iba a terminar
aquella magna discusión sobre el idioma de la
asamblea, y si esta arrancaba
por fin o no. No era pequeño el número de
familias que ya se habían retirado
de la asamblea hasta aquél momento, al
tiempo que el fuerte griterío que
tronaba en la sala, se veía reforzado por el
vocerío procedente de las dos
puertas, donde los que se agolpaban allí estaban
inmersos también en un
torrente de discusiones.
Uno de los asistentes al acto se resbaló
mientras caminaba de vuelta hacía su asiento. Otro, tímido él, se cargó de
valor, negándose a ser un desconocido en semejante asamblea, poniéndose de
repente de pié, como si lo hubiera picado un bicho, traicionándole la lengua
una vez tras otra mientras las palabras brotaban de su boca a trompicones,
chocándose unas contra otras, a causa de su intensa timidez, y así estuvo a lo
largo de casi cinco minutos durante los cuales nadie de entre las pocas
personas que pudieron oírlo comprendió nada, excepto palabras sueltas como
"democracia"... "la consciencia revolucionaria"..."el
compromiso"... y "orinarse en la malaria". Alguien que escuchó
esto último, atónito, se apresuró a preguntar a un compañero suyo acerca de lo
que quería decir ese que acababa de hablar con eso de "orinarse en la
malaria", pero su compañero le aseguró que aquel hombre no había dicho
eso, sino que dijo "proletaria"(2). Ambos se inclinaron
hacia una chica española sentada delante de ellos y la preguntaron acerca del
significado de la palabra "proletariado" que aquel titubeante había
pronunciado repetidamente, a lo que esta contestó que esa palabra se refería a
una variedad de trigo ruso. Cuando el titubeante en cuestión se percató de que
nadie aún le había interrumpido ni le había insultado prefirió callarse y
quedarse a salvo, guardando su saliva y el embrujo de sus palabras para otra
asamblea más compasiva que esa.
Al tiempo que se enconaban las discusiones
de toda clase, una señora
española chillaba al oído de la mujer árabe sentada a
su lado, instruyéndola en
el modo de guisar canelones, mientras que su vecina
de asiento iba apuntando
sus notas al dorso de la primera hoja del discurso de
apertura de la asamblea,
que estaba previsto que pronunciara Abu Isa en nombre
de la Comisión
Preparatoria.
A través de la megafonía se oyó una voz
grave que pedía silencio al público,
en un tono educado y en español, con lo
que todos los presentes dirigieron sus
miradas hacia el escenario donde
constataron que el que les hablaba era un
hombre conocido por sus actividades
políticas de antaño, que abandonó desde
hacía años para dedicarse de lleno a su
profesión de médico. Los palestinos
veteranos de España conocían muy bien el
apoyo de este médico a la
formación de la nueva asociación y la disolución de
la asociación Jerusalén,
pero al mismo tiempo conocían de él su gentileza y su
alto nivel cultural.
El hombre empezó a hablar, mientras se
ahogaba el bullicio cual corcel
embridado y sujeto por un momento pero que
seguía resoplando deseoso de
galopar de nuevo:
- Hermanos. Permitidme
subir al escenario por unos momentos para invitaros e
invitar a la Comisión
Preparatoria a emprender de inmediato los trabajos de la
asamblea y no perder
más tiempo. Naturalmente tenemos que hablar aquí
enespañol, puesto que
la lengua que habla la aplastante mayoría de nosotros.
Sugiero que iniciemos la
asamblea eligiendo un comité de presidencia que se
encargue de conducir sus
trabajos, pero antes de esto os pido un minuto de
silencio en señal de luto por
las almas de los heroicos mártires de la Intifada.
El público de la sala se puso de pie,
permaneciendo reverentemente en silencio, hasta que el médico, desde su sitio
en el escenario, le pidió sentarse de nuevo. La asamblea parecía a punto de
iniciarse de verdad por lo que aquellos que se encontraban en los vestíbulos se
precipitaron hacía el salón de actos, asombrados por la remisión de la
tempestad que tenía lugar en su interior, sorprendidos por el sonido del
silencio que emanaba de allí, y deseosos de enterarse de lo que pasaba.
-4-
De una manera que sólo saben hacer los
árabes, especialmente de entre ellos
los palestinos, el público asistente
procedió, ya pasadas las 9 de la noche, a
elegir un comité de presidencia de la
asamblea compuesto por cuatro hombres
palestinos y una mujer española. En
cuanto a la manera con que fueron
elegidos, esta no fue comprendida por muchos de
los presentes, ya que,
además de haber sido llevada a cabo utilizando un idioma
compuesto árab-
español cuyo uso era común entre los veteranos árabe-español, su
mecánica era
cargada de lo que se podía denominar hechos consumados, que no
fueron
comprendidos salvo por un pequeño puñado de personas de entre los
seguidores de las distintas corrientes políticas palestinas, quienes en aquella
tarde-noche tuvieron la ocasión de volver a practicar la profesión de
"susurrar
al oído" y de moverse ágilmente entre las filas de
asientos, donde cada una de
estas personas indicaba a los miembros y seguidores
de su propia corriente
política que tenían que votar a fulano y que cuidado con
votar a mengano. Y
no había pasado más de un cuarto de hora cuando ya se oía
repetirse en el
salón de conferencias las consabidas consignas de "yo
propongo a fulano
como candidato", "yo secundo la propuesta de
candidatura de fulano" y "yo
propongo la candidatura de mengano", etc.
Y fue así como se constituyó el
comité de presidencia de la asamblea.
Y también como por ensalmo, doctor Ismael
fue elegido presidente de la asamblea de entre los cinco subidos al escenario
al tiempo que lo abandonaban los miembros de la Comisión Preparatoria. Esta vez
nadie supo, ni siquiera aquel pequeño puñado de seguidores de las distintas
corrientes políticas, como se desarrolló la elección del presidente, pero la
mayoría de ellos se callaron a regañadientes, puesto que este pertenecía a una
corriente política fuerte y cualquier manifestación en contra de su elección
sería suficiente para sumir la asamblea en otras dos horas de caos, máxime
cuando el caballo del bullicio seguía resoplando en la sala.
El doctor Ismael ponía al descubierto sus
colmillos, sonriente, como si
acabara de atrapar la presa de su vida,
dedicándose inmediatamente después a
pasear su mirada por el salón de
conferencias con sumo desprecio, mientras
que los rostros se inclinaban unos
hacia otros y las bocas susurraban entre
preguntándose por el nombre del
presidente y mofándose de la máscara de
grandeza con la que vestía su faz
morena-oscura. En cuanto a los otros cuatro
miembros del comité de presidencia,
estos se encontraban sentados en una fila
de sillas detrás del presidente y así
permanecieron sin articular palabra a lo
largo de la asamblea.
El murmullo en la sala iba subiendo de
tono ante el prolongado silencio del
presidente cuyo grueso labio inferior dejó
al descubierto unos dientes
ennegrecidos de tanto fumar. Y sin mediar palabra
el hombre dejó caer su
puño sobre la tribuna, golpeándola fuertemente y
produciendo a través de los
megáfonos un estruendo parecido a una explosión,
ante lo cual una señora
española, asustada por el golpe, exclamó al oído de su
marido, sentado a su
lado:
- ¡¿Es que no tenéis
otro presidente mejor que este los palestinos?!
Y de repente, el presidente sustituyó su
sonrisa adusta por un cabreado
rostro sonriente, diciendo con un tono feroz que
se abalanzaba literalmente
sobre los presentes, mientras que la alta mesa
seguía vibrando delante de él a
consecuencia del fuerte golpe:
- ¡Pero qué
barbaridad, por Dios! - dijo en árabe, permaneciendo a
continuación en silencio
mientras que con su mirada examinaba a los
presentes-.
- ¡¿Acaso es la primera asamblea a la que
asistís!? –ha continuado hablando en español-. Yo no voy a permitir
de ninguna manera que se repita el caos que ha paralizado los trabajos de esta
asamblea y que casi llega a provocar su fracaso, después de que su preparación
requirió un año entero, gracias a la Comisión Preparatoria. ¡¿Pero qué es eso?!
Casi no puedo creer lo que veo con mis propios ojos y que este sea nuestro
nivel. Tres horas habéis pasado en un estado lamentable de algarabía y
sandeces. ¡Basta ya de caos!
Dijo su última palabra mientras caía su
mano de nuevo sobre la tribuna,
provocando un estruendo muy fastidioso a través
de los megáfonos, ante lo
cual, uno de los asistentes le gritó en dialecto
palestino:
- ¡Pero tío, venga ya
hombre...sólo nos faltabas tú! Entra en el tema
directamente y déjate de
filosofar.
Otro exclamó:
- ¡¿Que pasa doctor,
vienes a enseñarnos democracia!?... ¡¿A quién vas a
engañar!?
Un tercero dijo en español:
- Por favor doctor
Ismael, déjanos ya de los discursos a los que nos tienes
acostumbrados desde
hace veinte años.
Este que hablaba, perdida ya su paciencia,
prosiguió diciendo, en dialecto
palestino:
- Ya conocemos estos
discursos tuyos de memoria. ¡¿Es que tienes que venir a
amargarnos en cada
reunión? ¡Venga ya, hombre, termina que queremos irnos
a nuestras casas!
Una señora española se levantó y dijo
dirigiéndose al presidente:
- Yo no comprendo
nada. Hace unos minutos la Comisión Preparatoria estaba
de pie dónde estás tú
ahora, ¿Y ahora a dónde se ha ido la Comisión
Preparatoria? ¿Y quién eres tú?
¿Qué estás haciendo en la tribuna? ¿Y quiénes
son los cuatro sentados detrás de
ti, y cuál es su misión?
El doctor Ismail se puso histérico al ver
la reacción de los asistentes cuando
ya se había creído por un momento que les
había deslumbrado con sus
palabras, y que estaba sujetando firmemente la brida
de la asamblea. Así, su
cara se congestionó, hasta el punto de que algunos
pensaron que sus
yugulares, muy hinchados, estaban a punto de estallar,
empezando él a
revolverse y a inflarse cual pájaro que ahueca el plumaje, y de
repente cascó
fuertemente la mesa delante de él nuevamente, explosionando las
palabras de
su boca mezcladas con abundantes gotas de saliva, diciendo en
árabe,
tronando y desafiando a unas personas concretas que él conocía muy bien,
y
ellos a él, y que pertenecían a corrientes políticas distintas a la de él:
- ¡¿Vosotros me vais a
enseñarme a mí democracia!?... ¡¿Vosotros me vais a
enseñarme a mí la dirección
de asambleas!?... ¡¿Quién de vosotros asistió a
tantas conferencias como yo?!
... Y me refiero a conferencias internacionales y
no a una asamblea como la que
estamos en ella ahora y que es una vergüenza.
Algunos oyeron la voz de un hombre canoso,
sentado en las primeras filas,
mientras recitaba dos versos que dicen:
No despreciamos vuestros "favores",
sin embargo seguimos albergando un anhelo.
En nuestra mano quedan restos de un país,
Descansad pues para que no se pierdan estos restos. (3)
Y mientras el doctor Ismail seguía
rugiendo a través del micrófono, el
doctor dentista, Kamal, se inclinó hacia el
que estaba sentado a su derecha
preguntándole con voz baja y con una sonrisa
sobre los labios:
- ¿Qué picho le habrá
picado al doctor Ismael? No le veo normal hoy. Parece
como poseído.
– Y sin
"parece". De hecho está poseído. ¿Pero qué otra cosa esperabas de él
tras veinte años estudiando para conseguir el título de medicina? Eso le
acomplejó.
Kamal se río al escuchar las palabras de
su compañero, pero pronto
recuperó la atención puesta en el doctor Ismael
encontrando que este seguía
con su verborrea cual tren de alta velocidad, sin
que nada pudiera pararle y sin
que prestara atención alguna al gran vocerío que
habían provocado sus
palabras, ni a aquellos que exclamaban reprendiéndole
desde todas partes del
salón de actos.
Una señora de mediana edad y entrada en
carnes se puso de pie en la segunda fila de asientos gritando con el habla
tradicional típico de una madre palestina:
-Malditos seáis y malditos
sean semejantes asambleas. Vergüenza debería de daros. Y tú que te crees
presidente ¿Quién te ha elegido? ¡Ya está bien, cállate ya, que tú eres el que
está arruinando la asamblea entera! ...¡Maldito sea Lenin, quien te enseñó
semejante democracia!
El doctor Ismael escuchó las palabras de
la mujer por encontrarse cerca de
él, respondiéndola sin haber detenido su
verborrea ni por un momento:
- ¡Pero señora! …
¡¿Con que yo soy el que está arruinando esta asamblea?! Por
Dios que no la está
arruinando salvo vosotros quienes no habéis asistido a una
asamblea en vuestra
vida. Pero aparte de esto, la ruego no arremeter contra
Lenin. ¡¿Es que
vosotros tenéis que estar insultando a Lenin venga o no venga
a cuento?!
Ismael quiso seguir hablando, si no fuera
porque uno de los asistentes se
encaró a él lanzando un alarido que sobrecogió
la sala, hasta horadar el
cortinaje del vocerío con orificios de silencio,
diciendo en un dialecto que en
su mayor parte era palestino rural:
- ¡¿Vienes aquí a
alardear de filósofo ante nosotros!? Pero hombre ¿te crees
que aquí estás en
una reunión de vuestra organización, con mis respetos hacia
ti y hacia tu
organización? Pero tío, despiértate. Esta asamblea es de todos, o
sea olvídate
por un momento de las asambleas de tu organización, olvídate de
Lenin, y
acuérdate de Palestina aunque sea por una vez en tu vida.
El doctor Ismael se encolerizó sobremanera
ante aquellas palabras, y gritó a aquel hombre en quien reconoció a uno de sus
contrincantes políticos:
- ¡¿Su señoría viene aquí a
hacer que me acuerde de Palestina, señor Ozmán?! Nos conocemos de hace mucho tiempo y sabemos
quien luchó de entre nosotros. Pues yo....
Ozmán le interrumpió gritando con
sorna:
-¿Y cuanta tierra habéis
liberado Dios mediante?... ¡Hombre! basta ya de charlatanería.
Una señora española se levantó de repente
exclamando en voz alta, agotada
ya su paciencia:
- ¡¿No os habéis
puesto de acuerdo ya en que el idioma de la asamblea sería el
español? ¿Hasta
cuándo entonces vais a seguir con este caos, o es que queréis
de nosotros los españoles
que abandonemos la sala?
Los aplausos a esta señora retumbaron dentro
de la sala, ya que era amplio
el porcentaje de señoras y chicas españolas, y de
jovencitos de padre árabe y
madre española, que no dominaban bien el idioma del
padre.
Y en medio del bullicio que siguió a los
aplausos, el público oyó de nuevo
la voz del doctor Kamal, diciendo en español,
con tono firme y dirigiendo sus
palabras al presidente de la asamblea:
- Por favor
presidente. Yo te propongo que dejes las discusiones aparte y que
comiences tu
trabajo de inmediato y sin más pérdida de tiempo. ¿Por qué no
nos lees el orden
del día de la asamblea para que acometamos de inmediato la
ejecución del primer
epígrafe?
De inmediato se oyeron varias voces
procedentes de distintas partes de la
sala apoyando, en los dos idiomas, a esta
propuesta. Sin embargo, al doctor
Ismael no le había gustado que aquél que tomó
la palabra le hubiera impuesto
su voluntad y que hubiera insinuado que él había
causado la pérdida de tiempo
de la asamblea, pero la casi unanimidad que habían
significado aquellas voces
le obligó a ignorar esta cuestión.
Así, el presidente procedió a la lectura
del orden del día que la Comisión
Preparatoria había redactado, con la sorpresa
de que mismo suprimía por
completo
cualquier papel que pudiera desempeñar la asociación Jerusalén, y
destacaba el
papel de la Comisión como único eje de la misma, al que se ha
conferido el uso
exclusivo de la palabra desde el inicio de la asamblea hasta su
final, todo lo
contrario a lo que previamente habían acordado Asociación y
Comisión.
El orden del día era largo y amenazaba con
que su ejecución iba a requerir
largas horas. Llamaba la atención especialmente
que la primera intervención
era la de Abu Isa, mientras que la del
representante de Palestina en España se
dejaba para el final. Según todos los
indicios parecía seguro que las últimas
partes del orden del día se veían amenazadas de no poder llevarse a cabo por
falta de tiempo, pues la hora pasaba ya de las nueve y media de la noche.
Al representante de Palestina se le ha
visto sacudir la cabeza disgustado al escuchar el orden del día, al tiempo que
se notaba un fuerte enfado en las caras de los seguidores de la corriente
nacionalista al que pertenece, al advertir la trampa que les habían tendido las
otras corrientes representadas en la Comisión.
Los representantes de la corriente
nacionalista quisieron intervenir para
corregir la marcha de la asamblea en
conformidad con lo que se había
acordado al respecto, pero el representante de
Palestina les pidió que no lo
hagan, ya que se percató de que la jugada había
sido bien tramada
comenzando por el inicio de la asamblea más de una hora
después de lo
previsto, pasando por el enfrentamiento acerca del idioma de la
asamblea y
finalizando con la insólita elección del presidente de la asamblea y
como este
procedió a irritar a los asistentes, además de todo el caos que
personas
determinadas se dedicaban a provocar con el fin de perder tiempo e infundir
hastío y asco entre los presentes que no pertenecen a la Comisión ni son de sus
seguidores, para que, cuando se haya marchado la mayoría de estos, queden
aquellos, sus amigas y sus esposas y votaran a favor de la Comisión.
El representante de Palestina, Abul Walid,
intercambió susurros desde su
asiento, con su estrecho ayudante, Husein,
diciéndole a este:
- Déjales. Está claro
que se han preparado durante meses para esta asamblea.
¿No te has dado cuenta,
por ejemplo, de que todos los que se han marchado
del salón de actos hasta
ahora son o de los que no tienen relación alguna con
las disputas políticas
palestinas o son de los contrarios a las corrientes
políticas que componen la
Comisión? Con su marcha han probado que no se
habían percatado de la jugada. De
todos modos y a pesar de que es ya
demasiado tarde, se debe advertir a los que
aún permanecen aquí e invitarles a
que se queden en la sala hasta el último
momento.
Husein se alejó para comunicar esta
advertencia a aquellos seguidores de
su corriente política que se encontraban
cerca de él, volviendo acto seguido a
ocupar su asiento al lado de Abu Walid.
Abul Walid mordisqueó su labio inferior
mientras sacudía la cabeza y observaba con ojos avizores lo que acontecía en la
sala de fuertes protestas contra el orden del día de la asamblea y las demandas
de que sea votado, en lo que le pareció una nueva maniobra encaminada a
provocar más pérdida de tiempo y a ahuyentar a más gente pacífica de entre
los participantes.
Mientras, se
desarrollaban en la sala discusiones interminables acerca de la
votación sobre
el orden del día de la asamblea.
--¿Cómo les permitiste, Abul Walid, seguir adelante
con esta locura de
proyecto? –preguntó Husein, incendido-. Mira esta asamblea
que ha tramado la
Comisión, sin el menor respeto a la comunidad palestina,
trayendo a los
palestinos aquí sólo para que apunten sus nombres en el registro
de asistentes y
para que paguen la tasa de participación en la asamblea, con el
fin de que la
larga lista de participantes sea utilizada después como
justificante legal de la
creación de una asociación que sustituya a la
existente, a pesar de que más de
dos tercios de los participantes se habrán
marchado a sus casas cuando
hayamos llegado en el orden del día al punto de
votar esta cuestión, lo que es
al fin y al cabo el meollo de esta asamblea.
- ¿Y que querías que
yo haga? Tú estabas presente conmigo en todas las
reuniones. Todo lo que les
dije entonces era que nosotros no teníamos la
facultad de impedir a nadie crear
una asociación palestina y que tampoco
teníamos facultad alguna para pedirle a
una asociación constituida y legítima
en España que se autodisolviera y
detuviera sus actividades. Y les dije, con
toda franqueza, que se trataba de
unas actividades que nosotros animamos y
que nos honran como palestinos.
Husein sacudió la cabeza y levantó ambas
manos apretando con ellas sus
sienes mientras repetía:
- Esto es una locura.
Esto es un escándalo. Nosotros somos responsables de
que esta farsa haya tenido
lugar.
-5-
El reloj marcó la una de la noche y los
que aún permanecían en la sala
parecían estar agotados a pesar de que poco
antes de la medianoche la sesión
se había levantado media hora para descansar,
lo cual había sido aprovechado
por muchos de los presentes para marcharse a sus
casas abatidos ya por el
cansancio. En la sala permanecían algunas decenas de
personas la mayoría de
ellas jóvenes acompañados de sus amigas que participaban
en la asamblea sin
tener derecho a ello al no pertenecer por lazos de familia a
la comunidad
palestino-española. Estaba claro que el plan de la Comisión
Preparatoria había
tenido éxito ya que la mayoría de los presentes en aquél
momento eran de sus
seguidores o amigos.
La asamblea discutía y votaba en aquellos
momentos algunos artículos de
los estatutos de la nueva asociación. Abu Isa se
frotó las manos de alegría al
ver que los resultados de las votaciones, que se
hacían a mano alzada, eran
favorable a la Comisión y desfavorable para la
asociación Jerusalén, con lo
que se veía ya, como presidente de la nueva
asociación, representando a la
comunidad palestina de España, y vislumbrando el
escaño del Consejo
Nacional Palestino ya al alcance de la mano.
La discusión acerca de uno de los
artículos de los estatutos de la nueva
asociación se había enconado en aquel
momento entre uno de los
representantes de la asociación Jerusalén, el
presidente de la asamblea y
algunos de los que respaldaban la Comisión, al
tiempo que las muchas e
ininterrumpidas conversaciones marginales envolvían
aquella discusión con
un ruido y un alboroto que hacían muy difícil distinguir
lo que se decía en la
discusión.
Alguien chilló en la parte más trasera de
la sala:
- Hermanos, ¡¿Quién de
vosotros escucha si todos estáis hablando?!
Al parecer, los religiosos, que a lo largo
de la asamblea intentaban tomar sus
riendas sin el menor éxito a causa de la
intensa oposición ejercida contra ellos
por parte de los marxistas-leninistas,
pensaron que el momento ya les era
propicio en medio de toda aquella estéril
discusión que se desarrollaba en la
sala.
Por esto, Abdesattar, con una barba
negra, espesa y larga, se envalentonó y gritó:
- En el nombre de
Dios, el Clemente, el Misericordioso.
Al oír estas alabanzas a Dios se
acallaron muchas voces cuya algarabía
inundaba el salón de actos, mientras que
Abdesattar continuaba hablando
como si estuviera asomándose a los presentes
desde otro mundo que no tiene
relación alguna con la asamblea:
- Hermanos. Hemos
inaugurado hace unos meses en la mezquita de Ozman Ibn
Affan clases diarias de
la religión genuina, pero hemos notado la escasa
asistencia a las mismas, ¿Por
qué hermanos no acudís a estas clases cuyo
horario es de...
Llegado a este punto, la sala estalló en
exclamaciones de protesta,
plantándose de pie el comunista Omar, gritando a
pleno pulmón, oculto a su
vez detrás de una espesa barba negra que arranca en la mitad de
su macizo
cuello y termina en dos mejillas separadas por una nariz menuda
montada por
unas gafas de montura negra y gruesas lentes:
- No vengas aquí a
culturizarnos. Somos cultos desde antes de nacer tú. No
hemos venido a esta
asamblea para hablar de vuestras clases de religión.
El presidente de la asamblea se apresuró a
interrumpir a Omar, a pesar de su
pertenencia a su misma corriente política,
por lo que había notado de extrema
violencia en su tono de voz, y encendido de
cólera se dirigió a este, chillando:
- ¡Cállate! ... ¡Tú Cállate! ... ¡Siéntate!
Y dirigiéndose a otro hombre le increpó
con un tono imperativo y tajante:
- Y tú ¡¿Por qué no te sientas tú también?! ... ¡Pero qué caos es este!
Mientras, salvo un miembro de la
asociación Jerusalén encargado de
discutir los artículos de los estatutos
presentados por la Comisión Preparatoria
antes de ser votados, el resto de los
miembros de la asociación cuyo número a
aquella hora tardía de la noche no
pasaban de una decena de personas,
permanecían en silencio ante todo aquel
caos. Uno de ellos se inclinó hacia un
compañero suyo sentado a su derecha y le
dijo en voz baja:
- No aprendieron nada
en absoluto a lo largo de veinte años que llevan en este
país respirando
democracia día tras día y leyendo sus lecciones una tras otra,
mañana y tarde.
Más nos valdría habernos aprendido sus lecciones letra a letra
dada nuestra
extremada necesidad de ellas. Todos nosotros no escuchamos
excepto a nosotros mismos,
no comprendemos excepto a nosotros mismos y
no amamos excepto a nosotros
mismos. Llevo resistiendo mis lágrimas desde
que se inició esta asamblea.
- Ya somos dos –le
respondió su compañero y amigo-. Yo también estoy
resistiendo las lágrimas de
tanto afligimiento y pena que siento. Nuestros
enemigos nos han expulsado de
nuestra tierra y nosotros nos hemos encargado
de completar la tarea de nuestros
enemigos, separándonos unos de otros en
nuestro destierro. Nos hemos
autofraccionado hasta grados microscópicos,
nosotros que somos un pueblo
pequeño, perseguido por la mitad del mundo e
ignorado por la otra mitad.
- Muy lamentable, esa es la amarga verdad.
- Enumera conmigo nuestras facciones que no han
liberado un sólo palmo de
nuestra inmaculada tierra, pero que sí han
distanciado entre un palestino y su
hermano palestino, cavando entre ambos un
abismal precipicio. Y enumera
además los grupos de fundamentalistas, comunistas
y conservadores, y
enumera también todo lo que estos quieren difundir entre
nosotros fuera de
nuestra patria de enemistad entre nuestros cristianos y
nuestros musulmanes,
nunca conocida en el seno de nuestro pueblo, y de
enemistad entre los del
campo y los de la ciudad, de modo que este es campesino
y aquel es urbano, y
entre los que habitan campos de refugiados y los que no lo
hacen, entre los
naturales de Cisjordania y los de la franja de Gaza, de modo
que este es
cisjordano y aquel es gazatí; entre los palestinos del Golfo,
palestinos de
Jordania, palestinos de Líbano, palestinos de Siria, y así.
- Tienes razón. Vivimos una catástrofe que nosotros
mismos hemos labrado y en la que nos han ayudado afanosamente algunos regímenes
árabes y no árabes. Es la catástrofe de la dispersión, la división, el odio y
el enfrentamiento interno, aquí y en todos los países del destierro palestino.
Somos, amigo mío, prisioneros de una nueva "yahilía"(4) que nos está
descarnando de mala manera, mientras nosotros estamos como drogados,
inconscientes e incapaces de comprender.
– Tú lo has dicho. Aquí
y en los países del destierro palestino. Pero allá en
nuestra Palestina el
pueblo sigue intacto y vigoroso porque la tierra que le
alimenta y el aire que
respira, además de todo su sufrimiento y padecimiento
bajo la ocupación, son
todos ellos elementos que purifican su alma y funden
su ser en un crisol único
de donde brota un mineral sólido y genuino que no
adolece de escisiones y
nimiedades internas que vacían de energía y vitalidad
la lucha de nuestro
pueblo en el exterior.
– ¡Te lo dije tantas
veces! No será capaz de liberar nuestra tierra salvo el pueblo de la Intifada y
los "niños de las piedras"(5). En cuanto al resto
no son más que burbujas de jabón que ciegan a nuestro pueblo desde la Nakba(6) hasta hoy día,
metiéndole en batallas que no necesitaba y en laberintos que no llevaban a
Jerusalén y ni siquiera a Gaza. Suelo siempre repetir estos dos versos de
Abderrahim Mahmud(7):
"Pobre de ti, pueblo cuya desgracia no es comparable a la de
ninguno de los pueblos …………………………………………………………………………………
Entregaste tu destino
a quienes son incapaces de restituirte tus derechos usurpados"
El vocerío se impuso sobre la voz del
presidente de la asamblea que seguía
hablando a través de la megafonía,
reprendiendo a todo el mundo e intentando
darles lecciones de democracia. Este
se calló y se volvió hacia atrás para ver
que tal estaban sus cuatro ayudantes
encontrándolos a todos tan embelesados
y
quietos como lo habían estado antes, hasta el punto de creer que estaban
dormidos.
Otro se puso repentinamente de pie, al
recordar súbitamente que no había
dicho nada desde hacía más de una hora a
pesar de que ardía en deseos de
hablar, y se dirigió al comunista barbudo que
aun seguía de pie discutiendo
con quienes se encontraban a su alrededor
recalcando así a los presentes que
no
acataba la orden del presidente que le había pedido que se sentara:
- Pero tío -le dijo-, esta
asamblea es para fundar la comunidad y no es una
asamblea de vuestra respetable
organización, y en la comunidad están todas
las corrientes incluida las
religiosas, ¿Es que no lo entiendes?
Y como si el comunista Omar, plantado de
pie, hubiera estado esperando al
encolerizado voluntario al que no conocía, por
lo que le respondió con mucho
sarcasmo e insolencia:
- Oye, tonto, una comunidad no se
funda... la comunidad es el pueblo, así
que
¡¿Quién es ese que funda el pueblo?! Estamos aquí para fundar una
asociación.
El que se había dirigido a Omar, y que
permanecía aún de pie junto a su
asiento, lo mismo que otra decena de personas,
se había enfurecido tanto que
se dirigió a Omar con un tono muy crispado y le
insultó abiertamente en
devolución de la ofensa. El comunista escuchó los
insultos dirigidos a él,
paseó su vista entre los presentes hallándolos a cada
cual en un mundo aparte,
percatándose así de que nadie a parte de él había
escuchado aquellos insultos,
por lo que aparentó no haberlos escuchado él
tampoco y prefirió sentarse,
callarse y pasar inadvertido, al tiempo que el que
le insultó tomaba asiento
jadeando a consecuencia de su extremada cólera.
- Hijos míos...hijos míos -empezó
a decir, tranquilamente, un hombre mayor,
de pelo canoso, tras haberse puesto
de pie, dirigiéndose a los concurrentes-,
pero viendo que nadie le hacía caso a
causa de la debilidad de su voz se volvió
a sentar con la misma tranquilidad.
Otro de los asistentes a la asamblea se
hartó de lo que estaba pasando a su
alrededor por lo que abrió un periódico español
de par en par, abalanzándose
sobre sus páginas los ojos de los tres individuos
sentados detrás de él, a su
derecha y a su izquierda, quienes a su vez estaban
harto aburridos, leyendo los
cuatro, silenciosamente y al unísono, un gran
titular que decía:"Los israelíes
rompen intencionadamente los huesos de
los prisioneros palestinos". Debajo
había un subtitular que decía:
"Las fuerza israelíes mataron ayer a cinco
palestinos". El que está
sentado en medio de los otros tres lectores cerró el
periódico violentamente
soltando, con una voz audible, un insulto muy soez,
escuchando a continuación
al que se encontraba detrás de él decir "Amén". Se
volvió hacía él
intercambiando los dos una amplia sonrisa mientras que el que
estaba sentado a
su izquierda exclamaba:
- ¡Pero qué metedura de pata! Un
error que cometí, pero ya no me vuelven a
cazar para otra asamblea ni en
sueños. ¡Pero qué desgracia!
Entretanto, continuaba disminuyendo el
número de los presentes en la sala y
los que discutían se hallaban entregados a
sus discusiones, mientras que los
que se mantenían en silencio sentían despecho
hacia la asamblea, hacia sus
organizadores y hacia quienes les habían
convencido para asistir a la misma; y
por su parte, se
encontraban aquellos que estaban inmersos en charlas muy
amenas, y del todo
ajenos a lo que ocurría en la sala.
-6-
Pasaban ya de las tres de la madrugada
cuando se terminó de contar los
votos cosechados por la junta directiva de la
nueva asociación cuya formación
había sido aprobada previamente por los restos
de la asamblea. Los
asambleístas habían elegido entre dos listas de candidatos,
la primera contenía
la Comisión Preparatoria entera, con sus tres corrientes políticas, y la segunda
contenía una cuarta facción, los fundamentalistas, y dos miembros de la
asociación Jerusalén.
Y a pesar de que la mayoría de los
presentes a aquella hora de la madrugada
eran seguidores de las corrientes
representadas en la Comisión Preparatoria, y
a pesar de que un número de chicas
españolas, que no tenían derecho a votar
, habían depositado su voto junto a los
votantes, en medio del ambiente de
confusión y agotamiento que en aquellos
momentos envolvía a todos los que
se encontraban en la sala, aun así, el
triunfo de la Comisión Preparatoria se
produjo con una ínfima diferencia de
votos.
-7-
Dos años enteros han pasado ya
desde la celebración de aquella asamblea y
nadie de los palestinos de Madrid ha
oído hablar a lo largo de este tiempo
acerca de una sola actividad significante
que haya realizado la nueva
asociación. Todo lo que ha pasado a lo largo de
estos dos años ha sido el
estallido de problemas entre los miembros de su junta
directiva que preside
Abu Isa, y alineación de cada uno de los tres corrientes
políticas que la
formaban con sus correspondientes colegas de ideología en
contra de los otros
miembros de la junta, hasta el punto de enconarse la lucha
dentro de la misma
al intentar cada una de las partes controlar los asuntos de
la naciente
asociación. En cuanto a trabajar y sacrificar esfuerzo y dinero al
servicio de la
comunidad palestina de Madrid los miembros de la nueva junta
directiva se
limitaban a exigir unos a otros la realización de tales esfuerzos,
y a exigir lo
mismo a otros palestinos que se habían apuntado en la asociación.
La desidia de los miembros de la
junta directiva respecto al trabajo y al
sacrificio a lo largo de los dos años,
llevó a la intensificación de los
enfrentamientos entre ellos, ya que cada uno
de ellos acusaba a sus otros
compañeros de ser los responsables de la paralización
de la asociación,
mientras que los miembros de cada corriente política
participante en la junta
directiva se dedicaban a difundir información en el
seno de la comunidad
palestina de Madrid acerca de la desidia de las otras dos
corrientes.
Así las cosas, los seguidores de la nueva
asociación se apartaron de ella al
haber perdido sus encargados toda
credibilidad después de haber estado
lanzando promesas a lo largo de tres años, convocando reuniones
y
asambleas, e injuriando a la asociación Jerusalén, sus fundadores y sus
miembros.
En cuanto a la asociación Jerusalén, esta
había recibido un fuerte golpe con
la formación de la nueva asociación a causa
de la confusión, desconcierto y
perplejidad
provocados en las filas de la comunidad palestina por la
celebración de
aquella asamblea, hasta el punto de que algunos de los
miembros de la
asociación Jerusalén, carentes de firmeza en sus posturas, se
retiraron de la
misma por temor a provocar contra ellos a las corrientes
políticas participantes
en la nueva asociación, para evitar tensiones personales
o por preservar
ciertas amistades.
Ahora, habiendo pasado dos años desde la
celebración de aquella asamblea,
la asociación Jerusalén sigue existiendo y
sigue activa al servicio de las
familias palestinas en Madrid, y al servicio de
la imagen palestina en España,
mientras que aquellos de sus miembros que se
habían retirado de ella se están
volviendo de nuevo, paulatinamente y, empezando
la asociación a recuperarel
respecto de aquellos que se habían ahuyentado de
ella en el pasado. una vez
puesta en evidencia la jugada que había urdido la
Comisión Preparatoria y los
verdaderos objetivos de los encargados de ella, ya
está empezando a recuperar
el respeto de aquellos que antaño se habían
ahuyentado de su lado después de
que hubiera quedado probado para ellos que
politizar las actividades sociales y
culturales está condenado al más rotundo
fracaso.
Madrid, 1991
1- Abu Al-Ala Al Maarri: Gran
filósofo, escritor y poeta árabe (973-1057).
2- (Orinarse en la malaria) y
(Proletaria): Juego de palabras, en árabe.
3- Versos del gran poeta
palestino, Ibrahim Tuqan (1905-1941).
4- Yahilía: (Significa: tiempo de ignorancia). Es el
nombre que se da al período preislámico en Arabia, caracterizado por las
divisiones y guerras entre las innumerables tribus árabes.
5- Intifada: La rebelión popular
palestina contra la ocupación israelí (1987-1991), cuyos protagonistas eran los
adolescentes y niños, armados sólo de piedras, de allí: "los niños de las
piedras".
6- Nakba: (Catástrofe)
denominación que se da a la implantación del estado de Israel en Palestina y la
expulsión del pueblo palestino de su tierra en 1948.
7- El gran poeta palestino, Abderrahim
Mahmud (1913-1948).