LA ASAMBLEA <p> un relato de SaId Alami

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La Asamblea

Saïd Alami 


Un relato con acontecimientos, personajes, diálogos y fechas en su mayoría reales, fielmente transcritos aquí, aunque sin citar los nombres verdaderos de sus protagonistas.

(Traducción adaptada, del árabe, por el autor)

 

Nota

Para la presente edición en castellano de esta colección de relatos, he decidido desvelar el lugar auténtico donde fue celebrada la asamblea en torno a la cual gira este relato que da el título al libro: La Asamblea. Cuando escribí el mencionado relato consideré que era necesario ocultar que la asamblea en cuestión había tenido lugar en Madrid, con el fin de que el relato no sirviera de fuente de información sobre detalles relacionados con la comunidad palestina de Madrid, pues es fácil deducir de la lectura del mismo que se trata de una narración verídica de una asamblea real. Considero, que transcurridos ya 33 años desde la celebración de aquella asamblea, en el Colegio Mayor Chaminade, en la capital española, se puede devolver el relato a su lugar auténtico, máxime cuando se trata de publicar el relato en castellano y en Madrid.

Introducción al relato

 

Todos marchan adelante y nosotros caminamos para atrás

Ni nuestra vida es vida, ni tenemos parecido entre la Humanidad

Zaid está en contra de Amr, y Mahmud lucha contra Jaafar

Mientras sus países son humillados y despreciados por doquier

Poema árabe anónimo

 

Seguimos en los cuartos de anestesia

Sobre las camas de anestesia durmiendo

Mientras los años pasan uno tras otro

Cubriéndonos de mentiras desde lo alto de nuestras cabezas

hasta los pies

Hermanos, decirme, ¿Hasta cuándo?

Fadwa Tuqan (poetisa palestina, 1917-2003)

 

Pueblo mío… Tú que eres cual rama de incienso

Tú que eres para mí más querido que mi propia alma

Nosotros permanecemos… aferrados al compromiso...

Tawfiq Zayad (poeta palestino, 1929-1994)

     

  El reloj del salón de conferencias de la planta baja de un colegio mayor del principal campus universitario de Madrid marcó las cinco de la tarde del primero de julio de 1989, mientras decenas de veteranos miembros de la comunidad palestina se agolpaban en los pasillos fuera del salón junto a sus esposas, hijos y decenas más de estudiantes universitarios algunos acompañados por sus amigas españolas, así como un grupo de nuevos inmigrantes y sus familias quienes fueron catapultados a España por las medidas vejatorias adoptadas últimamente contra los palestinos y árabes, por algunos países árabes, así como a causa de los acontecimientos que golpearon el oriente árabe en los años ochenta. Todos ellos habían acudido para participar en una asamblea de la comunidad palestina de la ciudad.

    Nunca antes Madrid había sido escenario de una congregación palestina de

estas dimensiones. Por los pasillos se elevaban las voces de unos llamando a

 otros, y muchos se precipitaban a tomar entre sus brazos a otros muchos,

 oyéndose las manos de unos dando golpecitos en las espaldas de otros,

 mientras se oían las detonaciones de los besos estallando sobre las mejillas, y

 se elevaban las risas aquí y más allá interferidas por las carcajadas, al mismo

 tiempo que las interrogaciones, las preguntas, las bienvenidas y las expresiones

 de asombro se iban chocando entre sí, repitiendo sus ecos las paredes de aquel

 edificio estudiantil acostumbrado a lo largo de los últimos años a acoger actos

 políticos y culturales árabes en los que los conferenciantes superaban en

 número a la mitad del público presente.


-¡Hombre! ¿Dónde estás, hombre? ¿Dónde te has metido todos estos años?

- Hola Mustafa. ¿Qué hay de tu vida, hombre? Me han dicho que te habías trasladado a Valencia.

-  Mira. Allí va Mahmud Al Afandi. ¡Dios mío! No le había visto  desde hace

 quince años. Discúlpame un momento, voy a saludarle antes de que se pierda

 en medio del gentío.

- ¡Yusef...oye Yusef! ¡Pero hombre! ¡Dios! ¿Qué hay de tu vida? ¿Así te olvidas de tu compañero de carrera? ¡Acércate que te dé  un abrazo, hombre!

    Antiguos amigos y compañeros de estudios durante los sesenta y los setenta se juntaron en aquella calurosa tarde, olvidándose de lo que venían a hacer, perdiéndose en conversaciones en las que algunos han contado sus tristezas, mientras que otros desplegaban las plumas de pavo real, a la vez que otros evadían encontrarse cara a cara con sus compañeros y colegas del pasado para evitar descubrirse ante ellos desnudos sin nada que ofrecer ante los ojos de los demás. No faltó quien buscó entre el gentío a determinadas caras a las que echaba de menos intensamente, contrincantes suyos para liquidar antiguas cuentas o deudores con infinitas artimañas para tragarse los derechos de los demás, de modo que no se engordan salvo de este modo. Otros se han precipitado de la mano de sus hijos e hijas para presentarlos a sus amigos y a los hijos de estos en un auténtico y apremiante anhelo de establecer nuevos lazos de amistad entre los palestinos en esas tierras.

 

    Grupos de esposas españolas se congregaron aquí y allá, amén de grupos de muchachos y jovencitos, tanto chicos como chicas,  mientras los niños corrían unos detrás de otros en medio del aquel gentío que había provocado en ellos las energías de su infancia y su tendencia natural a la anarquía que les es prohibida en sus propias casas. Las niñas pequeñas gritaban llamándose unas a otras mientras se pavoneaban con sus bonitas ropas, como si estuvieran en una fiesta.

 

    Y es que aquello era realmente como una auténtica fiesta para muchos de los

 miembros de la comunidad palestina, que les embargaba, rodeados de sus pares

 y sus amigos, la alegría de estar entre palestinos, cosa que tanto anhelaban lejos

 de la patria y lejos de las principales concentraciones de su dispersado pueblo.

 Pero, en cuanto a otros de entre los asistentes, precisamente aquellos

 acostumbrados a rumiar incesantemente los tejemanejes de la política, y tan

aficionados como son a intentar someter a los demás en nombre de un

altisonante patriotismo que venían practicando desde los primeros años de sus

carreras universitarias -que no fueron terminadas por la mayoría de ellos-, esta

asamblea suponía una gran ocasión para resurgir sobre el escenario, seguir representando su eterna comedia, y desempeñar su profesión de charlatanería política y patriótica, en su afán de exhibirse con apariencia de personalidades de larga lucha, detrás de las cuales ocultaban sus miserables condiciones personales y políticas, compuestas por eslabones de fracaso siempre basados en un solo cimiento, que se repite en la mayoría de estos casos, y que no es otro que el fenómeno de parón del proceso de maduración psicológica en la edad de la adolescencia.

 

     En el seno de esta aglomeración se encontraba un grupo de jóvenes a finales

 de su tercera década y principios de sus cuarenta, de quienes no se había

 trascendido papel político alguno a lo largo de las dos décadas de residencia en

España, que habían pasado estudiando y más tarde trabajando, período de

 tiempo este en el que eran conocidos por sus sentimientos de patriotismo

 palestino y árabe, y por mantenerse fieles en su vida familiar a sus raíces y al

 acervo de sus ancestros. Este grupo de jóvenes se mezcló con los demás

 asistentes, intercambiando con ellos saludos y bromas y respondiendo a muchas preguntas acerca de esta  asamblea, acerca de las circunstancias que rodearon su convocatoria y de sus posibles resultados.

 

     Este grupo, compuesto por profesionales de distintos gremios, como el

 médico, el conductor y el comerciante, habían formado una asociación de

 miembros de la comunidad palestina, a la que pusieron el nombre de Jerusalén,

 y que se había encargado de dar a conocer a los españoles el lado cultural y

 cívico del pueblo palestino, además de inculcar y pulir el lado árabe en la

 personalidad de la segunda generación de esta comunidad compuesta por niños

 y adolescentes nacidos en el seno de familias palestino-españolas. Esta

 asociación se había esforzado, desde su fundación hacía dos años por animar el

 mutuo conocimiento y el acercamiento entre los miembros de la comunidad

 palestina, cosechando un notable éxito, lo que atrajo a su seno a decenas de

 familias palestinas, máxime cuando nadie de entre los funcionarios oficiales

 palestinos y árabes en Madrid había mostrado el más mínimo interés por esta

 comunidad o ninguna otra comunidad árabe en España, ni les había importado

 un bledo su existencia.

 

     En los corredores y espacios próximos al salón de conferencias el grupo perteneciente a la asociación Jerusalén recibió reprimendas de parte de algunos sinceros activistas palestinos a causa de la aceptación de la asociación de participar en la asamblea, habida cuenta de que la fama de sus organizadores y promovedores les acreditaba como gente adicta a las proclamas políticas grandilocuentes, a la desorganización y a la improvisación. Estos reprendedores auguraron un fracaso estrepitoso de la asamblea, el fin de la asociación recién nacida y el desvanecimiento de cualquier actividad palestina honorable en el ámbito español, o sea, que estaban augurando el regreso al estado anterior al nacimiento de la asociación Jerusalén. La asociación recibió también otras reprimendas de parte de algunos rumiadores de la política por su participación en la asamblea como parte independiente, acusándola estos, nuevamente, de ser una asociación burguesa, demagógica, incongruente y otras denominaciones que tenían empollados desde sus años de adolescentes. Los miembros del grupo hacendoso escuchaban, con una mezcla de paciencia y pena, aquellas acusaciones y otras aún más graves, de las que estaban ya aburridos de tanto escucharlos continuamente, a lo largo de los últimos meses.

 

     Mientras, en el interior del salón de actos, que también se utilizaba para proyectar películas cinematográficas, algunos palestinos junto a sus correspondientes esposas habían ocupado parte de los asientos revestidos de tela roja, a la espera de que se iniciara la asamblea, cuyo comienzo estaba previsto para las cinco de la tarde. Y mientras estos estaban a su vez enzarzados en conversaciones para matar el tiempo, a la espera de que entren los restantes participantes en el salón de actos, se afanaban en abanicarse utilizando para ello revistas, libros o abanicos tradicionales españoles, con la esperanza de atraerse un poco de aire que les aliviara de la sensación de calor que se iba extendiendo espesamente entre aquellas paredes, como si el color rojo rancio que las revestía, así como a los asientos y las moquetas, fuera la expresión viva del bochornoso calor de julio encerrado en aquél recinto. Entre estos había nuevos inmigrantes palestinos ya entrados en edad, que no habían establecido aún relaciones de amistad alguna en Madrid, por lo que habían preferido entrar en el salón de actos cuanto antes, a la espera de que se iniciara la asamblea.

 

    Mientras, los politiquillos, con su mentalidad de adolescentes, se afanaban moviéndose entre los corros de palestinos cuyo agolpamiento se hacía cada vez más apretado, mientras las manecillas del reloj se acercaban a las seis de la tarde. Estos se distribuyeron en los corredores y vestíbulos, además del interior del salón de actos, según un plan previamente establecido con todo detalle, tal como acostumbraban hacer en sus días de antaño, en asambleas estudiantiles, en Madrid, Valencia, Sevilla y otras ciudades españolas, guiados por una mentalidad cuyas cabezas no admiten otra distinta a ella. Estos habían formado, un año antes, una comisión preparatoria que albergaba un sólo objetivo por el que trabajaron unidos día y noche, a pesar de pertenecer a corrientes políticas distintas que se habían descollado a lo largo de las últimas dos décadas en ocuparse de una única tarea política en España, consistente en enfrentarse los unos a los otros. En cuanto al objetivo que les había unido a lo largo del último año no era precisamente enfrentarse a la campaña propagandística israelí que arreciaba en el país, pues esa campaña, que llevaba años en marcha, no les había causado la más mínima preocupación, sino que habían aunado sus esfuerzos para acabar con la asociación Jerusalén, que con su trabajo y su actividad había puesto en evidencia la desidia y la apatía que les caracterizaban a ellos. Sí, el excelso objetivo al que aquellos individuos habían dedicado esa asamblea era la formación de una nueva asociación que venga a suprimir a la ya existente y, por consiguiente, enmudecer la única voz que entonaba el canto de la civilización árabe-palestina a oídos de la sociedad española.

 

    Los miembros de la Comisión Preparatoria y sus seguidores se afanaron en

 incitar a los asistentes a oponerse a los encargados de la asociación Jerusalén,

 atribuyéndoles las más horrendas acusaciones. Además, prometían a quienes

 les prestaban oídos que la nueva asociación será grande, fuerte y democrática y

 que derrotará la propaganda israelí en España, además de prestar a la

 comunidad palestina en Madrid servicios tan amplios como los cielos y la

 Tierra juntos.

 

    Las dos partes, Comisión y Asociación, habían negociado a lo largo de los dos meses anteriores a la celebración de la asamblea bajo la supervisión de una entidad palestina oficial e imparcial que se esforzó por aunar los esfuerzos de ambas partes. Y al tiempo que la asociación Jerusalén demostraba su disposición a convertir en realidad esa unión, la Comisión, encabezada por Abu Isa, un médico psiquiatra que aducía un pasado de pretendida y larga lucha contra el sionismo, insistía y se aferraba con toda franqueza y sin reparo ético alguno, a la necesidad de que la asociación Jerusalén se autodisolviera y ponga fin a sus actividades.

 

     Fueron del todo inútiles los esfuerzos de los encargados de la Asociación y del representante de la entidad oficial palestina para convencer al doctor Abu Isa, y a los representantes de las tres facciones palestinas que le apoyaban, del hecho de que la mencionada exigencia de desmantelar la Asociación era a todas luces inviable, pues, cómo se podía asumir que un palestino exija la disolución de una asociación palestina que se afana en la presentación del rostro cívico palestino y en la prestación de servicios a las familias palestinas en un país europeo, máxime cuando la Comisión que formulaba tal exigencia en realidad no existía sobre el terreno, y cuando no había hecho a lo largo del año que pasó desde su aparición salvo ofrecer promesas y jurar repetidamente por las almas de los mártires, venga o no  a cuento, que sus intenciones son nobles y que no pretende excepto servir a la causa palestina.

 

     Las sesiones de negociación entre Asociación y Comisión a veces duraban la noche entera, sin resultado alguno, y con un extraño empecinamiento por parte de la Comisión, que seguía exigiendo la autodisolución de la Asociación, con el pretexto de que esta no era democrática. La tensión llegó a su punto álgido en una de esas sesiones que duró hasta acabada la noche, cuando el representante de la entidad oficial palestina fue presa de lo que parecía una crisis nerviosa en el curso de la cual volcó su ira sobre Abu Isa, dirigiéndole un torrente de acusaciones, en las que expresaba sus dudas acerca de las verdaderas intenciones del psiquiatra y acerca de si la Comisión estaba tomando sus decisiones libremente o si había alguna otra parte oculta detrás de ella, ya que esta, con su exacerbado empecinamiento y su negación a alcanzar acuerdo alguno con la asociación Jerusalén que no incluyera la disolución de la misma, parecía más bien como si estuviera negociando con Israel, o como si tuviera la más mínima autoridad sobre la Asociación que funcionaba acorde con la legislación española y con la aprobación de la entidad oficial palestina.

 

    Con este espíritu pernicioso, la Comisión había convocado esa asamblea palestina, para lo cual los seguidores de las corrientes políticas que la formaban se habían afanado a lo largo de las semanas previas a su celebración en difamar a los encargados de la asociación Jerusalén, invirtiendo en esta tarea todo su tiempo, máxime cuando algunos de ellos no tenían otra ocupación a lo largo de sus días salvo politiquear. En cuanto a los miembros de la Asociación, siendo todos empleados y hombres de negocio, invertían su escaso tiempo libre en la planificación para algún festival o acto cultural palestino, en editar su boletín en castellano, en los ensayos de su grupo folklórico palestino, o en preparar excursiones de senderismo para su grupo de boy scouts que habían formado.

 

-2-

 

         El reloj marcó las seis de la tarde y los presentes en el salón de actos empezaron a quejarse, ya que el inicio de la asamblea estaba previsto para las cinco, ante lo cual algunos de los miembros de la Comisión se apresuraron a llamar a los agolpados en los vestíbulos para que vayan entrando en el salón de actos, y a estos llamantes les siguieron al rato otros para llamarles a ellos, ya que los primeros se habían desvanecido entre el público presente y en medio de aquella algarabía. No sólo eso, sino que algunos de los agolpados en los corredores se habían trasladado al exterior del edificio huyendo del sofocante calor del interior, formándose corrillos junto a la entrada principal y oyéndose los gritos de unos y los insultos de otros contra unos terceros que no les podían oír en aquellos momentos por encontrarse dentro.

 

    En uno de esos corrillos se encontraba un profesor universitario palestino,

 conocido por su compromiso dentro de un grupo religioso musulmán. El

 profesor estaba injuriando a otro palestino perteneciente a su vez a otro grupo

 religioso musulmán a causa de que el calumniado había presentado su

 candidatura dentro de una lista de nombres cuyos componentes se habían

 postulado para dirigir la nueva asociación que saldría de la asamblea. Ese

 profesor era conocido por oponerse a todas las corrientes políticas

 representadas en la Comisión, pero también era conocido por su enemistad

 hacía todo aquello que no cuente con su participación, hacia todo proyecto

 que no encabezara él mismo, y hacia toda agrupación de la que no formara

 parte. El profesor cargó contra aquél hombre ausente tan brutalmente a oídos

 de los presentes hasta el límite de contarles a estos lo que según él era la

 historia detallada de la vida de aquél, explicándoles además que la fortuna que

 posee en realidad la había heredado de su mujer recién fallecida.

 

     Atónito, escuchó estas palabras un farmacéutico perteneciente a la

 asociación Jerusalén, quien se enfrentó abiertamente a aquél profesor

 reprendiéndole y llamándole la atención sobre el hecho de que, jactándose

 como se jactaba de ser un hombre religioso y practicante, se permitía injuriar a

 un compatriota suyo de aquella forma por el mero hecho de que aquél pertenecía a otro grupo religioso. Profesor y farmacéutico se enzarzaran en una

 fuerte discusión, jurando el primero que tanto él como su grupo votarán en la

 asamblea contra la asociación Jerusalén, a lo que el farmacéutico respondió

 diciendo que lo importante no eran los votos, porque estos no beneficiarán a

 nadie que después de obtenerlos no trabajara ni se sacrificara por el bien de la

 comunidad, recordándole al profesor la aleya coránica que dice: “Actuad, que

 Allah verá vuestros actos así como Su mensajero y los creyentes”. Y dicho

 esto el farmacéutico abandonó  aquél corillo.

 

    No se había alejado unos pasos cuando le abordó un hombre barbudo

 perteneciente al grupo religioso del que es antagonista el profesor

 universitario, rodeándole con su brazo derecho y hablándole con aires de

 pretendido jeque, al tiempo que le dirigía una mirada cargada de

 autocomplacencia y de autosuficiencia, como si le estuviera mirando desde

 alturas celestiales:

- ¿Cómo estás, Saad? -le preguntó-. ¿!Qué te pasa, hombre, que no te vemos

 por la mezquita ni siquiera los viernes!? ¡Alabado sea Dios!

 

     Saad se mostró amable con aquel hombre, aunque recibiendo sus palabras

 algo hastiado, ya que había respondido a aquella pregunta últimamente en

 repetidas ocasiones, a pesar de lo cual le contestó con una sonrisa y

 mostrándose alegre, y cómo no, tratándose de un ex-compañero de estudios:

- Oye Abdesattar, hasta el momento os dije veinte veces que la oración del

 viernes coincide con el inicio de mi horario laboral, así que, ¿qué quieres que

 haga? ... !¿Acaso tengo que publicar un anuncio en la prensa cada viernes para

 que os haga recordar que hay quien se ausenta de la oración del viernes por

 motivos forzosos o es que te has olvidado, hermano, de que estamos en un

 país que no otorga importancia alguna al horario de nuestras oraciones?!

 

    Hablaba alegremente con una amplia sonrisa sobre sus labios, pero hablaba

 firmemente con la esperanza de que Abdesattar llegue a comprender sus

 palabras, aunque sea por una sola vez. Sin embargo, el pretendido jeque

 volvió a la carga dirigiéndose a él con el mismo tono de autocomplacencia,

 pero esta vez mirándole por encima de las lentes de sus gafas que colgaban

 sobre el extremo de su nariz, imitando así a los jeques de avanzada edad

 aunque no había alcanzado aún los cuarenta años:

- Entonces -le dijo-, ¿Por qué no asistes a las clases de religión que damos en

 la mezquita por la noche?

 

     Al oír esto, Saad decidió decirle a Abdesattar unas cuantas palabras que

 desde hacía tiempo ansiaba decírselas a él y a otros pretendidos jeques de

 Madrid cada vez que surgía entre él y alguno de ellos este mismo diálogo. Así

 que, aprovechando que estaba con su interlocutor a solas, le dijo mientras le

 agarraba su hombro derecho:

- Abdesattar.

- Dime -respondió Abdesattar-.

 - ¿Quien da estas clases?

- ¿Por qué?

– Me gusta saber antes de asistir a vuestras clases quien sería mi venerable

profesor.

 

     Abdesattar carraspeó y movió ambas pupilas hacía la derecha y hacía la izquierda, como para asegurarse de que no había nadie cerca de ellos una vez que percibió el tono desafiante en las palabras de Saad. Sabía que aquél hombre plantado delante de él no acostumbra a adular a nadie salvo por mera educación y conocía en él, a lo largo de muchos años, un hombre atrevido que no se deja amedrentar por nadie.

– Las clases las damos Abul-ala y yo -respondió Abdesattar, desvaneciéndose

 totalmente en su voz el tono de autocomplacencia-.

     Una irónica sonrisa se dibujó sobre los labios de Saad, sabedor como era de como Abdesattar había abandonado sus estudios desde hacía largos años, refugiándose después en la religión y adoptando más tarde esta figura de pseudo jeque, que convirtió en una profesión desde la cual intentaba controlar a los demás seres humanos.

- ¿No te estarás refiriendo a Abul-ala Al Maarri? -dijo Saad con la sonrisa aún sobre sus labios-.(1) 

-Tú lo conoces, respondió Abdesattar, estudió con nosotros hace 15 años.

 

    Saad no quiso dirigir las palabras a Abdesattar directamente:    - ¿Hay entre los que dan estas clases de religión -se limitó a preguntarle con algo de ironía-, alguien que haya estudiado en la universidad Sharia Islámica, Teología Islámica, Filología Árabe, Filosofía de El Corán, la Lógica, Historia del islam, recitación coránica, Economía Islámica o cualquiera otra carrera religiosa universitaria?

 

     Abdesattar permaneció en silencio mientras miraba a Saad por encima de las lentes de sus gafas y habiendo entendido muy bien lo que Saad había querido decir.

 

- Entonces es más conveniente que estas clases de las que me hablas -continuó diciendo Saad, con una sonrisa más amplia aún-, se limiten a los niños y adolescentes de entre nuestros hijos, además de cierto estrato social de inmigrantes musulmanes en este país, ¿A qué estás de acuerdo conmigo, querido Abdesattar?

 

     Los dos hombres caminaron juntos hacía la sala de conferencias sin intercambiar más palabras, por compasión del uno hacia el otro, y en cuanto alcanzaron su puerta se separaron en busca cada uno de su camarilla.

 

-3-

 

    La hora se acercaba de las seis y media de la tarde cuando la sala de

conferencias se llenó de un público palestino-español, y los miembros de

 la Comisión Preparatoria ocupaban ya el escenario encabezados por Abu Isa, con su rostro ceñudo, bigote poblado y recto, colocado encima de una boca carente de labios. Pero nadie de entre los asistentes, sean hombres, mujeres o niños, les hizo el menor caso, continuándose imparables los diálogos y las conversaciones en grupo. Los niños correteaban por los pasillos entre las filas de asientos mientras se elevaba el llanto de algún que otro bebé pidiendo el pecho de su madre. Alguno llamaba a su amigo gritándole de lejos con todas sus fuerzas para que pueda este ubicarle en medio de la algarabía; y decenas de manos se movían nerviosamente agarrando periódicos, libros, abanicos o cualquier otra cosa capaz de atraer algo de aire, y mientras, alguien chillaba voz en cuello, pidiendo que se abran las ventanas "o sucumbimos", decía, pero nadie le hacía caso alguno.

 

-                 Abu Isa intentó atraer la atención, repitiendo en tono forzadamente educado unas frases y expresiones ante el micrófono plantado delante de él, sin embargo parecía que él se hallaba en un mundo y el público de la sala en otros distintos. De repente, el hombre estalló, con el rostro congestionado:

-              - ¡Hermanos! -gritaba a través de los megáfonos-. !Por favor hermanos! !un momento hermanos!

 

    El público se quedó estupefacto ante los tremendos gritos cuyo

 contenido sólo comprendieron los que hablaban árabe, reinando el silencio al tiempo que el llanto de los niños se hacía más fuerte, asustados como estaban a causa de los gritos, oyéndose alguna risa ahogada, mientras Abu Isa seguía hablando, muy tenso, dirigiéndose a los allí congregados, en lengua árabe.

 

    No habían pasado más que unos minutos cuando un palestino de entre los

 asistentes le interrumpió, con voz alta, diciendo en español:

- Casi la mitad de los presentes aquí son nuestras mujeres y nuestros hijos que

 no hablan excepto español, y nosotros, los palestinos aquí presentes, todos

 hablamos también este idioma, ¿Qué necesidad existe entonces de utilizar la

 lengua árabe sin que hubiera traducción al español?

 

    Estas palabras tuvieron de inmediato un efecto casi mágico entre la mayor parte de los asistentes, alzándose proclamas y frases de apoyo hasta tal punto que el hombre que estaba protestando tuvo que callarse, sintiéndose satisfecho ante el amplio respaldo que provocaron sus palabras. Algunas esposas españolas también alzaron sus voces desde sus asientos dirigiéndose a la Comisión Preparatoria cuyos miembros, sobre el escenario, estaban plantados de pie cuales estatuas, mirando pasmados al público, con la vista perdida, presa del pánico ante la reacción mujeril española en la sala y que a su vez había encontrado total apoyo de parte de maridos e hijos.

 

    Ni los miembros de la Comisión ni su presidente supieron que hacer al ver como la asamblea se les escapaba de la mano cuando aún no habían pasado más que unos minutos desde su inicio, que había tenido lugar una hora y media después de lo previsto. Así, empezaron a discutir entre ellos acerca de cómo salir de aquel embrollo, al tiempo que se propagaron por el salón de actos, nuevamente, las conversaciones colaterales y masivas cual fuego que se propaga en hierba seca. Los presentes, hombres y mujeres, se afanaban en expresar sus opiniones ante aquellos que estuvieran sentados cerca de ellos, acerca de la grave cuestión del idioma que debiera ser utilizado en la asamblea. En esos momentos, de nuevo chilló aquél que había chillado antes, pidiendo otra vez que se abran las ventanas "o expiramos", gritaba, pero nadie le oía.

 

    En distintas partes del salón de actos algunos asistentes

 se esforzaban enormemente en hacerse oír entre el resto de los presentes, poniéndose de pie y expresando profusamente en voz alta su opinión en el tema, pero el vocerío era más fuerte que su máxima capacidad de gritar, por lo que sólo podían ser oídos por los que ocupaban asientos cercanos a ellos, de entre los cuales algunos se enzarzaban con el correspondiente parlante, sea hombre o mujer, en una violenta discusión o en una encendido apoyo.

 

    De repente, el vocerío fue literalmente arrasado por una voz demoledora, hacia cuyo origen se dirigieron los ojos, topándose con una señora de tosco aspecto, que aparentaba tener unos cincuenta años de edad, con cabello canoso que dejaba ver una  calva que brillaba a pesar de que se había intentado ocultar con algunos mechones que dejaban ver más de lo que ocultaban. La señora en cuestión estaba ataviada con un vestido que parecía el dedicado a llevarlo cuando limpiaba la cocina de su casa, a pesar de lo que se sabía entre los árabes de Madrid acerca de ella y de su marido, de riqueza y fortuna que habían traído con ellos cuando llegaron a la ciudad hacía cinco años procedentes de uno de los países árabes del Golfo. La mujer, conocida por el alias de Um Nafed, gritaba lo más alto que podía, con todas sus fuerzas, diciendo en dialecto palestino, con su rostro moreno completamente congestionado hasta ennegrecerse:

-  ¡¿Para qué vamos a hablar en español?!... ¡Faltaría más! !¿Acaso os

 habéis olvidado de que sois árabes!?... ¡¿O ya sois extranjeros desde el día en que os habéis casado con estas españolas!?... ¡Desde luego que no tenéis vergüenza!..

 

    La señora quería seguir con sus proclamas, aprovechando que el bullicio en la sala se había debilitado, pero uno de los médicos presentes, Fuad, la interrumpió diciéndola con mucha firmeza y en voz alta:

- Te rogamos que te hagas respetar, Um Nafed, pues sólo nos faltabas tú. Esta es una asamblea a la que acudimos junto a nuestras esposas e hijos para escuchar y entender, y no hemos venido para escuchar arengas huecas. Si no entiendes el español después de cinco años de residencia en Madrid, es tu problema, y allá tú.

 

    Nada más oír aquellas palabras, el marido de Um Nafed se puso de pie,

 gritándole al doctor Fuad con una voz no menos demoledora que la de su

 distinguida consorte:

-  Oye tú, ten un poco de vergüenza. ¿No te avergüenzas de hablar así a una

 señora? ¿Es que crees que la asamblea va a ser como tú quieres?

 

    El médico quiso contestarle, pero su amigo, sentado al lado, le tiró de la

 mano para que se sentara, diciéndole en voz baja:

- Siéntate hombre y no te enzarces con esta gentuza. No te denigres de este

 modo. Déjales y que hablen en chino si quieren.

 

    Pero Um Nafed volvió a gritar, dirigiéndose al público y ya echando chispas

 de rabia, con sus manos haciendo aspavientos en  todas las direcciones y

 golpeándose el pecho con ellas, mientras que los hombres traducían a las

 mujeres lo que acaecía de discusión:

-  ¡¿A caso os creéis hombres?! Os habéis ido a casaros de fuera de vuestra tierra, y ahora venís aquí creyéndoos convertidos en personalidades, y no queréis hablar en árabe. Os habéis ido a casaros con las putas... ¡Malditos sean vuestros padres!

 

    La mujer parecía haber perdido la cabeza pronunciando aquellas

 palabras, por lo que su marido, Abu Nafed, se abalanzó sobre ella para obligarla a sentarse, dándose cuenta de repente de la gravedad de lo sucedido y encontrándose con que su mujer, y por enésima vez, se había pasado demasiado de los límistes, por lo que empezó a reprenderla mientras que ella intentaba zafarse de sus manos para seguir con su feroz ataque contra las españolas y sus maridos palestinos, hasta que el hombre la gritó con todas sus fuerzas:

- ¡Siéntate ya!... ¡Basta!...Es suficiente... nos has puesto en ridículo, maldita seas.

 

    Pero la mujer brincó, poniéndose de pie de nuevo, gritándole a su marido:

- Pues no me voy a sentar. Me importan un comino todos ellos.

 

    Al tiempo que se empezaban a alzar muchas voces en árabe y español, devolviéndole a Um Nafed los insultos, el enfrentamiento entre esta y su marido se hacía cada vez más enconado, hasta el límite de que parecía que él la iba a pegar a ella y ella a él, si no fuera por la intervención de Sabry, que les observaba de cerca, apresurándose a separarles.

- ¡No tentéis al diablo! –exclamaba-. Es una vergüenza que os comportéis así delante de la gente.

 

     Abu Nafed abandonaba la sala de conferencias empujando delante de él a su

 mujer, quien caminaba delante de su marido dando botes cual camioneta

 rodando por un camino escarpado. Y mientras ambos, marido y mujer,

 abandonaban la asamblea presos de un desmedido arrebato de cólera, algunos

 asistentes, hombres y mujeres, se retiraban de la sala de conferencias tras

 haber comprobado que estaba sucediendo lo que habían temido que pasara de

 consabido caos, tan acostumbardo en las asambleas palestinas a las que habían

 asistido con anterioridad. Otras familias habían abandonado el lugar nada más

 oír aquellos insultos de Um Nafed y haber detectado en el transcurrir de la

 asamblea un nivel tan bajo que no podían soportar.

 

    Una señora palestina, joven, esbelta, de cabello negro que caía sobre sus hombros, rostro de delicados rasgos y piel blanca, de cuyos ojos verdes emanaba el magnetismo de un fuerte y consciente carácter, se puso de pie y dijo en español fluido, dirigiéndose a las mujeres españolas, a la vez que se le sonrojaba la cara avergonzada de lo que Um Nafed había dicho:

- Ruego, en mi nombre y en nombre de las señoras árabes presentes aquí, que

 nos disculpéis por las despreciables palabras proferidas por Um Nafed. Todo

 lo contrario, os damos las gracias de todo corazón por asistir a esta asamblea y

 por haber traído con vosotras a vuestros hijos, en lo que considero el más alto

 grado de expresión de vuestro firme apoyo a vuestros maridos palestinos y de

 vuestra salvaguarda del lado árabe de la identidad de vuestros hijos. Nosotras,

 las mujeres palestinas residentes en vuestro gran país conocemos lo mucho

 que hicieron muchas de vosotras a través de años de amistad en los que nos

 percatamos de vuestra continuada defensa de la causa de nuestro pueblo

 palestino. Creedme queridas amigas que estáis llevando a cabo una labor en la

 que quedan atrás, y a mucha distancia, algunas señoras palestinas residentes

 en España junto a sus maridos palestinos.

 

     Por primera vez en aquella tarde, la sala estalló en aplausos, mientras que aquél que había chillado antes dos veces pidiendo que se abran las ventanas volvía a chillar de nuevo, con el calor ya alcanzando un grado insoportable, "abrir un poco las ventanas o no tardaremos en ir todos al lado de nuestro Creador". Esta vez otras voces se hicieron eco de sus palabras pidiendo unos a otros que abran las ventanas, a lo que respondieron dos o tres  jóvenes, saltando hasta alcanzar las ventanas, encima de la última fila de asientos, abriendo algunas de ellas.

 

     Mientras ocurría todo esto, la Comisión Preparatoria se había desperdigado, y sus miembros se habían dispersado entre el escenario y las filas de asientos, incluso algunos de ellos mantenían conversaciones frenéticas en los vestíbulos, en búsqueda de solución al problema del idioma que había de utilizarse en la asamblea. Una señora española, bastante indignada, alzó la voz dirigiéndose a Abu Isa, quien en ese momento se encontraba en plena discusión con otra persona sobre el escenario:

 - ¡Pero qué caos es este! Nos habéis invitado a una asamblea que se suponía que debía de comenzar a las cinco de la tarde y ahora son casi las siete y media y aún no hemos empezado, y nuestros niños ya no aguantan más y algunos de nosotros dejaron a sus niños al cuidado de una familiar o una amiga, con lo que no podemos esperar horas hasta que sus señorías alcancéis un acuerdo acerca del idioma de la asamblea. ¿Es que no comprendéis que es lógico que hablemos en español ya que todos aquí lo hablamos? Y  si no ¡¿A que venimos nosotros los españoles a esta asamblea?! ... ¡¿Por qué no iniciamos de una vez por todas esta asamblea?! … ¡¿A qué esperáis vosotros los que nos habéis invitado y nos habéis traído desde nuestras casas?! … ¡Es que creéis que nuestro tiempo es despreciable hasta este punto!

 

    Al escucharla, una señora palestina que aparentaba tener unos sesenta años, elegante, de entre los nuevos llegados a España, se puso de pie y dijo a su vez, en árabe:

- Pero aquí hay personas que no hablan español y no lo entienden bien. Soy

 una de estas personas, y yo pregunto por mi parte ¿para qué hemos sido

 invitados a esta asamblea a sabiendas de que no ibamos a entender nada de lo

 que ocurre en ella? Está claro que quienes nos han invitado a esta asamblea no

 tienen la suficiente capacidad ni siquiera para invitarnos a tomar una taza de

 café, y no ya a una asamblea que se debía haber preparado con seriedad y sin

 esta ridiculez.

 

     En la sala se oyeron risas, y en la primera intervención de la Comisión Preparatoria desde que una hora antes había estallado el problema del idioma, uno de sus miembros que se encontraba sobre el escenario intentó arrebatar la palabra de la señora palestina, pero esta se volvió hacia el escenario y dijo con voz firme y dialecto jerosolimitano:

- ¡Es que no os avergonzáis de vosotros mismos! ¿Qué es lo que

 habéis preparado siendo una comisión preparatoria y ya lleváis un año constituidos como tal? ¿Es que nos habéis traído aquí simplemente para que os elijamos para dirigir la nueva asociación, y para aseguraros haber acabado con la asociación que ya existe? Nos hemos quedado ya enterados de vuestro estilo y de la estrechez de vuestro horizonte a lo largo de las dos horas que hemos pasado en esta sala, y Dios mediante no os va a elegir salvo aquellos que sean de vuestra calaña.

 

     La sala estalló en aplausos ante las palabras de aquella señora al tiempo que

se alzaron voces en árabe mofándose de ella y pronunciando unas palabras

 soeces que provocaron la cólera del farmacéutico Yazid, quien se estremeció

 poniéndose de pie mientras hablaba muy enojado, dirigiéndose a un puñado

 de estudiantes que se hallaban sentados en una de las esquinas de la sala, cada

 uno con su amiga al lado, y que no habían dejado de armar jaleo ni de reírse:


- Si vuestro nivel es el mismo que el de las palabras soeces que habéis

proferido os aconsejo que será mejor para vosotros que os permanezcáis en

 silencio, si no, las consecuencias serán nefastas, ya que si sois tan viles que no

 respetáis a una señora palestina de la edad de vuestras madres, os aviso que en

 esta sala hay hombres capaces de enseñaros como respetar a los demás.

 

    La pandilla de estudiantes, que al parecer se percató de la gravedad de la

 situación, permaneció en silencio, mirándose sus componentes unos a otros

 como aparentando que no se consideraban aludidos por las amenazas de

 Yazid, con lo que querían afirmarse en negar que fueran ellos quienes

 profirieron aquellas palabras soeces. Cuando Yazid se iba a sentar de nuevo se

 oyó una voz muy alta diciendo en tono burlón:

- Sin lugar a duda este hermano nuestro pertenece a la burguesa asociación

 Jerusalén y seguro que sus nervios aristocráticos ya no aguantan más, ¿acaso

 no hay en la sala quien pueda tranquilizarle?

 

     Estas frases fueron seguidas de risas y burlas que se mezclaron con la fuerte

 algarabía que seguía envolviendo la sala, originada por decenas de

 conversaciones marginales relacionadas o no relacionadas en absoluto con la

 asamblea.

 

    Muchos de los asistentes se habían agolpado junto a las dos puertas que dan acceso a la sala y algunos de ellos se pusieron de pie en los corredores fuera de la misma, en lo que parecía una espera hasta conocer en que iba a terminar aquella magna discusión sobre el idioma de la asamblea, y si esta arrancaba por fin o no. No era pequeño el número de familias que ya se habían retirado de la asamblea hasta aquél momento, al tiempo que el fuerte griterío que tronaba en la sala, se veía reforzado por el vocerío procedente de las dos puertas, donde los que se agolpaban allí estaban inmersos también en un torrente de discusiones.

 

     Uno de los asistentes al acto se resbaló mientras caminaba de vuelta hacía su asiento. Otro, tímido él, se cargó de valor, negándose a ser un desconocido en semejante asamblea, poniéndose de repente de pié, como si lo hubiera picado un bicho, traicionándole la lengua una vez tras otra mientras las palabras brotaban de su boca a trompicones, chocándose unas contra otras, a causa de su intensa timidez, y así estuvo a lo largo de casi cinco minutos durante los cuales nadie de entre las pocas personas que pudieron oírlo comprendió nada, excepto palabras sueltas como "democracia"... "la consciencia revolucionaria"..."el compromiso"... y "orinarse en la malaria". Alguien que escuchó esto último, atónito, se apresuró a preguntar a un compañero suyo acerca de lo que quería decir ese que acababa de hablar con eso de "orinarse en la malaria", pero su compañero le aseguró que aquel hombre no había dicho eso, sino que dijo "proletaria"(2). Ambos se inclinaron hacia una chica española sentada delante de ellos y la preguntaron acerca del significado de la palabra "proletariado" que aquel titubeante había pronunciado repetidamente, a lo que esta contestó que esa palabra se refería a una variedad de trigo ruso. Cuando el titubeante en cuestión se percató de que nadie aún le había interrumpido ni le había insultado prefirió callarse y quedarse a salvo, guardando su saliva y el embrujo de sus palabras para otra asamblea más compasiva que esa.

 

    Al tiempo que se enconaban las discusiones de toda clase, una señora española chillaba al oído de la mujer árabe sentada a su lado, instruyéndola en el modo de guisar canelones, mientras que su vecina de asiento iba apuntando sus notas al dorso de la primera hoja del discurso de apertura de la asamblea, que estaba previsto que pronunciara Abu Isa en nombre de la Comisión Preparatoria.

 

    A través de la megafonía se oyó una voz grave que pedía silencio al público, en un tono educado y en español, con lo que todos los presentes dirigieron sus miradas hacia el escenario donde constataron que el que les hablaba era un hombre conocido por sus actividades políticas de antaño, que abandonó desde hacía años para dedicarse de lleno a su profesión de médico. Los palestinos veteranos de España conocían muy bien el apoyo de este médico a la formación de la nueva asociación y la disolución de la asociación Jerusalén, pero al mismo tiempo conocían de él su gentileza y su alto nivel cultural.

 

     El hombre empezó a hablar, mientras se ahogaba el bullicio cual corcel

 embridado y sujeto por un momento pero que seguía resoplando deseoso de

 galopar de nuevo:


- Hermanos. Permitidme subir al escenario por unos momentos para invitaros e invitar a la Comisión Preparatoria a emprender de inmediato los trabajos de la asamblea y no perder más tiempo. Naturalmente tenemos que hablar aquí enespañol, puesto que la lengua que habla la aplastante mayoría de nosotros. Sugiero que iniciemos la asamblea eligiendo un comité de presidencia que se encargue de conducir sus trabajos, pero antes de esto os pido un minuto de silencio en señal de luto por las almas de los heroicos mártires de la Intifada.

 

    El público de la sala se puso de pie, permaneciendo reverentemente en silencio, hasta que el médico, desde su sitio en el escenario, le pidió sentarse de nuevo. La asamblea parecía a punto de iniciarse de verdad por lo que aquellos que se encontraban en los vestíbulos se precipitaron hacía el salón de actos, asombrados por la remisión de la tempestad que tenía lugar en su interior, sorprendidos por el sonido del silencio que emanaba de allí, y deseosos de enterarse de lo que pasaba.

 

-4-

 

     De una manera que sólo saben hacer los árabes, especialmente de entre ellos los palestinos, el público asistente procedió, ya pasadas las 9 de la noche, a elegir un comité de presidencia de la asamblea compuesto por cuatro hombres palestinos y una mujer española. En cuanto a la manera con que fueron elegidos, esta no fue comprendida por muchos de los presentes, ya que, además de haber sido llevada a cabo utilizando un idioma compuesto árab-español cuyo uso era común entre los veteranos árabe-español, su mecánica era cargada de lo que se podía denominar hechos consumados, que no fueron comprendidos salvo por un pequeño puñado de personas de entre los seguidores de las distintas corrientes políticas palestinas, quienes en aquella tarde-noche tuvieron la ocasión de volver a practicar la profesión de "susurrar al oído" y de moverse ágilmente entre las filas de asientos, donde cada una de estas personas indicaba a los miembros y seguidores de su propia corriente política que tenían que votar a fulano y que cuidado con votar a mengano. Y no había pasado más de un cuarto de hora cuando ya se oía repetirse en el salón de conferencias las consabidas consignas de "yo propongo a fulano como candidato", "yo secundo la propuesta de candidatura de fulano" y  "yo propongo la candidatura de mengano", etc.  Y fue así como se constituyó el comité de presidencia de la asamblea.

 

     Y también como por ensalmo, doctor Ismael fue elegido presidente de la asamblea de entre los cinco subidos al escenario al tiempo que lo abandonaban los miembros de la Comisión Preparatoria. Esta vez nadie supo, ni siquiera aquel pequeño puñado de seguidores de las distintas corrientes políticas, como se desarrolló la elección del presidente, pero la mayoría de ellos se callaron a regañadientes, puesto que este pertenecía a una corriente política fuerte y cualquier manifestación en contra de su elección sería suficiente para sumir la asamblea en otras dos horas de caos, máxime cuando el caballo del bullicio seguía resoplando en la sala.

 

      El doctor Ismael ponía al descubierto sus colmillos, sonriente, como si acabara de atrapar la presa de su vida, dedicándose inmediatamente después a pasear su mirada por el salón de conferencias con sumo desprecio, mientras que los rostros se inclinaban unos hacia otros y las bocas susurraban entre preguntándose por el nombre del presidente y mofándose de la máscara de grandeza con la que vestía su faz morena-oscura. En cuanto a los otros cuatro miembros del comité de presidencia, estos se encontraban sentados en una fila de sillas detrás del presidente y así permanecieron sin articular palabra a lo largo de la asamblea.

 

     El murmullo en la sala iba subiendo de tono ante el prolongado silencio del presidente cuyo grueso labio inferior dejó al descubierto unos dientes ennegrecidos de tanto fumar. Y sin mediar palabra el hombre dejó caer su puño sobre la tribuna, golpeándola fuertemente y produciendo a través de los megáfonos un estruendo parecido a una explosión, ante lo cual una señora española, asustada por el golpe, exclamó al oído de su marido, sentado a su lado:

- ¡¿Es que no tenéis otro presidente mejor que este los palestinos?!

 

      Y de repente, el presidente sustituyó su sonrisa adusta por un cabreado rostro sonriente, diciendo con un tono feroz que se abalanzaba literalmente sobre los presentes, mientras que la alta mesa seguía vibrando delante de él a consecuencia del fuerte golpe:

- ¡Pero qué barbaridad, por Dios! - dijo en árabe, permaneciendo a

continuación en silencio mientras que con su mirada examinaba a los

 presentes-.

 - ¡¿Acaso es la primera asamblea a la que asistís!? –ha continuado hablando en español-. Yo no voy a permitir de ninguna manera que se repita el caos que ha paralizado los trabajos de esta asamblea y que casi llega a provocar su fracaso, después de que su preparación requirió un año entero, gracias a la Comisión Preparatoria. ¡¿Pero qué es eso?! Casi no puedo creer lo que veo con mis propios ojos y que este sea nuestro nivel. Tres horas habéis pasado en un estado lamentable de algarabía y sandeces. ¡Basta ya de caos!

 

     Dijo su última palabra mientras caía su mano de nuevo sobre la tribuna,

 provocando un estruendo muy fastidioso a través de los megáfonos, ante lo

 cual, uno de los asistentes le gritó en dialecto palestino:

- ¡Pero tío, venga ya hombre...sólo nos faltabas tú! Entra en el tema

 directamente y déjate de filosofar.

     Otro exclamó:

- ¡¿Que pasa doctor, vienes a enseñarnos democracia!?... ¡¿A quién vas a

 engañar!?

     Un tercero dijo en español:

- Por favor doctor Ismael, déjanos ya de los discursos a los que nos tienes

 acostumbrados desde hace veinte años.

    Este que hablaba, perdida ya su paciencia, prosiguió diciendo, en dialecto

 palestino:

- Ya conocemos estos discursos tuyos de memoria. ¡¿Es que tienes que venir a

 amargarnos en cada reunión? ¡Venga ya, hombre, termina que queremos irnos

 a nuestras casas!

 

     Una señora española se levantó y dijo dirigiéndose al presidente:

- Yo no comprendo nada. Hace unos minutos la Comisión Preparatoria estaba de pie dónde estás tú ahora, ¿Y ahora a dónde se ha ido la Comisión Preparatoria? ¿Y quién eres tú? ¿Qué estás haciendo en la tribuna? ¿Y quiénes son los cuatro sentados detrás de ti, y cuál es su misión?

     El doctor Ismail se puso histérico al ver la reacción de los asistentes cuando ya se había creído por un momento que les había deslumbrado con sus palabras, y que estaba sujetando firmemente la brida de la asamblea. Así, su cara se congestionó, hasta el punto de que algunos pensaron que sus yugulares, muy hinchados, estaban a punto de estallar, empezando él a revolverse y a inflarse cual pájaro que ahueca el plumaje, y de repente cascó fuertemente la mesa delante de él nuevamente, explosionando las palabras de su boca mezcladas con abundantes gotas de saliva, diciendo en árabe, tronando y desafiando a unas personas concretas que él conocía muy bien, y ellos a él, y que pertenecían a corrientes políticas distintas a la de él:

- ¡¿Vosotros me vais a enseñarme a mí democracia!?... ¡¿Vosotros me vais a enseñarme a mí la dirección de asambleas!?... ¡¿Quién de vosotros asistió a tantas conferencias como yo?! ... Y me refiero a conferencias internacionales y no a una asamblea como la que estamos en ella ahora y que es una vergüenza.

    Algunos oyeron la voz de un hombre canoso, sentado en las primeras

 filas mientras recitaba dos versos que dicen:

 

No despreciamos vuestros "favores",

sin embargo seguimos albergando un anhelo.

En nuestra mano quedan restos de un país,

Descansad  pues  para que no se pierdan estos restos. (3)

 

     Y mientras el doctor Ismail seguía rugiendo a través del micrófono, el

 doctor dentista, Kamal, se inclinó hacia el que estaba sentado a su derecha

 preguntándole con voz baja y con una sonrisa sobre los labios:


- ¿Qué picho le habrá picado al doctor Ismael? No le veo normal hoy. Parece

 como poseído.

– Y sin "parece". De hecho está poseído. ¿Pero qué otra cosa esperabas de él

 tras veinte años estudiando para conseguir el título de medicina? Eso le

 acomplejó.

     Kamal se río al escuchar las palabras de su compañero, pero pronto

 recuperó la atención puesta en el doctor Ismael encontrando que este seguía

 con su verborrea cual tren de alta velocidad, sin que nada pudiera pararle y sin

 que prestara atención alguna al gran vocerío que habían provocado sus

 palabras, ni a aquellos que exclamaban reprendiéndole desde todas partes del

 salón de actos.

 

      Una señora de mediana edad y entrada en carnes se puso de pie en la segunda fila de asientos gritando con el habla tradicional típico de una madre palestina:

-Malditos seáis y malditos sean semejantes asambleas. Vergüenza debería de daros. Y tú que te crees presidente ¿Quién te ha elegido? ¡Ya está bien, cállate ya, que tú eres el que está arruinando la asamblea entera! ...¡Maldito sea Lenin, quien te enseñó semejante democracia!

 

     El doctor Ismael escuchó las palabras de la mujer por encontrarse cerca de

 él, respondiéndola sin haber detenido su verborrea ni por un momento:


- ¡Pero señora! … ¡¿Con que yo soy el que está arruinando esta asamblea?!

Por Dios que no la está arruinando salvo vosotros quienes no habéis asistido a una asamblea en vuestra vida. Pero aparte de esto, la ruego no arremeter contra Lenin. ¡¿Es que vosotros tenéis que estar insultando a Lenin venga o no venga a cuento?!

 

     Ismael quiso seguir hablando, si no fuera porque uno de los asistentes se

 encaró a él lanzando un alarido que sobrecogió la sala, hasta horadar el

 cortinaje del vocerío con orificios de silencio, diciendo en un dialecto que en

 su mayor parte era palestino rural:

- ¡¿Vienes aquí a alardear de filósofo ante nosotros!? Pero hombre ¿te crees

 que aquí estás en una reunión de vuestra organización, con mis respetos hacia

 ti y hacia tu organización? Pero tío, despiértate. Esta asamblea es de todos, o

 sea olvídate por un momento de las asambleas de tu organización, olvídate de

 Lenin, y acuérdate de Palestina aunque sea por una vez en tu vida.

 

     El doctor Ismael se encolerizó sobremanera ante aquellas palabras, y gritó a aquel hombre en quien reconoció a uno de sus contrincantes políticos:

- ¡¿Su señoría viene aquí a hacer que me acuerde de Palestina, señor Ozmán?! Nos  conocemos de hace mucho tiempo y sabemos quien luchó de entre nosotros. Pues yo....

      Ozmán le interrumpió gritando con sorna:   

-¿Y cuanta tierra habéis liberado Dios mediante?... ¡Hombre! basta ya de charlatanería.

 

      Una señora española se levantó de repente exclamando en voz alta, agotada

 ya su paciencia:

- ¡¿No os habéis puesto de acuerdo ya en que el idioma de la asamblea sería el

 español? ¿Hasta cuándo entonces vais a seguir con este caos, o es que queréis

 de nosotros los españoles que abandonemos la sala?

 

     Los aplausos a esta señora retumbaron dentro de la sala, ya que era amplio

 el porcentaje de señoras y chicas españolas, y de jovencitos de padre árabe y

 madre española, que no dominaban bien el idioma del padre.

 

      Y en medio del bullicio que siguió a los aplausos, el público oyó de nuevo

 la voz del doctor Kamal, diciendo en español, con tono firme y dirigiendo sus

 palabras al presidente de la asamblea:

 

- Por favor presidente. Yo te propongo que dejes las discusiones aparte y que

 comiences tu trabajo de inmediato y sin más pérdida de tiempo. ¿Por qué no

 nos lees el orden del día de la asamblea para que acometamos de inmediato la

 ejecución del primer epígrafe?

 

     De inmediato se oyeron varias voces procedentes de distintas partes de la

 sala apoyando, en los dos idiomas, a esta propuesta. Sin embargo, al doctor

 Ismael no le había gustado que aquél que tomó la palabra le hubiera impuesto

 su voluntad y que hubiera insinuado que él había causado la pérdida de tiempo

 de la asamblea, pero la casi unanimidad que habían significado aquellas voces

 le obligó a ignorar esta cuestión.

 

      Así, el presidente procedió a la lectura del orden del día que la Comisión

 Preparatoria había redactado, con la sorpresa de que  mismo suprimía por

 completo cualquier papel que pudiera desempeñar la asociación Jerusalén, y

 destacaba el papel de la Comisión como único eje de la misma, al que se ha

 conferido el uso exclusivo de la palabra desde el inicio de la asamblea hasta su

 final, todo lo contrario a lo que previamente habían acordado Asociación y

 Comisión.

 

     El orden del día era largo y amenazaba con que su ejecución iba a requerir

 largas horas. Llamaba la atención especialmente que la primera intervención

 era la de Abu Isa, mientras que la del representante de Palestina en España se

 dejaba para el final. Según todos los indicios parecía seguro que  las últimas

 partes del orden del día se veían amenazadas de no poder llevarse a cabo por

 falta de tiempo, pues la hora pasaba ya de las nueve y media de la noche.

 

    Al representante de Palestina se le ha visto sacudir la cabeza disgustado al escuchar el orden del día, al tiempo que se notaba un fuerte enfado en las caras de los seguidores de la corriente nacionalista al que pertenece, al advertir la trampa que les habían tendido las otras corrientes representadas en la Comisión.

 

     Los representantes de la corriente nacionalista quisieron intervenir para corregir la marcha de la asamblea en conformidad con lo que se había acordado al respecto, pero el representante de Palestina les pidió que no lo hagan, ya que se percató de que la jugada había sido bien tramada comenzando por el inicio de la asamblea más de una hora después de lo previsto, pasando por el enfrentamiento acerca del idioma de la asamblea y finalizando con la insólita elección del presidente de la asamblea y como este procedió a irritar a los asistentes, además de todo el caos que personas determinadas se dedicaban a provocar con el fin de perder tiempo e infundir hastío y asco entre los presentes que no pertenecen a la Comisión ni son de sus seguidores, para que, cuando se haya marchado la mayoría de estos, queden aquellos, sus amigas y sus esposas y votaran a favor de la Comisión.

 

     El representante de Palestina, Abul Walid, intercambió susurros desde su

 asiento, con su estrecho ayudante, Husein, diciéndole a este:

- Déjales. Está claro que se han preparado durante meses para esta asamblea. ¿No te has dado cuenta, por ejemplo, de que todos los que se han marchado del salón de actos hasta ahora son o de los que no tienen relación alguna con las disputas políticas palestinas o son de los contrarios a las corrientes políticas que componen la Comisión? Con su marcha han probado que no se habían percatado de la jugada. De todos modos y a pesar de que es ya demasiado tarde, se debe advertir a los que aún permanecen aquí e invitarles a que se queden en la sala hasta el último momento.

 

      Husein se alejó para comunicar esta advertencia a aquellos seguidores de

 su corriente política que se encontraban cerca de él, volviendo acto seguido a

 ocupar su asiento al lado de Abu Walid.

 

      Abul Walid mordisqueó su labio inferior mientras sacudía la cabeza y observaba con ojos avizores lo que acontecía en la sala de fuertes protestas contra el orden del día de la asamblea y las demandas de que sea votado, en lo que le pareció una nueva maniobra encaminada a provocar más pérdida de tiempo y a ahuyentar a más gente pacífica de entre los participantes.

 

Mientras, se desarrollaban en la sala discusiones interminables acerca de la

 votación sobre el orden del día de la asamblea.

--¿Cómo les permitiste, Abul Walid, seguir adelante con esta locura de

 proyecto? –preguntó Husein, incendido-. Mira esta asamblea que ha tramado la

 Comisión, sin el menor respeto a la comunidad palestina, trayendo a los

 palestinos aquí sólo para que apunten sus nombres en el registro de asistentes y

 para que paguen la tasa de participación en la asamblea, con el fin de que la

 larga lista de participantes sea utilizada después como justificante legal de la

 creación de una asociación que sustituya a la existente, a pesar de que más de

 dos tercios de los participantes se habrán marchado a sus casas cuando

 hayamos llegado en el orden del día al punto de votar esta cuestión, lo que es

 al fin y al cabo el meollo de esta asamblea.

- ¿Y que querías que yo haga? Tú estabas presente conmigo en todas

 las reuniones. Todo lo que les dije entonces era que nosotros no teníamos la facultad de impedir a nadie crear una asociación palestina y que tampoco teníamos facultad alguna para pedirle a una asociación constituida y legítima en España que se autodisolviera y detuviera sus actividades. Y les dije, con toda franqueza, que se trataba de unas actividades que nosotros animamos y que nos honran como palestinos.

     Husein sacudió la cabeza y levantó ambas manos apretando con ellas sus

 sienes mientras repetía:

- Esto es una locura. Esto es un escándalo. Nosotros somos responsables de

 que esta farsa haya tenido lugar. 


                                                                   -5-

 

     El reloj marcó la una de la noche y los que aún permanecían en la sala parecían estar agotados a pesar de que poco antes de la medianoche la sesión se había levantado media hora para descansar, lo cual había sido aprovechado por muchos de los presentes para marcharse a sus casas abatidos ya por el cansancio. En la sala permanecían algunas decenas de personas la mayoría de ellas jóvenes acompañados de sus amigas que participaban en la asamblea sin tener derecho a ello al no pertenecer por lazos de familia a la comunidad palestino-española. Estaba claro que el plan de la Comisión Preparatoria había tenido éxito ya que la mayoría de los presentes en aquél momento eran de sus seguidores o amigos.

 

     La asamblea discutía y votaba en aquellos momentos algunos artículos de los estatutos de la nueva asociación. Abu Isa se frotó las manos de alegría al ver que los resultados de las votaciones, que se hacían a mano alzada, eran favorable a la Comisión y desfavorable para la asociación Jerusalén, con lo que se veía ya, como presidente de la nueva asociación, representando a la comunidad palestina de España, y vislumbrando el escaño del Consejo Nacional Palestino ya al alcance de la mano.

 

      La discusión acerca de uno de los artículos de los estatutos de la nueva asociación se había enconado en aquel momento entre uno de los representantes de la asociación Jerusalén, el presidente de la asamblea y algunos de los que respaldaban la Comisión, al tiempo que las muchas e ininterrumpidas conversaciones marginales envolvían aquella discusión con un ruido y un alboroto que hacían muy difícil distinguir lo que se decía en la discusión.

 

      Alguien chilló en la parte más trasera de la sala:

- Hermanos, ¡¿Quién de vosotros escucha si todos estáis hablando?!

     Al parecer, los religiosos, que a lo largo de la asamblea intentaban tomar 

 sus riendas sin el menor éxito a causa de la intensa oposición ejercida contra

 ellos por parte de los marxistas-leninistas, pensaron que el momento ya les era

 propicio en medio de toda aquella estéril discusión que se desarrollaba en la sala.                                       

 

      Por esto, Abdesattar, con una barba negra, espesa y larga, se envalentonó y

gritó:

- En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso.

      Al oír estas alabanzas a Dios se acallaron muchas voces cuya algarabía

 inundaba el salón de actos, mientras que Abdesattar continuaba hablando

 como si estuviera asomándose a los presentes desde otro mundo que no tiene

 relación alguna con la asamblea:

- Hermanos. Hemos inaugurado hace unos meses en la mezquita de Ozman Ibn

 Affan clases diarias de la religión genuina, pero hemos notado la escasa

 asistencia a las mismas, ¿Por qué hermanos no acudís a estas clases cuyo

 horario es de... 

 

     Llegado a este punto, la sala estalló en exclamaciones de protesta,

 plantándose de pie el comunista Omar, gritando a pleno pulmón, oculto a su

 vez detrás de una espesa barba negra que arranca en la mitad de su macizo

 cuello y termina en dos mejillas separadas por una nariz menuda montada por

 unas gafas de montura negra y gruesas lentes:

- No vengas aquí a culturizarnos. Somos cultos desde antes de nacer tú. No

 hemos venido a esta asamblea para hablar de vuestras clases de religión.

 

     El presidente de la asamblea se apresuró a interrumpir a Omar, a pesar de su

 pertenencia a su misma corriente política, por lo que había notado de extrema

 violencia en su tono de voz, y encendido de cólera se dirigió a este, chillando:

 - ¡Cállate! ... ¡Tú Cállate! ... ¡Siéntate!

     Y dirigiéndose a otro hombre le increpó con un tono imperativo y tajante:

- Y tú ¡¿Por qué no te sientas tú también?! ... ¡Pero qué caos es este!

 

     Mientras, salvo un miembro de la asociación Jerusalén encargado de

 discutir los artículos de los estatutos presentados por la Comisión Preparatoria

 antes de ser votados, el resto de los miembros de la asociación cuyo número a

 aquella hora tardía de la noche no pasaban de una decena de personas,

 permanecían en silencio ante todo aquel caos. Uno de ellos se inclinó hacia un

 compañero suyo sentado a su derecha y le dijo en voz baja:

- No aprendieron nada en absoluto a lo largo de veinte años que llevan en este

 país respirando democracia día tras día y leyendo sus lecciones una tras otra,

 mañana y tarde. Más nos valdría habernos aprendido sus lecciones letra a letra

 dada nuestra extremada necesidad de ellas. Todos nosotros no escuchamos

 excepto a nosotros mismos, no comprendemos excepto a nosotros mismos y

 no amamos excepto a nosotros mismos. Llevo resistiendo mis lágrimas desde

 que se inició esta asamblea.

 

- Ya somos dos –le respondió su compañero y amigo-. Yo también estoy

 resistiendo las lágrimas de tanto afligimiento y pena que siento. Nuestros

 enemigos nos han expulsado de nuestra tierra y nosotros nos hemos encargado

 de completar la tarea de nuestros enemigos, separándonos unos de otros en

 nuestro destierro. Nos hemos autofraccionado hasta grados microscópicos,

 nosotros que somos un pueblo pequeño, perseguido por la mitad del mundo e

 ignorado por la otra mitad.


- Muy lamentable, esa es la amarga verdad.

- Enumera conmigo nuestras facciones que no han liberado un sólo palmo

 de nuestra inmaculada tierra, pero que sí han distanciado entre un palestino y su hermano palestino, cavando entre ambos un abismal precipicio. Y enumera además los grupos de fundamentalistas, comunistas y conservadores, y enumera también todo lo que estos quieren difundir entre nosotros fuera de nuestra patria de enemistad entre nuestros cristianos y nuestros musulmanes, nunca conocida en el seno de nuestro pueblo, y de enemistad entre los del campo y los de la ciudad, de modo que este es campesino y aquel es urbano, y entre los que habitan campos de refugiados y los que no lo hacen, entre los naturales de Cisjordania y los de la franja de Gaza, de modo que este es cisjordano y aquel es gazatí; entre los palestinos del Golfo, palestinos de Jordania, palestinos de Líbano, palestinos de Siria, y así.

- Tienes razón. Vivimos una catástrofe que nosotros mismos hemos labrado y en la que nos han ayudado afanosamente algunos regímenes árabes y no árabes. Es la catástrofe de la dispersión, la división, el odio y el enfrentamiento interno, aquí y en todos los países del destierro palestino. Somos, amigo mío, prisioneros de una nueva "yahilía"(4) que nos está descarnando de mala manera, mientras nosotros estamos como drogados, inconscientes e incapaces de comprender.

– Tú lo has dicho. Aquí y en los países del destierro palestino. Pero allá en

 nuestra Palestina el pueblo sigue intacto y vigoroso porque la tierra que le

 alimenta y el aire que respira, además de todo su sufrimiento y padecimiento

 bajo la ocupación, son todos ellos elementos que purifican su alma y funden

 su ser en un crisol único de donde brota un mineral sólido y genuino que no

 adolece de escisiones y nimiedades internas que vacían de energía y vitalidad

 la lucha de nuestro pueblo en el exterior.

– ¡Te lo dije tantas veces! No será capaz de liberar nuestra tierra salvo el pueblo de la Intifada y los "niños de las piedras"(5). En cuanto al resto no son más que burbujas de jabón que ciegan a nuestro pueblo desde la Nakba(6) hasta hoy día, metiéndole en batallas que no necesitaba y en laberintos que no llevaban a Jerusalén y ni siquiera a Gaza. Suelo siempre repetir estos dos versos de Abderrahim Mahmud(7):

 

"Pobre de ti, pueblo cuya desgracia no es comparable a la de ninguno de los

 pueblos 

Entregaste tu destino a quienes son incapaces de restituirte tus derechos

 usurpados"

      El vocerío se impuso sobre la voz del presidente de la asamblea que seguía

 hablando a través de la megafonía, reprendiendo a todo el mundo e intentando

 darles lecciones de democracia. Este se calló y se volvió hacia atrás para ver

 que tal estaban sus cuatro ayudantes encontrándolos a todos tan embelesados 

 y quietos como lo habían estado antes, hasta el punto de creer que estaban

 dormidos.

       Otro se puso repentinamente de pie, al recordar súbitamente que no

 había dicho nada desde hacía más de una hora a pesar de que ardía en deseos de hablar, y se dirigió al comunista barbudo que aun seguía de pie discutiendo con quienes se encontraban a su alrededor recalcando así  a los presentes que no acataba la orden del presidente que le había pedido que se sentara:

- Pero tío -le dijo-, esta asamblea es para fundar la comunidad y no es una

 asamblea de vuestra respetable organización, y en la comunidad están todas

 las corrientes incluida las religiosas, ¿Es que no lo entiendes?

      Y como si el comunista Omar, plantado de pie, hubiera estado esperando al

 encolerizado voluntario al que no conocía, por lo que le respondió con mucho

 sarcasmo e insolencia:


- Oye, tonto, una comunidad no se funda... la comunidad es el pueblo,  así que

 ¡¿Quién es ese que funda el pueblo?! Estamos aquí para fundar una

 asociación.

    El que se había dirigido a Omar, y que permanecía aún de pie junto a su

 asiento, lo mismo que otra decena de personas, se había enfurecido tanto que

 se dirigió a Omar con un tono muy crispado y le insultó abiertamente en

 devolución de la ofensa. El comunista escuchó los insultos dirigidos a él,

 paseó

 su vista entre los presentes hallándolos a cada cual en un mundo

 aparte, percatándose así de que nadie a parte de él había escuchado aquellos insultos, por lo que aparentó no haberlos escuchado él tampoco y prefirió sentarse, callarse y pasar inadvertido, al tiempo que el que le insultó tomaba asiento jadeando a consecuencia de su extremada cólera.

- Hijos míos...hijos míos -empezó a decir, tranquilamente, un hombre

 mayor, de pelo canoso, tras haberse puesto de pie, dirigiéndose a los concurrentes-, pero viendo que nadie le hacía caso a causa de la debilidad de su voz se volvió a sentar con la misma tranquilidad.

    Otro de los asistentes a la asamblea se hartó de lo que estaba pasando a su alrededor por lo que abrió un periódico español de par en par, abalanzándose sobre sus páginas los ojos de los tres individuos sentados detrás de él, a su derecha y a su izquierda, quienes a su vez estaban harto aburridos, leyendo los cuatro, silenciosamente y al unísono, un gran titular que decía:"Los israelíes rompen intencionadamente los huesos de los prisioneros palestinos". Debajo había un subtitular que decía: "Las fuerza israelíes mataron ayer a cinco palestinos". El que está sentado en medio de los otros tres lectores cerró el periódico violentamente soltando, con una voz audible, un insulto muy soez, escuchando a continuación al que se encontraba detrás de él decir "Amén". Se volvió hacía él intercambiando los dos una amplia sonrisa mientras que el que estaba sentado a su izquierda exclamaba:

- ¡Pero qué metedura de pata! Un error que cometí, pero ya no me vuelven a

 cazar para otra asamblea ni en sueños. ¡Pero qué desgracia!

    Entretanto, continuaba disminuyendo el número de los presentes en la sala y los que discutían se hallaban entregados a sus discusiones, mientras que los que se mantenían en silencio sentían despecho hacia la asamblea, hacia sus organizadores y hacia quienes les habían convencido para asistir a la misma; y por su parte,   se encontraban aquellos que estaban inmersos en charlas muy amenas, y del todo ajenos a lo que ocurría en la sala.

-6-

     Pasaban ya de las tres de la madrugada cuando se terminó de contar

 los votos cosechados por la junta directiva de la nueva asociación cuya

 formación había sido aprobada previamente por los restos de la asamblea. Los

 asambleístas habían elegido entre dos listas de candidatos, la primera contenía

 la Comisión Preparatoria entera, con sus  tres corrientes políticas, y la segunda

 contenía una cuarta facción, los fundamentalistas, y dos miembros de la

 asociación Jerusalén.

     Y a pesar de que la mayoría de los presentes a aquella hora de la madrugada

 eran seguidores de las corrientes representadas en la Comisión Preparatoria, y

 a pesar de que un número de chicas españolas, que no tenían derecho a votar,

 habían depositado su voto junto a los votantes, en medio del ambiente de

 confusión y agotamiento que en aquellos momentos envolvía a todos los que

 se encontraban en la sala, aun así, el triunfo de la Comisión Preparatoria se

 produjo con una ínfima diferencia de votos.


-7-

      Dos años enteros han pasado ya desde la celebración de aquella asamblea

 y nadie de los palestinos de Madrid ha oído hablar a lo largo de este tiempo acerca de una sola actividad significante que haya realizado la nueva asociación. Todo lo que ha pasado a lo largo de estos dos años ha sido el estallido de problemas entre los miembros de su junta directiva que preside Abu Isa, y alineación de cada uno de los tres corrientes políticas que la formaban con sus correspondientes colegas de ideología en contra de los otros miembros de la junta, hasta el punto de enconarse la lucha dentro de la misma al intentar cada una de las partes controlar los asuntos de la naciente asociación. En cuanto a trabajar y sacrificar esfuerzo y dinero al servicio de la comunidad palestina de Madrid los miembros de la nueva junta directiva se limitaban a exigir unos a otros la realización de tales esfuerzos, y a exigir lo mismo a otros palestinos que se habían apuntado en la asociación.

     La desidia de los miembros de la junta directiva respecto al trabajo y al sacrificio a lo largo de los dos años, llevó a la intensificación de los enfrentamientos entre ellos, ya que cada uno de ellos acusaba a sus otros compañeros de ser los responsables de la paralización de la asociación, mientras que los miembros de cada corriente política participante en la junta directiva se dedicaban a difundir información en el seno de la comunidad palestina de Madrid acerca de la desidia de las otras dos corrientes.

     Así las cosas, los seguidores de la nueva asociación se apartaron de ella

 al haber perdido sus encargados toda credibilidad después de haber estado lanzando promesas  a lo largo de tres años, convocando reuniones y asambleas, e injuriando a la asociación Jerusalén, sus fundadores y sus miembros.

    En cuanto a la asociación Jerusalén, esta había recibido un fuerte golpe

 con la formación de la nueva asociación a causa de la confusión, desconcierto y perplejidad  provocados en las filas de la comunidad palestina por la celebración de aquella asamblea, hasta el punto de que algunos de los miembros de la asociación Jerusalén, carentes de firmeza en sus posturas, se retiraron de la misma por temor a provocar contra ellos a las corrientes políticas participantes en la nueva asociación, para evitar tensiones personales o por preservar ciertas amistades.

     Ahora, habiendo pasado dos años desde la celebración de aquella asamblea,

 la asociación Jerusalén sigue existiendo y sigue activa al servicio de las familias palestinas en Madrid, y al servicio de la imagen palestina en España, mientras que aquellos de sus miembros que se habían retirado de ella se están volviendo de nuevo, paulatinamente y, empezando la asociación a recuperarel respecto de aquellos que se habían ahuyentado de ella en el pasado. una vez puesta en evidencia la jugada que había urdido la Comisión Preparatoria y los verdaderos objetivos de los encargados de ella, ya está empezando a recuperar el respeto de aquellos que antaño se habían ahuyentado de su lado después de que hubiera quedado probado para ellos que politizar las actividades sociales y culturales está condenado al más rotundo fracaso.

Madrid, 1991

1- Abu Al-Ala Al Maarri: Gran filósofo, escritor y poeta árabe (973-1057).

2- (Orinarse en la malaria) y (Proletaria): Juego de palabras, en árabe.

3- Versos del gran poeta palestino, Ibrahim Tuqan (1905-1941).

4- Yahilía:  (Significa: tiempo de ignorancia). Es el nombre que se da al período preislámico en Arabia, caracterizado por las divisiones y guerras entre las innumerables tribus árabes.

5- Intifada: La rebelión popular palestina contra la ocupación israelí (1987-1991), cuyos protagonistas eran los adolescentes y niños, armados sólo de piedras, de allí: "los niños de las piedras".

6- Nakba: (Catástrofe) denominación que se da a la implantación del estado de Israel en Palestina y la expulsión del pueblo palestino de su tierra en 1948.

7- El gran poeta palestino, Abderrahim Mahmud (1913-1948).

 



 

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