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AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

Saïd Alami

En entregas semanales 


Entrega 50    (17 Abril 2023)


…….. Habéis venido aquí solo para salvar a Jasiazadeh o teníais otros objetivos? —preguntó el gran mago en tono amistoso, que Zolfar percibió enseguida y decidió, sin saber muy bien por qué, sincerarse con su adversario.

—Svindex, sabes de sobra que no te tengo miedo alguno y que estoy y estaré siempre muy lejos de tu alcance, incluso en estos momentos que estamos cara a cara —dijo el mesopotámico con aplomo, muy chulesco, aunque la congoja le roía por dentro.

El gran mago le miró en silencio, como esperando a que respondiera a la pregunta que acababa de hacerle. Zolfar comprendió:

—Sí, venimos a por Jasiazadeh, nada más —respondió.

—¿Estás seguro, Zolfar? —le espetó el mago Flor.

—Sé a qué te refieres, Svindex. Puedes estar tranquilo, no veníamos por la princesa Amarzad.

El mago Flor le miró fijamente y Zolfar le mantuvo la mirada con aplomo. Momentos después, el gran mago le invitó a que le acompañase.

—¿A dónde me llevas, Svindex? —preguntó Zolfar, algo preocupado.

—No temas, Zolfar, te doy mi palabra. Solo quiero presentarte a Jasiazadeh, a la que venías a liberar por orden de Kataziah. Es inaudito que el brujo más importante de Mesopotamia se ponga a las órdenes de Kataziah —dijo el mago Flor en tono burlón que Zolfar no quiso tener en cuenta, pues percibía un halo de serenidad, casi amistoso, en la actitud de su interlocutor.

Ambos caminaron juntos, Zolfar un paso detrás del gran mago, hasta que, de nuevo, entraron en el palacio donde seguía la lucha contra los sharrwes, cuyo número había disminuido notablemente, especialmente a raíz de la desaparición definitiva de Ashima y su hermano. Ni uno de los hombres de Hilal había caído, aunque algunos estaban heridos y seguían luchando. Jasiazadeh había sido trasladada al sótano del palacio, donde fue instalada en una habitación bien equipada, con ventana a ras del suelo exterior y se había puesto a su servicio una sirvienta joven que tenía una habitación al lado. El sótano estaba dedicado a habitaciones para la servidumbre del palacio.

—Como ves, Zolfar, Jasiazadeh no está donde la ibais a buscar, en los sótanos del parque, sino aquí, en condiciones mucho mejores. Hasta en esto Kataziah os ha fallado, no sabiendo ni dónde se encuentra Jasiazadeh exactamente —dijo el mago Flor, cuando ambos se disponían a bajar las escaleras que llevaban al sótano. Zolfar se limitaba a sacudir la cabeza, asintiendo, con semblante sombrío—. Haz desaparecer a tus enanos, Zolfar, y no temas —ordenó el mago Flor, en referencia a los sharrwes.

Zolfar, desde su posición en lo alto de la escalera del sótano, observaba la lucha que seguía librándose sin descanso y comprendió enseguida que sus sharrwes no habían logrado gran cosa, aún a pesar de todo el tiempo transcurrido desde que irrumpieron en el palacio. El mesopotámico dio tres palmadas y pronuncio unas palabras a modo de conjuro y las diminutas y diabólicas criaturas se desvanecieron sin dejar rastro, incluidos todos los que se encontraban luchando contra Hilal.

Ambos, el gran mago y el gran brujo de Mesopotamia, con Hilal por delante de ellos, bajaron la escalera del sótano y se dirigieron a la habitación de Jasiazadeh, quien se encontraba dormida. Hilal abrió la puerta sigilosamente y los tres entraron de puntillas. Una mujer muy anciana estaba tendida boca arriba sobre un jergón. Hilal hizo que Zolfar viera el rostro de Jasiazadeh a la luz de un candil que llevaba en la mano. El mago Flor y Zolfar intercambiaron miradas y gestos en los que quedó claro para este último que la que yacía ante él era la bruja de Rujistán que Kataziah pretendía rescatar.

Los tres miraban a Jasiazadeh sin articular palabra, no obstante, Zolfar comprendió enseguida que la que fuera una de las brujas más grandes de su tiempo había sido «limpiada», palabra que, en el argot de brujos y magos de aquel tiempo y aquella zona, hasta en Mesopotamia, significaba que el brujo o bruja había sido purificado y vaciado de toda maldad y de todo nexo con Satanás como para poder ejercer la brujería.

En eso, Jasiazadeh abrió los ojos y paseó su vista, débilmente, a la tenue luz del candil, entre los tres hombres plantados ante ella.

—¡Jasiazadeh, nos está viendo! —se apresuró a exclamar Zolfar.

Jasiazadeh se quedó impasible al escuchar a Zolfar, como no prestándole ninguna atención. Zolfar, inclinado sobre el rostro de Jasiazadeh giró ligeramente la cabeza y miró al mago Flor de reojo, para seguir a continuación susurrando en la oreja de Jasiazadeh conjuros que posiblemente facultaban a un brujo «limpiado» recuperar su maldad y sus poderes. El mago Flor le agarró de su cuello con fuerza y le alejó de ella, mientras Hilal le impedía volver a acercarse de ella. Zolfar jadeaba sin saber qué hacer.

—Escúchame, Zolfar —susurró Jasiazadeh—, me acuerdo de ti, fue hace muchos años, allá por Bagdad, yo entonces te ayudé mucho en destruir la relación de un padre y su hijo, que se querían profundamente. El hijo tenía tan solo doce años y adoraba al padre, tan fuerte era la relación entre ellos que tú solo no podías desbaratarla y acudiste a mí, porque sabías que era maestra en separar a padres, o madres, de hijos.

Jasiazadeh se calló al sentirse fatigada, mientras los tres hombres la escuchaban con mucha atención, especialmente el mago Flor. Este lanzó una mirada de reprobación a Zolfar, aprovechando el repentino silencio de la mujer, que seguía yaciente, sin moverse. Solo movía los ojos y los labios.

—A esto os dedicáis siervos de Satanás —reprendió el mago Flor—. A destruir la vida de la buena gente ¡Malditos seáis!

—Existe la «buena gente», como tú los llamas, sí, Svindex, pero también existe la gente a la que tú llamas «mala gente», y te aseguro que esta segunda parte es la más numerosa, y para ellos trabajamos. ¿Por qué no los persigues a ellos tú y tus secuaces en lugar de perseguirnos a nosotros, que no somos más que unos mandados? —terminó preguntando Zolfar enérgicamente, fijando su vista en la del mago Flor.

—Escucha, Zolfar —volvió a hablar la anciana cuando el mago Flor iba a responder a su adversario—. En aquella ocasión te ayudé, y ahora te voy a ayudar otra vez.

—¿Ayudarme? ¿En qué? —preguntó Zolfar, extrañado, antes de lanzar una mirada de no entender nada, al mago Flor—. Pero si apenas puedes moverte, Jasiazadeh... Quién te ha visto y quién te ve —dijo de nuevo Zolfar, volviendo su vista a Jasiazadeh.

—Te ayudo con el consejo que te voy a dar ahora —respondió con voz débil la que era bruja de confianza del rey de Rujistán, Qadir Khan—. Yo ahora me siento en paz conmigo misma —continuó—. Nunca antes he sentido esta paz. Solo ahora me doy cuenta de que he vivido mi vida, mi larga vida, extraviada y como suspendida en el aire. Solo me queda ahora el consuelo de tener fe en la misericordia de Dios. Que Dios me perdone tantos pecados y crímenes. Aunque sé que mis víctimas nunca dejarán de maldecirme y de implorar a Dios que me castigue de la peor manera.

—¿Y cuál es este consejo, Jasiazadeh? —preguntó Zolfar con algo de sorna, tono este que no gustó nada al mago Flor.

—Te lo acaba de dar, Zolfar —le espetó el gran mago.

Zolfar miró a Jasiazadeh, que volvía a cerrar los ojos, luego miró al mago Flor como comprendiendo lo que ambos han querido decirle. Un silencio espeso envolvió la estancia, decidiéndose los tres hombres retirarse de la habitación de la anciana.

Los tres subieron la escalera, en silencio. Hilal permaneció en la planta baja, donde le esperaban los ayudantes, mientras el mago Flor siguió caminando con Zolfar hasta situarse ambos de nuevo en el mismo lugar donde habían estado antes, en el parque central del complejo palaciego. Otra vez, ambos se colocaron uno frente al otro. No los acompañaba nadie.

—Zolfar —empezó el gran mago con mucha seriedad—, elige entre tres salidas para la situación en la que te encuentras: o sigues el consejo de Jasiazadeh, o luchas conmigo o desapareces. Si eliges esfumarte y zafarte de mis manos yo seré quien elija qué hacer contigo si te apreso, y si logras escaparte libre estarás, hasta nuestro próximo encuentro.

Dicho esto, Zolfar se esfumó del lugar, pero allá donde se dirigiese, aparecía el mago Flor, mirándole con una sonrisa en los labios y una mirada que decía claramente: «Pero ¿crees que puedes escapar de mí?». Zolfar se desesperaba más por no poderse comunicar mentalmente con Kataziah para pedir ayuda o informarla, ya que el escudo protector, reimplantado de nuevo, impedía esa suerte de comunicación.

Desesperado, pues hiciera lo que hiciera o se topaba con el gran mago o con el escudo protector que le impedía salir del recinto palaciego, decidió finalmente lanzar un órdago a su adversario, sorprendiéndole con un ataque que le iba a suponer a él la victoria o la muerte segura, y así fue.

Inesperadamente, Zolfar lanzó contra la cara del mago Flor una nube de polvo negro y denso compuesto por un veneno exterminador, capaz de matar al instante a quien lo respira, fuera quien fuera y a pesar de sus poderes, a lo que el gran mago respondió instantáneamente soplando con gran fuerza, de forma que todo aquel polvo venenoso se lanzó en sentido contrario al rostro de Zolfar, quien, en su desesperación, no había calculado bien su ataque ni tuvo en cuenta para nada la posibilidad de esa respuesta tan sencilla e inmediata de parte del mago Flor. Zolfar cayó fulminado.

El mago Flor se presentó, de nuevo, en el interior del palacio, que se encontraba en perfecto orden, como si no hubiera pasado nada. Los heridos ya estaban curados gracias a los poderes de Hilal.

—Has superado todas mis expectativas, Hilal, que Dios te bendiga. Felicita también a tus ayudantes, han estado magníficos pudiendo hacer frente a tantos sharrwes.

—Gracias, maestro, solo ponemos en práctica lo que nos has enseñado a lo largo de tantos años. Ya he visto el final de Ashima, su hermano y Zolfar, se lo han merecido. Extraviados hasta el final de sus vidas.

—Lo malo, Hilal, de todo esto, y como siempre ocurre en estos casos, de quienes la maldad carcome sus corazones y sus conciencias, es que estos nunca son conscientes de ello, y se creen en todo momento por encima de toda moral y de toda ley, convencidos de que tienen derecho a hacer con los demás lo que les venga en gana.

—Todo ser humano elige su camino, y no hay más de dos senderos en este mundo, el del bien y el del mal, no hay otro. Así fue siempre y así será hasta el final de los tiempos.

—Cierto, Hilal, pero muchos piensan, en su ceguera, que entre estos dos senderos hay muchos otros que, de existir de verdad, no irían a ninguna parte y un camino que no va a ninguna parte es más bien una perdición.

El mago Flor, tras asegurarse de que Amarzad, sus padres y los demás moradores del palacio estaban durmiendo plácidamente regresó a su palacio, desistiendo de regresar a la gruta de los brujos que ya tenía localizada, pues estaba seguro de que los hechiceros que se encontraban en ella ya la habían abandonado. No le cabía duda de que esos habían detectado su presencia y que se habían cuidado, y mucho, de buscarse otro escondite.

Una vez en su palacio, el mago Flor, acompañado por Habib, primero se puso frente al brujo egipcio, Sases. Ambos se miraban en silencio. El gran brujo egipcio estaba medio hundido en el manto protector, invisible salvo para los magos de la Hermandad Galáctica, y solo se le veía la mitad frontal de su cuerpo, con las manos libres pero los brazos hundidos por completo en el escudo, y la cabeza y cuello en libre movimiento. Sases comprendió enseguida que estaba ante Svindex, un hombre de aspecto imponente, corpulento y de mirada fulminante. El egipcio le miraba con los ojos medio cerrados y la cabeza algo agachada.

—Sases —le espetó el mago Flor—. Ya me informó Habib de la conversación que habéis tenido. Hemos deliberado y llegamos a la siguiente conclusión sobre tu destino. Te ofrecemos que abandones Qanunistán y regreses a Egipto llevando contigo a tus seguidores.

El rostro de Sases, desencajado hasta ese momento, se recompuso, enderezó la cabeza y abrió del todo sus ojos al escuchar las palabras del mago Flor.

—¡Oh, amigo Svindex! —exclamó Sases desde lo más profundo de su alma, como sacado en aquel instante del fondo de un pozo—. Ya sabía yo que entre maestros como nosotros habría mejor trato que el que brinda un simple discípulo.

—No te equivoques, Sases. Habib sí fue discípulo mío, pero ahora perfectamente podría ser tu maestro.

A Sases aquellas palabras no le gustaron nada, haciendo una mueca de disgusto al escucharlas.

—Vale, Svindex, te creo, pues me ha apresado de esta manera tan increíble —dijo Sases con una voz cansina—. ¿A qué esperas para ejecutar tu palabra, soltándome?         —agregó en tono suplicante.

El mago Flor intercambió una mirada con Habib y ambos dirigieron una mirada despectiva al brujo.

—Pero ¿de verdad crees que te soltaríamos a cambio de nada? —le preguntó el mago Flor.

Sases miró a ambos magos, extrañado.

—¿Qué queréis de mí? ¿Qué puedo hacer por vosotros? —preguntaba Sases con la voz del vencido que quiere zafarse, a cualquier precio, de la humillación en la que se encontraba.

—Tú no puedes hacer nada ni por ti mismo, mucho menos por nosotros. Si no quieres correr la suerte de tus compañeros de hazañas, Zolfar, Ashima y el hermano de esta, que ya no existen, escucha bien lo que te vamos a decir y hazlo al pie de la letra.

—¿Habéis matado a mis compañeros? —preguntó Sases muy impactado, con los ojos desorbitados, tanto por la sorpresa que le supuso la noticia, como por temor a correr la misma suerte.

—Nosotros no los hemos matado, murieron por estúpidos, especialmente Zolfar, que después de haber visto con sus propios ojos que Jasiazadeh ya no es ninguna bruja, sino una vieja moribunda, y después de haber escuchado el consejo que ella le dio para que siguiera su ejemplo y abandonase la nigromancia, hizo caso omiso de todo lo que veía y escuchaba.

—¡Jasiazadeh ya no es bruja y se está muriendo!               —musitó Sases, incrédulo, aunque no dudaba de que el mago Flor decía la verdad.

—Dejémonos de todo esto, Sases, y escucha las condiciones que tienes que cumplir si quieres que te soltemos.

—Dime, Svindex —volvió a musitar Sases—. Te escucho.

—Primero, prometer solemnemente que dejarás de practicar la nigromancia y la hechicería por el resto de tu vida.

—¿¡Cómo!? —exclamó gritando Sases, indignadísimo al oír aquello y sin esperar a que el mago Flor terminara de hablar.

—Escucha, Sases —le reprendió Habib—, o acatas lo que te está diciendo el gran mago o dejaremos que te hundas del todo en el escudo y desparecerás para siempre. Mírate bien, apenas tienes la cuarta parte de tu cuerpo en la superficie del manto, sería muy fácil hundirte en él del todo y ya ni nosotros podríamos recuperarte si quisiéramos.

Sases miraba la parte visible de su cuerpo y se desesperaba más aun, por lo que permaneció callado.

—Segundo —volvió a hablar el mago Flor—, nunca más volverás a pisar tierras de toda esta región.

—Lo prometo —se apresuró a responder Sases.

—Tercero, no volverás nunca a contactar con Kataziah, sea cual sea el motivo.

—Lo prometo, maldita sea esa Kataziah —interrumpió de nuevo Sases.

—Cuarto, nos vas a descubrir el lugar de la gruta donde te alojabas y donde celebrabais vuestras asambleas.

El mago Flor se calló, fijando sus ojos en los de Sases, del que esperaba una respuesta. Sases miraba al mago Flor y luego a Habib, y no decía nada. «¿Cómo voy a aceptar abandonar la nigromancia de por vida?», pensaba desesperado. Sin embargo, no veía escapatoria alguna a aquella situación de extrema gravedad en la que se encontraba, mucho más grave que cualquier otra a la que se había enfrentado en toda su vida.

—¿Qué nos dices, Sases? —le increpó el mago Flor, muy firme—. ¿Cumplirás esas cuatro condiciones, que son absolutamente ineludibles para ti y para tus acompañantes?

—Pero, Svindex, yo no tengo nada que ver con las hermanas López y sus acompañantes.

—Lo sabemos —contestó Habib—. Me refiero a los ayudantes que te acompañan aquí, y que están engullidos, como tú, por el manto protector. No tenemos tiempo que perder, Sases, ahora arreglaremos cuentas con las brujas del reino de Castilla.

Finalmente, Sases aceptó todas las condiciones, haciendo un juramento solemne, igualmente consintió que, de quebrantar su juramento, sería castigado muy duramente por parte del mago Flor.

—Si faltas a tu juramento, Sases, me enteraré con toda seguridad, tenlo siempre presente. De aquí sales de inmediato, con tus seguidores, directamente a tu país, sin perder un minuto.

—De acuerdo, Svindex —dijo Sases, sumiso, con voz apagada, pero feliz por haberse salvado él y los suyos.

El mismo proceso fue repetido con las hermanas López a las que, además de obligarlas a abandonar por vida la nigromancia, les quedaba prohibido salir de su país, el reino de Castilla, así como mantener cualquier contacto que intentara establecer con ellas Kataziah. Ambas no veían otra salida a su desgracia, a sabiendas de que el quebranto de su solemne juramento significaba un implacable castigo a manos del mago Flor y sus secuaces.

El egipcio, las dos castellanas y sus correspondientes ayudantes fueron liberados por el mago Flor y Habib, abandonando todos, a toda prisa, sin mirar atrás, el Nuevo Palacio y luego Qanunistán, para siempre.

Continuará


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