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AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

Saïd Alami

En entregas semanales 


Entrega 49    (9 Abril 2023)


…..Entre ellos, el egipcio Sases y las castellanas hermanas López, quienes se iban a encargar, junto a un grupo de hechiceros suyos, de rescatar a los brujos presos en el palacio del mago Flor, mientras que a Zolfar, de Mesopotamia y Ashima y su hermano, de la India, les fue adjudicada la no menos peligrosa misión de rescatar a Jasiazadeh del Palacio Real de Dahab.

Kataziah no llegó a penetrar en ninguno de los dos palacios, quedándose a la expectativa, vigilante de ambas operaciones y depositando su confianza total en sus correspondientes líderes, a quienes, además, quería poner a prueba y medir sus respectivas capacidades frente al mago Flor, especialmente después de haber escuchado de sus bocas infinidad de fanfarronerías acerca de sus capacidades como brujos.

Cuando estos dos grupos partieron de la mencionada cueva, otra cercana estaba siendo rodeada por el mago Flor y sus secuaces. El mago Habib quedaba encargado, junto a un pequeño pero muy eficaz grupo de sus discípulos, de salvaguardar el Nuevo Palacio y los presos que había en su interior.

Pasado el segundo tercio de la noche, el Nuevo Palacio sufrió una especie de fuerte temblor, que podía hacer creer que la tierra se había movido, pero no era el caso y el mago Habib lo supo enseguida, por lo que puso a sus hombres en alerta de inmediato tanto fuera como dentro del palacio.

No había terminado aún el primer temblor cuando se inició otro más fuerte, pero el palacio resistía las sacudidas sin acusarlas siquiera, pues precisamente por ese motivo no había sido construido ni con piedra ni con madera ni con ninguna otra materia terrenal, sino que era un palacio irreal, como aquellos que se habían levantado en el planeta Kabir para después desvanecerse y desaparecer. Esto era así porque el mago Flor y todos los miembros de la Hermandad Galáctica de Magos tenían una profunda fe en que todo cuanto existía en el universo — y que existía desde hacía una eternidad— era temporal. Creían que todo lo que tuviera algo que ver con la vida, incluidas las construcciones hechas por el ser humano, en realidad, era efímero, pasajero, como la propia vida, o sea, lindante con lo irreal, hasta casi no poder discernir a ciencia cierta lo real de lo irreal. Prueba de ello es que todo tiene un inicio y un forzoso e irremediable final, aunque este tarde en llegar miles de años. Esa fe profunda y esa realidad harto comprobada por las interminables generaciones que han pasado por nuestro planeta, y por una infinidad de otros planetas, provocó que los magos de la Hermandad no se aferraran nunca a nada material, ni siquiera a sus propias moradas, por lo que estas eran producto de su poderosísima imaginación, que ejercida sobre los demás, les hacían ver, en cada caso, lo mismo que ve el mago autor de la construcción imaginaria. Muchos contemporáneos de aquella época, en aquellos reinos, no podían creer que el Nuevo Palacio fuera producto de la imaginación del mago Flor, porque no alcanzaban imaginar el colosal poder de la mente y de la imaginación que esta puede generar. El Nuevo Palacio, en realidad, era un centro de operaciones que acogía a los discípulos y seguidores del mago Flor que trabajaban estrechamente con él, incluidos Habib e Hilal.

Ni Habib ni sus ayudantes detectaban presencia extraña alguna, pues para eso, tanto Sases como las hermanas López eran maestros consumados en el arte de la transmutación, por lo que se infiltraron en el palacio convertidos junto a sus ayudantes en sombras invisibles e indetectables, aunque compuestas de materia, una materia totalmente desconocida para Habib y los suyos. Sin embargo, al penetrar esa materia entre otras materias incompatibles se producían aquellos temblores, un problema que ni Sases ni las hermanas López habían podido resolver a pesar de haberlo intentado, cada uno por su lado, a lo largo de muchos años.

Habib, conocedor de esta realidad de la incompatibilidad de materias en la transmutación, al producirse los dos temblores, dedujo enseguida que el palacio había sido infiltrado por una o más materias extrañas, por lo que enseguida se afanaron él y sus ayudantes en tender un escudo protector de máximo hermetismo y absoluta impenetrabilidad alrededor del palacio para impedir que ningún extraño pudiera abandonar el palacio. Habib había aprendido de su maestro, el mago Flor, el arte de tender escudos protectores infranqueables e invisibles.

Un segundo escudo protector se instaló en el sótano con el fin de impedir el acceso. Allí se situaban las celdas, el objetivo primordial de los intrusos. Así, Habib había tendido, por fuera y por dentro del palacio, dos escudos de una clase capaz de detectar cualquier materia viva. Cuando los intrusos se toparan con alguno de ellos, se quedarían irremediablemente pegados al escudo y el contacto provocaría reacciones bioquímicas que devolvían la materia cazada a su original composición y forma, además de paralizarla del todo durante el tiempo que quisiera el mago Habib. La paralización no afectaba a la consciencia ni a la mente si se trataba de una presa humana. Deshacerse de esa trampa era prácticamente imposible, porque el escudo protector penetraba en los tejidos de los seres atrapados convirtiéndose ellos mismos en una parte del mismo escudo. Solo podrían librarse del escudo si el mago que lo tendió daba la orden mental de desactivarlo. Esa clase de escudo era de las últimas invenciones del mago Flor. Mediante el poder de su control mental preciso, el mago autor del escudo quedaba inmune a él, así como las personas que él determinaba, por lo que podían atravesarlo con sus cuerpos, como si no existiera.

Así las cosas, y en cuestión de minutos, Sases y las hermanas López fueron apresados, junto con todos sus ayudantes. Los que iban a cazar en el palacio del mago Flor fueron cazados de la manera más simple y rápida, de un modo que no les podía haber pasado por la cabeza ni siquiera a esos tres grandes brujos, ni al resto de brujos y brujas que los acompañaban.

Sases se quedó boquiabierto y tan sorprendido como no le había ocurrido en toda su larguísima vida, pues jamás imaginó que él, el brujo invencible que se consideraba, iba a ser apresado tan fácilmente.

En cuanto a las hermanas López, estas no hacían más que maldecir a Kataziah por haberlas encargado una misión contra un mago de esta talla, que utilizaba métodos nunca vistos en el reino de Castilla ni en los países colindantes. Ambas no podían creer que hubieran caído presas del bando del mago Flor tan fácilmente. Habían oído hablar de él en su lejana y bella Toledo, que en aquellos momentos tanto añoraban, pero nunca imaginaban que fuera tan ingenioso y audaz.

Tanto Sases como las hermanas López, y los acompañantes de ambos, no sabían que aquella hazaña suya era inútil desde el principio, dado que la veintena de brujos presos en las celdas estaban ya en la última fase del proceso de desatanización y desintoxicación, del que se encargaban Habib y Hilal conjuntamente. Idéntico proceso al que sometieron a Jasiazadeh, aunque aquella, debido a su extrema vejez, rondando ya los 300 años de edad, había salido del todo de la posesión y del dominio de Satanás, y era ya una mujer normal que esperaba su muerte. Jasiazadeh incluso se volvió una vieja muy piadosa, profundamente arrepentida por todo el mal que había causado en su vida practicando la nigromancia, por lo que no dejaba de rezar e implorar a Dios misericordia y perdón.

El mago Flor no creía en la bondad de una solución en la que se enviaba a la muerte a los brujos que apresaba en el curso de su lucha contra la nigromancia, sino que se creía en el deber ineludible de purificar esas almas antes de que las alcanzara la muerte. Lo que él y los suyos hacían siempre era esforzarse en extremo en las tareas de rehabilitar a los brujos y brujas que hacían prisioneros hasta convertirlos en gente de bien, y que después siguieran haciendo su vida con normalidad, ya fuera en su mismo entorno de antes o trasladándolos a otros lugares donde nadie los conocía.

Habib se puso en frente de Sases, y lo libró de su parálisis para que pudiera hablar, pero sin soltarle. Este, al ver delante de él al mago Habib y algunos de sus ayudantes a su lado estalló en cólera, pero solo podía mover la lengua y las facciones de su cara, nada más.

—Malditos seáis, Svindex y malvada compañía. Yo os daré vuestro merecido, miserables malnacidos.

El mago Habib y los suyos miraban a Sases con sorna, con una sonrisa sibilina sobre sus labios. El brujo Sases estaba en una situación tan patética que hacía que ellos se esforzaran por no estallar en carcajadas.

—¿Quién te dijo a ti, brujo patético, que yo soy el gran Svindex? —preguntó Habib a Sases en un tono burlón.

Sases recompuso su rostro todo lo que podía.

—Entonces, ¿quién eres? —espetó Sases achicando los ojos como si le fallara la vista, aunque la tenía perfecta en aquellos momentos.

—Soy Habib, discípulo de Svindex.

Sases, que se consideraba uno de los brujos más grandes del mundo, no podía sentirse más indignado... «¡He sido apresado por un discípulo de ese Svindex o como se llame!».

—¿Discípulo dices? —increpó el brujo venido de Egipto—. ¿Yo apresado por un insignificante discípulo?

Habib no pudo más y estalló en carcajadas al oír aquello, mientras el rostro de Sases no hacía más que enrojecer bajo el terrible efecto de la impotencia que le embargaba.

—Desde luego, vuestra Kataziah, al ser tan corta de mente, tuvo que buscarse brujos de su talla, como tú, por ejemplo, Sases, que ya ves la talla de brujo que tienes, patética —contestó Habib en un tono de desprecio.

—¿Qué quieres de mí, Habib? —gritó Sases desesperado.

—Nada, podíamos haberte matado ya mismo si hubiésemos querido, pero preferimos salvar tu alma, lo mismo que hicimos con Jasiazadeh y los brujos presos a los que venías aquí a liberar. Ninguno de ellos es brujo ya y nunca volverán a serlo. Y tú pasarás por el mismo proceso, a no ser que prefieras la muerte. Tú eliges.

Sases, viendo desesperado que él y todos los que le acompañaban eran presos del escudo protector, escuchaba aquello y no daba crédito a lo que oía. «¡Dejar yo de ser brujo! Pero qué ingenuos son ese Habib y su amo», pensaba sin articular palabra, pues era inútil todo lo que podía decir él en aquella absurda conversación y, seguramente, encontraría el modo de evadirse, y después vengarse tanto de Kataziah como de estos que le tenían apresado.

Más tarde, una conversación parecida tuvo Habib con las hermanas López, que, histéricas y fuera de sí, insultaron a Habib hasta hartarse, amenazándole con vengarse de él y del mago Flor de la peor manera posible, sin terminar aún de darse cuenta de que sus días de brujas habían llegado a su fin en aquellos momentos y para siempre.

 

A la misma hora que sucedían estos extraordinarios acontecimientos en el Nuevo Palacio del mago Flor, Zolfar de Mesopotamia y Ashima y su hermano, de India, se afanaban por liberar a Jasiazadeh en el Palacio Real.       Ambos se infiltraron a través de las paredes del palacio, instantes después de que lo hiciera un tumulto de una especie de duendes malignos de extrema violencia, llamados en el mundo de la brujería de aquellos tiempos, en aquella región del mundo, sharrwes. Cada una de esas criaturas, fruto de las mentes de los tres brujos, tenía estrictas órdenes de sus amos de aniquilar a todo aquel que intentase impedir el rescate de Jasiazadeh. Su alta velocidad de movimiento en cualquier dirección, instantáneamente, los hacía inalcanzables, además de su enorme capacidad de penetrar y atravesar cualquier materia, inerte o viva, tanto que los escudos protectores, por muy desarrollados que pudieran ser, no les impedían moverse con facilidad.

    Tanto Zolfar como Ashima y su hermano tuvieron en cuenta, al atacar el Palacio Real, lo que les contó Kataziah de que el mago Flor había protegido al palacio, anteriormente, con un escudo protector, arte este que ella, igual que la inmensa mayoría de los brujos y brujas, ignoraba. No obstante, los tres, trabajando mano a mano, pudieron producir esos sharrwes inmunes a los escudos protectores, muy parecidos a dos clases de criaturas de hechicería que manejaban los brujos de India y Mesopotamia.

El mago Flor había dado instrucciones a Hilal para que, en caso de ataque contra el Palacio Real, no avisara a Amarzad, porque al percatarse sus padres o la guardia de su ausencia, cundiría la alarma en todo el palacio y eso podría entorpecer la lucha de los magos contra los atacantes e incluso poner en peligro la vida de los moradores del palacio. Al mismo tiempo, el mago Flor, con el uso de sus poderes, se encargó de que Amarzad se quedara dormida plácidamente y no se enterara de lo que pasaba en el palacio.

Hilal había organizado la protección del Palacio Real sin que se le pasara por la cabeza en ningún momento la posibilidad de ser atacado por esos sharrwes, ya que los brujos de la región de los cinco reinos no los habían conocido nunca, aunque él había oído hablar de ellos de boca de su maestro, el mago Flor. Por lo tanto, y como había hecho Habib en el Nuevo Palacio, tendió la última versión de escudo protector en el exterior del palacio. En realidad, tanto él como Habib habían recibido esa orden del mago Flor justo antes de que abandonase el palacio para ir a sorprender a los brujos en una de sus grutas. El gran mago calculó que de, ser detectado por los brujos en la zona montañosa en las afueras de Dahab, estos podían aprovechar para atacar el Nuevo Palacio o el Palacio Real, máxime cuando él siempre tenía presente que Kataziah nunca iba a dejar de intentar rescatar a sus brujos y a Jasiazadeh.

Así las cosas, Hilal se vio de repente con el palacio inundado de sharrwes que solo él y sus ayudantes, una docena, podían ver y percibir, pero nadie más de los moradores de la residencia real, lo que hacía multiplicar su peligro para ellos.

La aparición de Zolfar, Ashima y el hermano de esta en el interior del palacio tuvo lugar instantes después de que los sharrwes hubieron terminado de desgarrar el manto protector, llenándolo de boquetes. Hilal y los suyos se prestaban a librar una cruenta y no menos alocada batalla, no obstante, comprendió enseguida que él y sus ayudantes no eran suficientes para vencer a los invasores del palacio, por lo que no dudó en avisar al mago Flor mediante su sortija esférica, justo cuando el gran mago estaba a punto de introducirse en el interior de la gruta de brujos que tenía localizada y que ya estaba rodeada por sus ayudantes. Hilal le hizo saber a su amo, al momento, la naturaleza del ataque al que estaban expuestos en el Palacio Real, cosa que el mago Flor vio con toda claridad, alarmado, a través de su sortija esférica.

El mago Flor ordenó a sus seguidores precipitarse con él instantáneamente en ayuda de Hilal, abandonando la zona de las grutas y manifestarse todos en un abrir y cerrar de ojos en el interior del Palacio Real. Allí encontraron que Hilal y los ayudantes de este estaban centrando sus fuerzas en impedir, con mucho éxito, el acceso de los agresores a la planta superior, dedicada a las alas de la familia real, que a aquella hora, pasado el segundo tercio de la noche, se encontraban durmiendo. Los sharrwes, una vez aniquilados por Hilal y sus ayudantes, se esfumaban, convirtiéndose en una especie de humo blanco, que pronto desaparecía del todo.

El mago Flor, en medio de aquella frenética lucha, vio, a través de su sortija, a Zolfar, Ashima y su hermano que intentaban alcanzar las escaleras que llevaban a la reducida prisión subterránea, ubicada en el centro del complejo palaciego, a la que se descendía tras atravesar un extenso parque, el mismo donde Hilal libró su batalla contra Jasiazadeh. Los tres brujos iban precedidos por un tumulto de sharrwes.

A pesar de toda aquella lucha que iba desarrollándose ferozmente, el silencio en el palacio era sepulcral para sus moradores, pero para brujos y magos esa lucha producía una algarabía ensordecedora. La familia real, así como los demás habitantes del palacio, como el propio Burhanuddin, que prefería pernoctar la mayoría de las noches en el Palacio Real y no en su palacete, para asegurarse de que los guardianes de noche estuvieran con los ojos bien abiertos, ni se daban cuenta de que el palacio se había convertido en un campo de batalla, una batalla en la que ni Burhanuddin ni ninguno de sus hombres podían aportar la más mínima ayuda.

Mientras Hilal y sus secuaces, a los que se unieron los acompañantes del gran mago, seguían librando la lucha infernal con los sharrwes, en el parque palatino, que a esa hora estaba envuelto por la oscuridad, lo que no impedía a magos y brujos verse con claridad, tronaba la estruendosa voz del mago Flor, mientras los brujos invasores intentaban alcanzar la puerta de la prisión subterránea.

—¡Zolfar, Ashima y hermano, siervos de Lucifer, vuestro recorrido por el mundo ha llegado aquí a su fin!

Los brujos se dieron la vuelta, viéndose cara a cara frente al temible Svindex, del que tanto habían oído hablar, especialmente desde que llegaron a Dahab, y cuya suerte se había cruzado violentamente con la de ellos, alguna vez, a lo largo de los dos siglos precedentes. A los tres no les gustó un ápice ese encuentro, y tanto ellos como sus sharrwes quedaron clavados en su sitio sintiendo los tres un funesto presagio les acechaba. Se miraron y se comunicaron mentalmente, acordando un plan de inmediato.

—¡Amigo Svindex! —exclamó Zolfar con voz quebrada, pese a sus dos metros de estatura y un rostro demoniaco—. ¡Cuánto tiempo ha pasado desde que nos vimos la última vez por tierras de Babilonia! Nunca me he olvidado de nuestra última reyerta fratricida. Éramos aún jóvenes y vehementes.

—¿Fratricida? —tronó otra vez la voz del gran mago para lanzar una carcajada que parecía venida del cielo, llenando todo el espacio, pero siempre inaudible para el resto de los humanos.

—¡Querido Svindex! —exclamó, sarcástica, con voz aguda e hiriente, Ashima, cuya estatura no pasaba de siete palmos, su cabello le colgaba hasta los pies y tenía unos ojos tan grandes que rajaban la cara desde ambos lados de la nariz hasta el nacimiento del cabello—. Me acuerdo, infame poseso de eso tan ridículo del bien y del mal, de cuando me apresaste y me humillaste en prisión a lo largo de mucho tiempo, hace ya muchos años. ¿Te acuerdas? Pero Kataziah me liberó al poco tiempo, cuando logró hechizarte. Así que a ella la debo un gran favor y a ti te debo una venganza de la que nunca me olvidé.

El hermano de Ashima iba asintiendo con la cabeza y con gestos lo que ella iba diciendo con un tremendo tono de rencor y odio.

Zolfar lanzó una mirada fiera a Ashima, regañándola por haberse salido del plan que habían trazado, pero Ashima se sentía carcomida por tantos años acumulados de ganas de revancha y quería desquitarse a toda costa, por lo que, haciendo caso omiso a Zolfar, y en un abrir y cerrar de ojos, se lanzó al ataque del mago. Junto a su hermano, se elevó en el aire a bastante altura; después, cayeron los dos en forma de rayos fulminantes sobre la cabeza del mago Flor. Sin embargo, este simplemente se apartó mientras se abría junto a sus pies un agujero que no hacía más que prolongarse verticalmente en el subsuelo, al que justo fueron a caer Ashima y su hermano, precipitándose ambos en un abismo sin fin, mientras el agujero se iba cerrando de nuevo de arriba hacia abajo, poniendo así fin, para siempre, a la existencia de Ashima y de su hermano.

Zolfar observaba la escena mientras se decía entre dientes, como mordiéndose los labios: «Pero ¡qué estúpida, Ashima…! ¡Pero cómo puedes ser tan ciega!». El brujo de Mesopotamia no salía de su asombro ante aquella escena que transcurrió vertiginosamente, tanto que él ni tuvo tiempo para reaccionar, empezando ya a sentir la zozobra sacudiéndole el corazón, lamentando haber prestado oídos a Kataziah, quien le empujó con su labia manipuladora a abandonar su tierra en Mesopotamia para estar ahora delante de su eterno adversario, el mismísimo Svindex, nada menos.

—¿Viniste desde tan lejos, Zolfar, para ayudar a Kataziah a acabar conmigo? —inquirió el mago Flor, irónicamente—. ¿No sabías que venías a este país para no volver a salir de él jamás?

Zolfar permanecía en silencio, desistiendo de luchar contra el gran mago, porque sabía que tenía gran probabilidad de perder.

Sin embargo, él sabía que siempre podía recurrir al hechizo de la desaparición, esfumándose instantáneamente, pero no tenía garantías de que su enemigo no le fuera a localizar, pues desconocía el alcance de los poderes del mago Flor, aunque sabía que eran muy grandes, más grandes que los suyos propios, sin duda. Era extraño, algo le retenía allí que ni él mismo sabía lo que era, y cuando el mago Flor se iba aproximando a él con pasos lentos, sin ningún gesto o palabra amenazante, Zolfar permaneció impasible, listo para esfumarse si hiciera falta, aun con riesgo de fracasar en su intento.

—¿Habéis venido aquí solo para salvar a Jasiazadeh o teníais otros objetivos? —preguntó el gran mago en tono amistoso, que Zolfar percibió enseguida y decidió, sin saber muy bien por qué, sincerarse con su adversario.

Continuará….


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