AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
Entrega 60 (15 agosto 2023)
...Así, cada vez que Torán se
disponía a acometer el tema que le había traído hasta allí, entraba uno de los
hombres de Burhanuddin para susurrarle algo al oído, o para traer algo de
fruta, bebida, tal como les había pedido su jefe que hicieran hasta la llegada
de Shakur y Murad Thakur.
Efectivamente, mientras Torán
carraspeaba una y otra vez, preparándose para entrar en el meollo de la
cuestión que le estaba quitando el sueño desde que detectó la relación habida
entre su interlocutor y Amarzad, intentaba zafarse de tener que hablar de
cuestiones que no le interesaban nada y que el pachá le iba contando. Este, de
repente, le preguntó muy amablemente:
—Bueno, alteza, ¿a qué se debe el honor de su visita
a esta hora de la noche? Debe tratarse de un tema de capital importancia.
Otra vez, las palabras utilizadas por Burhanuddin y
la manera de hacerle la pregunta le disgustaron al príncipe que, a pesar de
haber ido a ese encuentro resuelto a tratar al pachá con suma amabilidad y
diligencia, no pudo más que contestarle altivamente:
—Excelencia, el heredero de los tronos de Najmistán
y Sindistán puede visitar a quien quiera a la hora que quiera.
—Desde luego, alteza —respondió Burhanuddin
llevándole la corriente al príncipe, pero acto seguido continuó—: Pero no me
acaba de contar el motivo del honor de tenerle a estas horas aquí.
—Le veo impaciente, querido pachá —dijo Torán
fríamente esta vez, habiendo decidido serenar el ambiente antes de que la
situación se le escapara de las manos ante tanta insolencia que él percibía en
las maneras y en las palabras de su interlocutor.
—Impaciente no, querido príncipe —respondió
Burhanuddin, muy tranquilamente y estando a punto de añadir: «pero no son
horas», sin embargo, pudo reprimirse a tiempo.
—Mire, excelencia, y sin rodeos, yo comprendí
perfectamente el hecho de que su excelencia quisiera hablar conmigo a solas
acerca de mi oferta de esta mañana, y aquí me tiene.
Burhanuddin creyó haber escuchado mal.
—Perdón, alteza, no le he oído bien.
—Hablo de la conversación que
tuvimos esta mañana durante la marcha. De la propuesta que le hice. Su
excelencia me dijo que no era ni momento ni lugar para acometer ese tema, lo
cual era un mensaje claro de su parte de que no quería hablar del tema delante
de nuestros lugartenientes y prefería hacerlo conmigo a solas. Así que, decidí
visitarle a estas horas para poder hablarlo todo, con franqueza.
Burhanuddin ni se inmutó ante las palabras de su
huésped, sino que se levantó tranquilamente, poniéndose en pie, lo que empujó a
Torán a hacer lo mismo de inmediato, situándose ambos hombres frente a frente,
guardando las distancias, con semblantes sombríos, aunque intentando dibujar
una sonrisa que no lograba plasmarse en los labios de ninguno de ellos.
—¿Conque esto es lo que había comprendido su alteza?
¿Que yo quería hablar el tema a solas? —preguntó Burhanuddin pausadamente,
clavando en los ojos de su rival una mirada fría y punzante.
Torán balbució, no sabiendo qué decir, al percatarse
de su equivocación en la interpretación de las palabras de su adversario de
aquella mañana. Sin embargo, continuó en silencio a la espera de que
Burhanuddin aclarase su postura definitivamente. Este quiso que Murad Thakur y
Shakur oyeran bien la propuesta del príncipe.
—¿Cuál era la propuesta exactamente, alteza?
—preguntó el pachá, con una ligera sonrisa, hecha para tranquilizar al
príncipe.
Torán, encantado, recuperó la esperanza y volvió a
detallarle la oferta que le había hecho aquella mañana.
—¿Acaso pretende su alteza comprarme, ofreciéndome
estos cargos? —espetó el pachá al príncipe en voz alta.
De repente Torán lo comprendió todo, percatándose de
cuán equivocado estaba respecto a Burhanuddin, y de que no tendría alternativa
alguna salvo matarle. Sin embargo, decidió mantener la calma.
—De ninguna manera, excelencia —contestó Torán, que
parecía sereno, lo que sorprendió enormemente a Murad Thakur que seguía muy
atento la escena junto a Shakur y otros tres hombres de Burhanuddin—. Era una
simple propuesta entre dos hombres maduros y de alto rango. Una propuesta
emanada de mi confianza en su gran valía. Además, y hablando sincera y
francamente, se habrá dado cuenta su excelencia de que yo intento ser amigo
suyo, lo cual es también prueba de esta confianza que tengo en su persona.
Con esas palabras, que Torán dijo convencido de que
hablaba con su adversario a solas, sin que nadie los escuchara, el príncipe
quería intentar, a la desesperada, convencer a Burhanuddin, hablándole todo lo
claro que podía hablarle, aunque expresando sentimientos y pensamientos que él
mismo sabía que eran falsos, pues hacia Burhanuddin no sentía, en realidad, más
que desprecio y odio.
—Sí que me he dado cuenta, príncipe, y siempre me
preguntaba por el motivo de este interés que su alteza muestra por mí —dijo el
pachá, bajando el tono de voz, y aparentemente relajado—. ¿No quería que
hablásemos sincera y francamente? Pues hagámoslo, por favor.
—Bien, yo lo estoy haciendo. Los dos somos jóvenes,
creo que de la misma edad, lo que facilitará que nos entendamos de una vez por
todas.
Llegado a este punto, Torán se
calló, y no dejaba de ir y venir en la estancia, espada al cinto y una daga al
otro lado de su cinturón. Burhanuddin, que presagiaba lo peor desde el
principio, permanecía de pie, siguiéndole con la vista, pero desarmado, aunque
sus armas se encontraban a la vista, al alcance de su mano. Mientras, muchos
ojos estaban observando desde fuera de la estancia, envueltos por la oscuridad,
con los oídos prestos y atentos a cada palabra pronunciada por los dos jóvenes.
Pero nadie allí sabía que otros ojos y oídos seguían atentos a lo que acontecía
en aquel pabellón, y desde antes, desde la salida de ese ejército de Dahab.
Eran los ojos y oídos del mago Flor y de Amarzad, a través de sus sortijas
esféricas, pues ambos temían lo peor al haber detectado, cuando Torán estuvo en
Dahab, sus pensamientos y sus nefastos planes para el futuro, máxime cuando en
aquellos momentos aún no había tenido lugar la catastrófica y onerosa derrota
de Akbar Khan en Sindistán, que, por otra parte, no tardaría en tener lugar.
De repente, Torán se detuvo a dos pasos de su rival
y le espetó sin preámbulos:
—¿Existe
alguna relación entre tú y la princesa Amarzad?
La pregunta cayó como un rayo tanto en los oídos de
Burhanuddin como en los de los demás que estaban ocultos. Murad Thakur quiso
irrumpir en la estancia para impedir que la conversación fuera más lejos, sin
embargo, Shakur y los otros caballeros le sujetaron y le taparon la boca,
además de ponerle la punta de una daga en el cuello para que permaneciera en
silencio. Torán estaba tan atento y tan nervioso esperando la respuesta de
Burhanuddin que no percibió el ruido que se produjo, durante un instante,
detrás de la pared de lona de la estancia donde se encontraban, cuyo suelo de hierba
estaba cubierto de mullidas y vistosas alfombras.
Al escuchar la pregunta de Torán, al joven pachá no
le quedó duda alguna de que tenía que zanjar ese asunto costase lo que costase,
lo mismo que había pensado Torán en los instantes previos a su inesperada
pregunta.
—Haga el favor, príncipe Torán, no mezcle a su
alteza, nuestra princesa, en este asunto que nada tiene que ver con ella —le
contestó el pachá dirigiéndole una mirada fulminante que no gustó nada al
príncipe.
—No eres quién para impedirme mencionar a mi novia
—le contestó Torán, impertinente.
La contestación le cayó encima a Burhanuddin como
una montaña, aplastándole el pecho y el orgullo. De repente, se acordó de que
Amarzad había aceptado a Torán por novio, nominalmente.
—Eso no es verdad, no es su novia y nunca lo
será —contestó el joven caudillo,
airado aun a sabiendas de que lo que decía Torán era una verdad a medias.
Torán quedó perplejo al
recordar que de hecho nadie en el reino sabía de su noviazgo con la princesa,
que no fue anunciado con solemnidad, al contrario de lo acostumbrado en esos
casos, debido a que él tuvo que salir aceleradamente de Dahab tras haber sido
aceptada su petición de mano.
—¿Cómo se atreve a decir que
nunca será mi novia? —tronó la voz
del príncipe mientras, velozmente, desvainaba su alfanje y se iba acercando a
Burhanuddin, presto a atacarle. Torán estaba resuelto a acabar con su
contrincante. Había vuelto en ese momento a su naturaleza violenta y
arrogante—. ¿Quién eres tú para osar decir tales cosas? ¿Acaso no te das cuenta
de tu condición de simple soldado por muy pachá que te haya nombrado el sultán?
—vociferaba el príncipe. Mientras, Burhanuddin, recogía tranquilamente su
alfanje y desvainaba lentamente, resuelto a poner fin a la presencia de Torán
en la vida de Amarzad y en la suya propia, aunque no entraba en sus cálculos
matarle.
En ese momento, Murad Thakur pudo zafarse de las
manos de Shakur y demás caballeros que le estaban sujetando, irrumpiendo él y,
tras él, todos los demás, en la estancia. Murad Thakur se acercó violentamente
hacia Torán empujándole para apartarle de Burhanuddin, pero el príncipe le dio
tal puñetazo que lo derribó al suelo, mientras se abalanzaba sobre su rival,
quien a la vez que daba señal a sus hombres, espada en mano, para que se
apartaran, esquivaba el golpe del arma de Torán, asestándole a continuación tal
golpe con el guardamano de su alfanje en la mandíbula que provocó que el
príncipe se desplazara varios metros. Torán llegó a dar contra la lona del
pabellón y rodó por el suelo sin soltar la espada en ningún momento, a pesar
del fuerte dolor en su mandíbula, que sentía como si se le hubiera partido.
Murad Thakur fue retenido de nuevo y desarmado por los hombres de Burhanuddin,
todos se apartaron dejando a ambos jóvenes solucionar su problema a sus anchas.
Es verdad que ambos rivales
eran de parecida edad, estatura, complexión y bravura. Sin embargo,
Burhanuddin, en lo que se refería a combatir, tenía el corazón frío, la mente
lúcida y los músculos tensados y endurecidos, todo lo contrario a Torán que era
impetuoso, impulsivo, y tenso, especialmente cuando se trataba de asuntos
personales y combates con rivales que conocía de antes y a los que le unía
alguna relación particular. Así las cosas, Burhanuddin, como era su costumbre
cuando se enfrentaba a un retador, esperaba el ataque de Torán tranquilo, sin
moverse de su sitio, con los pies separados y el tronco erguido, mirando a su
rival con una frialdad que rozaba la indiferencia.
Torán se levantó del suelo de un salto y se puso en
posición de combate, dirigiendo a su enemigo una mirada candente, cargada de
odio. Murad Thakur gritaba desesperado instando al príncipe a tranquilizarse,
pero este le mandaba callar vociferando fuera de sí. Torán fue acercándose a su
adversario con mucha cautela, midiendo sus pasos y observando cada gesto o
parpadeo de su rival. De repente, el príncipe, sujetando la empuñadura de su
espada con ambas manos, lanzó un grito ensordecedor abalanzándose nuevamente
contra Burhanuddin. Este, de nuevo, repelió el golpe con la hoja de su alfanje,
sin embargo, recibió al instante una fuerte patada en el abdomen que le empujó
para atrás. El príncipe cargó contra él de nuevo, lanzando gritos
espeluznantes, pero esta vez viendo, estupefacto, que su espada volaba por los
aires a consecuencia de una certera maniobra de Burhanuddin en la que le
arrancó a su rival el alfanje de la mano metiendo la punta de su espada, con
suma precisión y extremada presteza, en el limitado hueco que dejaba el puño de
Torán entre el guardamano y la empuñadura de su espada, sin siquiera rozarle el
dorso de la mano. Tanto el príncipe como toda la fila de observadores del
combate contemplaban, estupefactos, cómo volaba el alfanje del príncipe yendo a
caer en el otro extremo de la estancia, a espaldas de Burhanuddin, que mientras
sonreía con sorna le dirigía al príncipe una mirada burlona y despreciativa, a
la vez, como diciéndole, pero sin articular palabra: «Y ¿ahora qué,
fanfarrón?».
Tras unos instantes de espeso
silencio en el que todas las miradas se dirigían al joven pachá, pendientes de
lo que iba a hacer, Torán se apresuró a blandir una dorada daga que llevaba al
cinto y la lanzó velozmente contra su rival, con la firme intención de matarle,
pero este, a pesar de la corta distancia entre ambos, interceptó la daga,
ágilmente, con la hoja de su espada y acto seguido, de un salto, colocó la
punta de la misma en el cuello del príncipe sin perder aquella mirada y aquella
sonrisa que tanto le humillaban. Todos los presentes detenían la respiración
mientras Murad Thakur gritaba desesperado: «No, por Dios, no le mate, pachá».
Torán, que sentía cómo se le helaba la sangre al percibir en los ojos de
Burhanuddin tanta frialdad y tanta determinación, balbucía palabras
inteligibles. Sin embargo, el pachá miró hacia Shakur y con un gesto de la
cabeza le ordenó detener a Torán, lo que Shakur y otros caballeros presentes
cumplieron al momento, haciendo caso omiso a los ruegos de Murad Thakur, quien
les recordaba de viva voz que se trataba del heredero del trono de Najmistán y
del futuro rey de Sindistán. Murad Thakur casi se ponía de rodillas ante
Burhanuddin para que soltara al príncipe y se olvidara de aquel incidente, lo
que hizo mella en la determinación del pachá, que estaba a punto de acceder a
sus ruegos, si no fuera por haber escuchado en aquel momento, nítidamente, la
voz de Amarzad instándole a no soltarle y a enviarle, custodiado, de regreso a
su país. A Burhanuddin, a pesar de que sabía de los poderes sobrenaturales de
su amada, se le erizó el cabello al escuchar su voz, tan clara como si
estuviera delante de él, y que nadie podía oír salvo él, quedando a la espera
de que siguiera hablándole, pero la voz se desvaneció y el silenció reinó de
nuevo, volviendo Burhanuddin a ver el rostro de Murad Thakur desencajado
delante de él, esperando su respuesta.
—Basta, excelencia —dijo el pachá amablemente
dirigiéndose a Murad Thakur, sin alterarse en ningún momento. Su excelencia
—prosiguió— sabe que su príncipe no merece ningún respeto de nuestra parte. Así
que le voy a perdonar la vida, pero será expulsado de nuestro reino. A partir
de este momento, su excelencia tomará el mando de las tropas de su reino que
nos acompañan y que permanecerán junto a nosotros como siempre ha sido la
voluntad de su majestad, Akbar Khan.
Murad Thakur, considerado mano derecha de Akbar
Khan, nunca se había sentido humillado en su vida hasta aquel momento. Akbar
Khan le confió su hijo y heredero y este casi pierde la vida a consecuencia de
su irrefrenable carácter violento y altivo. ¡Y con qué cara iba él a volver a
comparecer ante su rey después de lo que había ocurrido esa noche!
—Está bien, excelencia —se limitó a decir
resignadamente Murad Thakur.
Torán, al oír todo aquello, estalló de cólera,
nuevamente.
—Tú no puedes hacerme eso, mequetrefe —dijo
dirigiéndose a Burhanuddin—. Si yo me voy, se irá conmigo mi ejército. Y tú,
Murad Thakur, si te atreves a obedecer las órdenes de este don nadie, me
encargaré yo mismo de acabar contigo.
Murad Thakur no le volvió a hacer caso alguno a su
príncipe, consciente como estaba de no poder hacer nada por él y harto ya de
que le tratase con tan poco respeto. Burhanuddin, por su parte, daba palmadas
en la espalda del viejo Murad Thakur, mientras miraba silencioso y con asco a
Torán.
—Shakur —dijo Burhanuddin dirigiéndose a su
lugarteniente—, entrega a su excelencia su espada.
Murad Thakur recibía la espada silencioso,
envainándola de nuevo.
—Shakur —volvió a llamar Burhanuddin—, acompaña tú
mismo al príncipe hasta la frontera de Najmistán y no lo abandonéis hasta
haberlo entregado a los soldados de su majestad, Akbar Khan. Partid mañana a la
salida del sol con diez hombres de tu elección. Cuidadle bien, Shakur.
—A la orden, excelencia —contestó Shakur que acababa
de asegurarse de que las manos del príncipe estuvieran bien atadas detrás de su
espalda, mientras este no paraba de insultarle a gritos, desesperado al verse
preso.
Momentos más tarde, Torán,
sorprendentemente, se tranquilizó y no volvió a articular palabra, sin dejar de
buscar la mirada de Murad Thakur, quien esquivaba a su vez los ojos del
príncipe. Torán, finalmente, se había convencido de que nada podía hacer y de
que sus esperanzas pendían de la remota posibilidad de poder escapar de los
soldados de Burhanuddin y denunciar a este tanto al sultán Nuriddin, en Dahab,
como a su propio padre, Akbar Khan.
Esa misma noche, Burhanuddin escribió una carta al
sultán Nuriddin explicándole lo acontecido entre él y Torán, donde incluyó los
nombres de los testigos oculares que habían presenciado aquel enfrentamiento.
Capítulo 46 Qanunistán se queda solo
l amanecer del día siguiente y después de que Shakur
y sus hombres hubieran abandonado el campamento de Burhanuddin rumbo a la
frontera de Najmistán, Murad Thakur tomaba el mando de las tropas que hasta el
día anterior comandaba Torán, comunicando a sus caudillos que el príncipe había
tenido que salir urgentemente llamado por su padre para que acudiera a Sundos.
Así las cosas, las tropas de Burhanuddin y de Murad Thakur continuaron su
marcha hacia la frontera con Rujistán para ponerse bajo las órdenes del
príncipe Nizamuddin.
Torán fue entregado
a una tropa najmistaní que le acompañó a la capital de su país, Rastanpindi,
donde se enteró, con todo lujo de detalle, de la catástrofe sufrida por el ejército
de su padre en Sindistán y la desaparición del sultán, de quien nadie volvió a
saber nada. El príncipe sufrió un fuerte golpe emocional que vino a agravar su
profunda depresión provocada por el episodio de humillación que había vivido a
manos de Burhanuddin y la subsiguiente expulsión de Qanunistán. También se
enteró, en medio del caos que reinaba en la ciudad, de que en la batalla de
Sundos murieron los nobles más allegados a su padre, Farah Merza y Furqan Agha,
mientras el jefe del ejército, Zafar Pachá, permanecía en la cordillera de
Nujum con su ejército.
Todas aquellas circunstancias,
más la ausencia de Torán en Qanunistán, dejaron el campo libre a su tío, el
príncipe Shahlal, para hacerse con el poder en Rastanpindi, sin reconocer el
derecho al trono de ninguno de los hijos de Akbar Khan, presentes en la
capital, todos de corta edad, ni tampoco el del ausente heredero del trono,
príncipe Torán.
Torán se iba enterando de todo esto por algunas
personas en plena calle, cuando se encaminaba hacia el Palacio Real, en medio
de las escenas de dolor, gritos y llantos con los que se iba tropezando por
todas partes, de gentes que perdieron en la sangrienta batalla de Sundos a sus
padres, maridos, hermanos o hijos. Los jinetes que le acompañaban desde la
frontera no se habían enterado hasta entonces de aquellas noticias que se
contaban por las calles y presos del pánico decidieron poner tierra de por
medio en busca de sus familias y allegados, abandonando al príncipe Torán a su
suerte. Este, al no tener a dónde acudir, salvo al Palacio Real, donde se
suponía que se encontraban su madre y sus hermanos, encaminó sus pasos hacia lo
que solía ser su entrañable casa, donde había nacido y vivido mimado y
protegido, y luego poderoso y temido, a la sombra de su gran padre. Sin
embargo, cuando el palacio apareció ante él, rodeado de fuerte vigilancia por
soldados de a pie y otros montados, empezó a dudar si debía presentarse ante su
tío, si debía entrar en su propio palacio. Un poderoso impulso se apoderaba de
él empujándole a entrar y a arrojarse en los brazos de su madre y de sus
hermanos para llorar juntos la pérdida del padre y del poder, pero acto seguido
se veía preso de una vehemente tentación de lanzar su caballo al viento hasta
Sindistán y pedir allí protección al rey Radi Shah contra su tío Shahlal, o
regresar a Qanunistán y pedir protección al sultán Nuriddin, o ir en busca de
Zafar Pachá y retornar con él a la cabeza del ejército que seguía estacionado
en la cordillera de Nujum.
Continuará...