AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
Entrega 56 (29 junio 2023)
.....Los huéspedes se miraron unos a otros como
extrañados de las últimas palabras del mago Flor.
—Gran mago —volvió a decir
Liaqat—, los hermanos y primos de Yasin están ocupados en una guerra intestina,
en la que todos luchan contra todos, abandonando el país y sus gentes a su
suerte. Así llevamos tres meses sumidos en el caos, lo que aprovechan muchos
malvados para dedicarse al latrocinio y al pillaje, y eso ocurre tanto en
nuestra capital como en otras ciudades más pequeñas, poblados y aldeas.
—¿Habéis sido testigos de esos sucesos o lo sabéis
de otras fuentes? —le interrumpió el mago Flor.
—Hemos visto estos
enfrentamientos y pillajes en nuestras aldeas y en nuestra capital, y mientras
viajábamos a Dahab, hemos pasado por muchas poblaciones de la región, donde
pudimos comprobar que ya nadie está a salvo, pues hasta los jefes locales, de
la mayoría de esos lugares, están enzarzados en guerras entre ellos, unos
partidarios y otros oponentes a los distintos aspirantes al cargo de
gobernador. Así que no había más remedio que tomar la iniciativa desde el
pueblo llano y acudir a ustedes para rogarles que nos ayuden, cosa que hacemos
expresando la voluntad de todas las gentes sencillas y honradas del reino, no
nos cabe duda.
Mientras el viejo hablaba, el mago Flor y Habib
sacudían sus cabezas ligeramente en señal de aprobación, ya comprendían mejor
la situación que empujó a aquel grupo a acudir a Dahab en busca de ayuda.
—¿Y todo esto ocurre sin intervención del noble Yasin?
—preguntó Habib.
—Desde que se iniciaron las luchas, nadie volvió a
verle. Regresó al fondo del pozo y no volvió a salir. Así que ni siquiera
sabemos si está vivo o muerto.
Utilizando sus poderes, el mago Flor pidió a sus
seguidores en la región de Ashroq que le informaran acerca de la situación allí
y no tardó en recibir la confirmación de que una especie de guerra civil, con
múltiples frentes, se estaba librando en aquella zona, sumiendo a la región,
efectivamente, en el caos.
—Bien, buena gente. Habéis
hecho lo correcto toman-do la iniciativa para intentar salvar a vuestro
territorio
—exclamó el mago Flor con una gran sonrisa—. Solo os
pido que me indiquéis con detalle el lugar de ese pozo donde suele desaparecer
vuestro hombre, describidme su aspecto físico y dejadnos hacer. Ustedes pueden
descansar aquí el tiempo que les apetezca, pues este palacio y sus sirvientes
están a su disposición hasta que decidan emprender el regreso a su tierra.
Los visitantes, tras contar al gran mago todo lo que
quería saber para poder localizar el pozo en cuestión y poder reconocer a
Yasin, no hacían más que inclinarse ante el mago Flor en señal de reverencia y
agradecimiento, repitiendo alabanzas a Dios y plegarias por el bien y la
prosperidad del gran mago, mientras este les intentaba tranquilizar y
haciéndoles ver que todas esas señales de agradecimiento y veneración no eran
necesarias en absoluto. Habib se ofreció para salir en la búsqueda del pozo y
de Yasin, pero el mago Flor quiso llevar a cabo aquella misión personalmente,
pues le provocaba gran curiosidad toda aquella historia del misterioso pozo.
De inmediato, el gran mago
acompañado por algunos de sus discípulos y ayudantes, a los que procuraba
llevar con él en las distintas misiones para la perfección de su aprendizaje y
entrenamiento, salieron, volando, en busca del pozo. No habían pasado unos
minutos cuando el mago Flor lo había localizado con la ayuda de su poderosa
sortija esférica.
El problema al que siempre se
enfrentaba el mago Flor era su incapacidad de indagar lo que pasaba en el
subsuelo, en las cuevas y grutas, y mucho menos en los pozos, especialmente si
se trata de una sima tan abismal e insondable como aquella. Así, para saber qué
pasaba en el fondo de aquel pozo, el mago Flor no tenía más remedio que
descender él mismo, lo cual hizo sin ninguna vacilación, acompañado por sus
discípulos que se adentraban uno tras otro.
Mientras el gran mago descendía por aquella tétrica
e interminable oquedad, presentía que estaba a punto de descubrir un hecho asombroso
o una realidad excepcional. Buen rato después de haber iniciado el descenso,
una luz empezaba a vislumbrarse allí abajo, y al posarse en el fondo amplio y
extenso del pozo, que no contenía ni una gota de agua, el gran mago y sus
acompañantes se encontraron ante unas escaleras que terminaban en una
majestuosa puerta, de dos impresionantes y gigantescas hojas, una de las cuales
estaba del todo cerrada mientras la otra dejaba una rendija por donde pasaba
una luz deslumbrante.
El gran mago empujó la puerta, que no ofreció
ninguna resistencia, abriéndose con facilidad, a pesar de su enorme peso. Todos
quedaron boquiabiertos ante lo que veían sus ojos… Una naturaleza de sublime y
desbordante belleza, un cielo azul y unas brisas fragantes que parecían proceder
del mismísimo paraíso.
El grupo dio sus primeros pasos en este mundo que
nunca habían sospechado que podía existir a tanta profundidad bajo tierra. Ante
ellos se extendía un amplio sendero flanqueado de toda clase de flores y rosas,
nunca antes vistas por ellos, de incontables colores, cuya hermosura superaba
cuanto habían conocido en el mundo de donde procedían. Tras esas flores y
rosas, de distintas alturas y diferentes tallos, se esparcían a ambos lados del
sendero amplias franjas de plantas exuberantes de distintas tonalidades de
verde que, junto a las flores y rosas, se mecían al son de aquellas celestiales
brisas, tan refrescantes que parecían ser capaces de resucitar a los muertos.
Más al fondo se extendían, frondosos y pletóricos, bosques formados por una
interminable variedad de árboles desconocidos para este grupo de magos.
La belleza del lugar tenía embelesados a todos,
incluido al mago Flor, que no salía de su asombro, a él, que desde hacía un
sinfín de años no le sorprendía nada por muy extraordinario que pudiera ser.
Aquello sucedía en su mundo, hasta en el planeta Kabir, pero no en este mundo
del que nunca había oído antes.
No había a su alrededor ser
humano alguno ni animales, salvo pájaros de todos los colores, sonidos y
cantos. Pájaros también de una belleza indescriptible, independientemente de su
envergadura, aunque ninguno superior al tamaño de una paloma. Sus cantos eran
tan cautivadores que el grupo de magos podía permanecer allí horas enteras
escuchando tan armoniosas y embriagadoras melodías.
Lo que enseguida llamó la
atención del mago Flor en aquellos momentos es que todos los pájaros estaban
quietos en las ramas de los árboles, ninguno volaba, aunque muchos aleteaban
moviéndose a lo sumo entre una rama y otra cercana. Le parecía que aquellos
pájaros les estaban vigilando, atentos a lo que él y su grupo fueran a hacer.
El gran mago y sus discípulos carecían de poderes
para saber lo que ocurría bajo tierra, y todos sus otros poderes quedaban muy
reducidos. Sin embargo, la sortija esférica del mago Flor seguía teniendo parte
de sus poderes.
Los momentos de observación que
habían transcurrido desde que traspasaron la puerta del fondo del pozo eran
suficientes para que el mago Flor se percatara de que aquellos pájaros, cientos
de ellos, estaban custodiando el sendero. Finalmente, el gran mago emprendió la
marcha por aquel camino y ordenó al grupo seguirle, sin saber a dónde iba, pero
confiando en que no tardarían en hallar a ese Yasin.
Mientras caminaban por el sendero, sin dejar ninguno
de ellos de observar con sumo placer todo lo que iban viendo de plantas,
pájaros y paisaje, una sensación extraña inquietaba al mago Flor, por lo que
invocó a Habib, que se había quedado en el Nuevo Palacio, a través de las
sortijas esféricas de ambos. Habib le contó que los pueblerinos que le pidieron
ayuda habían decidido quedarse en el palacio y esperar su regreso, esperanzados
de que les trajera buenas noticias acerca de Yasin.
—Habib, creo que hemos caído en una trampa —le dijo
el mago Flor a su principal asistente en voz baja y tranquilamente.
—¡Cómo! —exclamó Habib, alarmado.
—Puede que nuestra batalla final con Kataziah y su
gentuza esté a punto de empezar —continuó el gran mago—, así que voy a permitir
que veas lo que nos sucede aquí en todo momento, y tú decides si has de
intervenir.
—De acuerdo, Svindex, estaré pendiente. Pondré de
inmediato a toda nuestra gente en estado de alerta.
El mago Flor no podía explorar aquel lugar tan
misterioso en el que se encontraba, pero presentía fuertemente que estaba ante
una trampa que le había tendido Kataziah y su ejército de brujos y brujas.
Pensó en regresar sobre sus pasos hacia la puerta del fondo del pozo, pues él
prefería ser quien eligiese el lugar y el momento de su batalla final con los
brujos del mal, de la nigromancia, pero también pensó en Ashorq y en su gente,
cuyos jefes estaban enzarzados en unas luchas fratricidas, y en que debía
ayudarlos, localizando a su líder perdido e instalándolo en el poder. El gran
mago rehuía en aquellos momentos caer tan fácilmente víctima de sus dudas,
pues, en realidad —pensaba vacilante—, nada presagiaba mal alguno en esta
tierra tan pacífica y apacible. Así el gran mago finalmente ahuyentó sus dudas
e hizo una señal a sus compañeros de misión para que reemprendieran la marcha.
«De todos modos, Habib está alerta, y nos está viendo, así que no hay por qué
temer nada», se decía.
Por su parte, Habib, que se había quedado con la
mosca detrás la oreja, tras la alarmante conversación mantenida con su jefe,
tomó la decisión de enviar un grupo de sus magos al lugar del pozo,
ordenándoles permanecer allí a la espera de nuevas órdenes y que le informaran
acerca de cualquier hecho extraño que pudieran ver ellos en aquel lugar. Al
mismo tiempo, Habib contactó con Hilal y con muchos otros magos, para que
estuvieran preparados en caso de que el gran mago necesitara ayuda. Hilal, por
su parte, alarmado por lo que le había contado Habib, puso en marcha su sortija
hasta conectarla con la del mago Flor y tener en su esfera la imagen del fran
mago y de sus subordinados, quedando pendiente de sus movimientos.
Al poco rato de marcha, el mago Flor y sus
acompañantes se toparon con un extenso terreno arenoso, cruzado en el medio, de
lado a lado, por un ceñido sendero adoquinado, al final del cual se erguía un
imponente palacio, mientras un brumoso horizonte presidía aquel inquietante
paisaje. El gran mago, al ver aquel palacio se le iluminó la cara, pues no le
cabía duda de que se trataba de la morada de Yasin, y si no, al menos, allí le podrían
informar sobre su paradero. Para el gran mago, aquel extenso terreno arenoso y
baldío estaba hecho intencionadamente de aquella manera, «tal vez para poder
detectar, de lejos, a cualquier persona que intenta acercarse al palacio»,
pensaba.
Llegado a esta conclusión, que le reconfortó,
emprendió el camino por el estrecho sendero adoquinado: al pisarlo, sintió su
firmeza y estabilidad. Detrás de él, siguieron sus pasos los demás miembros de
su cuadrilla. Sin embargo, cuando habían alcanzado ya la parte mediana del
sendero, este se quebró debajo de sus pies, yendo todos a caer sobre la arena,
que resultó ser peligrosamente movediza.
Habib, que no levantaba ojo de
la sortija esférica, se percató enseguida del gran peligro al que se
enfrentaban su amo y sus discípulos, por lo que se puso en marcha
instantáneamente. Y lo mismo que Habib, se habían enterado también tanto Hilal
como Amarzad, avisada por su sortija. Docenas de magos más se pusieron
inmediatamente en acción.
Al caerse el mago Flor junto a sus acompañantes en
la arena movediza, cientos de aquellos pájaros preciosos, multicolores y
cantarines, cubrieron el cielo encima de aquel desierto artificial, cuyas
dimensiones de repente se triplicaron, a la vez que desaparecía el palacio que
lo limitaba, como si nunca hubiera existido. El mago Flor y sus compañeros se
iban hundiendo en aquella arena movediza, donde quedaron atrapados sin remedio.
Sin embargo, ni el mago Flor ni sus acompañantes perdieron los nervios,
esforzándose todos por zafarse de las trampas arenosas en las que estaban
atrapados. Los pájaros empezaron a soltar de sus picos chorros de un líquido
que solidificaba la arena en unos instantes hasta convertirla en roca, al mismo
tiempo que los magos guardianes, destacados por Habib en la boca del pozo lo
volaban por los aires, mientras Habib, Hilal, y otros muchos magos acompañados
de sus cuadrillas también provocaban explosiones que hacían estallar la
superficie de tierra que rodeaba el pozo a muchas leguas a la redonda, quedando
aquel desierto subterráneo totalmente a cielo abierto, lo que hizo que el mago
Flor y su grupo recuperaran instantáneamente sus plenas facultades, pudiendo
así zafarse de las garras de aquella arena solidificada y dispararse hacia el
cielo donde se juntaron con los otros magos venidos en su socorro. A ellos se
unió la princesa Amarzad, que surcaba el cielo montada en su vestido blanco,
disparando toda clase de rayos contra aquellos pájaros que se vieron tan
sorprendidos por los múltiples y formidables ataques lanzados por un gran
número de magos, incluido el mago Flor. En plena batalla entre los pájaros
preciosos y los magos voladores, respaldados por Amarzad, a los atacantes les
crecían unos picos largos, afilados y puntiagudos que lanzaban contra los
magos. Al instante, volvían a crecerles otros picos idénticos a los lanzados,
que volvían a disparar, y así sin parar, en una batalla de gran intensidad,
durante la cual los pájaros no dejaban de emitir cantos de una belleza
celestial, todos al unísono, armoniosamente, llenando el cielo con sus melodías
engañosas. Los magos, que lanzaban de cada uno de los dedos de sus manos
flechas de fuego contra los pájaros, reconocían en la cara de muchos pájaros a
brujos y brujas, incluida Kataziah y su hermano Wantuz. Kataziah, cuya diminuta
cara veían los magos con claridad colocada sobre el cuerpo de un pajarillo,
empezó a gritar, histérica, al ver que su plan para acabar con el mago Flor,
otra vez, fallaba.
—¡Svindex! —exclamaba—. ¿Te creías el más listo con
aquello del ruiseñor cantarín? Pues aquí tienes a cientos de pájaros cantarines
que van a acabar contigo para siempre.
Pasados menos de quince minutos de lucha enconada,
los pájaros, que sufrían fuertes bajas al ser alcanzados muchos de ellos por
las flechas de fuego de los magos y los rayos que lanzaba la princesa, de
repente se escaparon a toda velocidad del cielo de batalla, presos de pánico,
perseguidos por los magos, especialmente por el mago Flor, que esta vez no
quería perder de vista a Kataziah. Sin embargo, todos los pájaros
supervivientes de repente desaparecieron del cielo, como por ensalmo,
regresando el mago Flor y los suyos para interesarse por la suerte de unos y
otros, cerciorándose de que sus bajas eran mínimas mientras el suelo sobre el
que se había librado aquella batalla estaba sembrado de cuerpos de pájaros.
Inspeccionando el terreno en busca de brujos y brujas concretos, los magos
hallaron entre los cuerpos al del pájaro Wantuz.
Kataziah, al regresar con los suyos a la gran gruta
de las afueras de Dahab, casi pierde la razón al echar de menos a su hermano
Wantuz.
La gran
bruja, y otros destacados miembros de su equipo, habían urdido aquella
diabólica conspiración contra el mago Flor, cuando se enteraron, por
casualidad, del viaje que habían emprendido el grupo de pueblerinos de la
región de Ashorq, a Dahab, en busca del mago Flor, para solicitar ayuda. Al
indagar, se enteraron de la historia de Yasin y el pozo, pudiendo ellos
descubrir aquel mundo subterráneo mucho antes de la llegada de los pueblerinos
a entrevistarse con el mago Flor. Seguros de que el gran mago no iba a
escatimar esfuerzos para ayudar a aquella gente, como era su costumbre en esos
casos, le tendieron la trampa de la arena movediza que había que cruzar para
llegar a ese impresionante castillo ficticio.
El plan que habían urdido los más importantes brujos
de Asia y África, tras haber localizado aquel pozo y su mundo subterráneo, que
no eran desconocidos para la pareja de brujos venidos de la región china
lindante con India, Hun Lao y Yang Ho, pues figuraban, junto a otros muchos
mundos subterráneos esparcidos por el planeta, en los libros de brujería chinos
que se remontaban a tiempos arcaicos y que obraban en su poder. Para ultimar el
plan y dejar bien atados los pormenores de aquella conspiración, ambos brujos
chinos colaboraron con la norteafricana y máxima representante del ilusionismo
en su continente, Lala Wahiba, y con la propia Kataziah y su hermano, Wantuz, y
otros principales brujos de la nigromancia, entre encantadores, ilusionistas, adivinadores
y maestros en el arte de transmutación. Todas las artes de la nigromancia
estaban allí presentes, con sus grandes maestros empeñados en llevar a cabo
aquel plan diabólico.
—Al parecer, nuestros enemigos intentan evitar una
batalla cara a cara con nosotros, ¿eh, Hilal? —dijo el gran mago dirigiéndose a
Hilal recordándole a este la conversación que tuvieron cuando se enteraron de
que Kataziah estaba reclutando brujos de todo el mundo para su guerra contra el
mago Flor y su gente.
—Ya ha quedado diáfanamente claro, gran mago
—respondió Hilal, en presencia de Habib y Amarzad—. Esos brujos no arribaron de
todas partes para librar una batalla convencional contra nosotros, sino que
recurren siempre al engaño, a la emboscada y al ataque a traición. Nos temen
profundamente y no desean enfrentamientos directos, aunque todas sus
conspiraciones han desembocado hasta ahora en unos ataques directos y abiertos,
no deseados por ellos, como lo fue el de hoy.
—El de hoy fue su mejor plan y su más logrado
encantamiento —terció Habib—. La verdad es que ha sido un despliegue de
capacidad e ingenio sin precedentes.
—Tenéis razón los dos —dijo el mago Flor—, pero sea
lo que sea lo que se traigan entre manos, nosotros les estaremos esperando y
desbarataremos sus planes y sus conspiraciones, sean del ingenio que sea.
Un corto silencio reinó sobre los cuatro, que
estaban absortos en sus pensamientos, pues lo que acababa de suceder, poniendo
en peligro la vida del gran mago y de su cuadrilla, daba mucho que pensar.
—Veo que la princesa no dice nada —dijo el mago
Flor, extrañado del silencio que mantenía Amarzad.
—Gran mago, ¿hasta cuándo vamos
a estar soportando estas villanías de Kataziah? —preguntó la princesa, algo
triste—. Esta bruja no escarmienta nunca, primero perdió a su hijo y ahora a su
hermano, y aun así, no escatima esfuerzos en reclutar apoyos y maquinar
conjuras contra nosotros, con intención clara de aniquilarnos.
—Querida hija, lo que hace Kataziah es lógico y
normal, siendo ella quien es y sabiendo, lo mismo que nosotros, que somos sus
enemigos —dijo el gran mago, intentando hacerla comprender las cosas en sus
verdaderas dimensiones y en su real enfoque.
—Entiendo, gran mago —respondió la princesa, aún
pensativa.
—Hija, si hay una guerra declarada entre dos bandos,
ambos deben hacer todo lo que está en sus manos, honorablemente, para salir
victoriosos —continuó el mago Flor, mientras agarraba los hombros de la
princesa, suavemente, y veía cómo brillaban unas lágrimas en sus ojos—. Y si se
tiene un enemigo vil, como el que tenemos nosotros, que no respeta principios,
ni moral, ni ley alguna, hay que esperar de él toda clase de vilezas, propias
de él, sin escandalizarnos por ello, ni extrañarnos lo más mínimo ante su
comportamiento. Hay que estar siempre preparados para repeler sus agresiones,
sean de la naturaleza que sean. Lo que no procede es tener un enemigo villano y
esperar que nos haga la guerra honorablemente. Si lo hacemos así, y nos dejamos
sorprender por el enemigo, con consecuencias graves para nosotros, la culpa
sería solo nuestra.
Una vez tranquilizada Amarzad y recuperada su
sonrisa, el mago Flor decidió continuar con la misión por la que se había
trasladado a la región de Ashorq, o sea, localizar al noble Yasin y convencerle
para que se hiciera cargo del gobierno de aquella región.
Sin embargo, todos los intentos de los magos por
localizar a Yasin fueron en balde, no consiguieron saber qué había sido de él
tras la voladura del pozo y de aquel mundo subterráneo, donde el heredero del
cargo de gobernador solía refugiarse con su compañera jin. Por lo tanto, el
mago Flor decidió que los magos debían zanjar esas luchas intestinas que
estaban teniendo lugar en la región, poniendo fin a las mismas. Para lograrlo,
los magos realizaron un conjuro para que todos los cabecillas implicados en
aquella guerra civil de múltiples frentes se enfermaran al mismo tiempo. Y así
fue, teniendo todos esos líderes que guardar cama, aquejados de una misma
enfermedad que les impedía abandonar sus lechos.
Continuará....