AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS <p> Entrega 63

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AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS

Entrega 63


 AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

Saïd Alami

En entregas semanales 


Entrega 63  (1 octubre 2023)

…Mas este hecho no se le había escapado a Diauddin, quien ordenó a dos de las columnas buscar a los huidos por la ruta de los mencionados senderos del bosque.

Los funerales de Qadir Khan se celebraron con gran solemnidad y honda tristeza. Muchos de los monarcas e insignes huéspedes asistentes rompieron en amargos llantos. Mejor dicho, toda Zulmabad lloraba la muerte del tirano, no por haberle perdido a él, sino por el hecho de que esta se hubiera producido justo la noche de la boda de su hija, y, además, por las circunstancias trágicas e inverosímiles que rodearon su muerte. Los propios invitados extranjeros no salían de su estupefacción al verse celebrando unos funerales en lugar de la boda a la que habían sido invitados. Y es que la vida guarda tales sorpresas trágicas o felices, que muchas veces son muy difíciles de creer y de asimilar. Solo el paso del tiempo se encarga de colocar de nuevo las cosas en el sitio que las corresponde, y es capaz de convencer a los incrédulos para que acepten la nueva realidad, que pronto se transforma en una normalidad que nada tiene de extraordinario.

Y es justo eso lo que le había sucedido al nuevo monarca, Khorshid Khan, que, dado su templado y decidido carácter, pudo asimilar el mazazo que había supuesto la muerte repentina de su padre y remontar la situación para ir controlando los hilos del poder de inmediato, con resuelta voluntad de devolver el golpe de manera inminente a Qanunistán, reino que él nunca imaginó que podía llegar a tal grado de osadía, a sabiendas de la inmensa ofensa que suponía eso para la casa real de Rujistán. Tanto es así, que en la reunión con el rey Abdón y los tres nobles sindistaníes, iniciada poco después de haber enterrado a Qadir Khan, las tres partes expresaron su extrema indignación por el regicidio, y se mostraron decididas a dar una lección inolvidable a Nuriddin, por lo que aprobaron el inicio de la guerra inmediatamente, a falta de que los nobles sindistaníes, pusieran a su monarca al tanto de la decisión de iniciar la invasión de Qanunistán, tomada en realidad por Khorshid Khan y el rey Abdón. Esta decisión venía respaldada por los fuertes contingentes militares de Rujistán y Nimristán, que ya llevaban tiempo destacados en sus fronteras con Qanunistán. De esta manera, la suerte de Qanunistán ya estaba echada; la guerra se había proclamado y se había fijado el día concreto para el inicio de la penetración en el territorio de Qanunistán. Al acabar la reunión, tanto el rey Abdón como los tres nobles sindistaníes emprendieron la marcha de regreso a sus países.

Bahman se despertó cuando caía la noche del día de la huida. Se encontró atado de pies y manos y amarrado al lomo de un caballo tirado por Babu, que iba montado en otro. Su boca estaba cerrada con una cuerda que la mantenía medio abierta. Cuando Babu se percató de que el hijo de Pakiza se había despertado, llamó a uno de los alquimistas que le dio de beber agua con somnífero, volviendo este a quedarse dormido nuevamente. Al tercer día, le dieron de comer y le explicaron su nueva situación sin que el pobre pudiera saber a ciencia cierta si estaba soñando o era verdad todo aquello que estaba viendo y oyendo.

Sin embargo, tampoco le dieron tiempo para averiguarlo porque le durmieron nuevamente.

Poco antes de la medianoche de aquel día, y mientras los fugitivos estaban acampados para descansar, aunque su descanso no pasaba de cuatro horas cada noche, oyeron ruidos de cascos de caballo, por lo que se pusieron todos en máxima alerta, agudizando oído y vista, hasta descubrir el paso, justo a unos metros de su campamento, bien camuflado en la espesura y oculto por la oscuridad añadida de la selva, de una de las columnas enviadas por Diauddin. Todos quedaron quietos con la respiración contenida, pues intuían que aquella columna de jinetes era una pequeña parte de las tropas que seguro les perseguían. Sin embargo, el inesperado relinchar de caballos proveniente del campamento de los huidos alertó a algún jinete de la columna rujistaní. Este, tras cerciorarse de la existencia de un campamento a escasos metros de donde se encontraba, regresó para informar a su comandante, quien ordenó rodear el campamento sigilosamente y a una distancia discreta hasta pedir refuerzos de las columnas más cercanas. Mas Azadi alertó a su vez a Sunjoq de que el súbito silencio producido por parte de la tropa rujistaní no podía tener más que un significado, que es el haber sido descubiertos, y que sus perseguidores estaban esperando refuerzos para atacarles al amanecer, ya que en medio de aquella oscuridad los enemigos no iban a ser capaces de verlos bien, exponiéndose a sufrir muchas bajas.

Sunjoq y Azadi estaban de acuerdo en que no había tiempo que perder y que debían atacar a esa columna y escaparse antes de que llegasen los refuerzos, por lo que Azadi ordenó a sus hombres encaramarse a los árboles, por encima de las cabezas de sus perseguidores. Los jinetes de Sunjoq localizaron a sus perseguidores y lanzaron contra ellos un ataque tan sorpresivo que los pilló totalmente desprevenidos, ambas partes luchaban jinete contra jinete, sin desmontar, mientras llovían dagas y flechas desde las ramas más bajas de los árboles, desde donde los hombres de Azadi, con vista de halcones, no fallaban sus objetivos. Visto y no visto, los perseguidores que quedaron ilesos salieron espantados huyendo para preservar sus vidas, mientras la tropa qanunistaní desaparecía en el bosque guiada por Azadi y Babu, a una velocidad desesperada hasta haberse alejado suficientemente del lugar de la escaramuza, ya con el sol despuntando sus primeros rayos. Hecho el recuento de los hombres, resultó que habían perdido a tres de los jinetes de Sunjoq.

Tres días más tarde, cuando Sunjoq y su tropa pudieron alcanzar el territorio de su país, esquivando continuamente a sus perseguidores y a las enormes concentraciones de tropas rujistaníes destacadas en la zona fronteriza, ya les habían precedido, horas antes, las noticias del asesinato de Qadir Khan, la proclamación de guerra contra Qanunistán y la inminencia de la entrada en el territorio del sultanato de las tropas invasoras desde los tres países de la alianza.

Bahman fue entregado al príncipe Nizamuddin en persona, en presencia de Burhanuddin. El príncipe, que tenía órdenes del sultán Nuriddin de enviarle a Bahman en cuanto llegase, de inmediato, confió al joven pachá la misión de llevarlo ante el sultán, máxime cuando él mismo fue testigo de asesinato de Parvaz Pachá en aquella cacería. A su llegada a la capital, Burhanuddin se sentía feliz por estar cerca de Amarzad y por poder defender, junto al sultán, la capital, Dahab.

Nuriddin recibió con mucha tristeza las noticias de lo sucedido en la batalla de Sundos y en el Palacio Real de Zulmabad, sin embargo, la que más le impactó fue la noticia del asesinato de Qadir Khan, dejándole del todo desconcertado, tanto por lo inesperada que era como por el momento en el que se producía, precisamente la misma noche del secuestro de Bahman, la víspera de la boda de la hija del tirano. A Nuriddin no le cabía la menor duda de que ese regicidio iba a impulsar decisivamente la invasión de su país y, tal vez, atraería a la alianza tripartita a más monarcas de entre los presentes en Zulmabad en el momento de producirse, pues todos allí iban a pensar que fue obra de él. Absorto en sus pensamientos, mandó llamar a su tía Pakiza. Una vez ante él, le dio la noticia del éxito de su plan de secuestro de su propio hijo, Bahman. Ella acababa de saberlo a través de un mensaje que había sido enviado por Azadi en las patas de una paloma mensajera. Azadi también la había puesto al tanto del asesinato de Qadir Khan.

—Sin embargo —dijo ella extrañada—, no te veo satisfecho, sobrino. Ya le tienes a tu primo en tus manos y espero que te apiades de él, pues no hubo traición alguna de su parte, solo se enamoró de esa princesa y le hemos arrancado esta tontería de raíz.

El sultán, que en todo momento permanecía cabizbajo, con la mirada perdida y semblante triste, levantó la cabeza y fijó su mirada en los ojos de su tía, sin decir nada. Acababa de descubrir que su tía sabía que su hijo fue secuestrado y probablemente sabía también de la muerte del rey de Rujistán. Volvió a bajar los ojos y luego la cabeza. Estaban ambos recostados cómodamente en sendos divanes, a solas, en uno de los salones de la planta superior del Palacio Real.

—¿Qué sabes del asesinato del rey Qadir Khan? —preguntó Nuriddin a su tía, muy serio.

Pakiza se quedó perpleja por la pregunta durante unos instantes. Viendo lo serio, y probablemente enfadado, que parecía el sultán, no se atrevió a reconocer que el asesinato fue urdido por ella.

—¡Conque han asesinado a ese bastardo! —exclamó ella en voz exaltada, fingiendo haberse llevado una gran sorpresa—. ¡Qué impresionante! ¿No, sobrino? ¿Quién se ha atrevido a liberarnos del monstruo y precisamente la víspera del matrimonio de su hija?

El rey volvió a mirarla, mustio.

—¿Y cómo sabes que fue asesinado en la víspera de la boda de su hija y tu hijo? —preguntó con voz apagada.

Pakiza, viendo que su sobrino estaba realmente decaído, tanto que apenas podía hablar, se extrañó enormemente:

—Bueno, sobrino, a mí también me informan, pues no olvides que el difunto Parvaz nunca viajaba sin llevar con él un buen número de palomas mensajeras.

Ambos se quedaron en silencio, hasta que Pakiza exclamó ya desesperada y sacando a relucir su arrasadora personalidad:

—Pero bueno, Nuriddin, ¿qué te pasa, hijo? Asesinan a tu gran enemigo y muere en una batalla tu otro enemigo, Radi Shah, y estás tan triste que parece que te han matado a un hijo. ¿Qué demonios te pasa? ¿En vez de celebrarlo por todo lo alto?

Nuriddin volvió a levantar su lánguida mirada hacia su tía:

—Todos pensarán que he sido yo quien ordenó ese asesinato —dijo el rey como hastiado, con poca esperanza de que su tía le fuera a comprender—. ¿Lo entiendes, tía? Todos los reyes y príncipes allí reunidos, en Zulmabad, piensan ahora que soy tan vil y traicionero que ordeno asesinar a traición a mi enemigo en lugar de enfrentarme a él de hombre a hombre, de monarca a monarca. ¿Es que no lo entiendes, tía Pakiza?

—¡Que piensen lo que quieran, sobrino! —sentenció ella sin apearse de su actitud decidida y resuelta, pues estaba convencida de que asesinar a Qadir Khan fue la mejor obra de toda su vida—. Tienes que aceptar, al fin y al cabo, que son tus enemigos y si no pensaran mal de ti de antemano y sin necesidad de que ese cerdo fuera asesinado, no estarían echando sus ejércitos sobre ti y sobre tu reino.

El sultán no decía nada, mientras entraba su esposa, la reina Shahinaz, y se unía a ellos. Shahinaz se dio cuenta del silencio reinante, lo que la incomodó.

—Si he interrumpido una conversación confidencial, me retiro para que podáis seguir hablando tranquilamente —dijo la reina dirigiéndose a ambos.

—Tu marido, hija, que está muy triste por el asesinato de Qadir Khan, en vez de estar saltando de alegría —dijo Pakiza con algo de sorna, mientras el rey le dirigía una mirada enigmática, pero aún carente de energía.

—Ya, me lo dijo, qué horror, en la víspera de la boda de su hija y en medio de tanto invitado, convirtiendo los festejos en funerales. ¡Dios nos guarde y nos proteja! —decía Shahinaz dirigiendo a su marido una mirada lastimosa, pues ella sabía el porqué de su tristeza.

—¿Tú también, Shahinaz? ¿Pero qué os pasa en esta casa? ¿Es que os apena lo que debería alegraros? ¡No he visto nada igual! —exclamaba Pakiza, aparentando no entender lo que pasaba.

En este momento, estalló el sultán, poniéndose de pie de un tirón y plantándose frente a su tía.

—Pero ¿cómo fuiste capaz, tía Pakiza, de hacer semejante cosa sin consultarme antes y sin mi aprobación? —gritaba el sultán que no podía reprimirse más, aunque no tuviera en mano ninguna prueba de que su tía hubiera ordenado aquel regicidio—. ¿Es que no fuiste capaz de tener en cuenta mi reputación entre las casas reales de tantos reinos cuyos representantes estuvieron presentes en Zulmabad cuando se produjo el asesinato?

Pakiza frunció el ceño y miró como escandalizada a Shahinaz:

—¡Pero bueno! —exclamaba Pakiza, como que si no pudiera creerse lo que acababa de escuchar de la boca de su sobrino—. ¿Estás oyendo lo que dice tu marido? Parece que perdió el juicio.

—¿Cómo? ¿Usted, Pakiza, ordenó ese asesinato? —balbucía Shahinaz incrédula—. No puede ser, me niego a creerlo.

—Claro que no he sido yo —protestó Pakiza, con voz quebrada al verse acusada por ambos esposos—. ¿Qué motivos tengo yo para hacer eso? No seáis tan ingenuos, por favor.

—Pues que quisiste vengar el asesinato de tu marido, está claro —aseveró el sultán algo más tranquilo y sin esperanzas de que su tía reconociera la verdad de los hechos—. El haber sido asesinado la misma noche del secuestro de tu hijo es prueba suficiente de que fuiste tú, pues tus hombres disponían del interior del Palacio Real de Zulmabad a sus anchas aquella noche, como tú y yo sabemos —masculló el sultán, indignado.

Shahinaz intentaba tranquilizar a su marido, mientras que Pakiza evitaba seguir discutiendo por si se le escapaba algo que la pudiera poner en evidencia, por lo que se levantó, se despidió y salió.

—Déjalo, Nuriddin, qué más da quien mandó asesinar a ese desgraciado de Qadir Khan, ¡que se vaya al infierno! —dijo Shahinaz, en su intento de calmar a su marido—. ¿Acaso olvidas que intentó asesinarte más de una vez, además de intentar secuestrar a nuestra hija? Estas intentonas de asesinato son conocidas por los otros monarcas, que no creo que hubieran descartado que tú intentaras vengarte de él. Así que seguramente cuentas con la comprensión de todos, incluso de aquellos que son tus enemigos.

—Bien, Shahinaz, lo comprendo —dijo Nuriddin, tranquilo, pero sin perder su semblante tristón—. Pero compréndelo, querida, es que yo no tengo nada que ver con ese asesinato y los monarcas deben saber la verdad.

—Pues envía emisarios a los distintos reinos para informarles de todo esto.

—Cuando acabe la guerra. Ahora no es el momento. Pero estoy seguro que fue mi tía Pakiza quien ordenó asesinar a Qadir Khan, y, en el fondo, tal vez tenga yo que agradecérselo, pues no creo que el nuevo rey, Khorshid, tenga la capacidad de dirigir una guerra de esta envergadura, y tampoco cuenta con el carisma de su padre entre los demás reyes.

—Estoy segura de que las cosas son como dices, Nuriddin, como segura estoy de que todo el empeño de nuestros enemigos acabará en un rotundo fracaso.

—¿Te das cuenta Shahinaz cómo son los designios divinos que nadie puede escudriñar?

—¿A qué te refieres? No entiendo.

—Cuando se creó la alianza contra nosotros, hace unos meses, estaba formada por tres reyes de los cuales no queda ninguno, pues Kisradar, de Nimristán, está prisionero. Al mismo tiempo, nuestro único aliado, Akbar Khan, ha desaparecido y no contamos con el respaldo de su hijo, Torán, a pesar de lo mucho que hemos cuidado de él durante su estancia entre nosotros. Puede que ahora se haya convertido en nuestro enemigo.

—Pero, querido, Torán no es el sultán, sino su tío, Shahlal.

—Sí, claro, pero seguramente Torán habrá convencido al nuevo sultán de no prestarnos ayuda, así puede vengarse de nosotros por la humillación que sufrió a manos del valiente de Burhanuddin Pachá. Sin embargo, aun queriendo ayudarnos, no podrían, pues su ejército quedó destrozado en Sindistán.

 Shahinaz no quiso desaprovechar el hecho de que su esposo hubiera ensalzado a Burhanuddin, del que su hija reconoció estar enamorada y decidida a casarse con él. Por eso probó a medir con exactitud la opinión que el sultán tenía de él.

—Burhanuddin es digno de toda tu confianza, querido esposo. Torán mereció con creces lo sufrido a manos de él, y mira cómo le perdonó la vida cuando podía haberle matado, con todo el derecho del mundo, según te informaron todos los testigos presenciales, y tal como me lo contaste tú mismo.

—Sí, sí. No te lo discuto, Burhanuddin podía haber matado a Torán en legítima defensa y este lo hubiera merecido por traicionero. El joven pachá no lo hizo para preservar las excelentes relaciones que existían entre nosotros y Akbar Khan. Yo opino lo mismo que tú, y cuando le di el título de Pachá sabía yo lo que hacía, pues lo merecía con creces.

—No era para menos. Te salvó la vida.

—Efectivamente. En este chico deposito una gran esperanza porque reúne todas las condiciones para hacerse cargo de las responsabilidades más altas e importantes del reino. Le espera un gran futuro con nosotros.

Shahinaz se sintió muy satisfecha al oír aquellas palabras sobre Burhanuddin.

 

48.                                     Los preparativos de la guerra

 

E

l mago Flor y Amarzad habían sido testigos de todo lo acontecido en el Palacio Real de Zulmabad a través de sus sortijas esféricas. Ambos vieron cómo asesinó Babu al rey de Rujistán, pero nada podían hacer ni tampoco podían informar al sultán. Todo debía seguir su curso natural, sin interferencias por parte de ellos. Según las reglas de la Hermandad Galáctica de Magos, sus intervenciones en los acontecimientos que afectan decisivamente a los humanos no debían desencadenarse salvo en casos de gran peligro para los protegidos de la Hermandad, como era el caso de la princesa Amarzad y su familia. Se daba la circunstancia de que en el planeta Tierra esos casos de protección, a lo largo de siglos, se contaban con los dedos de una sola mano. En cuanto a las facultades de actuación de los magos de la Hermandad en contra de los brujos y brujas de la nigromancia, esas eran ilimitadas.

El gran mago, con Habib, Hilal y otros ayudantes del nivel de este último, llevaban a cabo una frenética actividad en preparación de la batalla final contra los brujos de la nigromancia, pues habían seguido paso a paso la conspiración que Qadir Khan había tramado con Kataziah y sus seguidores y aliados, venidos de todas partes del mundo. Estos se encontraban ya en incontables grutas y cavernas situadas en los bosques que cubrían los numerosos montes, montañas, colinas y valles en los alrededores de Dahab.    El mago Flor no podía localizarlos salvo en el caso de algunas cuevas. Muchos más se habían congregado en montañas y grutas de otras regiones de Qanunistán, no muy lejos de Dahab. También sabía el gran mago que la muerte de Qadir Khan no había cambiado los detalles de la conspiración urdida entre él y Kataziah, pues el nuevo rey, Khorshid Khan, había sido informado de esta por Sayed Zada.

En realidad, Khorshid no era muy distinto a su padre y había heredado de él la malicia y el carácter despiadado. Tras abandonar Zulmabad rumbo a la frontera para encabezar el ataque contra Qanunistán, Khorshid se reunió con Kataziah y con algunos de sus principales ayudantes, cuando acampó en la primera noche de su marcha. Los brujos habían acudido a Zulmabad al enterarse del asesinato de Qadir Khan. En esa reunión se acordó que los brujos y brujas sembrarían el terror en las filas de los ejércitos de Qanunistán cuando el monarca se lo pidiese, antes del inicio de la gran batalla. Una vez iniciada esta, Kataziah debía retirarse con los suyos y dejar hacer su trabajo a los ejércitos y no volver a intervenir salvo a instancias del propio Khorshid Khan. Sin embargo, una vez iniciada la batalla, las huestes de brujos y brujas debían ocuparse de las fuerzas de los magos y magas e impedir a toda costa que presten ayuda alguna a Nuriddin.

Por su lado, el mago Flor había encargado a Habib, Hilal y otros ayudantes suyos observar muy de cerca la situación militar de todos los ejércitos implicados en la inminente guerra. El gran mago convocó a sus más allegados ayudantes y a la princesa Amarzad para evaluar la situación global en los dos ámbitos, el de los brujos de la nigromancia y el de los ejércitos de los cinco reinos implicados, aunque Najmistán ya no contaba para la contienda que se esperaba.

—Creo que la situación es muy grave —sentenció el mago Flor con la preocupación reflejada en su rostro.

—Ya lo creo —asentó Habib, también preocupado.

Las miradas de los presentes se dirigían a la princesa Amarzad, esperando de ella que dijera algo al respecto:

—A pesar de los enormes esfuerzos desplegados a lo largo de los últimos meses por mi padre, su majestad, el sultán, en reclutar tropas y preparar el ejército, dotándolo de todas sus necesidades de armas y pertrechos, estoy de acuerdo con lo que acaban de decir, me hallo igual de preocupada.

—El número de tropas que van a penetrar desde las tres fronteras es muy superior a la capacidad de las tropas de su majestad, el sultán —aseveró el gran mago tras un breve silencio por parte de los reunidos—. Las tropas del príncipe Nizamuddin están concentradas en la frontera con Rujistán, pero, en comparación, son escasas las tropas destacadas en las fronteras de Nimristán y de Sindistán. Y de repartir las tropas de Nizamuddin entre las tres fronteras, no habría suficientes efectivos para repeler a cada uno de los ejércitos invasores en su marcha hacia Dahab.

—Efectivamente —subrayó Hilal—. ¿Y qué se puede hacer ante esta complicada situación cuando ya apenas queda tiempo para cambiar nada?

—No queda otra alternativa que la de variar drásticamente la posición del ejército del sultán Nuriddin —sentenció el gran mago—. Los invasores tienen a Dahab por objetivo primordial, y todos se han citado en las afueras de esta ciudad para asaltarla desde todas partes. Si Dahab no llega a caer en sus manos, Qanunistán tampoco.                       No tiene sentido que las tropas de su majestad estén repartidas entre tres fronteras, además de las presentes alrededor de esta ciudad. Hay que concentrarlas todas en un solo ejército, aquí, en Dahab, lo cual, por otra parte, nos facilitaría a nosotros la tarea de ayudarles en el formidable ataque que preparan los invasores mano a mano con el ejército de brujos y brujas. Será una única batalla, en la que estaremos envueltos todos.

Los presentes escuchaban con suma atención, recibiendo esta decisión con agrado y aprobación que expresaron de viva voz. Pero Habib, al darse cuenta de que Amarzad no decía nada, y que estaba como absorta y algo triste, no pudo más que preguntar por el motivo de su silencio.

—La princesa ya está al tanto de lo que os acabo de decir y está de acuerdo con ello —se apresuró a contestar el mago Flor, mientras Amarzad asentía con la cabeza.

—Sí. Estoy de acuerdo con nuestro gran mago, no hay otra alternativa que concentrar las tropas aquí en Dahab y librar la gran batalla en los llanos que la rodean.

—¿Y cómo vamos a hacer para que el sultán realice este enorme y decisivo cambio cuando ya no queda tiempo? —preguntó un ayudante joven del mago Flor, manifiestamente intranquilo.

—No os inquietéis —dijo el mago Flor con su voz serena y grave—. La princesa se encargará de ello y yo la ayudaré. Además, y para darle al sultán el suficiente tiempo para efectuar el gran cambio de ubicación de sus tropas, vamos a echarle una mano, de modo que cuadruplicaremos la distancia recorrida por las tropas que se trasladen desde las fronteras, y desde otras zonas del reino, a Dahab, en cada paso que den sus hombres y sus animales. En cuanto a las tropas enemigas y a sus animales, duplicaremos la distancia bajo sus pies.

Continuará…


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