AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
Entrega 40 (16 enero 2023)
—No tema nada, padre —dijo Qandar—, menos mal que
hemos avisado a nuestros aliados del aplazamiento de la gran invasión. Así
tenemos bastante tiempo para reorganizarnos y ver lo que hacemos con esa
maldita Amarzad.
Qandar, a la luz de los últimos
acontecimientos, y observando el estado lamentable en el que se encontraba su
padre, veía que el aplazamiento de la invasión por un mes les venía como anillo
al dedo.
—Es verdad, majestad, lo que dice el príncipe Qandar
—terció Sayed Zada—, aún podemos encontrar una solución para acabar con la hija
de Nuriddin. Además, estoy seguro, majestad, de que podemos atraer a más
aliados contra Qanunistán de entre los reyes y nobles que van a asistir a la
boda de la princesa Gayatari, especialmente cuando sepan que hemos sido
agredidos en nuestra capital.
Al oír esto último, el rey, sentado en su cama,
levantó los ojos, no así la cabeza, y miró a Sayed Zada, pareciendo que
recuperaba algo de la esperanza que necesitaba desesperadamente, y con ello
algo de concentración que le sustrajera de su estado de aturdimiento.
—¿Más aliados? En vez de ganar aliados hemos perdido
a uno, a Nimristán —dijo el rey con voz débil—. Así que, como dices tú, Sayed
Zada, tenemos que conseguir otro aliado por lo menos; esa guerra al parecer no
va a ser nada fácil, pues Nuriddin dispone en realidad de tres ejércitos y no
de dos, como creíamos.
—¿Cómo? ¿Qué ha dicho, majestad? —preguntó Sayed
Zada, sorprendido.
—Sí —continuó el rey—, allí están los ejércitos de
Nuriddin y de Akbar Khan, y esa Amarzad que al parecer vale ella sola por todo
un ejército.
Sayed Zada, el príncipe Qandar y otros presentes
intercambiaron miradas de preocupación en silencio, asumiendo lo que acababa de
decir el rey, pero sin saber qué decir al respecto.
—Así que
necesitamos más aliados —chilló el rey enfadado y golpeando fuerte ambos muslos
con sus manos, desesperado por el repentino silencio de los que le rodeaban.
Tanto el gran visir como el príncipe Qandar sabían
de sobra que no sería posible conseguir más aliados para la invasión de
Qanunistán. Ambos, además, tenían la certeza de que el rey era consciente de
esa realidad, pero cuando le hablaron de ello pretendían tan solo reavivar sus
esperanzas e intentar así sacarle del deprimente estado en el que había caído.
Al parecer el rey, al oír esta sugerencia de parte de su gran visir, y deseando
tranquilizarse a sí mismo, tomó las palabras de Sayed Zada en serio, pues
«quién sabe —se decía—, a lo mejor el ambiente alegre y favorable de la boda
propicia mejor entendimiento con los monarcas y nobles que van a estar
presentes aquí y podemos así conseguir al menos un nuevo aliado».
Por su parte, y tras la explosión del
gigantesco ruiseñor metálico, Amarzad regresó a donde había dejado a
Burhanuddin y Muhammad Pachá; quienes la estaban esperando en ascuas, muy
preocupados, especialmente al no poder observar desde su sitio, en medio de la
oscuridad, todo lo que había ocurrido allá arriba, y sin comprender exactamente
lo que pasaba, hasta que sintieron aquella gigantesca explosión. Ambos —lo
mismo que sus acompañantes— lo habían pasado tan mal, temiendo por la suerte de
Amarzad ante aquel espantoso y prolongado ataque que había sufrido y durante el
cual la perdieron de vista totalmente a lo largo de bastante tiempo, que les
pareció un siglo entero. Se encontraban tan acongojados, sin quitar la vista
del cielo ni un segundo, que al verla acercarse, con la tenebrosa y lejana
línea del horizonte tras ella, surcando el aire encima del extenso vuelo de su
vestido blanco, despidiendo luces de toda clase de colores, que ambos galoparon
hacia ella a lomos de sus caballos, al tiempo que los caballeros de la tropa de
Burhanuddin, que habían empezado a salir del bosque cuando el cielo empezaba a
recuperar su luz, se lanzaron en tropel hacia ella nada más percatarse de su
presencia en la lontananza allá arriba. El primero en galopar hacia ella fue
Burhanuddin, seguido por Muhammad Pachá y detrás, decenas de jinetes de aquella
tropa. Todos gritaban, exaltados de alegría, el nombre de la princesa: «¡Viva
la princesa Amarzad! ¡Viva la princesa!», retumbando sus gritos en aquellas
vastas praderas.
La verdad es que Amarzad, a pesar de las enormes
ganas que tenía de regresar junto a su amado Burhanuddin, trataba de demorar su
llegada para así tener más tiempo de conversación con el mago Flor, que volaba
junto a ella, pero al que nadie más podía ver. El mago Flor le contaba todo lo
que había sucedido en el planeta Kabir desde su marcha casi dos semanas antes.
A ella le parecía que habían pasado siglos, especialmente por tantos
acontecimientos como ella había vivido a lo largo de aquellos días.
El mago Flor, en resumidas cuentas, le había
revelado que el planeta Kabir, del que ella era reina de honor, quedaba libre
de invasores, y que estos, según se había cerciorado personalmente, habían
decidido no regresar más a aquel planeta y en cambio buscarse otro para
invadirlo.
Mientras Amarzad se unía a Burhanuddin y a Muhammad
Pachá, el mago Flor se desvanecía rumbo a su palacio en las afueras de Dahab,
donde le esperaban Habib e Hilal.
31. Zolfar, Sases y otros brujos
En cuanto a Kataziah, salvada de milagro de la magna
explosión junto a su hermano y muchos otros de sus brujos, a pesar de que
algunos perecieron en la misma, regresó junto a los suyos a su consabida gruta,
echando chispas de rabia, como antaño le había ocurrido igualmente por la
acción del mago Flor y Amarzad.
Kataziah había pasado el tiempo
transcurrido desde su primera batalla contra Amarzad, en la que murió su hijo
Narus, preparando su venganza y vigilando estrechamente a la princesita,
incluso durante su estancia en Nimristán. De ello se encargaban y se turnaban
varios de sus ayudantes que la iban informando de la constante e inexplicable
ausencia de Svindex, ausencia que a la vez que encantaba a Kataziah la
preocupaba, pues no sabía a qué se debía exactamente. Por más que intentó
indagar, no pudo conseguir respuesta, pero a la par, iba confiando en que
Svindex no aparecería más, pensamiento este al que ella se iba acostumbrando
hasta llegar a creérselo a pies juntillas. Todos sus brujos y brujas buscaban
al mago Flor tanto en Qanunistán como por todos los reinos colindantes, sin
hallar ni rastro de él, por lo que llegaron a pensar incluso que algún brujo o
alguna bruja, quien sabe dónde o por qué, le podría haber hechizado privándole de su
forma. Justo esta explicación es la que más le convenía a Kataziah creer, y así
lo hizo, pasando a fijar día y hora para el colosal ataque contra Amarzad. Este
había sido planificado muy minuciosamente, interviniendo en su diseño los
mejores y más malvados brujos y brujas de todos los reinos de la región, a
quienes reunía el objetivo de, una vez desaparecido el mago Flor, como ellos
creían, acabar para siempre con Amarzad, grave peligro para Kataziah y los
suyos.
Por todo eso, la súbita aparición del mago Flor en
el centro del hueco de aquella inmensa esfera formada de gigantescos y monstruosos
pájaros-serpientes dio al traste con toda aquella minuciosa y larga
organización, aunque en algún momento de aquel inesperado encuentro con el mago
Flor, la gran bruja de la maldad llegó a acariciar la esperanza de aprovechar
aquella terrible y hermética trampa de monstruos para acabar también con el
gran mago. Mas nada salió como había calculado y hela aquí de nuevo, en la
inmensa gruta, contando ausencias tragadas por la muerte en la explosión de
aquel ruiseñor que había llegado a embobarla por unos momentos, como también a
sus compañeros que formaban aquella bola hueca y terrorífica.
En la gruta, y cuando había llegado ya la mayor
parte de los brujos y brujas supervivientes, Kataziah se cercioró de que
faltaban por lo menos la mitad de los que la acompañaban en aquella nefasta
emboscada mañanera. Y así, otra vez, no se oía en aquella tenebrosa cueva más
que llantos y lamentos, pues muchos de los regresados habían perdido a algún
allegado.
Una especie de rebelión estaba
asomando su cabeza por momentos contra Kataziah y su hermano, pues todos los
consideraban culpables de esta segunda catástrofe, como fue el caso en la
primera.
Las discusiones se enconaban entre detractores y
partidarios de Kataziah. Los primeros eran principalmente los brujos y brujas
de Qanunistán y los segundos los encabezaban los de Rujistán que además hacían
a Kataziah responsable de la detención de Jasiazadeh. Estos le pedían hacer lo
que estuviera en su mano para liberar a Jasiazadeh de su prisión, a lo que
Kataziah contestaba que aquella bruja había elegido separarse de ella e
intentar asesinar a Nuriddin por su cuenta con ayuda entonces de los enviados
de Qadir Khan, y que el reiterado fracaso de los de Rujistán, que terminó con
la detención de Jasiazadeh, no la incumbía a ella ni de lejos.
La tensión entre los brujos continuó por unos días
sin llegar a solución alguna que los sacara del estado de inercia y perplejidad
en la que se encontraban atrapados. Sin embargo, eso no impedía que Kataziah y
su hermano aprovechasen el tiempo en secreto para convocar a más y más brujos
de todos los reinos de la región, incluso los que estaban mucho más allá de los
cuatro reinos que lindan con Qanunistán. Todos, en todas partes, conocían a
Svindex y muchos de ellos habían tenido algún encontronazo con él o con sus
lugartenientes a lo largo de los últimos dos siglos. Ambos hermanos habían
decidido, sin consultarlo con nadie de los presentes en la gruta, prepararse
para una batalla definitiva con el mago Flor, Amarzad y sus magos. Una batalla,
pensaban, en la que habían de morir ellos mismos o aniquilar de una vez por
todas a sus enemigos.
Así las cosas, fueron aquellos unos días de
actividad febril de ambos hermanos, deseosos de poner fin a aquella situación,
costase lo que costase, aunque fuera la propia vida, pues ellos sabían que el
mago Flor y sus secuaces les estarían dando caza continuamente y que no
cejarían en su intento de prender a Kataziah o matarla en venganza por el
hechizo del que el gran mago fue víctima durante tantos años. Las cosas siempre
estuvieron muy mal entre ella y el gran mago, pero desde la aparición de
Amarzad todo se agravó tanto que ya no había tiempo que perder, especialmente
tras la muerte de su único hijo Narus cuya desaparición le supuso un golpe muy
duro que no la dejaba vivir. Así que, acabó decidiéndose, tras el desastre de
los pajaros-serpientes y el ruiseñor mecánico, que de ninguna manera dejaría
vivir al mago Flor y a su amiga Amarzad, y que, o vivían ellos o vivía ella y
su hermano. En el mundo ya no había cabida para ambas partes, pensaba Kataziah.
Así que, y siguiendo sus mismas artimañas de siempre, decidió implicar en sus
planes a cuantos hechiceros y hechiceras podía, aunque tuviera que buscarlos en
China o en África, pues en todas partes había brujos y brujas que odiaban a
muerte a Svindex. Solo hacía falta organizarse y preparar una estrategia
infalible, que ahora sería más factible —pensaba ella— tras haber conocido a
fondo las capacidades y los poderes de sus dos enemigos principales. Una sola
duda perturbaba sus pensamientos: «¿Quién era ese brujo que pudo con Jasiazadeh
y dónde la tenía?». Eso quería decir que serían tres a batir, en vez de dos, y
los tres eran poderosos, y justo por eso necesitaba junto a ella en esta
empresa a cuantos brujos fuera capaz de convocar, los mejores y más potentes.
Ambos brujos fueron visitando, gracias a su
capacidad de teletransportación, todos aquellos reinos de la faz de la Tierra
para captar brujos y brujas. Recorrieron muchas regiones de la India, de China,
de todos los confines de África, de Arabia, de Mesopotamia y del sur de Europa.
Kataziah y Wantuz se entrevistaban con los grandes brujos y brujas en cada
región, explicando minuciosamente la situación creada a raíz de la aparición,
en el escenario de la eterna lucha con Svindex, de Amarzad, detallándoles los
poderes de la princesita y advirtiéndoles de que en cuanto Svindex lograra su
propósito de acabar con Kataziah, su hermano y sus seguidores que la esperaban
en Qanunistán, se volvería contra ellos en India, China, Arabia, África y no
dejaría bruja ni brujo a salvo. Advertencia esa que calaba hondo en los
corazones de aquellos hechiceros que tanto habían sufrido a manos del mago Flor
y sus ayudantes, o que habían oído de él y de sus grandes poderes.
Cada uno de esos brujos se encargaba luego de
reclutar a los brujos de su clan y de su zona de dominio, prometiendo todos,
sin excepción, apoyar a los dos brujos de Qanunistán hasta acabar con Svindex,
Amarzad y todos sus seguidores. Si Kataziah tenía una cualidad de la que
mereciera la pena hablar, aparte de sus tremendos poderes en la hechicería y la
nigromancia, ese era su poder de persuasión, de embaucar y de embobar a sus
interlocutores, y para eso recurría ella a sus artes maléficas utilizando con
cada brujo o bruja el lenguaje verbal, ocular y corpóreo que le convenía.
Kataziah incluyó en sus planes la liberación de
Jasiazadeh, cuya historia explicó a los brujos con quienes iba entrevistándose.
Kataziah sabía que no podía dejar de lado esta cuestión y que debía de
contentar a los hechiceros de la bruja prisionera que se negaron a regresar a
Rujistán sin su jefa y que habían participado con Kataziah en el día de los pájaros-serpientes
exponiendo sus vidas, tras haber recibido de la gran bruja satánica la promesa
de liberación de Jasiazadeh. Sin embargo, ni Kataziah ni los brujos de
Jasiazadeh tenían ni idea de que esta había sido despojada de todos sus poderes
de hechicería y de su maldad. Tampoco se había olvidado Kataziah de sus propios
brujos prisioneros del mago Flor desde la batalla del caserón del bosque, y se
empeñaba en liberarlos a toda costa.
Así, cientos de brujos se disponían a trasladarse ya
a Qanunistán, cada uno con sus ayudantes y lacayos. Mientras los brujos
ayudantes de Kataziah preparaban, a velocidad de brujos, escondrijos
subterráneos en distintos puntos de la cordillera de las afueras de Dahab,
ampliando las cuevas existentes y cavando otras nuevas en los sitios más
recónditos de aquellas montañas.
A decir verdad, si en algo había triunfado Kataziah
en su guerra con su eterno enemigo, Svindex, era en ocultar bien su escondite y
el de los suyos a los ojos de su enemigo desde la quema de su casa en la
batalla del bosque. Y en esa línea seguía, a sabiendas de que el mago Flor y
los suyos fracasaron muchas veces en seguirle el rastro a ella y a sus
seguidores. Y es que el fracaso nunca fue cosa de mediocres solamente, también pueden
sufrirlo los grandes, de distintas maneras, y más de una vez en su vida.
Una vez terminó de convocar a los brujos de los
cuatro confines del mundo conocido entonces, y con decenas de ellos ya junto a
ella, los emplazó para que acudieran a su amplísima gruta y compareció ante
ellos rodeada de los más importantes brujos de los que ya habían llegado en
secreto a Dahab. Estos se exhibían ataviados con extrañas vestimentas
originarias de sus correspondientes países, lo que llamó mucho la atención de
los habituales de la cueva, todos de la misma región de los cinco reinos, con
lo cual quedaba entendido que Kataziah se había reforzado frente a sus
detractores y que volvía a llevar las riendas de la situación sin posibilidad
ninguna de discutir con ella o exigirle nada.
—Hermanos —gritó con voz quebradiza la gran bruja de
la malicia dentro de aquella caverna—, tras nuestras discusiones acerca de lo
acontecido aquel nefasto día en el cielo de Rujistán, donde Svindex volvía a
demostrar su condición de eterno enemigo, y como no llegábamos a conclusión
alguna, he decidido convocar a nuestros compañeros y colegas de muchos lugares
del mundo para que se unan a nosotros en la lucha contra ese maldito mago.
Muchos de ellos han conocido alguna fatídica vez a nuestro enemigo, que no nos
deja en paz en ninguno de los países de la Tierra.
Un silencio sepulcral reinaba en la cueva ante las
palabras contundentes de Kataziah, que exponía ante sus opositores un hecho
consumado nuevo ante el que no podían hacer nada.
—Pronto celebraremos una asamblea en la que espero
que participemos todos nosotros —prosiguió Kataziah, sintiéndose reina de la
situación, pues con decenas de brujos venidos de todas partes y puestos
voluntariamente bajo su mando, no había quien se enfrentara a ella entre sus
opositores, encabezados por unos cuantos brujos de Jasiazadeh—. En la asamblea
de mañana os pediré a todos vuestra aprobación para que establezcamos un nuevo
plan, que esta vez será infalible, para acabar con Svindex, su amiga y todos
sus secuaces. Los compañeros con los que me entrevisté en los últimos días, no
solo los que han llegado ya, sino también los que irán uniéndose a nosotros, ya
han aprobado este plan que os explicaré mañana.
Muchos de los presentes aplaudían a Kataziah y
gritaban expresándole su apoyo, pero otros permanecían silenciosos y con cara
de disgusto, sacudiendo la cabeza en plan de desaprobación al haberse percatado
que ya lo tenía pactado y decidido todo sin haberlo consultado con ellos.
Kataziah y su hermano se dieron perfecta cuenta del disgusto de estos últimos.
—No he acabado de hablar —continuó Kataziah
chillando—, pues me falta aún aseguraros que mi nuevo plan empieza por la
liberación de nuestra hermana Jasiazadeh, pues la necesitamos a ella junto a
nosotros, y mucho.
Aquí, los asistentes que permanecían con los rostros
sombríos irrumpieron a aplaudir y se les iluminó la cara al saber que Kataziah
no iba a dejar olvidada a Jasiazadeh y que iba a cumplir con la palabra dada
antes del día de los pájaros-serpientes.
—Saludos amigos y colegas —retumbó entre las paredes
de la cueva, iluminadas con antorchas por doquier, una voz que emitía un brujo
viejísimo, de aspecto horrendo, tez oscura, huesudo, con ojos negros, y nariz
enorme y curva—. Soy vuestro humilde servidor, Zolfar, venido de Mesopotamia,
tierra de brujería por antonomasia, no en balde, allí descendieron el par de
ángeles que, involuntariamente, desvelaron a los humanos las primeras sendas
ocultas de la magia.
Un murmullo general atravesó la cueva mientras
cientos de ojos intercambiaban miradas de toda índole.
—Acudimos a Dahab —prosiguió Zolfar con una voz más
fuerte que antes—, convocados por nuestra hermana Kataziah, a quien conocemos
desde hace al menos un siglo y en quien confiamos y de la que apreciamos su
sabiduría y gran dominio de la nigromancia, nuestra ciencia sublime. Hablo en
nombre de mis compañeros que veis aquí; y somos los primeros en llegar de
cientos que se unirán, venidos de todo el mundo para poner fin a la infamia que
representa ese mago llamado Svindex, del que dudamos que sea humano, y de todos
sus ayudantes y seguidores, y también para acabar con esa malvada princesa
llamada Amarzad, que tanto daño ha causado ya, en muy poco tiempo, al gremio de
brujos y brujas. Todos lucharemos unidos bajo la dirección de nuestra hermana
Kataziah, iluminada desde siempre por Lucifer, nuestro señor, a quien debemos
adoración y sacrificio. ¡Venceremos, hermanos! —terminó por exclamar Zolfar, a
lo que muchos compañeros suyos, recién llegados como él, secundaron al grito de
«¡venceremos!» y «¡muerte a Svindex!».
—Nosotros somos los brujos más brujos de la Tierra,
la magia es nuestra, es nuestro invento, hermano Zolfar.
El que hablaba así, irrumpiendo su voz ante la
multitud de brujos y brujas, era Sases, uno de los hechiceros más importantes
de Egipto, no menos viejo que Zolfar, huesudo como él, de tez blanca y con su
nariz recta y afilada en su punta, que parecía más bien una flecha en vez de una nariz, con
calva que brillaba según ondeaban las llamas de las antorchas que iluminaban la
caverna. El brillo centelleante de su calva competía con los destellos de su
intensa mirada y de sus ojos de color miel.
—Hermanos, que Satanás os bendiga a todos —prosiguió
Sases, con una voz aguda, sin chillar, pero que se escuchaba bien en todos los
rincones de la gruta—. Nada de ángeles descendientes en Mesopotamia, hermano
Zolfar, nuestros brujos son mucho más antiguos que esos dos ángeles. Nosotros
descendemos de aquellos brujos que, ante Moisés, y a instancias del faraón y en su presencia, arrojaron sus bastones,
convirtiéndose todos ellos en serpientes en movimiento, y cuando Moisés arrojó
el suyo igualmente se convirtió en serpiente, que ante la estupefacción de
todos los brujos presentes y del propio faraón, engulló a todas las demás.
Continuará....