AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

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AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

Saïd Alami

En entregas semanales 


Entrega 38 (22 dic22)

—Estupendo, querida tía, pero aún no me has dicho qué tiene que ver eso del agua del Palacio Real de Qadir con el asunto que nos ocupa.

—Es que no dejas de interrumpirme, sobrino —respondió Pakiza, ya alborozada y protestando—. El agua tiene que ver porque la noche de la boda, la misma en la que se llevará a cabo el secuestro, los hombres de Sunjoq, que ya han establecido muy buenas y cordiales relaciones con los miembros de la guardia real del palacio de Qadir, darán a beber a esos guardias, que custodian las alas privadas de la familia real, poco antes del secuestro, una deliciosa bebida preparada por uno de los tres alquimistas que acabo de presentar a su majestad y que les hará dormir plácidamente a lo largo de horas. Otros dos alquimistas, ayudados por los escaladores y los lanzadores de cuchillos, se encargarán de meter en el depósito del agua del palacio, y en la fuente amurallada, sendos somníferos que, con ayuda de Dios, no dejará despierto a nadie en el palacio, ni dentro ni fuera de las alas de la familia real. De esta manera, toda el agua y todas las bebidas que se prepararán para la boda, antes de celebrarse esta, serán impregnadas por el somnífero, que tendrá un efecto de muchas horas, suficientes para que los alquimistas puedan suministrar un somnífero especial a tu primo, una sustancia que ha de tenerle dormido a lo largo de dos días enteros. Así, cuando nuestros hombres salgan con Bahman a cuestas de las habitaciones que le han sido adjudicadas, nadie se dará cuenta de ello. Y mientras tu primo esté adormecido por el somnífero, mis hombres se encargarán de llevarlo muy lejos de Zulmabad para reunirse en un punto convenido con Sunjoq y sus hombres. Por supuesto que Sunjoq se habrá encargado de avisar a sus hombres para que no beban del agua del palacio ni de las bebidas que se irán sirviendo en el mismo aquella tarde.

El sultán la escuchaba muy atento, no encontrando un solo eslabón débil en su meticuloso plan. «Creo que quien traza un plan de esta envergadura y con estos detalles tan minuciosos merece toda mi confianza y apoyo —pensaba el sultán admirado ante su tía—. Estoy seguro de que Qadir Khan, al detectar la ausencia de Bahman, tendrá que replantear sus planes para la invasión que está preparando, pues el hijo de Parvaz suponía un elemento principal de esos planes», seguía pensando Nuriddin.

—¡Magnífico plan, querida tía! —exclamó Nuriddin—. Pero, dime, ¿y si al llevar tus hombres a Bahman se les interponen en el camino soldados de Qadir Khan?

—No te preocupes, todo está previsto, pues mis hombres sabrán cómo resolver la situación, además, contarán en todo momento con la ayuda decisiva de los hombres de Sunjoq.

—¡Magnífico, magnífico! —exclamaba el sultán repetidamente, admirado más y más ante la sagacidad de su tía—. Qadir Khan quedará en el más espantoso ridículo ante sus invitados —concluyó contento.

 

Capítulo 30.              La nube negra y el ruiseñor

 

L

    a tropa de Burhanuddin había abandonado el territorio de Nimristán a la salida del sol de un día veraniego cuando se avistó en el lado este del horizonte una inmensa nube negra que parecía ir montada sobre los primeros rayos de sol hasta casi ocultarlos. La nube hacía su siniestra aparición justo cuando las tropas de Burhanuddin y de Taimur acababan de reencontrarse. Aún restaban unas horas de marcha para alcanzar la primera línea del gran ejército de Nizamuddin.

Los ojos de Amarzad, Muhammad Pachá y los caudillos militares, así como de todos sus soldados y caballeros, no se apartaban de aquel tenebroso espectáculo aún en la lejanía.

De pronto, se empezó a percibir un ruido que parecía el de fuertes olas de mar a lo lejos, y según avanzaba la nube, el ruido se volvía más fuerte, hueco, grave, como si viniera de todas partes.

Burhanuddin ordenó detener la marcha de la tropa que se encontraba atravesando un paraje a cielo abierto, carente de árboles, estepa o matorrales, pues habían dejado el bosque detrás, a casi una hora de marcha. Muhammad Pachá y Burhanuddin acudieron a donde se encontraba la princesa Amarzad, custodiada por Shakur y sus hombres. Nadie quitaba el ojo de aquella nube negra, y trataban de indagar de qué se trataba aquello, pues ninguno de ellos había visto antes semejante negrura ni extensión en una nube.

Al poco rato, a Amarzad se le encendió la alarma al divisar que la nube empezaba a dividirse, lo que no dejó de sorprender a todos los que la observaban, máxime cuando resultaba ya claro que todas aquellas nubes iban avanzando hacia ellos porque eran su objetivo.

Amarzad se alarmó nuevamente y pudo percatarse, a través de su sortija, de que aquellas nubes estaban formadas en realidad por un sinfín de pájaros negros de enorme tamaño. Miró bien su sortija y ya veía a través de ella, nítidamente, que aquellos pájaros eran liderados por uno que iba a la cabeza de todos, en primer lugar, y que tenía una cabeza de serpiente negra cuya cara no era otra que la de la bruja Kataziah. Justo detrás de ella iba otro pájaro-serpiente con la cara de su hermano Wantuz. Ambos lideraban a cientos de pájaros con cabezas de serpientes negras y rostros de brujos, entre los que ella conocía a algunos, de los anteriores enfrentamientos. A Amarzad no le cabía duda de que estaba en aquellos momentos ante lo que pudiera ser una segunda parte de aquella batalla nocturna contra los pájaros monstruosos. Seguían a estos brujos cientos de miles de pájaros de intensa negrura, cuyas cabezas tenían también la forma de serpientes negras y cuyo número no dejaba de aumentar desde el este, como si estuvieran saliendo todos de una inmensa zanja abierta a un mundo donde no existían más que gigantescos pájaros-serpientes.

Amarzad estaba ya tan alarmada que temía seriamente por la vida de sus acompañantes y la de la tropa, pues aquellas nubes negras se iban apoderando de todo el cielo de este a oeste y de norte a sur. El número de los pájaros-serpientes era tan enorme que abatirlos sería imposible, por muchos poderes que ella tuviera.

La malvada de Kataziah había vuelto al ataque para vengar la muerte de su hijo, Narus, y esta vez había organizado este diabólico y descomunal ataque ante el cual ni Amarzad, incluso con todos sus poderes, tenía nada que hacer, y ni tampoco todos los ejércitos de la región, salvo salir corriendo cuanto antes.

Ante la enorme inquietud que azotó a la tropa y la confusión de Burhanuddin, Muhammad Pachá, y demás caudillos que los acompañaban, Amarzad comunicó a ambos lo que acababa de avistar y les pidió alejarse con la tropa a toda prisa hacia el bosque que habían dejado atrás. Ninguno de los caudillos aceptó alejarse de ella, pero Burhanuddin ordenó a la tropa regresar a toda prisa al bosque, bajo el mando de Taimur, pues estaba claro desde el primer momento que esos jinetes y caballeros nada podrían hacer contra aquellas inmensas nubes de pájaros monstruosos. Sin embargo, la mayoría de los hombres se negaron a alejarse de sus jefes, a lo que Burhanuddin respondió empuñando la espada en alto amenazando con ella a quien contradijera sus órdenes y forzándolos así a que se fueran a toda prisa y esperasen ocultos en el bosque, «ya que no había necesidad de que murieran todos gratuitamente», les gritaba.

Burhanuddin sabía de sobra, también, que ni él ni Muhammad Pachá podían hacer nada para defenderse o defender a Amarzad en medio de aquellas circunstancias tan inimaginablemente adversas. Pero allí estaban, él y el viejo pachá, junto a Amarzad, para morir defendiéndola, aun cuando sabían que ella no necesitaba su protección. Junto a ellos se quedaron una docena de caballeros que se negaron tajantemente a retroceder hacia el bosque, entre ellos Shakur.

Las nubes cubrían ya absolutamente el cielo entero, y si no fuera por los espacios dejados adrede entre una nube y otra, la oscuridad hubiera resultado tan cerrada que no habría habido manera de ver nada. Amarzad pensó que precisamente por eso mismo los brujos partieron la nube principal en trozos enormes según iba avanzando en el cielo, de este modo los brujos y la infinidad de pájaros-serpientes que les iban siguiendo, podían buscar sus objetivos, y en concreto a ella.

El ruido que emanaba de las nubes era ya tan formidable y aterrador que parecía proceder de los últimos confines del universo, inundándolo todo hasta casi penetrar en lo más hondo de los cuerpos de humanos y de animales. Era una terrorífica mezcla de graznidos, silbidos y zumbidos, sin apenas poder distinguirlos por separado, haciendo temblar hasta la bóveda del cielo y la tierra bajo los pies de todos los ejércitos que se encontraban en la región.

Al cubrir aquellas nubes las tropas de Nizamuddin, a varias horas de marcha de donde se encontraba la princesa y sus acompañantes, se quedaron tan perplejas y aterradas por el ensordecedor ruido hasta el punto de que sus caudillos y jefes tuvieron que llamarlos al orden una y otra vez, pues parecía que todos se disponían a salir corriendo, pero ¿hacia dónde? si la nube negra lo cubría todo ya. Incluso los propios caballos estaban tan aterrados que querían echar a galopar forzando a sus jinetes a hacer grandes esfuerzos para que no se les escaparan, lo que produjo tal terremoto en los campamentos militares extendidos a lo largo de la frontera con Rujistán que tanto Nizamuddin como sus lugartenientes, en una extensa superficie geográfica, llegaron casi a perder el control sobre los caballos y las tropas. Algunas voces se alzaban gritando que aquello era el día del juicio final, el del fin del mundo, y muchos se echaron al suelo rezando e implorando a Dios misericordia para con ellos y los suyos.

Viendo que algunos caballeros habían comprendido que se trataba de pájaros gigantescos y empezaban a dispararles flechas, Nizamuddin y sus lugartenientes ordenaron a sus tropas que dejaran de disparar y se quedaran quietos, sin hacer nada, simplemente esperar, pues las nubes estaban mucho más altas que el alcance de cualquier arma.

El que no pudo controlar a sus tropas fue el príncipe Khorshid, a quien la inmensísima nube de pájaros negros también le cubría, tanto a él como a su tropa de cinco mil hombres, y que, tal como le había instado Rasul Mir y después el caudillo Kasrawan, había salido a toda prisa del territorio de Nimristán, cerca del punto en el que se encuentra la frontera de ese país con las de Rujistán y Qanunistán, dando un rodeo a través del territorio de su país, penetrando después en el de Qanunistán, en busca de Amarzad, pues para eso había salido de Zulmabad días antes.

El propio Khorshid, así como sus lugartenientes y caballeros, entre ellos Jabur, pensaron que lo que veían en el cielo no podía ser otra cosa que una nueva manifestación del poder de Amarzad y se disponían a luchar contra ella con todas sus fuerzas, especialmente Jabur, que no dejaba de repetir gritando a pleno pulmón, con voz ronca, como preso de una enajenación mental: «Es la malvada hija de Nuriddin... Eso que veis es parte de sus poderes. Ella acabó con toda mi tropa y ahora quiere acabar con nosotros aquí». Sus gritos eran escuchados por cientos de soldados, que le creían plenamente, al igual que el mismísimo Khorshid, teniendo en cuenta que Jabur era el único entre sus soldados que conocía a Amarzad.

Obedeciendo órdenes del propio Khorshid, en medio de una gran confusión y presos de terror, sin tener a dónde escaparse, caballeros, jinetes y soldados empezaron a emplear a fondo las armas y los pertrechos que llevaban consigo. Los arqueros subieron a lo alto de las torres, dispararon sus flechas, unas con fuego y otras untadas sus puntas en toda clase de mortales venenos; las catapultas, enormes y altas, cuyas estructuras habían sido modificadas para que lanzasen sus proyectiles lo más vertical posible hacia el cielo, lanzaban bolas de fuego en la dirección de los pájaros. Las enormes ballestas, asimismo, fueron empleadas a destajo desde lo alto de las torres, mientras todos los ojos, desorbitados y aterrados, buscaban a aquella chica, de quien tanto habían oído hablar en los últimos días, y que iba sobre un vestido inmenso y blanco, disparando toda clase de rayos. Pero no la veían por ninguna parte. Sin embargo, los caudillos y sus lugartenientes instigaban a sus tropas a seguir disparando toda clase de armas contra los pájaros negros, mientras Jabur seguía gritando, enloquecido de pavor: «La maldita chica puede ser cualquiera de estos pájaros... No olvidéis que es una bruja. ¡Seguid disparando!». Khorshid, a su vez, vociferaba dando órdenes para que continuaran lanzando bolas y flechas de fuego.

Kataziah y sus brujos iban escudriñando la tierra debajo de ellos en busca de Amarzad y sus acompañantes, lo iban viendo todo, todo, incluidos muchos soldados que aparecían de vez en cuando, enormes destacamentos, pues la concentración de tropas de Qanunistán en la zona era ya de gran envergadura, a la espera del gran ataque de los invasores. Sin embargo, Kataziah y los suyos veían que aquellas tropas no mostraban por el momento actitud hostil alguna contra ellos, todo lo contrario; esas tropas parecían sufrir sacudidas terrestres y su pavor era percibido por Kataziah y los suyos, que aún no veían a Amarzad por ningún lado. Entraba en los planes de Kataziah destruir las tropas de Qanunistán, para vengarse aún más de Amarzad y de su padre, amigos y aliados del mago Flor, pero tenía decidido no hacerlo hasta que no hubiera acabado con Amarzad.

Tras un vuelo tranquilo, Kataziah divisó las bolas de fuego que lanzaban contra ella y los suyos las tropas de Khorshid, y comprobó que esas tropas disparaban también enormes flechas de ballestas. Aunque esos ataques ni llegaban a rozar a ninguno de los pájaros, la enojaron sobremanera, por lo que ordenó arremeter contra el ejército atacante hasta aniquilarlo. Tras un devastador contraataque en el que los pájaros-serpientes lanzaban de sus bocas una infinidad de dardos envenenados que fulminaban a sus víctimas en unos instantes; de las tropas de Khorshid pocos quedaron con vida. Khorshid se salvó, junto a un puñado de sus oficiales, entre ellos el comandante Jabur y varias decenas de soldados.

Finalmente, Kataziah localizó, mediante su sortija a Amarzad, quien se dio cuenta al instante que la bruja la había localizado. Ambas percibieron simultáneamente que la una reconocía a la otra. Amarzad ya ubicaba con exactitud el lugar donde se encontraba Kataziah en medio de aquella inmensidad de enormes nubes negras que ya se iban juntando de nuevo para formar una sola y colosal nube negra que cubría el cielo entero, hasta donde alcanzaba la vista, lo que hizo que la oscuridad se intensificara hasta parecer una noche cerrada, sin estrellas y sin luna.

Acto seguido, la nube iba transformando su centro en una punta descendiente, con Kataziah y su hermano a la cabeza, dirigiéndose a una velocidad vertiginosa, precisamente hacia donde se encontraba la poderosa princesa.

Amarzad, al percatarse de que el ataque contra ella y los suyos ya se había desencadenado, pensó que lo mejor era alejarse del lugar para proteger a sus acompañantes por lo que, instantáneamente, se esfumó, literalmente, elevándose a gran altura en el cielo y alejándose del lugar para adentrarse acto seguido en el cielo de Rujistán, alejándose del cielo de su país, volando siempre por debajo de la inmensa nube de pájaros-serpientes, mientras la punta de esta la iba persiguiendo hasta conseguir rodearla por todas partes. Por más que se elevaba ella en el cielo, los pájaros-serpientes se elevaban igualmente hasta que la nube se convirtió en una descomunal bola de pájaros-serpientes, en cuyo centro se quedó atrapada Amarzad que en ningún momento intentó utilizar sus armas mágicas, ya que hasta aquel momento no se había visto agredida, sino solo perseguida por Kataziah y los suyos, quienes, sin embargo, se mantenían a distancia de ella, aunque estrechaban el cierre del hueco central de la nube, donde se encontraba Amarzad. Los pájaros-serpientes permanecían a la espera de las órdenes de su jefa, que ya les había advertido a los brujos que debían impedir que esos pájaros monstruosos tocasen a Amarzad, ya que ella misma quería acabar con la princesa en venganza por la muerte de su hijo.

A su vez, Amarzad, tranquila y confiada, no iniciaba ninguna clase de ataque y seguía a la expectativa, contenta de haber alejado mucho a esos monstruos del territorio de Qanunistán y de que la batalla que se perfilaba inminente iba a desarrollarse muy dentro del cielo de Rujistán. La princesa sabía que aquellos monstruos no la atacaban aún porque estaban esperando a lo que ordenara Kataziah. La espera duró solo unos minutos, pasados los cuales, Amarzad reconoció, no lejos de ella, pero difusamente, debido a la cerrada oscuridad, pero con la vista ya más habituada a ella, a Kataziah. Junto a ella estaba Wantuz y otros muchos brujos.

Una cosa que no lograba entender Amarzad hasta aquel momento era el motivo por el cual su vestido no se iluminaba como de costumbre siempre que volaba, siendo su luz capaz de convertir en una claridad resplandeciente la oscuridad nocturna, aunque sin luna en el cielo.

Kataziah, al posar su vista sobre Amarzad, dio tal grito que rompió el conjunto de aquel fragor espantoso que producían esos interminables miles de monstruos voladores y que hacía temblar el espacio entre la tierra y el cielo, además de hacer retumbar los bosques.

—Maldita ramera, ahora acabaré contigo en un instante, para vengarme de la muerte de mi hijo Narus, que Lucifer le acoja en sus infinitos infiernos. Tú, maldita seas, le has matado.

Amarzad seguía a la expectativa, sin inmutarse, mientras el hueco del centro de la gigantesca y siniestra nube se iba estrechando alrededor de ella según lo iba haciendo Kataziah, con sumo cuidado. Todo alrededor de la jovencita princesa era oscuridad, hasta los ojos de todas las caras que la estaban mirando eran siniestramente negros y opacos. De repente, Kataziah lanzó una terrible carcajada.

—¿Piensas que vas a acabar con todos nosotros con tus armas? —dijo la bruja dirigiéndose a Amarzad—. Pues de nada te van a servir niña... Te voy a comer de un solo bocado... No..., mejor será comerte a trozos. Ja, ja, ja, ja, ja —volvía a carcajear estruendosamente la malvada multicentenaria, con su horrendo rostro y su cabeza de serpiente.

Sin embargo, todo aquello no le impresionaba lo más mínimo a Amarzad, quien desde que estuvo en el planeta Kabir nunca más volvió a sentir miedo de nada ni ante nadie.

—¡Prueba..., prueba, jovencita! —volvía a chillar Kataziah— utiliza tus armas... A ver, enséñanos. Pues has de saber niña que tus armas solo funcionan si hay luz, por muy pequeña y tenue que sea, y tú ahora estás en la más negra oscuridad. ¿No te lo dijo tu amigo Svindex? ¿Acaso no te ha advertido que procurases siempre tener algo de luz cerca de ti para que funcionen tus armas o tus poderes? Por cierto, ¿por dónde anda él que lleva tanto tiempo desaparecido, dejándote vergonzosamente a nuestra merced para que hagamos contigo lo que nos dé la gana? Maldita seas mil veces. Igual le ha hechizado una bruja de las nuestras convirtiéndole en una piedra, para siempre jamás esta vez. ¡Quién sabe! —Kataziah dijo aquello y lanzó una nueva y terrible carcajada en la que la acompañaron de igual modo cientos de brujos que se sentían irremediablemente victoriosos y estaban disfrutando de la borrachera del éxito, sensación que tanto anhelaban en su guerra contra el mago Flor y Amarzad, carcajadas esas que provocaba auténticas tempestades abajo, en Rujistán.

Amarzad, oído aquello, trató mentalmente de utilizar los rayos de su sortija, las ráfagas de su corona y las armas de su collar, no obteniendo resultado alguno. Amarzad trató de romper aquel hermético asedio al que se encontró sometida y sumida en la oscuridad, pero no pudo. La princesa no sabía lo que era el pánico ni se ponía nerviosa en ninguna situación por muy peligrosa que fuera, siendo precisamente eso, la tranquilidad, en la mayoría de los casos, la llave y la clave de la salvación, mientras que el pánico suele ser la causa principal de la derrota y de la perdición.

Amarzad se encontraba sostenida en lo alto por el extensísimo volante de su vestido, que ni Kataziah ni ningún otro u otra de sus brujos se atrevía a tocar, manteniéndoles algo alejados de ella, aunque todos estaban en disposición de atacar en cuanto Kataziah se lo ordenase. Amarzad, viéndose incapaz de utilizar sus poderes para defenderse, se centró nuevamente en su principal poder, su sortija, aunque desde que el mago Flor se marchó al planeta Kabir no había vuelto a asomarse por su esfera, por más que ella la acariciara. Tampoco despedía luz o rayo alguno en aquellos momentos, seguramente a causa de la tremenda oscuridad que la rodeaba. Sin embargo, ella, sin perder nunca la serenidad, volvió a acariciar la sortija y cuál fue su sorpresa al aparecer allí, en la esfera más preciada y más preciosa del mundo, la luminosa cara del mago Flor, a quien tanto echaba de menos, especialmente en aquellos momentos.

El rostro del mago Flor aparecía sonriente y resplandeciente.

—Tranquila, querida hija —le decía el mago Flor—, ahora, con la luz de la sortija, provocada por mi imagen, puedes ya utilizar tus poderes. Pero eso no será necesario, ni tampoco suficiente para derrotar a tantos monstruos, y por eso estoy aquí contigo, justo detrás de ti.

Amarzad miró detrás de ella y allí estaba su gran amigo y valedor. Ambos se dieron un abrazo, lo que inquietó mucho a Kataziah que, aunque aún no podía ver a Svindex, ni ella ni ninguno de sus brujos, sí percibió enseguida su presencia, motivo suficiente para irritarla, así como a sus acompañantes. No obstante, el mago Flor no tardó en manifestarse físicamente en el centro del hueco de aquella inmensa esfera negra, formada de muchas capas de pájaros monstruosos, lo que enseguida hizo echarse atrás a todos los que le rodeaban en primera fila. Cara a cara, cesando todos ellos, y todos los demás componentes de la siniestra bola de pájaros-serpientes, de producir aquel ruido ensordecedor que venían haciendo desde la primera aparición de la nube negra en el horizonte, hacía más de una hora. El silencio pronto se extendió hasta cubrir todo el cielo, sumiéndolo todo en la más profunda y envolvente quietud.

Así, el silencio volvió a reinar en aquel cielo sobre Rujistán y partes de los reinos vecinos y ya no se oían más que las brisas allí, ráfagas de viento más allá y los sonidos producidos por toda clase de pájaros que surcaban el cielo, encumbraban árboles o mecían ramas. Las gentes y los ejércitos presentes en toda aquella región tragaban saliva, tratando de tranquilizarse tras la angustia y el terror que habían sufrido a lo largo de aquella hora y pico que les pareció como un siglo entero. Sin embargo, todos seguían mirando hacia la desmedida bola negra que seguía pendiendo en lo más alto del cielo, que apenas podían ver, colocada por debajo de aquel techo negro, formado por un sinfín de miles de monstruos voladores, que se había apoderado de toda la bóveda celeste encima de sus cabezas. Era aún por la mañana temprano y, sin embargo, parecía noche cerrada, lo nunca visto por nadie en toda aquella región. (pag225)

Continuará

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