AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
(Entrega 37)
13 Diciembre 2022
A los dos días de la partida de la embajada de
Amarzad de Dahab rumbo a Darabad, se presentó en el Palacio Real la tía Pakiza,
tal como le gustaba llamarla al sultán Nuriddin. Pakiza era la madre de Bahman,
viuda de Parvaz y tía de Nuriddin. Frecuentaba el palacio para visitar a su
querido sobrino, él sentía gran predilección por ella, pues era la única tía
materna que tenía, y la consideraba la prolongación viva de su difunta madre, a
la que debía un sinfín de favores desde que era niño.
Pakiza,
una aristócrata de inmensa riqueza, fue recibida con profundo cariño por la
sultana Shahinaz, quien la acompañó a su ala del palacio y con quien estuvo
desahogándose acerca de la desgracia que la había azotado con el asesinato de
su marido y «la caída de Bahman en las garras de Qadir Khan y de su hija», como
describía ella lo sucedido con su hijo y lo que había hecho este arrojándose en
brazos del peor enemigo de Qanunistán y asesino de su padre.
La
tía del sultán pidió a Shahinaz apoyarla en la petición que pensaba hacer a su
sobrino de no castigar con la muerte a Bahman, a lo que la sultana le contestó
que en ningún momento pensó Nuriddin dar muerte a su primo, pero sí castigarle
con la prisión a su regreso a Qanunistán. Sin embargo, la anciana le confesó el
temor de que su hijo fuera asesinado por las tropas encargadas de su detención
a su regreso a Qanunistán, dado el gran odio que le tenían muchos de ellos al
creer, erróneamente, según Pakiza, que había traicionado a su país a sabiendas
de que Qadir Khan había matado a su padre. «Es imposible que mi hijo aceptara
casarse con la hija de ese tirano si hubiera creído por un momento que se
trataba de la hija del asesino de su padre», repetía la anciana entre sollozos.
Al oír esto, Shahinaz —para no herir más los sentimientos de Pakiza—, se calló
que Bahman había aceptado colaborar con su futuro suegro contra Nuriddin para
derrocarle a cambio de casarse con Gayatari y convertirle en rey de Qanunistán.
El encuentro de Pakiza
con su sobrino fue, como siempre, emotivo y lleno de cariño, lo que la anciana
aprovechó para apelar a la bondad y nobleza de Nuriddin para que no permitiera
que su hijo fuera asesinado, «pues él hasta ese momento no ha cometido crimen
alguno», repetía la anciana una y otra vez, mientras Shahinaz intentaba
tranquilizarla.
Nuriddin, que en ningún
momento tuvo la intención de ordenar matar a Bahman, como ya le había informado
anteriormente a su tía, le escuchó larga y respetuosamente. Cuando esta se hubo
calmado, él la tranquilizó a su vez, asegurándole que eso no iba a suceder y
que su hijo llegaría a Dahab sano y salvo.
—¿Y cómo puedes
garantizar, querido sobrino, que ninguno de tus soldados o los de mi difunto
marido vaya a asesinar a Bahman que seguramente estará desarmado y atado de
pies y manos desde el momento de su captura hasta que llegue aquí? —preguntaba
la anciana vehementemente, con lágrimas en los ojos—. Muchos de esos soldados y
caudillos le consideran merecedor de morir con la espada y tú lo sabes,
sobrino.
El sultán nunca había
visto sollozar de aquella manera a su tía, salvo el día en el que le dio, él
mismo, la noticia del asesinato de su marido. Era una mujer conocida por su
fuerte personalidad y su altanería, por lo que sus ruegos tocaban el corazón de
su sobrino, pues veía en ella a su madre, a la que tanto se parecía. Pero,
sentimientos aparte, Nuriddin se quedó pensativo ante los argumentos de su tía,
pues la mujer tenía razón y no había manera de garantizar la vida de su hijo a
lo largo de la larga marcha desde la frontera de Rujistán hasta Dahab. El
peligro radicaba especialmente en los soldados del difunto Parvaz, encabezados
por Sunjoq. «¿Y qué sucedería si alguna cuadrilla de los hombres de Parvaz
decide dar muerte a Bahman tras su apresamiento?», se preguntaba el sultán.
Pakiza quedó en
silencio a la espera de lo que fuera a decir su sobrino a quien veía absorto en
sus pensamientos. La astuta anciana supo en aquellos momentos que había podido
convencer al sultán del peligro de apresar a su hijo y llevarlo hasta Dahab.
Ella traía consigo un plan alternativo y diabólico del que aún no había dicho
una palabra a su sobrino ni a Shahinaz. La sultana seguía la conversación entre
su marido y Pakiza, pero quedándose al margen, limitándose a hacer gestos en
apoyo de lo que decía la anciana y que ella ya sabía de antemano.
—No olvides, querido sobrino, que Bahman, tu primo,
cuando haya sido detenido a su llegada a Qanunistán, no habrá cometido hasta
ese momento ningún crimen —dijo la anciana, a la espera de lo que iba a
contestar su sobrino, para soltarle ella a continuación el plan que traía entre
manos.
El sultán la miró
cariñosamente, temeroso de que su respuesta la pudiera alarmar más aún.
—Pues
claro que habrá cometido un crimen, querida tía. Casarse con la hija de nuestro
mayor enemigo y aliarse con él para derrocarme, matarme y convertirse él en rey
de este país, y ponerlo bajo el control de Qadir Khan. ¿No le parece todo esto
suficiente crimen?
—¿Cómo? —balbuceó la
anciana, que no esperaba para nada esta respuesta, pues no sabía de la conjura
en la que se había metido su hijo contra su rey.
Tras una larga
conversación en la que Pakiza se quedó enterada y convencida de que su hijo
estaba implicado en la mencionada conspiración, la anciana decidió soltar,
desesperadamente, el plan que traía consigo y que había tramado al principio
ella sola y más tarde con ayuda de un destacado caudillo del ejército de su
desaparecido marido.
—Bueno, sobrino —dijo
la anciana algo dubitativa—, ¿y si resulta que Bahman no se casa con la hija
del tirano y regresa a Qanunistán y se pone enteramente a tu disposición,
majestad?
El sultán no intuía a
qué se refería su tía con aquella ocurrencia suya, por lo que quedó algo
desconcertado.
—¿A qué te refieres con
eso, querida tía? —preguntó Nuriddin sonriendo.
—A que yo te lo traigo
aquí, delante de ti, antes de que se celebre la boda —respondió la anciana
firmemente.
—¡¿Cómo?! ¡Que me traes
a Bahman aquí! —exclamó el sultán mientras carcajeaba—. Tienes unas
ocurrencias, querida tía.
Pakiza
se molestó por la risa de su sobrino, intercambiando una mirada de extrañeza
con Shahinaz. Al notarla, Nuriddin dejó de reírse, carraspeó y miró a su tía
cariñosamente.
—No me vas a negar,
querida tía, que lo que me acabas de decir es sumamente sorprendente y que
dejaría perplejo a cualquiera —le dijo el sultán sonriendo—. ¿Cómo dices que me
traes a Bahman aquí como si eso fuera tan fácil, estando él instalado en el
Palacio Real de Zulmabad y rodeado de cientos de soldados y guardias?
—Lo digo y lo hago,
Nuriddin —le increpó la anciana muy seria, frunciendo el ceño—. ¿Acaso te
olvidas de quién es tu tía?
El sultán se dio cuenta
de que Pakiza iba en serio y que no convenía tomarla a broma en aquellos
momentos.
—¿Y cómo piensas
hacerlo, querida tía? —preguntó en tono serio y muy interesado en saber los
detalles.
—Secuestrándole —soltó
la anciana.
—¡¿Cómo?! ¡Secuestrándole!
—exclamó el sultán, mientras movía su vista entre su tía y su esposa,
escandalizado.
—¿Qué hay de extraño en
eso? —le increpó nuevamente Pakiza—. ¿Acaso es mi primer secuestro? ¿O es que
ya te has olvidado?
—¡Oh! Ya —balbució el sultán
mientras se levantaba y empezaba a dar vueltas alrededor de su esposa y su tía,
con sus manos enlazadas detrás de la espalda, fijando la vista en el suelo. Las
dos mujeres le seguían con la vista, a la espera de lo que iba a decir.
Efectivamente,
el sultán se acordó de que su tía, diez años atrás, había organizado el
secuestro de Akshay Shapur, un importante noble del lejano reino de Salamistán,
quien estaba tan enemistado con su marido, Parvaz, hasta el punto que Shapur
había enviado hombres para que lo asesinasen en Dahab. Aquella conspiración
para matar a Parvaz terminó en un fracaso, pues capturaron a los enviados, que
más tarde se escaparon y nunca más se supo de ellos. Parvaz no dormía por las
noches deseando vengarse de su enemigo. Pakiza, ni corta ni perezosa,
utilizando a varios de sus hombres, organizó el secuestro de Akshay Shapur, que
fue llevado por ellos desde su cama, en Salamistán, hasta el palacio de Parvaz,
en Dahad. El pachá no sabía entonces nada del secuestro hasta que Shapur estuvo
en camino rumbo a Dahab. Parvaz se indignó entonces con Pakiza, pues
consideraba que el secuestro era indigno de un hombre de honor como él, y por
ello, se negó a tratar a su enemigo como a un secuestrado, pidiéndole
disculpas, instalándole en su propio palacio como un ilustre huésped y
presentándole al entonces sultán Namir, padre de Nuriddin, convirtiéndose el
secuestrado en un leal amigo de Parvaz y del sultán. Parvaz se despidió de
Shapur un mes más tarde cargado de preciosos regalos y custodiado por caballeros
y soldados qanunistaníes.
Nuriddin, tras dar unas
vueltas en círculo, se plantó delante de su tía.
—¿Y te encargas de
secuestrar a Bahman tú sola o necesitarás mi ayuda? —preguntó el sultán a su
tía, muy serio.
—¡Por supuesto que me
encargo! —exclamó la anciana muy resuelta—. ¿A qué si no vine yo aquí? Lo tengo
todo previsto.
Con la última pregunta
del sultán la anciana y la reina daban por aceptada la propuesta de Pakiza y
ambas dibujaron una ancha sonrisa sobre sus labios. Nuriddin había sopesado
bien la propuesta de su tía. «¿Y qué hay de malo en ella? —se decía—. Qadir
Khan intentó varias veces asesinarme aquí, en mi propio palacio, y ya es hora
de que yo le devuelva alguno de sus atrevimientos, secuestrando al novio de su
hija y dando al traste con la boda que con tanta pompa y suntuosidad está
preparando, y que él concibió como base para destruir a mi pueblo, a mi país y
acabar conmigo y con el reinado de mi familia. Pretende ocupar mi país y
saquear nuestras riquezas, utilizando a mi propio primo como puñal dirigido
contra mi pecho, pues yo le daré una lección en su propio palacio y le dejaré
en ridículo ante todos los reyes, sultanes y príncipes que ha invitado a esa
boda. Y tal vez, ridiculizándole de esta manera delante de sus aliados, estos
le pierdan el respeto y se separen de él, ya que quien no puede proteger su
propio palacio y deja que secuestren al novio de su hija, ¿qué confianza merece
como para arriesgarse con él en una guerra contra Qanunistán y Najmistán?».
Todos estos pensamientos rondaron por la cabeza de Nuriddin y le animaron a
apostar decididamente por el secuestro de Bahman.
—¿Tienes a los hombres
necesarios, adecuados y capaces de cumplir exitosamente con esta misión,
querida tía? —preguntó Nuriddin sonriente, como dando por descontado que sí los
tenía.
—¿Me permites
presentártelos, querido sobrino? —preguntó Pakiza, ardorosamente, y ya
comportándose a sus anchas, volviendo a ser ella misma, la gran señora que era
en realidad.
—¿Y te los has traído
contigo? —preguntó el sultán con una sonrisa más ancha aún que la primera, en
medio de la risa contenida de Shahinaz, que no salía de su asombro, pues
momentos antes la anciana sollozaba como una descosida y ahora resultaba que
tenía en la puerta a sus hombres mientras discutía con el sultán su plan de
secuestrar a Bahman nada menos que en el Palacio Real de Zulmabad.
—Claro
que me los he traído conmigo, no te iba a hacer perder el tiempo en una
discusión tras otra. Ya está hablado, decidido e iniciado, con la ayuda de
Dios, claro está —decía esto último mientras levantaba sus ojos y las palmas de
sus manos hacia el cielo como implorando—. ¿Les hago venir aquí? Están
esperando en la entrada principal.
—No, bajo yo a verlos
—puntualizó el sultán mientras llamaba a uno sus guardias y le ordenaba invitar
a entrar a los hombres de Pakiza al salón de recepción.
Minutos más tarde, el
sultán y Pakiza bajaron por los escalones de mármol, anchos y cómodos, en forma
de media circunferencia, que desembocaban en el inmenso salón marmóreo que conformaba
la entrada desde el exterior a la planta baja del palacio. Shahinaz prefirió
permanecer en la planta superior asomada por la barandilla para poder ver a los
hombres de Pakiza.
El
sultán contó hasta veinte hombres jóvenes, todos con el torso desnudo, y pensó
que en su mayoría debían rondar la treintena, y eran de distinta estatura,
complexión y tez. Los hombres se habían colocado formando una columna compuesta
por seis filas, de tres cada una excepto la que estaba a la cabeza, pues
lideraban dos hombres aquel escuadrón tan bien organizado. A todos los unía una
característica física, pues sus cuerpos eran fibrosos y erguidos, excepto los
tres hombres que formaban la última fila, todos entrados en edad y delgados.
Pakiza caminó junto al sultán hasta ponerse al lado de ellos, en la cola de la
columna.
—Estos tres son
magníficos alquimistas capaces de preparar toda clase de somníferos, hipnóticos
y venenos.
El
sultán los miró tranquilamente, mientras ellos hacían una inclinación de
obediencia. Pakiza se movió hasta la siguiente fila, avanzando hacia la cabeza
de la columna de hombres.
—Estos tres, en
cambio, no
fallan un objetivo con sus flechas por muy pequeño que sea y hasta donde alcance
su vista. Esta fila, en cambio, está compuesta por hombres cuya especialidad es
lanzar dagas y cuchillos desde lejos con gran precisión. Este otro trío son
hombres capaces de escalar paredes lisas, muros y murallas y colarse por
cualquier ventana, por pequeña que sea, así como de enganchar sus cuerdas en lo
alto de cualquier techo, ventana o muro y trepar por ellas hasta donde les dé
la gana, o sea, que donde ponen el ojo ponen el ojal de sus cuerdas. Los
miembros de este otro trío son capaces de hipnotizar hasta a un elefante, solo
con fijarse en sus ojos y mover sus dedos delante de sus ojos. En cuanto a
estos tres son expertos consumados en toda clase de luchas y combates. En
realidad, querido sobrino, todos son excelentes en el combate.
Así recorrieron el
sultán y su tía aquel pelotón, con tranquilidad, llegando finalmente a la
cabecera del mismo, donde estaba la fila compuesta solo de dos caballeros,
ambos altos y musculosos. Pakiza se detuvo ante ellos junto al sultán, cuyo
semblante reflejaba un buen grado de satisfacción y admiración.
—Este es Azadi, el jefe
de esta misión, y este es Babu, su lugarteniente. Te aseguro, querido sobrino,
que ambos son capaces con sus espadas de vencer a decenas de hombres bien
entrenados.
El
sultán, dirigiéndose a Azadi y Babu, les llamó la atención sobre la extrema
importancia de su misión en Rujistán, subrayando que se trataba de una tarea
que no admitía fallo alguno porque en tal supuesto pagarían con sus vidas, a
manos de Qadir Khan, como precio de su error.
Nuriddin les mandó
marcharse a todos. Posteriormente, advirtió a su tía sobre la importancia de
advertir a sus hombres acerca de la necesidad de no mencionarle a él ni a nadie
de su gobierno en caso de ser descubiertos o apresados, pues él en ningún
momento reconocerá tener nada que ver con ellos.
—Qadir
Khan tampoco reconoció nunca ninguna implicación en los intentos de asesinarme
y tampoco lo hicieron sus hombres encargados de llevar a cabo el crimen
—puntualizó ante su tía—. Los rujistaníes podrán utilizar el argumento de
nuestra implicación en el secuestro de Bahman para ganar más apoyo de sus
aliados e incluso ganar más aliados contra nosotros —concluyó el sultán.
—No
os preocupéis Vuestra Majestad —enfatizó Pakiza—. Yo seré en todo momento la
responsable de esta misión y de todo lo que puede acontecer de imprevistos o
contratiempos, así se lo tengo advertido a mis hombres.
—Muy bien, querida tía.
—Solo un punto más,
majestad —dijo Pakiza.
—¿Cuál
es? —preguntó el sultán, con manifiesto interés.
—Que
mañana mismo salgan misivas de vuestra majestad a todos sus jefes militares
desde Dahab hasta la frontera de Rujistán y otra misiva a Sunjoq en Zulmabad
para que presten toda la asistencia y la ayuda necesarias a mis hombres hasta
que terminen de llevar a cabo su misión y regresen con Bahman. Es verdad que
Sunjoq es uno de los hombres más leales de mi difunto marido, pero él no
admitiría involucrarse en una operación tan peligrosa y de tanta envergadura si
no recibe las órdenes directamente del jefe del ejército o de su majestad.
—De
acuerdo, sin falta, mañana por la mañana saldrán esas misivas —dijo el sultán—.
Tus hombres pueden salir de Dahab dentro de dos días, provistos de todo lo que
necesiten. Así, mis misivas irán un día por delante de tus hombres.
—De acuerdo, majestad
—dijo Pakiza muy satisfecha.
El
sultán preguntó por el plan que tenían para llevar a cabo el secuestro de
Bahman, y así se lo explicó Pakiza con detalle:
—Nuestros hombres, al
llegar a la frontera de Rujistán, irán entrando de tres en tres, camuflados
como simples mercaderes, con sus correspondientes burros y mulas. Si los
soldados rujistaníes les interrogan, dirán siempre que acuden a Zulmabad para
hacer negocio aprovechando los festejos que se van a celebrar con motivo de la
boda de la hija del rey, y si es necesario renegarán de Vuestra Majestad, sobrino,
y se declararán enemigos tuyos. Todos ellos irán por caminos poco frecuentados
por lo que será improbable que nadie los detecte hasta llegar a Zulmabad.
Al llegar a este punto,
Pakiza se calló, como explorando lo que opinaba el sultán sobre eso último que
había dicho. Nuriddin asentó con su cabeza, invitándola con un gesto a seguir
hablando.
—Al
llegar el primero de ellos, Azadi, se reunirá con Sunjoq —prosiguió la
anciana—, este habrá recibido ya la misiva de su majestad, pero también le
entregará otra misiva escrita de mi puño y letra, dirigida a mi hijo para
felicitarle por la boda y avisarle de que envío a Azadi y a sus hombres para
reforzar su custodia cuando regrese en compañía de su mujer a Qanunistán, sobre
todo para protegerles en su travesía desde la frontera hasta aquí. La
comparecencia de Azadi ante Bahman para entregarle mi carta se hará cuando
todos los hombres de la misión se hayan presentado a Sunjoq. El último en
llegar será Babú, que, como Azadi, hará todo el viaje hasta Zulmabad en solitario.
Pakiza se calló a la
espera de la opinión del sultán acerca de su plan. Este se quedaba perplejo
ante el plan trazado por su tía y que le parecía mejor que los de algunos
grandes caudillos militares.
—Todo
esto me parece bien, querida tía, pero ¿cómo se llevará a cabo el secuestro si
Bahman está rodeado de soldados de Qadir Khan día y noche? ¿Olvidas acaso que
tu hijo está hospedado en el mismísimo Palacio Real de Zulmabad?
—No,
no me olvido, querido sobrino. El resto del plan será coser y cantar, créeme.
Los hombres encabezados por Azadi se convertirán en los únicos custodios de mi
hijo, tal como le pediré yo en mi carta, en la que le voy a instar a no confiar
más que en ellos, haciéndole creer a mi hijo que su majestad no sabe nada de mi
plan de protegerle y le pediré que deje de confiar en los hombres de Sunjoq. Mi
hijo hará exactamente lo que le diga yo, le conozco muy bien, además, se
sentirá muy satisfecho de ver que yo estoy de acuerdo con su boda y que quiero
protegerle a él y a su mujer. Todo esto, majestad, se lo explicaré a Sunjoq en
la misiva que le voy a enviar con Azadi, para que ayude en todo momento a desarrollar
bien este plan dejando que mis hombres se encarguen ellos solos de la custodia
de Bahman, día y noche.
—Bien..., me parece
bien todo esto, pero el Palacio Real de Zulmabad seguro que está lleno de
guardias reales que vigilan cada rincón del palacio. ¿Cómo sacarás de allí a
Bahman?
—Eso
será lo más sencillo, majestad. Los hombres de Sunjoq ya saben todo lo que hay
que saber sobre el Palacio Real de Qadir Khan, incluso el depósito de donde
procede el agua que beben todos los que habitan en él, salvo la familia real
cuya agua, la que abastece sus alas privadas, procede de una fuente sobre la
que han construido gruesas y elevadas paredes, inaccesibles e infranqueables,
donde se monta guardia día y noche. Esta agua es conducida mediante canales
subterráneos hasta las alas privadas del rey, la reina y sus hijos. A ellas se
accede por la misma puerta, y nadie salvo los miembros de la familia real y sus
sirvientes y sus doncellas pueden atravesar esa puerta cuyos guardianes son
siempre los mismos y se van turnando. Nadie ajeno a la familia real puede
siquiera conversar con estos guardias mientras están de servicio.
—¡Vaya!
¡Vaya! —la interrumpió el rey atónito, a la vez que encantado—. ¿Quién te
informó de todo esto, querida tía? —preguntó, mientras su tía sonrió ampliamente,
guiñándole un ojo.
—Insisto,
joven, parece que no conoces bien a tu tía. En realidad, soy idéntica a tu
madre, que en paz descanse.
—Lo sé, tía Pakiza,
pero ¿cómo sabes todo esto?
—Sunjoq, en cuanto
conoció el asesinato de mi marido, que Dios lo acoja en sus cielos, me ha
mantenido informada acerca de todo lo que acontece respecto a Bahman,
detalladamente, porque así se lo pedí.
—Me parece magnífico, querida tía, lo has hecho muy
bien.
Pakiza sentía una gran
satisfacción, que se reflejaba en su cara, viendo que sus planes para salvar a
su hijo obtenían la aprobación del monarca, e incluso le habían causado igual
satisfacción que a ella.
—Por cierto, tía
—prosiguió el sultán—, nuestro hombre en Zulmabad, Sunjoq, se empleó a fondo en
conocer lo que hace mi primo Bahman allí, lo que habla con el tirano y lo que
acuerda con él, y todos estos datos me llegan a través del jefe de nuestro
ejército, el caudillo Qasem Mir.
—Pero Sunjoq nunca me
habló de los planes de Bahman de conspirar contra ti, sobrino. Tal vez no lo
vio necesario o no quiso herir mis sentimientos.
—Tal vez, querida tía.
—Tú sabes, sobrino, que
tu primo no sospecha para nada que su padre haya sido asesinado por orden de
Qadir Khan, cree a pies juntillas que su padre murió como resultado de un
accidente y ni Sunjoq ni nadie de sus hombres allí se atrevió a contarle la
verdad.
El sultán no quiso
herirla, por lo que se calló el hecho de que Sunjoq puso a Bahman al tanto de
sus sospechas de que su padre, Parvaz Pachá, había sido asesinado, lo cual
Bahman se negó a creer, rechazando esta hipótesis tajantemente.
—Lo sé, querida tía, lo
sé —dijo el sultán algo enojado—. ¿Pero que tiene esto que ver con la traición?
Hayan asesinado a Parvaz o no, ¿qué tiene esto que ver con que Bahman decida
pasarse al bando de Qadir Khan en contra de su propio país y de su propio rey?
—No le vamos a permitir que nos traicione, majestad.
Cuando Bahman comparezca ante su majestad, no habrá ninguna traición por medio
y su majestad decidirá qué hacer con su propio primo —dijo la anciana seria y
triste, lo que apenó sinceramente a Nuriddin, que tanto la quería.
—Ya veremos cuando esto
suceda. Prosiga, querida tía —dijo el sultán intentando consolarla.
—Como
decía, sobrino, cuando decidí rescatar a Bahman, o secuestrarlo, llámalo como
quieras, hijo, y tras reunir a los hombres necesarios para la misión, le envié
a Sunjoq las preguntas que el jefe de la misión, Azadi, me proporcionó y que a
su vez le habían entregado sus hombres. Sunjoq me contestó a todas las
preguntas, con lo cual pude establecer, junto a Azadi, el plan del secuestro en
detalle.
—Estupendo, querida
tía, pero aún no me has dicho qué tiene que ver eso del agua del Palacio Real
de Qadir con el asunto que nos ocupa.
Continuará…