AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

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AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

Saïd Alami

En entregas semanales 


(Entrega 24)

8 agosto 2022 

—Solo pretendíamos llevarnos a Amarzad —contestó ella sin mirar a la cara a ninguno de los presentes.

—¿Cuántos hombres más envió el tirano de Qadir Khan para matarme y dónde están? —la increpó el sultán de repente.

Jasiazadeh permaneció en silencio ante la pregunta de Nuriddin.

—Dinos, ¿cuántos asesinos y brujos más están esperando para asaltar el palacio, Jasiazadeh? —la interrogó a su vez Hilal—. Comprenderás Jasiazadeh, que no vas a salir jamás de prisión, hasta el final de tus días, a no ser que consigas el perdón del sultán. Así que nada tienes que temer por parte de Qadir Khan. Dinos la verdad.

Jasiazadeh, que permanecía recostada, sin moverse, miró en silencio a Hilal y luego a Nuriddin y a Shahinaz. Esta se acercó a la anciana, se puso de rodillas junto a ella, la cogió de las dos manos, en actitud muy cariñosa.

—Señora —le dijo suavemente mirándole a los ojos—, nosotros somos las víctimas del tirano de su país, ayúdenos y yo le garantizo, por mi honor, que una vez acabada la contienda con Rujistán, le dejaremos libre y la recompensaremos del mejor modo posible. Nada tiene que temer, puesto que Qadir Khan nunca saldrá vencedor de esta guerra, créame usted.

Jasiazadeh miraba a Shahinaz perpleja, sin saber qué hacer. Pensaba, mientras, que de allí no la podía sacar nadie, ni el propio Qadir Khan, pues era la segunda vez que ella introducía a sus hombres en este palacio y en las dos ocasiones el resultado había sido desastroso, y nada auguraba que en el futuro el resultado pudiera ser mejor.

—Yo ya no tengo nada que ver con todo esto. Ya no soy la Jasiazadeh de antes y nunca volveré a serlo.

—Entonces ayúdenos, por favor. Intentó usted matarnos dos veces, ahora ayúdenos en compensación.

El sultán, Hilal y Noruz, que acababa de unirse a ellos, miraban a la sultana y la dejaban hacer, parecía que ella podía lograr con su cariño y amabilidad lo que ellos no habían podido lograr con su actitud firme y exigente.

—Miren, majestades —dijo Jasiazadeh con su voz débil—. Yo les pido disculpas de verdad y acepto cualquier castigo que me quieran imponer, pues lo merezco.      Qadir Khan envió a diez de sus mejores hombres a Dahab, con el encargo de asesinarles. Cinco de esos hombres ya han caído en este palacio.

—¿Y los otros cinco? —se apresuró a preguntar el sultán.

—Los otros cinco están protegidos por cinco brujos y brujas que me acompañaron desde Rujistán, ya habrán cambiado su escondrijo, como habíamos acordado en caso de que cualquiera de nosotros cayera en vuestras manos. Dudo que los de mi grupo vuelvan a intentar nada contra sus majestades o contra la princesa, especialmente al faltar yo, que era su jefa —prosiguió tras un momento de silencio.

Jasiazadeh fue metida en una de las celdas, en las mazmorras del Palacio Real, con órdenes expresas de Shahinaz de que fuera tratada lo mejor posible. Hilal esperó a que la vieja bruja estuviera sola para reaparecer delante de ella para pedirle explicaciones acerca de dónde se encontraba su escondite y sobre la relación entre ella y Kataziah. Jasiazadeh, sumisa, y sintiéndose totalmente ajena a todo lo que tuviera que ver con la brujería, como si nunca hubiera pertenecido a su grupo de hechiceros, le dio a Hilal todas las informaciones que solicitaba, incluido el lugar donde se encontraba el escondrijo de Kataziah, contándole toda la relación de colaboración que hubo entre las dos, la separación posterior entre ambas y los planes Kataziah de secuestrar a Amarzad.

Hilal, en su afán de localizar a Kataziah, misión en la que fracasó una vez tras otra junto a su maestro, el mago Flor, fue enseguida a inspeccionar ambos lugares de los que Jasiazadeh le acababa de informar, y que estaban ubicados justo en la zona donde Hilal y el gran mago buscaron intensamente sin hallar nada. Al entrar Hilal en ambas grutas, tanto la de Kataziah y los suyos, como la de Jasiazadeh y sus seguidores, no encontró a nadie allí, ni tampoco ningún rastro de que en ese lugar hubiera habido nunca nadie.


 Capítulo 18. Kataziah llora a Narus


 Mientras Hilal y los suyos luchaban contra los brujos de Jasiazadeh, Kataziah y los supervivientes de sus brujos participantes en la batalla contra Amarzad regresaban a su escondrijo subterráneo, pavoridos, rabiosos y perplejos. La gran bruja había perdido en la batalla a su hijo, Narus, y estaba, a consecuencia de ello, en un estado de extrema desesperación, rozando la locura. Mientras, el llanto por los muertos en la batalla llenaba aquella inmensa cueva. Los brujos que no habían participado en aquella operación, y que eran la mayoría, se encargaban de apaciguar los ánimos de sus compañeros, especialmente Kataziah.

Y mientras se alzaban sollozos y lamentos en aquella gruta, llegó a la misma uno de los brujos de Jasiazadeh que pudo escapar de la batalla con Hilal en el Palacio Real, y venía a avisar a Kataziah. Le dijo que Jasiazadeh había caído en manos de los magos del mago Flor y que había que evacuar aquella gruta a toda prisa, ya que era seguro que la bruja de Rujistán no iba a tener más remedio que desvelarles su ubicación.

Kataziah lo tenía todo previsto y ordenó enseguida que todo el mundo pasara al otro lado de la cueva a través de un cuello de botella que conducía a una inmensa galería cuya salida, muy estrecha y muy bien camuflada entre arbustos y malezas, quedaba al otro lado del monte.     Tras trasladar sus pertenencias, los brujos borraron toda huella que pudiera indicar que allí hubo alguien alguna vez. Hecho esto, el agujero por donde pasó todo el mundo al otro lado fue taponado herméticamente con un montón de rocas. Poco antes, habían llegado a la gruta el resto de los brujos de Jasiazadeh junto a los cinco guerreros de Qadir Khan y se unieron de nuevo a Kataziah. Ambos grupos de hechiceros no podían creerse las calamidades que les había tocado sufrir aquella noche a manos de Amarzad, unos, y de Hilal, otros.

Kataziah, controlándose todo lo que pudo, se levantó ante la mirada de los suyos, secándose las lágrimas, crispada y tan envejecida como nunca antes la habían visto sus compañeros y seguidores. Apoyándola estaba su hermano Wantuz, con la cara descompuesta y casi tan avejentado como ella.

—Escuchadme todos —dijo Kataziah con una voz como venida de la ultratumba, pero que resonaba en toda la galería bajo tierra—, está claro que esta niña es mucho más malvada de lo que creíamos. Mejor dicho, ya dudo de que se trate de una niña y creo más bien que en realidad es una bruja como nosotros, pero incluso mucho mejor que nosotros, y que está del lado de Svindex, ese malnacido al que un día lo convertí en una flor, pero os prometo por Satanás que la próxima vez lo convertiré en un asqueroso cerdo, y luego lo asaremos vivo y nos lo comeremos.

La galería estalló en gritos de los que querían acabar con el mago Flor a toda costa.

—En cuanto a esa bruja de Amarzad —grito Kataziah fuera de sí—, juro por el alma de mi hijo Narus que la próxima vez que vayamos a por ella, y será pronto, no quedará de ella ni una uña.

—En el Palacio Real donde apresaron a nuestra jefa y mataron a tres de nuestros mejores hombres no estaba Amarzad —gritó el brujo de Jasiazadeh que pudo escapar aquella noche de Hilal—. Estamos seguros de que esa chica que dices no se encontraba allí.

—Ya. Ya lo sé. Entonces seguro que ha sido el maldito de Svindex —respondió Kataziah que no sabía nada de que el gran mago se encontraba de viaje interestelar.

—Tampoco era Svindex, yo lo conozco, estoy convencido de que se trataba de otro mago —respondió el brujo de Rujistán.

Kataziah quedó descolocada con esta nueva información, por lo que permaneció callada, no quería que los brujos congregados allí vieran que ella ignoraba un hecho tan importante, el de que hubiera otro mago por allí tan poderoso que pudo apresar a la mismísima Jasiazadeh.

Más tarde, Kataziah buscó a ese brujo que habló en último lugar y lo llevó a solas a un rincón de la galería.

—¿Tú estás seguro de que se trataba de otro mago y que no era Svindex el que apresó a Jasiazadeh? —le preguntó Kataziah sumamente preocupada.

—Totalmente seguro. Conozco bien a Svindex. No era él.

Kataziah se quedó pensativa.

—¿Y sabes quién ha sido el que la apresó? —preguntó Kataziah.

—No. No le había visto nunca antes, y tampoco le conocían ninguno de mis compañeros. Además, ese brujo no estuvo solo, tenía con él a otros magos que le ayudaron a apresar a Jasiazadeh, venciéndonos a nosotros que luchábamos junto a ella. Está claro que todos obedecen a Svindex, porque defendían al sultán y a su familia.

El brujo que hablaba con Kataziah, al ver que se había quedado callada largo rato regresó con sus compañeros dejando perpleja a la bruja. Esta no sabía por dónde tirar con sus pensamientos, pues si no era Svindex, ¿quién demonios podía ser?, ¿dónde se encontraba Svindex?, ¿y cómo no estaba al lado de Amarzad ni al lado del sultán Nuriddin cuando le necesitaban? Kataziah tenía la impresión de que le iba a estallar la cabeza con tanta confusión, pues se sentía sumamente insegura sin saber de dónde había sacado Amarzad todo aquel poderío siendo tan jovencita, ni dónde andaba el mago Flor, ni quién era ese nuevo mago que le sustituía, pues ella no había visto a Hilal en la batalla nocturna con el mago Flor en la que había ardido su caserón y en la que una veintena de sus brujos fueron apresados precisamente por Hilal y otros ayudantes del gran mago.

A la mañana siguiente, Kataziah convocó a los principales brujos para discutir un nuevo plan que ella había ideado a lo largo de la noche, sin pegar ojo. Se trataba de un plan a la desesperada: decidió que actuando directamente contra el mago Flor era muy difícil que consiguiera nada, y ya vio que contra la propia Amarzad tampoco; lo mismo contra el sultán y la sultana, tan protegidos como estaban por ese enigmático mago y sus secuaces. Lo único que tenía Kataziah claro era su decisión de vengarse de Amarzad a toda costa por haber matado a su hijo, y ese deseo ciego de venganza le impedía sopesar bien sus acciones y el plan que había trazado, en el que iba a implicar a muchos de los brujos presentes en la gruta en aquellos momentos.

 

19. Amor a la luz de la luna llena

 

Habían pasado cuatro días desde la batalla librada entre Amarzad y Kataziah y desde que la princesa abandonara Dahab rumbo a Nimristán. Sorprendentemente, el viaje iba transcurriendo sin novedades y sin sobresaltos, ya faltaban solo dos días para alcanzar la frontera de aquel país.

Durante esos días, Burhanuddin buscaba cualquier pretexto para acercarse al campamento de Amarzad y esta alegaba cualquier excusa para solicitar la presencia de Burhanuddin.

Con quien más se mezclaba Amarzad en el viaje era con su doncella Safinaz y con el gran visir Muhammad Pachá. Shakur, un joven unos años mayor que Burhanuddin, se encontraba siempre a la vista y al alcance para pedirle cualquier cosa que necesitara, y era a él a quien la princesa le pedía que llamara a su jefe cada vez que necesitaba ver al joven pachá. Por esa razón y por la fuerte amistad que le unía a Burhanuddin, Shakur sabía de los mutuos sentimientos de amor que unían a su amigo y a la princesa.

Shakur se cuidaba, durante los encuentros nocturnos de Amarzad y Burhanuddin, de proteger a los dos enamorados y de que nadie se acercara al lugar donde se encontrasen. Habitualmente se reunían a cielo abierto, charlaban de cualquier cosa, de pie o paseando. En estos encuentros, nunca se le ocurrió a Burhanuddin preguntar a su amada por el secreto que había detrás de sus poderes demostrados en la batalla contra Kataziah, y nunca Amarzad hacía mención alguna acerca de aquel día.

De esos encuentros se enteró el gran visir, que tanto cariño le tenía al nuevo Pachá. El pabellón de Muhammad Pachá solía levantarse dentro del reducido campamento de Amarzad, lo que facilitó una constante y fluida comunicación entre el gran visir y la princesa. Al mismo tiempo, Burhanuddin y Muhammad Pachá se encontraban varias veces al día yendo y viniendo por el gran campamento o a lo largo de la columna de tropas en marcha que siempre encabezaba Burhanuddin con Muhammad Pachá cabalgando junto a él.

La verdad es que no era deber del gran visir encabezar aquella marcha junto al comandante de la misma, sino que Muhammad Pachá solía ir de acá para allá todo el día, inquieto y deseando llegar a Nimristán de una vez por todas, temiendo que volviera a ocurrir otra desgracia como aquel espeluznante ataque de los pájaros monstruosos. A él le preocupaba sobremanera que esa misión en la que participaba llegara a un buen puerto y que no supusiera un segundo fracaso suyo, tras el cosechado con el rey Akbar Khan en su misión fallida en Sindistán, ante el rey Radi Shah. En sus idas y venidas a lo largo de la columna de jinetes y carros en marcha, por el día, y en el campamento por la noche, Muhammad Pachá veía a Amarzad varias veces al día, y con frecuencia mantenían largas conversaciones, especialmente por la noche.

Así las cosas, Muhammad Pachá estaba en estrecho contacto tanto con Amarzad como con Burhanuddin, cada uno por su lado. Amarzad confiaba en el gran visir y le tenía por uno de sus más allegados, pues desde que abrió los ojos a este mundo le había visto como un miembro más de su familia, y la verdad es que era así ya que Muhammad Pachá había servido largos años al sultán Namir, padre de Nuriddin, quien le nombró gran visir, cargo en el que le mantuvo Nuriddin cuando subió al trono hacía cinco años. Tanto Muhammad Pachá como el desaparecido Parvaz Pachá formaban la columna vertebral del gobierno del sultán.

Por todo eso, cuando en la cuarta noche de viaje, Muhammad Pachá le dijo a Amarzad que quería hablarle de algo importante y ella le invitó a que pasara a su pabellón, ordenando a Safinaz esperar fuera, el gran visir decidió hablar a la princesa sin rodeos ni preámbulos. Así se lo había pedido el propio Burhanuddin, quien se sentía inseguro en presencia de Amarzad, especialmente tras haberse enterado, viéndolo con sus propios ojos, de sus enormes poderes. «¿Cómo es posible que una chica tan importante y tan poderosa vaya a fijarse en un joven sin linaje como yo?», se preguntaba Burhanuddin una y otra vez.

—¿Quiere su alteza a este joven valiente y noble? —le preguntó a Amarzad de sopetón tras haber charlado con ella durante unos minutos sobre nimiedades.

La princesa se quedó pálida, aunque no se le notó a la luz tenue del candil que iluminaba el interior de la tienda.

—¿En base a qué me hace su excelencia esta pregunta? —interpeló ella, a su vez, con el simple propósito de tener tiempo para pensar más en qué debía contar a Muhammad Pachá y qué no.

El pachá sonrió y carraspeó.

—Querida hija —dijo mirándola a los ojos y arrimando su cara hacia la suya—, el que te está hablando te ha tenido entre estas manos muchas veces desde que naciste. Así que creo que te conozco lo suficiente como para hablarte con sinceridad. ¿No te parece, hija?

—Desde luego que puede su excelencia hablarme con toda libertad.

—Desde la noche en que su majestad nombró pachá a Burhanuddin me di cuenta de lo que pasaba entre vosotros dos, por viejo, hija, no por inteligente —dijo esto último con una amplia sonrisa mientras Amarzad no podía más que reírse de corazón al oír lo último que dijo el gran visir.

—Y desde que salimos de Dahab —prosiguió el Pachá, sonriente,— todo ha quedado confirmado. Así que, cuéntame, hija, ¿le quieres? Yo te hago esta pregunta porque me doy cuenta, como todo el mundo, de que no eres la niña de catorce años que pareces ser, sino ya una jovencita hecha y derecha y con una cabeza muy bien sentada.

Amarzad se quedó pensativa por un momento.

—¿Él te dijo algo? —de pronto le preguntó Amarzad, sin rodeos.

—Sí, él me habló de esto y yo quiero saber qué piensas tú.

Ambos se quedaron en silencio, ella evitando mantener la mirada.

—¿Qué le digo? —le preguntó Muhammad Pachá con su amplia sonrisa.

—Ah, o sea, ¿él te pidió saber que si pienso en él?

Continuará...

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