AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
(Entrega 20)
(5julio22)
….Entonces, majestad, lo mejor será restituir en sus
puestos a estos dos caballeros, honrados y leales, hasta el regreso de
Burhanuddin Pachá.
El sultán se quedó pensativo, yendo con su vista de
su hija a Burhanuddin, y de este a los dos caballeros que tantos años le habían
servido en palacio, para volver después a fijarse en Amarzad.
—Su excelencia, Burhanuddin Pachá, ¿qué piensa al
respecto? —dijo Nuriddin volviendo la vista hacia el joven pachá.
—Majestad —respondió Burhanuddin tras carraspear
varias veces, tratando así de invocar cuanta cordura podía como para poder
elegir entre opinar a favor del sultán o a favor de la princesa—, yo creo lo
que acaba de decir la princesa acerca del modo de acceso de los dos criminales
al interior del palacio, y no tengo objeción alguna, si su majestad lo decide,
a ceder mi cargo de nuevo a Noruz y a Hakim. Yo ya tengo otro cometido en el
que debo empeñarme en cuerpo y alma.
—De acuerdo
—dijo el sultán tranquilamente, levantándose de su trono y dirigiéndose a ambos
hombres—. De ninguna manera quiero ser injusto, creo que nunca lo he sido con
nadie. Usted, Noruz, vuelva a mandar la Guardia Real, y usted, Hakim, será su
lugarteniente, puesto que ahora solo tenemos un cuerpo de guardia, la Guardia
Real. Esta situación será provisional, hasta el regreso de Burhanuddin Pachá.
¿Entendido?
Ambos hombres no podían creer que su suerte se había
tornado favorable tras haber vivido las horas más horrendas de su vida.
—Entendido, majestad —repetían los dos al unísono,
mientras se inclinaban ante el monarca, ante la princesa y ante Burhanuddin,
sucesivamente. El sultán les mandó retirarse.
Una vez Noruz y Hakim hubieron abandonado el salón,
el sultán volvió hacia Amarzad y la planteó un problema:
—Mira, hija —dijo el sultán—, yo no pretendo
forzarte a desvelar tu secreto, sé de sobra que lo tienes. Pero has de saber
que mañana, cuando os hayáis marchado, Muhammad Pachá, Burhanuddin Pachá, tu
tío y tú, solo quedaremos aquí dos personas que conocemos la contraseña del
escudo protector. Y, como comprenderás, hija, yo no voy a estar pendiente de
quienes quieran entrar y salir a través del escudo, y mucho menos tu madre.
Amarzad respiró hondo al terminar de escuchar a su
padre, pues al principio pensó que quería insistirle para desvelar su secreto
ante él y ante Burhanuddin, cosa que ella no podría hacer de ninguna manera.
Ella acarició suave y disimuladamente su sortija, y allí apareció delante de
ella el mago Flor.
—Que no se preocupen más por el escudo —dijo el gran
mago a Amarzad—. A partir de ahora, y hasta vuestro regreso, ayudantes míos se
encargarán de determinar quién puede franquear el escudo y quién no, sin
dirigir la palabra a nadie y sin que nadie se dé cuenta de su presencia.
—Dime, hija —insistió Nuriddin al ver que Amarzad
tardaba en responder. Amarzad le contestó a su padre, mirando de vez en cuando
a Burhanuddin, que, de igual manera, apenas le quitaba la vista de encima,
aunque disimuladamente, debido a la presencia del sultán:
—Ya no hay que preocuparse,
majestad —dijo Amarzad—. Puede estar seguro, padre, de que nadie que no deba
traspasará el escudo.
—¡Oh! —exclamó el monarca mirando a Burhanuddin, que
a su vez miraba a Amarzad, perplejo—. Eso está mucho mejor, hija, confío en ti.
Al sultán le bastaba esto y no quería saber nada
más. De sobra conocía que muchos enigmas, si pierden su misterio, pierden su
fuerza y eficacia y, por lo tanto, prefería limitarse a confiar en su hija, la
cual estaba él seguro que tenía poderes sobrenaturales, razón decisiva esta que
le hizo aceptar su petición de encabezar la embajada a Nimristán.
Capítulo 14. Las dos expediciones
Burhanuddin pasó todo el día mano a mano con el
sultán y con Qasem Mir, el caudillo del ejército, preparando la expedición que
al día siguiente partiría rumbo a Nimristán, con dos mil hombres, todos a
caballo, incluidos más de trescientos arqueros, además de dos centenares de
ayudantes, asistentes y servidumbre, con carros tirados por mulas y cargados de
víveres y pertrechos. Nadie, salvo los más altos mandos del reino, sabía que la
princesa Amarzad encabezaría esa misión diplomática.
Poco antes habían terminado los
preparativos de la expedición militar rumbo a la frontera con Rujistán,
encabezada por el príncipe Nizamuddin, hermano del rey, con una tropa
formidable de tres mil hombres fuertemente armados, con el objetivo de detener
a Bahman a los dos días de haber cruzado la frontera de regreso a Dahab y
enviarlo custodiado a la capital. Además, estas tropas, a las que estaba
previsto que se les unieran nuevas fuerzas sucesivamente bajo el mando de
Nizamuddin, tenían por misión entorpecer cualquier intento de invasión
procedente de Rujistán y dificultar su marcha hacia el interior del país, con
la ayuda de otras tropas que estaban ya destacadas en las zonas fronterizas,
formando así una primera línea defensiva. La capital y sus alrededores iban a
ser defendidos, según los planes trazados hasta aquel momento, por otro
ejército mucho más numeroso, encabezado por el propio sultán, junto a Qasem
Mir.
Acabados los preparativos de
ambas expediciones, caía ya la noche, algunos de los implicados, aunque
extenuados de cansancio, fueron reunidos por el sultán y la sultana en una cena
de despedida, a la que solo fueron invitados la princesa Amarzad, el príncipe
Nizamuddin, el gran visir Muhammad Pachá, el caudillo Qasem Mir, Burhanuddin
Pachá y un reducido número de nobles allegados al sultán.
La íntima y entrañable cena, organizada en uno de
los salones del Palacio Real transcurrió alegre y apaciblemente, con Amarzad
sentada en medio de sus padres y su tío, y enfrente de ellos sentados los otros
comensales. La princesa y Burhanuddin, sentado este entre Qasem Mir y Muhammad
Pachá, no podían más qué intercambiar miradas muy discretamente.
Al terminar de cenar, el sultán se dirigió a Amarzad
y le dio un cúmulo de consejos que ella recibía muy agradecida; prometió
tenerlos todos en cuenta. Luego se dirigió a Burhanuddin recordándole cuán
importante era proteger a Amarzad a toda costa, aunque esto significara tener
que suspender la expedición y regresar sin dar cumplimiento a la misión
encomendada. Burhanuddin prometía cumplir fielmente todos aquellos consejos y
órdenes del sultán.
Cuando se dirigió a su hermano,
Nizamuddin, diez años menor que él, le pidió que detuviera a Bahman, incluso si
eso implicase librar una batalla contra sus hombres. No descartaba que el hijo
del difunto Parvaz Pachá regresara acompañado de caballeros rujistaníes para
protegerle de sus propios hombres, que de ninguna manera habrían aceptado
pasarse al lado de Qadir Khan traicionando a su propio país y a su rey, «pues
todos esos caballeros eran de los más leales al difunto Parvaz y, por lo tanto,
a nosotros», enfatizaba el sultán.
—Contad con ello, Majestad —contestó Nizamuddin.
—En caso de que eso suceda —puntualizó el sultán
refiriéndose a que Bahman regresara acompañado de caballeros rujistaníes—,
seguro que no supondrían problema para Vuestra Alteza. Si se enfrentan a
vosotros no dudéis en deshaceros de ellos.
—Vuestra Majestad no debe
preocuparse —contestó el príncipe Nizamuddin—. Le traeré a Bahman detenido,
aunque me cueste la vida. Ese traidor debe ser castigado, en honor a su gran y
leal padre, quien, de estar vivo, no desearía otra cosa para ese mal hijo.
A la salida del sol, y en presencia del
sultán, las tropas que componían ambas expediciones militares se disponían a
iniciar su marcha, desde un campamento militar en las afueras del recinto del
Palacio Real.
El mago Flor estaba allí también, y le inquietaba la
posibilidad de que tan grande movimiento de tropa, no lejos del Palacio Real,
llamara la atención de los brujos y que estos pudieran localizar allí a
Amarzad. La princesa estaba ya dentro de un cómodo carruaje, tirado por cuatro
caballos y flanqueado por otros cuatro carruajes más de idéntico aspecto
exterior, sin signo alguno de lujo, parecidos a los carruajes dedicados a
ciertos mandos militares, tirados también por cuatro caballos cada uno. Dentro
de uno de esos carros iba Muhammad Pachá, un hombre ya entrado en edad, y cuyo
carro estaba muy bien acondicionado por dentro, pero no así los tres restantes,
a bordo de uno de los cuales iban tres sirvientas de la princesa, en el otro
iban tres asistentes de Muhammad Pachá, mientras que el último carro era
destinado a llevar toda clase de avituallamiento para cubrir las necesidades de
la princesa y del gran visir durante la travesía. Toda esa formación de
carruajes tenía un único fin: camuflar al de la princesa en medio de los demás
carruajes de idéntico aspecto, una maniobra ideada por Burhanuddin con la que
este pretendía proteger a la princesa.
Los cinco carruajes habían partido, poco antes, de
las cocheras del Palacio Real con Amarzad a bordo de uno de ellos. La sultana
se había despedido de ella en medio de sollozos, minutos antes, en sus
habitaciones. La doncella más afín y leal a la princesa, de nombre Safinaz, de
unos treinta y cinco años de edad, la acompañaba en este viaje por orden
expresa de la sultana, y se encontraba ya junto a ella en el interior de su
carruaje. Muhammad Pachá, a su vez, también montó en su carruaje dentro de la
cochera, acompañado de su ayudante de confianza, Rajab.
Al salir de las cocheras, todos los carruajes lo
hicieron a la vez, custodiados por un destacamento de unos cien hombres a
caballo, comandados por un joven e íntimo amigo de Burhanuddin, de nombre
Shakur, hasta llegar al campamento militar. Este destacamento tenía órdenes
estrictas de no intervenir en ninguna batalla que pudiera tener lugar a lo
largo de la travesía, permanecer siempre junto a los cinco carruajes y
defenderlos hasta el último aliento. Salvo el comandante Shakur, que gozaba de
la total confianza de Burhanuddin, nadie más de esos caballeros custodios sabía
quiénes iban a bordo de esos carruajes.
Burhanuddin apareció en el
campamento a lomos de un magnífico alazán árabe de pura sangre, de nombre Barq,
que le había regalado el sultán el día anterior. No cabía duda de que Nuriddin
sentía un especial cariño hacia el joven que le había salvado la vida y al que
ahora le confiaba la vida de su única hija, en señal de la confianza extrema
que tenía en él. El nuevo pachá ordenó avanzar al destacamento de Shakur, con
los carruajes, hasta situarlo justo en medio de la columna de tropas, de modo
que los cinco carruajes de la princesa y Muhammad Pachá, rodeados de sus
jinetes, partían la columna de tropas en dos. Dos filas de caballeros por la
derecha y otras tantas por la izquierda tenían la orden de avanzar y flanquear
esa fuerza de custodios de los carruajes, con lo que la columna de tropas
volvió a ser compacta e ininterrumpida. La organización estaba a cargo de
Burhanuddin Pachá y Qasem Mir, mano a mano, que no perdían detalle alguno y
cuidaban cada elemento en aras de proteger a la princesa, al gran visir y a la
propia tropa.
Media hora más tarde, se inició la marcha de esa
formidable fuerza militar protectora de la ambiciosa misión diplomática hacia
Nimristán, con Amarzad como embajadora especial y que se disponía en los
siguientes días a atravesar fértiles tierras, praderas, ríos, montañas y
bosques.
El mago Flor, que cuando se
inició la marcha iba sentado junto a la princesa dentro del carruaje de esta,
no cesaba de darle consejos, especialmente relacionados con su seguridad,
alertándola respecto a Kataziah y sus muchos brujos reunidos en aquel momento
no lejos de Dahab. Le aseguró que él se ocuparía de Kataziah y de los demás
brujos.
En la noche anterior, tras la cena y cuando Amarzad
se había quedado a solas en sus habitaciones, el mago Flor fue a su encuentro y
la llevó volando a un lugar apartado. Allí estuvo explicándole y entrenándola
profusa y repetidamente en el modo de utilizar los maravillosos artilugios
mágicos que llevaba puestos, para defenderse si la atacaban, aunque se tratara
de todo un ejército. Sus objetivos en aquel exhaustivo entrenamiento eran unas
estatuas de granito negro, en gran número y de muchas formas y tamaños, que el
gran mago ya tenía preparadas en aquel paraje y que quedaban fulminadas cuando
Amarzad las atacaba. En unas horas de entrenamiento, la jovencita, maravillada
del poder de sus armas, alcanzó tal grado de habilidad, destreza y puntería que
sorprendieron enormemente a su maestro. Lo que más la asombró y enamoró a
Amarzad fue su vestido, capaz de llevarla volando como si fuera sus propias
alas. El vuelo de su vestido se extendía debajo de ella tanto como ella
requería o necesitaba, sin límite, y se encogía de igual manera, acorde con sus
deseos, e instantáneamente. Al acabar el entrenamiento, Amarzad era ya una
consumada voladora a bordo de su vestido blanco.
Tras media hora de marcha en la
que el mago Flor estuvo acompañando a Amarzad, este se despidió de ella, a
sabiendas de que en cuanto le invocara mediante la sortija esférica le
encontraría junto a ella enseguida. Antes de partir, el mago Flor volvió a
recordarle a la princesa algunos de sus consejos de la noche anterior, cuando
la entrenaba.
—Ante todo,
hija —le dijo—, acuérdate de que, salvo permiso expreso de la Hermandad
Galáctica de Magos, no debes utilizar tus armas excepto para defenderte a ti
misma, a tus padres, a los tuyos, tu casa y tu país, sin que tú seas nunca la
agresora, en ningún caso. Eso incluye también la guerra con los brujos y brujas
de la maldad. Si no te atacan, no te enfrentes a ellos. Déjalos para nosotros,
los magos.
El sultán, por su parte, tras despedirse de su hija,
se dirigió de nuevo al campamento militar anexo al palacio para despedirse allí
de su hermano, el príncipe Nizamuddin, que partía con su tropa hacia la
frontera con Rujistán. El sultán dio órdenes expresas a su hermano menor para
que protegiera a la princesa Gayatari en caso de que esta estuviera junto a
Bahman, que era lo más probable, y que la devolviera a su país sana y salva.
También le pidió conceder plena confianza a Sunjoq, que regresaría con Bahman,
y brindarle el mejor trato y distinción posible.
Continuará….