AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
(Entrega 35)
17 noviembre 2022
El rey se mantenía en
silencio, así como los tres miembros de la embajada de Qanunistán. Para el rey
todo quedaba diáfanamente claro al haber oído la noticia de la invasión de su
territorio por tropas de Qadir Khan, pero le disgustaba enormemente tener que
entrar en conflicto con Rujistán.
Amarzad,
mientras, iba leyendo con gran satisfacción, muy bien disimulada, los
pensamientos del monarca. Para ella, la misión casi había alcanzado felizmente
su meta con total éxito, con la ayuda inesperada del propio Qadir Khan y de su
torpe hijo, Khorshid. Por su parte, Burhanuddin sabía perfectamente que
Khorshid se había adentrado en territorio de Nimristán para evitar ser
sorprendido por las tropas de Nizamuddin o las de Taimur, y que estaba
acechando el regreso de la embajada de Amarzad. La satisfacción de Burhanuddin
no tenía límite ante las noticias que traía Baqir.
El rey, debatiéndose aún
acerca de cómo encauzar la nueva situación creada con la invasión de su país
por Qadir Khan, se mantenía en silencio, ante lo cual Muhammad Pachá pidió
permiso para hablar.
—Hable su excelencia, le
escucho atentamente —dijo el rey al gran visir de Qanunistán—. Ya habrán
escuchado, su alteza y sus excelencias, mi conversación con el caballero Baqir
y lo habrán entendido todo. Una gran tropa de Rujistán ha invadido nuestro
territorio.
—Gracias, majestad —respondió
el gran visir—. La traición de Qadir Khan hacia vuestra regia persona no tiene
límite. Aquí el joven Burhanuddin Pachá ha sido testigo directo, en Rujistán,
de lo traicionero que es ese monarca. Podemos asegurar a su majestad que Qadir
Khan no piensa cumplir con el trato establecido con su majestad ya que él, tras
asesinar a nuestro embajador Parvaz Pachá, que iba a negociar con él y al que
le unía cierta amistad, embaucó al hijo de Parvaz, de nombre Bahman, para que
se uniera a él contra nuestro sultán Nuriddin, a cambio de casarle con su hija
Gayatari y sentarle con ella en el trono de Qanunistán, sometiendo así a
nuestro país a su voluntad. En estos planes no entra vuestra majestad ni de
lejos, todo lo contrario, es de esperar que, una vez logrado su propósito de
asesinar a nuestro sultán, cosa que ya intentó en varias ocasiones, e investir
a Bahman y a Gayatari como nuevos reyes, se volverá contra vuestra majestad y
contra su reino. Aquí, Burhanuddin Pachá también fue testigo directo de la
primera intentona de asesinato a nuestro sultán y fue él mismo quien defendió
la vida de su majestad, el sultán Nuriddin, que Dios lo guarde muchos años.
El rey se quedaba
boquiabierto ante tantas y tantas sorpresas desagradables, a la vez que veía
crecer ante sus ojos al joven Burhanuddin, a quien no perdía de vista mientras
escuchaba a Muhammad Pachá.
—¿Que intentó asesinar a traición
al sultán Nuriddin? ¿Y también asesinó al bueno de Parvaz Pachá? —le oyeron
murmurar, incrédulo, al rey—. Pobre hombre. También le conocía personalmente.
El rey
se quedó en silencio nuevamente, mientras Amarzad iba leyendo su pensamiento
como si mirara en las páginas de un libro. Kisradar no tenía la más mínima duda
de que todo lo narrado por Muhammad Pachá era certero, pues él conocía al gran
visir desde hacía muchos años y sabía que era hombre recto y honrado.
«Efectivamente, Qadir Khan me invitó a la boda de su hija, aún sin decirme
quién sería su novio —pensaba el monarca—. La traición está clara, ya que Qadir
Khan no me informó ni una palabra de sus planes para el futuro de su hija y el
de su futuro yerno. Y lo de sus tropas irrumpiendo en mis territorios son
claros indicios de agresión que no auguran nada bueno».
—¡Efectivamente! —exclamó el
rey como si despertara de un mal sueño—. Qadir Khan me invitó a la boda de su
hija, sin mencionar una palabra sobre el novio de ella. No teníamos intención de
acudir a esa boda la reina y yo, pero iba a enviar a Sorush en representación
nuestra.
—¿A mí? —exclamó Sorush, que
no sabía nada de los planes de su padre al respecto.
—Tranquilízate, príncipe —se
retractaba el rey, muy serio—. Nadie va a ir a esa boda.
Las caras de Amarzad y de los
dos pachás resplandecieron de satisfacción, aunque sin articular palabra los
tres, a la espera de lo que el rey iba a añadir.
—Princesa,
Muhammad Pachá y tú, joven pachá —dijo el rey dirigiéndose a los tres y
terminando con una sonrisa leve dirigida a Burhanuddin—, sinceramente declaro
delante de vuestra alteza y vuestras excelencias que nunca me sentí cómodo ni
plenamente satisfecho con mi alianza con Qadir Khan, en quien nunca he confiado
plenamente. Ahora, gracias a Dios antes de que sea demasiado tarde, me doy
cuenta de mi error sobre el que tantas veces me quisieron alertar la reina, mi
hijo Sorush y tú mismo, príncipe Nuri, además de otros príncipes y miembros de
la nobleza —concluyó el monarca, que por primera vez mencionaba al príncipe
Nuri y se dirigía a él, sabiendo que contaba enteramente con la aprobación de
su sobrino al tomar el nuevo giro en su política hacia Qadir Khan.
—¡Alabado sea Dios! ¡Alabado
sea Dios! —exclamaron, aunque sin levantar la voz, Muhammad Pachá y Burhanuddin
Pachá, mientras una radiante sonrisa iluminaba los rostros de Amarzad, Sorush y
Nuri, pero sin que ninguno de los tres articulara palabra, a la espera de que
el rey terminara su parlamento.
Sorpresivamente, el gran
visir, Rasul Mir se levantó con aires de profunda indignación.
—No, majestad —dijo el gran
visir de Nimristán, abruptamente, sin llegar a gritar.
El rey, levantándose, le
interrumpió tajante.
—¡Cállese, Rasul Mir! —gritó
el rey con determinación, sin dejar opción alguna a su gran visir salvo
permanecer callado—. ¿Acaso no le han bastado todas estas pruebas de traición
de parte de su amigo Qadir Khan, incluidas las pruebas traídas por nuestros
propios hombres desde la zona fronteriza?
Todos los presentes se
pusieron de pie al ver levantarse al rey, mientras el monarca extendía la mano
hacia el príncipe Sorush para que se acercara a él y se pusiera junto a él. El
rey mandó llamar a su escribano, que acudió enseguida.
El monarca ordenó al
escribano que escribiera la declaración que él iba a hacer.
—Por
todo eso —prosiguió el monarca, como si no hubiera interrumpido su discurso
durante casi diez minutos— y tomando en cuenta todo lo que acaba de acontecer
ante mis ojos y todo lo que hemos hablado desde que recibí a vuestra alteza y a
vuestras excelencias, y tomando en cuenta también las posturas de mi hijo y
heredero del trono, príncipe Sorush, de la reina y de los demás príncipes y
nobles que se oponen a mi alianza con Qadir Khan, y dado que este rey de
Rujistán me traicionó muy flagrantemente enviando sus tropas a invadir mi reino
con la clara intención de asaltar mis ciudades, urdiendo un plan diabólico para
apoderarse de vuestro gran reino con ayuda del traidor hijo de Parvaz,
asaltando y matando a mi amigo el príncipe Johar cuando venía a verme y
asaltando a su alteza y a sus excelencias mientras venían a verme también, con
lo que este canalla de Qadir Khan estaba bloqueando mis fronteras con
Qanunistán sin que yo lo supiera ni lo pudiera imaginar; por todo esto, y por
otros motivos no menos ignominiosos de los que acabo de enterarme en el curso
de nuestra conversación, declaro ante vuestra alteza y vuestras excelencias, y
ante mi heredero, el príncipe Sorush, y mi gran visir Rasul Khan, la ruptura de
mi alianza con Rujistán y Sindistán, quedándome completamente al margen de la
invasión que Qadir Khan y Radi Shah están preparando contra vuestro reino.
Declaro que respetaré todos los puntos acordados por nosotros hoy en estas
conversaciones y les invito a que mañana firmemos estos acuerdos, incluidas las
ofertas que la princesa me hizo, por mandamiento de su padre, su majestad el
sultán Nuriddin. Tras la firma, podrán regresar y comunicar esta buena nueva al
sultán Nuriddin acompañada de mi más sincero pésame por las muertes del príncipe
Johar y la de Parvaz Pachá.
El monarca hizo una pausa,
observando los semblantes satisfechos de sus huéspedes, y de Sorush y Nuri, no
así el de Rasul Mir, que tenía en aquel momento un semblante muy sombrío. Al
rato, volvió a hablar:
—Por supuesto que vais a
llevaros de vuelta mis regalos al sultán, junto a una misiva en la que
expresaré mi sincero arrepentimiento por haberme aliado en contra de su
majestad, con el traidor de Qadir Khan.
Al
terminar de escuchar aquella declaración que el rey hizo solemnemente,
dirigiéndose en todo momento a Amarzad y a Muhammad Pachá, y mirando
esporádicamente a Burhanuddin, la princesa avanzó un paso hacia el rey, y lo
mismo hicieron tras ella los dos pachás que la acompañaban.
—Quiero, en nombre mío y de
Muhammad Pachá y Burhanuddin Pachá, expresar nuestra más profunda gratitud,
tanto por esta declaración que acaba de hacer vuestra majestad, como por el
exquisito trato, respeto y cariño que nos han brindado todos aquellos con los
que hemos tenido trato desde nuestra llegada —dijo la princesa dirigiéndose al
rey—. No me cabe duda de que mi padre, el sultán Nuriddin, se va a sentir
satisfecho por la decisión que acaba de tomar vuestra majestad, y seguro que
vuestra majestad podrá contar con él para todo lo que requiera.
La reunión se dio por
terminada, quedándose todos en reencontrarse antes de la cena para asistir al
combate entre Korosh y Burhanuddin, para cuya celebración faltaban tan solo dos
horas.
Todos, incluido el rey, se
dieron cuenta de cómo Rasul Mir se despidió y salió apresuradamente nada más el
rey Kisradar dio por terminada la reunión.
—Sorush, hijo —dijo el rey
con semblante de preocupación, en el momento en el que se quedó en el salón a
solas con él y con el príncipe Nuri tras la salida del mismo de los tres
huéspedes.
—Decidme, padre.
—Pon a Rasul Mir bajo
vigilancia, dispón para ello de los hombres que necesites de la Guardia Real.
Tengo total confianza en ellos.
—De acuerdo, padre. La verdad
es que este hombre nunca me ha caído bien, ni me ha gustado nunca la estrecha
relación que tiene con Korosh.
—Considérate restituido en tu
cargo de jefe del ejército. Tu hermano Korosh no es digno de un cargo de esta
envergadura. Me lo acaba de demostrar él mismo hoy, nuevamente.
—Que sea lo que vuestra
majestad decida, padre.
—Mañana anunciaremos su
destitución y tu regreso a tu cargo, del que nunca debía haberte apartado —dijo
el monarca apesadumbrado.
Capítulo 27 El combate
El mismo rey Kisradar, ayudado por dos visires y por
Muhammad Pachá, supervisó los detalles del combate que se iba a librar entre el
príncipe Korosh y Burhanuddin Pachá. Para ello, los encargados del combate, tal
como les había ordenado el rey por la mañana, acondicionaron un gran salón del
palacio donde dos anchas escalinatas, ubicadas en sus dos extremos, llevaban a
una planta superior cuyo pasillo ancho y circular miraba directamente a la
planta de abajo, donde se habían colocado de pie príncipes y nobles para
asistir al combate. El rey, la reina, Sorush, Nuri, Amarzad y Muhammad Pachá se
habían sentado, en la planta superior, en divanes colocados encima de una
tarima levantada allí para la ocasión y cubierta de terciopelo rojo. Rasul Mir
no había sido invitado por el rey a asistir al combate. El suelo del salón, de donde
se habían apartado toda clase de muebles, adornos, espejos y utensilios, estaba
cubierto, como en el resto del palacio, de mullidas alfombras exquisitamente
decoradas.
El jefe de la Guardia Real,
Nazim Merza, y dos de sus hombres, armados, habían sido encargados por el rey
de controlar la pelea e impedir que ninguno de los contrincantes se saltase las
reglas acordadas para el combate. Otra veintena de guardias reales se hicieron
cargo de formar una barrera que impedía que nadie de los presentes allí pudiera
alcanzar a ninguno de los dos combatientes.
Ambos contrincantes,
descalzos, estaban con el torso desnudo. Vestían bombachos ligeros de lino, de
color blanco Korosh y de color negro Burhanuddin. Siguiendo las órdenes de
Nazim Merza, se pusieron de pie uno a cada extremo del salón, con sendos e
idénticos alfanjes en la mano, prestos a iniciar el combate. Por orden del rey,
antes de entregarles sus espadas, estas fueron presentadas al monarca y a sus
acompañantes, quienes pudieron comprobar fehacientemente que ambas estaban hechas
de hierro, y que eran idénticas en forma y peso, y con filo y punta incapaces
de herir. Todos se dieron cuenta de que el peso de ambos alfanjes era menor del
acostumbrado.
El rey dio la señal a Nazim
Merza y este habló en voz alta para comunicar a todos los presentes que no se trataba
de un combate a muerte, y explicó las características de las espadas que iban a
utilizar ambos adversarios, y que el ganador sería quien lograra marcar a su
contrincante, con la punta de su espada, en un punto mortal. De no lograr
ninguno de los dos este objetivo durante el tiempo establecido para el combate
—que marcaba un enorme reloj de arena que al invertirlo empezaría a dejar
correr el tiempo—, sería el rey el encargado de decidir quién era el ganador.
El rey ordenó a Nazim Merza
registrar a ambos jóvenes para asegurarse de que no llevaban ocultas armas, ya
que los bombachos hacen factibles tales trucos, lo cual fue verificado por el
jefe de la Guardia Real sin que hallara nada camuflado en la ropa de ninguno de
los dos luchadores.
Un grueso y pesado silencio
se apoderó del salón a la espera de iniciarse el combate, que no gustaba a la
mayoría de los asistentes, especialmente al príncipe Nuri, quien veía en el
mismo una aberración que ponía en entredicho la dignidad del reino de Nimristán
al permitir que uno de sus distinguidos huéspedes, Burhanuddin, fuera tratado
de aquella manera tan denigrante, obligándole a luchar contra el hijo del rey.
El rey, tal vez percibiendo
el sentir de quienes lo rodeaban en aquel momento, ordenó a Nazim Merza traer a
Korosh ante él.
—Korosh, ¿estás seguro de que
quieres librar este combate? —susurró el rey al oído de su hijo—. ¿No sería más
digno de ti y de todos nosotros suspender esta pelea?
—No,
padre, no —respondió Korosh impaciente por iniciar el combate—. ¿Qué vais a
decir de mí todos vosotros si yo suspendiera ahora el reto que yo mismo he
planteado? ¿Qué dirían de nosotros en Qanunistán cuando se enteren que yo me he
echado atrás delante de este mequetrefe?
El rey miró a su hijo en
silencio, visiblemente asqueado ante su impetuosa respuesta, haciéndole una
señal para que se retirara a su sitio y esperara la orden de iniciar el
combate. Amarzad, que no había dejado de leer los pensamientos de Korosh desde
que este entró en el salón minutos antes, le pidió permiso al rey para
levantarse a hablar con Burhanuddin.
—Ten mucho cuidado —le dijo
la princesa al joven pachá susurrándole al oído—. Korosh está decidido a
matarte y creo que sería mejor que te retiraras del combate, no queremos
problemas con el rey una vez que hemos alcanzado nuestro objetivo.
—No os preocupéis, princesa
—le respondió en voz baja Burhanuddin—. Gracias por avisarme, pero permaneced
tranquila, pues no dejaré que este engreído me alcance siquiera, ni con sus
manos ni con su espada.
Amarzad veía tal grado de
decisión y confianza en los ojos de Burhanuddin que optó por darse la vuelta y
regresar a su diván.
El rey, viendo que Amarzad se
había vuelto a sentar, ordenó en voz alta iniciar el combate.
Burhanuddin y Korosh
avanzaron hacia el centro del salón, con decenas de ojos pendientes de ellos,
en medio de un espeso silencio. Al ponerse uno en frente al otro se podía
apreciar que eran de complexión parecida, aunque el príncipe tenía una estatura
menor que la del pachá.
Amarzad seguía viendo en la
mente de Korosh su determinación a matar a Burhanuddin cuando el príncipe de
repente saltó en el aire con la intención de sorprender al pachá desde el
primer instante y darle un formidable golpe en la cara con su pie derecho. Sin
embargo, Burhanuddin, presto y alerta, recibió el ataque con suma precisión y
sangre fría, de tal modo que agarró el pie de su atacante con tal fuerza que al
lanzarlo acto seguido en el aire, este tuvo tal estrepitosa caída en uno de los
extremos del salón, que arrancó una fuerte exclamación generalizada de los
presentes y puso de pie al rey, tan sorprendido y preocupado por el golpe que
acababa de tener su hijo y augurando ya lo que iba a deparar la pelea. Muhammad
Pachá y Amarzad, intercambiando una mirada de profunda satisfacción, se
pusieron igualmente de pie preocupados también por Korosh y pensando que no se
levantaba más.
Continuará…