AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
(Entrega 31)
11 octubre 2022
Poco después de anochecer, Burhanuddin
llegó a casa de su amigo, el príncipe Nuri, acompañado de uno de los hombres
del príncipe. Nuri había invitado a un puñado de sus allegados, todos
destacadas personalidades del reino de Nimristán que brindaron al joven pachá
un caluroso y cariñoso recibimiento que le hizo sentirse en su propia casa.
Nuri susurró al
oído de Burhanuddin que el príncipe Korosh estaba por llegar y que le había
gustado mucho la idea de esta cena como ocasión de conocerse mejor los dos.
En realidad, Korosh había pedido a algunos de los
guardias del palacete donde se hospedaban los componentes de la embajada
qanunistaní que recabaran datos sobre Burhanuddin. Por eso cuando Korosh se
dirigía a la cena del príncipe Nuri, tenía bastantes datos sobre él, a quien
seguía considerando un enemigo a batir, máxime ahora que se había enterado de
que algo pasaba entre el joven pachá y la princesa Amarzad. Korosh consideraba
insolente a Burhanuddin y creía que se había pasado mucho al dirigirse a él, jefe
del ejército, con aquella osadía, de tú a tú, durante su primer encuentro por
la mañana, por lo que debía darle una dura lección que no habría de olvidar en
toda su vida.
Así, Korosh llegó a la casa de su primo Nuri cargado
de odio, altanería y nefastas intenciones, acompañado por un caballero al que
había encargado poner en escena, en el curso de la cena, un plan que dejaría a
Burhanuddin entre la espada y la pared, sin escapatoria posible.
Al entrar Korosh, que llegó tarde a la cena al
haberse detenido observando a escondidas a Amarzad, tenía cara de pocos amigos,
encontró a los invitados metidos en una conversación amena, algunos riéndose de
las historias que se estaban contando. Todos se levantaron respetuosamente para
saludarle, incluido Burhanuddin, saludándolos el príncipe calurosamente uno a
uno hasta llegar al joven pachá, donde se detuvo, le miró detenidamente sin que
su cara expresara la más mínima emoción.
—Ya veo que has hecho amigos
aquí entre los miembros de mi familia, y lo has hecho muy rápido y al más alto
nivel —dijo Korosh, con tono neutral, a Burhanuddin, mientras le estrechaba la
mano durante un buen rato, mirándose ambos, fríamente, a los ojos.
—Vuestra familia es generosa, alteza, y me siento
muy bien acogido —respondió el joven pachá dibujando una sonrisa con sus
labios, aunque presagiaba lo peor desde el momento en que vio aparecer a Korosh
con semblante muy serio.
Durante la cena, todo
transcurría con normalidad y Korosh participaba en la conversación de modo
ameno y relajado, pero sin dirigirse nunca a Burhanuddin, ignorándole
intencionadamente, lo cual el joven pachá percibió con claridad, por lo que
estaba preparado para lo peor. Él sí que intentaba entablar una buena relación
con Korosh, buscando el contacto visual con él, sin lograrlo. Y según iba
avanzando la cena, los comensales, particularmente el anfitrión, el príncipe
Nuri, iban dándose cuenta de la actitud de Korosh, lo que paulatinamente iba
quitando alegría a la múltiple conversación y acrecentaba poco a poco la tensión.
Finalizada la cena, se
trasladaron todos a otro salón del palacio del príncipe Nuri. Recostados todos
en cómodos divanes, con los sirvientes yendo y viniendo con bebidas y frutas.
Burhanuddin y Korosh estaban colocados, por casualidad, uno enfrente del otro,
pero con una considerable distancia entre ellos. El príncipe Nuri, que
pretendía quitarle espinas al encuentro, invitó a cada uno de los presentes a
contar lo más interesante que les hubiera sucedido aquel día, una especie de
pasatiempo habitual en las reuniones de jóvenes y mayores de aquel país en el
que se pretendía que los participantes contaran anécdotas que hubieran vivido
ese día de su vida o en cualquier otro día, sin importarle a nadie si tal
anécdota o acontecimiento hubiera sido real o producto de la imaginación o
mezcla de ambas cosas. Lo principal era pasar un buen rato. Y por supuesto, el
que iniciaba la ronda de anécdotas era Korosh, por ser el de más rango militar
y dinástico de los presentes.
En realidad, Korosh estaba esperando este momento
del juego de las anécdotas desde que llegó a la cena.
—Lo más fantástico, no solo de lo que me pasó hoy,
sino desde hace muchos años —dijo Korosh, muy jocoso, tras haber sido invitado
a hablar por Nuri—, es haber observado de cerca a la hija del sultán Nuriddin,
nuestro enemigo, la princesa Amarzad. La observé largamente mientras conversaba
con mi madre. Ella por supuesto no me veía. ¡Chicos, qué belleza! Mi madre
quiere que me case con ella, pero eso es imposible, yo no me caso con la hija
de nuestro enemigo. Lo que haré es convertirla en mi esclava cuando
conquistemos su país.
Korosh hablaba entre risas,
mirando a todos los presentes, salvo a Burhanuddin, quien al oír aquellas
palabras se mantuvo callado, controlándose a duras penas. El príncipe Nuri y el
resto de sus invitados se revolvían de disgusto en sus divanes, volviendo sus
caras sombrías y percibiendo nítidamente las intenciones de extrema hostilidad
de Korosh. Nuri empezaba a lamentar haber invitado a Korosh y haber intentado
hacer las paces entre los dos contrincantes.
—Si no fuera porque temo la ira de mi padre y la
reacción de mi madre, que parece que adora a esa princesa, la habría hecho mi
prisionera ya, impidiéndola regresar a su país —prosiguió Korosh, con el mismo
tono jocoso y cínico, a pesar de que había notado el disgusto de todos los que
le estaban escuchando.
Al oír estas últimas palabras de
Korosh, a Burhanuddin le hirvió la sangre en las venas, pero se seguía
controlando férreamente, pensando en la entrevista que a la mañana siguiente
debía celebrar Amarzad y Muhammad Pachá con el rey Kisradar. Todos los
presentes se daban cuenta del enorme disgusto de Burhanuddin, y lo mismo que
este, comprendían que lo que el príncipe pretendía en realidad era dar al
traste con la misión que la embajada de Amarzad ansiaba cumplir en la futura
reunión con el rey Kisradar. Quien no pudo controlarse más al oír las indignas
palabras de Korosh fue su primo, el príncipe Nuri, quien se disparó como una
flecha de su diván, plantándose de pie frente a Korosh, mirándole con los ojos
encendidos.
—Me parece indigno del hijo de su majestad ser tan
poco hospitalario con los huéspedes de sus majestades —le gritó Nuri a Korosh,
sin importarle nada el hecho de ser su jefe e hijo del rey—. Pero más me
indigna de ti, Korosh —prosiguió Nuri, gritando cada vez más alto—, el hecho de
que seas capaz de insultar a mi ilustre huésped en mi propia casa. Desde luego,
Burhanuddin Pachá está demostrando ser mucho más caballero que tú absteniéndose
de contestarte por respeto a mí.
Al sentirse insultado por su propio primo y
subordinado, y muy sorprendido por la reacción violenta de este, Korosh perdió
los estribos enzarzándose en una fuerte discusión con Nuri, mientras los otros
invitados, todos primos y allegados de Korosh y de Nuri, intentaban apaciguar
los ánimos, por su parte Burhanuddin no articuló palabra alguna, pero
presagiaba lo peor.
—Me estáis echando todos la culpa a mí —gritó Korosh
fuera de sí—, en vez de culparle a Nuri el haber metido en su casa, entre
nosotros, a un enemigo nuestro, que además no es más que un soldadillo y un
sirviente de esa princesa —concluyó Korosh, jadeando y mirando finalmente con
desprecio a Burhanuddin, a quien mientras gritaba señalaba con el dedo.
Burhanuddin, tras esas últimas palabras de Korosh,
que fueron como la gota que colma el vaso, no pudo más que ponerse de pie de un
salto, con la mano agarrando la empuñadura de su espada.
—Korosh —gritó Burhanuddin sin perder los nervios ni
levantar demasiado la voz, provocando el silencio de todos los presentes que se
quedaron pendientes de él, incluido el propio Korosh quien, al ver que
Burhanuddin hacía el gesto de esgrimir la espada, hizo él lo mismo también—,
desde que llegamos al gran reino de Nimristán —prosiguió el joven pachá— no hemos
encontrado salvo nobles y hospitalarias personas, excepto tú, que no pareces
digno hijo de tu padre, su majestad el rey Kisradar. Korosh, creo que eres muy
poco hombre.
Burhanuddin, con sus palabras,
extremadamente duras, dejó estupefactos a todos los presentes, especialmente al
propio Korosh, a quien las palabras de Burhanuddin le sentaron como una
auténtica y muy sonora bofetada, en medio de tantos y tan distinguidos
testigos, no dejándole otra alternativa que la de desenvainar su espada tan
rápido como pudo, a lo que el joven pachá reaccionó haciendo lo mismo. Todos
los presentes se apresuraron a colocarse entre los dos adversarios, en medio de
los gritos de Nuri, quien agarraba la empuñadura de su espada mientras pedía a
Korosh abandonar su casa de inmediato.
En esto, el caballero que llegó a la cena
acompañando a Korosh, y tal como había acordado con este antes de entrar en el
palacio de Nuri, gritó pidiendo que ambos contrincantes zanjaran sus
diferencias batiéndose como dos caballeros.
—De acuerdo —se apresuró a gritar Korosh, jadeando
aún.
—Que sea mañana, al amanecer, en el patio trasero
del palacio de huéspedes —gritó el caballero acompañante de Korosh.
—Me parece bien, de este modo tu princesita podrá
ver con sus propios ojos desde su ventana la clase de eunuco que eres.
—De acuerdo —dijo Burhanuddin
antes de que ninguno de los presentes pudiera oponerse a la propuesta del
duelo—. Será lo último que hagas en tu vida, Korosh.
En esto intervino Nuri, muy disgustado, pero a
sabiendas de que no había manera de impedir que el reto entre ambos caballeros
siguiera su curso.
—Permitidme, caballeros, recordarles que mañana a
primera hora su majestad el rey recibe a la princesa Amarzad y al gran visir
Muhammad Pachá —dijo Nuri con voz solemne tras haber podido serenarse—. Vuestro
duelo debe ser celebrado después de esta reunión y con presencia de su
majestad, que debe aprobar que este duelo tenga lugar. ¿Es que te has olvidado,
Korosh, de quién eres y el cargo que ocupas? No puedes retar al huésped de su
majestad sin su aprobación.
El acompañante de Korosh volvió a gritar, marcando
la caída del sol del día siguiente para celebrar el duelo. Otra vez se apresuró
Korosh a aprobar la propuesta, mientras Burhanuddin se limitaba a decir, con
una sonrisa en los labios, que estaba dispuesto a batirse con Korosh donde y
cuando fuera.
La noticia del reto entre Burhanuddin y Korosh
disgustó sobremanera a Amarzad y a Muhammad Pachá, aunque ambos comprendieron
perfectamente que el joven pachá nada podía hacer salvo recoger el guante tras
todo aquel cúmulo de humillaciones formuladas contra él y contra la princesa
por un arrogante Korosh. Tanto la princesa como el gran visir expresaron a
Burhanuddin su admiración por haber podido controlar sus nervios ante los
desmanes del príncipe nimiristaní, porque de lo contrario, opinaban ambos, y de
haberse enfrentado a él en la casa del príncipe Nuri, toda la embajada se
hubiera venido abajo sin remedio. Al ver Amarzad y Muhammad Pachá que
Burhanuddin estaba muy molesto consigo mismo por no haber podido evitar
enzarzarse de aquel modo con Korosh, poniendo así en riesgo la misión de la
princesa ante el rey Kisradar, le animaban y le expresaban su confianza en que,
pasase lo que pasase en la entrevista con el rey al día siguiente, solo sería
lo que Dios habría querido.
—No lamentes nunca, hijo, haberte comportado
correctamente, sin agredir a nadie, en defensa de tu honor y el honor de los
tuyos contra cualquier intento de humillación, sean los que sean los resultados
de tu acción —recalcaba el viejo pachá en su intento de confortar a
Burhanuddin—. No te olvides hijo —añadía— lo que decían nuestros antepasados:
«No me des de beber miel estando humillado y dame de beber hiel estando mi
orgullo salvaguardado».
Capítulo 25 La Emboscada
A primera hora del día siguiente, Nuri
se precipitó hacia el Palacio Real y pidió ver a su tío, Kisradar, a quien le
informó con detalle de lo acaecido en su casa la noche anterior, detallando las
circunstancias que rodearon el desafío de Korosh a Burhanuddin, retándolo en un
duelo que sería llevado a cabo aquel mismo día. Nuri, muy querido y estimado
por su tío, el rey, expresó ante él su profunda indignación por el
comportamiento del príncipe Korosh.
—No cabe en la cabeza, majestad, que este joven tan
impulsivo y de tan pocas luces encabece vuestro gran ejército en una guerra tan
determinante para nuestro reino, y que su majestad sabe de antemano que no
considero ni necesaria ni razonable. Tenemos que impedir que este duelo tenga
lugar, majestad, si no, ¿qué dirían de vuestra hospitalidad y de vuestra
dignidad los reinos vecinos?
El rey escuchó atento y sin interrumpir a Nuri, a
quien respetaba mucho por sus muchas cualidades y hazañas, y por la
inquebrantable lealtad al rey que mostró a lo largo de muchos años, llegando a
considerarle incluso más apto para sucederle en el trono que sus propios hijos.
—Bueno, querido sobrino, deja
este asunto en mis manos. Yo hablaré con Korosh inmediatamente después de
recibir a la princesa y al gran visir de Qanunistán, que seguramente estarán ya
al llegar. Te prometo que le reprenderé duramente por su mal comportamiento
hacia nuestros huéspedes y por faltarle al respeto a tu invitado.
En realidad, al rey Kisradar,
déspota y tirano, aunque no tanto como Qadir Khan, le gustaba el arrojo de su
hijo Korosh, que iba por la vida como una tempestad y al que nadie se atrevía a
enfrentarse. Lo único que le preocupaba del duelo anunciado era si su hijo
sería capaz de vencer a ese Burhanuddin, a quien él no conocía. En realidad, la
embajada que acababa de llegar de Dahab no suponía para el monarca más que un
mero trámite, acostumbrado antes de una guerra, y que no iba a cambiar nada en
la situación de preguerra por la que pasaban ambos países, y mucho menos iba
afectar lo más mínimo a su alianza con Qadir Khan y Radi Shah. Por eso,
Kisradar no veía con malos ojos el duelo entre su hijo y ese Burhanuddin, y
mucho menos le preocupaba aquello del qué dirían los reinos vecinos acerca del
mal tratamiento que se les da a los embajadores extranjeros en la corte de
Nimristán, y que tanto preocupaba al príncipe Nuri. Y no solo esto, pues el
monarca pensó que un duelo de esta clase, en el que su hijo saliera vencedor,
sería una gran baza para levantar la moral de su ejército y de los nobles, ya que
amplios sectores de ambos colectivos no aprobaban la guerra con Qanunistán y
Najmistán, y la aceptaban muy a regañadientes. Sin embargo, antes de dar su
visto bueno para celebrar el duelo tenía que ver a ese Burhanuddin y evaluarle
personalmente para saber si su hijo podía vencerle o no. Por eso, poco después
de terminar su entrevista con su sobrino, Nuri, el monarca hizo llamar a
Burhanuddin, además de llamar a Nazim Merza, el jefe de su Guardia Real. Este
se presentó de inmediato. El rey le dio la orden de tender una emboscada a
Burhanuddin cuando acudiera al Palacio Real. Kisradar trazó con Nazim Merza,
rápidamente, un plan que consistía en que uno de los mejores hombres de la
Guardia Real sorprendiera a Burhanuddin y le atacase, pero sin herirle, pidiéndole
después disculpas y alegando cualquier confusión como causa del ataque. El rey
simplemente quería de ese modo comprobar personalmente la velocidad de reacción
de Burhanuddin, su prestancia y su eficacia a la hora de luchar. Para ello,
ordenó a los dos guardias reales encargados de acompañar al joven pachá desde
la puerta del palacio hasta el salón del trono que no intervinieran para nada
en la pelea, quedándose ambos a la expectativa y conduciendo a Burhanuddin más
tarde ante él.
Para tender esa emboscada, el
rey eligió un salón por donde debía pasar Burhanuddin antes de llegar a su
encuentro y donde la pelea podía ser observada por él sin ser visto.
Efectivamente, Burhanuddin,
tras avisar a Amarzad y Muhammad Pachá de que había sido llamado por el rey, se
apresuró al encuentro con el monarca, dejando al gran visir y a la princesa
debatiéndose entre dudas y elucubraciones.
Un caballero le acompañó hasta
la puerta del Palacio Real donde dos miembros de la Guardia Real le estaban
esperando y ambos caminaron delante de él para guiarle hasta donde le iba a
recibir el monarca. Al llegar al punto convenido, el caballero encargado de
atacar a Burhanuddin le sorprendió por detrás abalanzándose sobre él y
derribándole. El joven pachá reaccionó al instante, saltando del suelo y
desenvainando su espada en un abrir y cerrar de ojos, para lanzarse fieramente
sobre su atacante hasta colocar la punta de la espada sobre su garganta, pero
sin herirle, lo que dejó a su contrincante pálido, rogándole piedad y asegurándole
que se trataba de una lamentable confusión.
Toda aquella escena dejó al
rey, que estaba observándola muy atento, con la boca abierta. Burhanuddin
divisaba extrañado a la pareja de guardias reales que le acompañaban y que
miraban lo que pasaba sin signo alguno de sorpresa en su cara, comprendiéndolo
todo, y dejando a su atacante que se levantara y que se fuera. El rey, acabado
el asalto, entendió por qué el sultán Nuriddin había confiado a este joven la
custodia de su propia hija, Amarzad, y empezó a temer seriamente por la vida de
su hijo en caso de celebrarse el duelo.
Una vez ante el rey, este le pidió a Burhanuddin que
le contara su versión de lo sucedido en la casa de Nuri. Acabada la narración
hecha por el joven pachá el rey se quedó pensativo, pues lo contado por el
joven qanunistaní coincidía totalmente con el relato del príncipe Nuri. El rey
miraba con admiración a aquel joven tan bien parecido y tan valiente, además de
extremadamente diestro en el manejo de la espada y en el dominio de su cuerpo.
—Dime, joven —exhortó el rey, sentado en su trono y
en presencia de sus visires—, ¿desde cuándo estás al servicio de vuestro sultán
y qué cargo ocupáis?
—Desde hace poco tiempo, majestad
—contestó el joven pachá muy resuelto y con aplomo—, soy pachá y jefe de la
Guardia Real de su majestad, el sultán Nuriddin, que Dios le guarde muchos
años.
—¿Y cómo es
que estáis acompañando a la princesa si eres el jefe de la Guardia Real en Dahab?
—preguntó el rey extrañado.
—Su majestad el sultán me confió la seguridad de la
princesa durante este viaje, majestad.
—¡Tan joven y pachá! —murmuró el rey, pero con voz
audible—. Debéis de tener muchos méritos.
El rey se le quedó mirando a
Burhanuddin, dándose cuenta de que el hombre que estaba delante de él no era un
cualquiera, todo lo contrario, era un personaje clave para el sultán Nuriddin y
por lo cual merecía la pena doblegarle y humillarle en un combate con su hijo
Korosh, por ejemplo.
—¿Insistís en mantener el duelo con mi hijo? —le
preguntó el rey serio y preocupado.
Continuará…..