AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

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AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS 

Saïd Alami

En entregas semanales 


(Entrega 27)

2 aeptiembre 2022 


............. —Os he llamado a todos hoy, que sois los líderes de vuestros planetas en el mundo de la magia —prosiguió hablando Xanzax—, para que cada uno de vosotros aporte su grano de arena de modo que seamos capaces de reorganizarnos de la manera más eficaz para hallar una solución a esta situación.

Después de muchos y prolongados debates, los magos no habían podido encontrar una solución, lo que aumentaba la sensación perplejidad y confusión entre los presentes. Y lo que más expresaron durante sus intervenciones fue la falta de algún signo de vida a bordo de aquellos «naves voladoras», además del desprecio a todo intento de comunicación con ellos por parte de los grandes magos.

A última hora de la tarde, el mago Flor irrumpió en la reunión provocando una gran ovación entre todos los presentes.

—¡Ya sé lo que pasa con estos malnacidos! —proclamaba el mago Flor, uno de los magos más famosos y poderosos de la Hermandad.

—¡Svindex! ¡Por fin llegas! —exclamó Xanzax, muy aliviado, no en balde se trataba de uno de sus mejores allegados y su confianza en él era enorme.

—Sí, Xanzax y demás hermanos. Perdonadme por haber tardado tanto en llegar a la reunión, es que estuve inmerso en una concentración de muy alta tensión que requería toda mi atención y energía, intentando saber qué está pasando a bordo de la gran y principal «nave voladora» de estos invasores —se disculpaba el mago Flor—. Como sabéis todos, en una concentración mental de esta categoría hay que impedir ser localizado por nadie, ni siquiera por vosotros, queridos hermanos.

El mago Flor soltó esto último riéndose, lo que delataba la satisfacción que sentía en aquellos momentos, al traer consigo buenas noticias para los reunidos. Muchos de los presentes se rieron también, pero nerviosamente, ante las últimas palabras del mago Flor, ansiosos como estaban por saber el resultado de sus pesquisas y a la espera de escuchar más de la boca de su compañero.

En realidad, muchos habían intentado lo que se propuso el mago Flor, asaltar las naves invasoras mentalmente, pero ninguno lo había conseguido.

—Querido Svindex —clamó Xanzax con los brazos abiertos, sentado en un majestuoso sillón en lo alto de un podio desde donde dominaba la inmensa sala de reuniones—. Estamos impacientes a la espera de que nos cuentes qué has descubierto, tal vez así puedas rescatarnos del vacío en el que nos encontramos debatiendo desde la llegada de estos invasores a nuestro planeta.

Xanzax hablaba mientras hacía ademán al mago Flor para que subiera al podio junto a él y hablara a los reunidos desde allí, lo que el gran mago hizo enseguida.

—Hermanos, en resumidas cuentas, puedo afirmar ante vosotros que he logrado vencer mentalmente al escudo protector que envuelve a la nave voladora principal de los invasores —anunció el mago Flor, muy satisfecho.

Una gran ovación estalló entre los reunidos.

—¡Calma, hermanos! —exclamó el mago Flor, mientras hacía ademanes con sus manos invitando a la tranquilidad—. Como sabéis, esa nave principal se encuentra suspendida en el cielo encima del Gran Monte, que es lugar más alto de nuestro planeta. Pienso que su ubicación en un sitio tan elevado ha hecho vulnerable su escudo y bastante más permeable a la infiltración mental que si estuviera en un lugar de menos altitud.

—Muy bien... ¡Bien pensado! —repetían en voz alta algunos de los presentes.

—Una vez franqueado mentalmente su escudo he podido ver a los invasores como os estoy viendo a vosotros ahora, con la misma nitidez —continuó el mago Flor.

—¿Y cómo son, Svindex? ¿Qué aspecto tienen? —preguntaban impacientes varios participantes en la reunión.

—Pues son básicamente como nosotros, los seres humanos que poblamos tantos y tantos planetas, como el mío, la Tierra. Claro, algo distintos, pero básicamente como nosotros. Daos cuenta de que en mi planeta tampoco somos todos iguales de aspecto, descendientes del mismo padre y de la misma madre, Adán y Eva, pero no hay uno entre nosotros idéntico al otro, y somos muchos pueblos, muchos. Lo mismo ocurre en vuestros planetas.

—Bien, Svindex —comentó Xanzax—, tienes razón, y eso nos tranquiliza respecto a nuestros invasores, tal vez pueda haber entendimiento con ellos si como dices son parecidos a nosotros. Pero estamos ansiosos de saber qué está pasando a bordo de sus naves. ¿Por qué no salen? ¿Por qué este silencio? —inquiría el mago supremo galáctico.

—Sabéis, hermanos, que a pesar de ser humanos todos nosotros, en tantos y tantos planetas, de anatomías y aspectos parecidos, no podemos vivir en planetas que no sean los propios —explicaba el mago Flor ante sus colegas, que le escuchaban con suma atención—. Los habitantes de cada planeta se han adaptado a vivir en el mismo a lo largo de muchas decenas o cientos de miles de años, lo que les impide poder sobrevivir en otro planeta, pues cada planeta tiene sus circunstancias ambientales y atmosféricas que han sido determinantes en la evolución de la anatomía y fisiología de sus habitantes humanos o de otras especies.

—¿A dónde quieres llegar, hermano Svindex? —preguntó Xanzax, en voz alta, para que le oyera el resto de los reunidos.

En realidad, todos esos magos poseían una gran sabiduría y dominio de muchas ciencias, adelantándose en ellas a su tiempo.

—A lo que quiero llegar, hermano Xanzax es que estos malnacidos que vienen a invadirnos se están afanando en adaptarse física y fisiológicamente a las condiciones ambientales y atmosféricas de este planeta —respondió el mago Flor—. Están inmersos, muy ocupados, en realizar complicados procesos y operaciones con el fin de adaptar sus cuerpos, todo lo posible, para adquirir la capacidad de vivir, multiplicarse y desarrollarse en nuestro planeta.

Una exclamación generalizada de indignación se escuchó en el salón, seguida por un sepulcral silencio, a la espera de que el mago Flor continuase su chocante relato.

—Pero lo más grave de todo esto —continuó el gran mago terrestre— es que este proceso de adaptación a nuestro planeta está llegando a su fin, y en cuestión de pocas horas se habrá completado, será entonces cuando sus naves abrirán sus puertas y decenas de miles de ellos irrumpirán en nuestro planeta provistos de armas muy mortíferas, incluidos rayos fulminantes como los nuestros y, tal vez, más poderosos.

Otra vez el salón se quedó sumido en un denso y pesado silencio tras escuchar las palabras del mago Flor, no por miedo ni nada parecido, sino producto de la indignación y perplejidad ante una situación sin precedentes en la historia de la Hermandad Galáctica de Magos. Al rato, surgieron murmullos cada vez más fuertes.

—Nos enfrentaremos a ellos, no podrán con nosotros por más armas que tengan —clamaba una voz de entre los presentes.

—Por supuesto que nos enfrentaremos a ellos, y les obligaremos a huir para nunca más regresar —respondieron muchos, voceando.

—¿Y qué opinas que podemos hacer, Svindex, para acabar con esta terrible amenaza que nos acecha? —preguntó Xanzax en voz alta, con claros signos de preocupación.

—¡No os preocupéis! —exclamó, el mago Flor, y mirando primero a Xanzax y luego a todos los demás, expuso su plan—: Yo os traigo la solución definitiva. —La sala estalló en exclamaciones de admiración—. Hermanos, simplemente hagamos eso que mejor sabemos hacer, el arte en el que somos maestros consumados desde hace siglos  —declaró el mago Flor muy seguro de lo que iba a desvelar, mientras la audiencia era toda oídos, impaciente—. Lo que tenemos que hacer es establecer un escudo impenetrable alrededor del escudo que envuelve a cada una de sus naves voladoras, de esta manera no podrán salir de sus naves nunca y no tendrán más remedio que abandonar nuestro planeta para no regresar nunca jamás.

Los presentes casi saltaban en sus asientos de entusiasmo al escuchar estas palabras.

«¡Magnífico!». «¡Genial!». «¡Muy eficaz...!». «¿Cómo no se nos había ocurrido esta solución antes?», eran frases que se escuchaban de boca de numerosos magos que veían en la solución que traía el mago Flor la tabla de salvación de su planeta de esa invasión realizada por criaturas tan poderosas.

—¡Hermanos, colegas! —gritaba Xanzax—. ¡Un momento por favor!

El silencio volvió a reinar entre los reunidos.

—Hermano Svindex —clamó Xanzax dirigiéndose al mago Flor—, ¿estás seguro de que el método de envolver su escudo con otro nuestro es posible y es eficaz? ¿No será que la protección que ellos tienen alrededor de sus naves impida la ejecución de tal operación por nuestra parte?

—Comprobado, querido Xanzax —respondió el mago Flor—. He realizado una prueba: implanté un escudo impenetrable alrededor de una de sus principales naves voladoras y he vigilado esa nave durante horas, comprobando yo mismo que mi escudo funcionaba a la perfección. Si ellos se encuentran presos dentro de sus naves se marcharán cuanto antes, pues al haber estado encerrados durante tantos días dentro de sus naves necesitan salir al exterior imperiosamente, pues las condiciones de vida a bordo son ya insoportables para ellos.

El salón volvió a estallar en exclamaciones de admiración al mago Flor, mientras Xanzax, con cara de gran satisfacción, dirigía una mirada de admiración y agradecimiento a su amigo, y dejaba que los magos expresaran su alegría y su alivio a sus anchas. Sin embargo, el mago Flor intentaba tranquilizarlos haciendo ademanes con las dos manos para que le escucharan, hasta que, por fin, lo consiguió.

—Por favor, hermanos, por favor —repetía el mago Flor a gritos, intentando amainar la gran algarabía que sacudía el salón—. No hay tiempo que perder —urgió el mago Flor—. Repito, hermanos, no hay tiempo que perder. Hay que lanzarse todos, los que estamos aquí y los magos presentes en el planeta, a tender esos escudos alrededor de estas naves voladoras. Yo espero del hermano Xanzax que dé esta orden de inmediato; disponemos de muy pocas horas.

Todos permanecieron en silencio esperando las palabras del mago supremo galáctico.

—Pues ¡adelante, hermanos! —exclamó Xanzax, puesto de pie—. Efectivamente, no hay tiempo que perder, como dice el hermano Svindex. Empezad todos vosotros a implantar esos escudos alrededor de cada una de las naves. Comunicad esta orden ahora mismo a todos los magos presentes en el planeta. En unos segundos no quiero ver a nadie aquí y yo mismo seré el primero. ¡Adelante! —exclamó Xanzax con todas sus fuerzas.

Y dicho esto, el salón quedó vacío en el acto. Todos los magos desaparecieron al instante y todos los castillos del planeta quedaron asimismo vacíos, con miles de magos atravesando los cielos del planeta en busca de las naves extrakabirrestres cuyas ubicaciones conocían de antemano a la perfección.

Así las cosas, no habían pasado ni dos horas, cuando todas y cada una de las naves espaciales invasoras habían sido envueltas por un hermético escudo infranqueable e invisible, incluida la nave principal gigantesca, que llevaba días quieta en el cielo, encima del Gran Monte.

Dentro de esas naves, una vez terminado el proceso de adaptación a las condiciones climáticas y ambientales del planeta Kabir, los invasores recibieron órdenes de abandonar las naves e iniciar la invasión y ocupación, según el plan que había sido establecido por sus caudillos en el planeta Qalam. Sin embargo, cuando suprimieron sus propios escudos y quisieron abandonar sus naves, al abrir sus puertas se toparon con un muro infranqueable que no veían. En la nave principal, al encontrarse con el mismo problema, y al fracasar todos sus intentos de burlar ese escudo, cundió el pánico, pues los extrakabirrestres veían que se habían quedado presos dentro de sus propias naves. La preocupación entre los agresores iba creciendo a medida que pasaban los minutos, viéndose ante un gravísimo e imprevisto problema.

Los magos permanecían vigilantes y veían que su plan había funcionado, pues, de hecho, de las naves veían asomarse a personas en extraños trajes, algunos llevando escafandras, pero sin poder traspasar el escudo de los magos, retrocediendo de inmediato al interior de sus naves.

En la nave central invasora se decidió probar explosivos contra esa extraña e invisible pared infranqueable, y así fue, la destruían momentáneamente, pero esta se recomponía al instante tras la explosión. Los invasores probaron toda suerte de rayos y de armas que llevaban a bordo en sus intentos de zafarse del escudo impuesto alrededor de sus naves, sin llegar a lograrlo.

La nave principal dio la orden a algunas naves para que despegaran a la máxima velocidad, abandonando el planeta Kabir y su atmósfera para comprobar si esa misteriosa envoltura indestructible se desvanecía o no, e informar de ello a la base. Y así fue, despegaron esas naves a una vertiginosa rapidez. Las naves escapadas avisaron a la base de que, de hecho, los escudos misteriosos se habían desvanecido. Entonces el mando invasor les ordenó regresar y ver si al volver a colocarse en sus anteriores posiciones en el planeta Kabir, seguían libres de escudos o no. Y así fue. Sin embargo, nada más colocarse las naves en sus anteriores puntos, en Kabir, los magos, vigilantes y atentos, volvían a implantar sus escudos, envolviéndolas de nuevo, y con la misma fuerza que antes. Todo era inútil y todas las naves quedaban presas de sus incorpóreas e infranqueables envolturas.

Así las cosas, todos los intentos de los invasores de zafarse de los escudos de los magos de la Hermandad Galáctica de Magos fueron en vano, pues se trataba de escudos cuya naturaleza y composición eran del todo desconocidas por los invasores.

Por fin, Xanzax, Svindex y sus cientos de compañeros, vieron cómo se elevaban en el cielo las miles de naves espaciales invasoras, todas a la vez, para desvanecerse en las alturas, abandonando el planeta Kabir, en medio de una gran alegría que inundaba el corazón de todos los magos que habían hecho de Kabir su refugio y su baluarte.

El mago supremo galáctico dio la orden a todos los magos llegados a Kabir desde sus planetas, para que permanecieran allí, por unos días, hasta asegurarse de que los invasores no tenían pensado volver a las andadas.

 

 Capítulo 22. Qadir Khan

 


El comandante J
abur, nada más llegar a Zulmabad, se precipitó de inmediato hacia el principal campamento militar para entrevistarse con su superior, poniéndole al tanto del desastre sufrido por sus tropas. Otros oficiales que habían podido escapar de las manos de Burhanuddin y Taimur fueron llegando en las horas siguientes a la capital rujistaní e informaban a su vez de lo acaecido. A la caída de la noche, el rey Qadir Khan se había enterado de la triple y muy grave derrota de sus tropas en Qanunistán, montando en cólera como pocas veces en su vida.

La ofensa de la derrota era literalmente intolerable e insoportable para Qadir Khan, quien llamó de inmediato al jefe de su ejército, Diauddin, a quien le expresó, en presencia de algunos de sus visires, su más profunda indignación, con gritos que se escuchaban en todas las dependencias del Palacio Real.

—¿Nuriddin nos derrota a nosotros, Diauddin? —se desgañitaba el monarca—. Han aniquilado a todas nuestras tropas en Qanunistán y se han llevado un montón de prisioneros, pero ¿qué clase de comandantes habías colocado a la cabeza de esas tropas, Diauddin? ¿Cómo se puede tolerar una situación tan grave como esta? ¿Qué van a decir de nosotros, de mí especialmente, nuestros aliados de Nimristán y Sindistán? Seremos el hazmerreír de todos los países de la zona, tanto tiempo llevamos amenazando con invadir Qanunistán y van y nos aniquilan a... ¿A cuántos de nuestros hombres han abatido y han hecho prisioneros?

—A más de dos mil, majestad —contestó Diauddin, cabizbajo, con una voz apagada.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! —exclamaba el rey fuera de sí—. ¿Hemos perdido a más de dos mil de nuestros hombres así, gratuitamente, Diauddin?

—No ha sido gratuitamente, majestad —pudo articular Diauddin—. Ellos han perdido a más de cien hombres a manos del comandante Jabur.

—¿Cien hombres? —vociferó el rey—. ¡No me digas! ¡Maldito seas! ¡Malditos seáis todos! —exclamaba Qadir Khan, una y otra vez, preso de un ataque de nervios—. ¿No se te cae la cara de vergüenza al decírmelo? ¿Cien hombres suyos frente a dos mil hombres nuestros en tres batallas?

—No todos han muerto, majestad, cientos de ellos están prisioneros —comentó Diauddin, a duras penas, preso de un tremendo y doble sentimiento de rabia y frustración, por todo lo sucedido en las batallas de la frontera.

—¡Menudo consuelo me aportas! —estalló el rey—. Hubiera sido mejor que hubieran muerto antes de convertirse en una ventaja en manos de Nuriddin, quien querrá restregármelo en las narices.

El rey se calló, intentando a duras penas controlarse. Algún visir le guiñaba el ojo al jefe del ejército animándole a que aguantase el chaparrón y se quedase callado. Los visires y Diauddin se mantenían en silencio, pues el jefe del ejército sabía que todo cuanto pudiera decir no iba a servir de nada en aquel momento, y prefería dejar que el rey se desahogase, esperando a poder hablar con él tranquilamente más tarde.

Continuará....

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