AMARZAD, EL MAGO FLOR Y LOS CINCO REINOS
Saïd Alami
En entregas semanales
11
28 abril 2022
…..Los sirvientes se acercaban de vez en
cuando para ofrecerles distintas bebidas frescas, frutas y frutos secos. Parvaz
apenas probaba nada, aunque el rey le insistía de vez en cuando, muy amable y
atento, en que comiera esto o bebiera aquello.
Al cabo de lo que parecía una eternidad, en la que el rey estaba
enfrascado en un monólogo interminable, y que Parvaz, poseedor de una mente
extraordinariamente lúcida y de una poderosa memoria, iba captando frase a
frase y dato a dato, Qadir Khan se detuvo, cogió dos enormes mangos e hizo
señal a sus criados, dos de los cuales se precipitaron hacia la mesa llevándose
los mangos a una pequeña mesa de servicio, donde los pelaron y los pusieron
delante del rey y del visir, convenientemente troceados.
—Pruebe este
mango, querido Parvaz Pachá, es una delicia divina, alabado sea Dios, no creo
que en Qanunistán tengáis nada parecido.
Parvaz pensó
que aquella era la segunda vez que el rey se dirigía a él con un «querido
Parvaz» desde que llegaron al campamento de caza. El visir estaba intentando
descifrar todas aquellas señales que le iba enviando el monarca enemigo desde
su llegada a Zulmabad: el gran recibimiento, el gran hospedaje, el familiar y
acogedor desayuno de la primera mañana en Zulmabad, el cariñosísimo trato, los
tres días de esparcimiento establecidos antes de iniciar las negociaciones, esa
exhibición inesperada de las tropas de Rujistán realizada exclusivamente para
él y para su hijo Bahman, y ese monólogo al que le acaba de someter
desvelándole toda clase de secretos militares. «¡Y ahora me invita,
encarecidamente, a comer este gran mango! ¡¿Qué es lo que quiere de mí en
realidad?!», se preguntaba el pobre Parvaz Pachá por enésima vez, sintiéndose
cada vez más preso de Qadir Khan, pues cuántas veces el excesivo cariño y el
desmedido mimo dirigidos hacia una persona no son en el fondo sino esposas cuyo objetivo es atrapar tanto sus muñecas
como su lengua.
Cuando
acabaron de comer la fruta, los criados les sirvieron agua para lavarse las
manos y enjuagarse la boca, y toallas para secarse las manos, proceso este que
transcurrió sin que Qadir Khan quitara la vista de Parvaz, mientras este
evitaba mirarlo, aunque sabía que estaba clavando la vista en él. El visir
sintió de repente que su anfitrión tenía algo grave que decirle y que todas
esas señales que le enviaba hasta aquel momento no eran más que el preámbulo de
lo que le estaba a punto de decir, tal vez en aquel preciso momento.
—Bueno,
querido Parvaz Pachá —soltó el rey—. No me dijo Vuestra Excelencia aún lo que piensa
de mis tropas. Os vi muy impresionado, pero a lo mejor me equivoco. Me gustaría
saber su opinión.
A Parvaz Pachá
le cogió desprevenido este argumento, pues a pesar de que presentía que el rey
tenía algo grave que decirle, no esperaba aquella pregunta. Sin lugar a duda,
el rey seguía dando vueltas al tema del que quería hablar, pero en el que no
acababa de entrar de lleno aún.
—Pues no sé
qué decirle, majestad —balbuceó Parvaz—, sin duda se trata de un gran ejército.
—Ya, claro —se
limitó a comentar Qadir Khan a la espera de que Parvaz siguiera hablando.
Sin embargo, el embajador no añadía nada más. Ambos hombres quedaron
en silencio durante un rato, mirándose directamente a los ojos. La sonrisa del
rey se había desvanecido.
—¿Cree querido Parvaz Pachá que pueden en Qanunistán vencer a este
ejército habida cuenta de que lo que vio su excelencia hoy no es más que la
tercera parte de mis tropas, y eso sin tener en cuenta que su reino tendrá que
enfrentarse también a los ejércitos de mis dos aliados? —volvió a soltar el
rey, con tono tranquilo, aunque inquisitorio.
Parvaz
carraspeó repetidamente. «Parece que ya viene eso tan grave que me quiere
decir», pensó.
—Pues… espero
que no vaya a haber enfrentamiento alguno entre nosotros, majestad —dijo Parvaz dándose cuenta de que en
realidad acababan de iniciarse las negociaciones para las cuales vino desde su
país expresamente.
—Espero que
entre nosotros, su excelencia y yo, no haya nunca enfrentamiento ninguno, pues
le tengo una gran estima y le aprecio mucho desde hace años como seguro que su
excelencia sabe —dijo el rey recuperando su sonrisa mientras ambos hombres se
mantenían la mirada.
Parvaz estaba
atónito. No acababa de entender qué era lo que el rey le quería decir
exactamente.
—Voy a ser sincero y directo, querido amigo, sin rodeos. ¿De acuerdo?
—por fin se decidió el rey a declarar ante la cara de perplejidad que se le
había quedado a Parvaz.
—De acuerdo,
majestad —volvió a balbucir Parvaz algo aliviado—. Sería de agradecer que
hablemos con claridad y sinceridad.
—Pues bien,
querido Parvaz, enfrentaros en Qanunistán a mi ejército apoyado por los
ejércitos aliados de Nimristán y Sindistán sería un suicidio. ¿No le parece?
La pregunta era de imposible respuesta para
Parvaz, pues no quería contrariar al rey, pero tampoco quería reconocer que su
país sería incapaz de defenderse. Podría decirle que Qanunistán no estaría sola
en esta guerra, pues tenía por aliado a Najmistán y tampoco estaban del todo
zanjadas las alianzas de Qadir Khan, ya que las embajadas de Qanunistán
trataban de mejorar la situación.
—Majestad,
¿estamos negociando o simplemente conversando? —preguntó Parvaz, pues la
respuesta a esa pregunta podría determinar qué podía decir y qué no en aquella
conversación.
El rey quedó mirando a Parvaz durante unos
instantes, en silencio.
—Estoy al
corriente sobre las embajadas que el rey Nuriddin ha enviado y también las
negociaciones que lleva a cabo vuestro aliado el sultán Akbar Khan en
Sindistán, pero créeme, querido Parvaz Pachá, que todo esto no cambiará nada.
La guerra va a ser atroz, pues esta vez o someto a Qanunistán o me muero en el
intento.
Parvaz, al oír aquello, se incomodó bastante, pues acababa de
cerciorarse de que su embajada en Zulmabad iba a ser del todo inútil, por lo
cual prefirió no decir nada. Permaneció callado. Necesitaba saber si estaban
negociando o aún no.
—Es una simple conversación, querido Parvaz. Las negociaciones las
mantendremos a su debido tiempo —dijo el rey dándose cuenta de que Parvaz
esperaba una respuesta a su anterior pregunta.
—Espero que
sean negociaciones fructíferas, majestad
—se limitó a decir Parvaz, muy cauto.
—Le dije que
hablaría sin rodeos —afirmó el rey levantándose de su asiento para sentarse
junto a Parvaz.
El visir, que
estaba medio tumbado, se enderezó y se sentó dejando espacio para que el rey se
sentara junto a él.
—Parvaz Pachá,
os ofrezco ser el rey de Qanunistán —dijo el rey, como susurrando al oído de su
huésped, mientras le rodeaba los hombros con su brazo, como solía hacer, en
señal de gran confianza y cariño.
Parvaz,
estupefacto, miró al rey extrañadísimo, como no entendiendo.
—Cuando haya
vencido a Nuriddin, os entregaré a Vuestra Excelencia el trono de Qanunistán
—le dijo el rey a Parvaz directamente al oído, como procurando no ser escuchado
por nadie más—. Entre vos y yo siempre hubo cierta sintonía y amistad.
Parvaz se quedó mudo, pues no salía de su asombro. Qadir Khan le
estaba pidiendo traicionar a su país y a su rey.
—Vuestra
Excelencia me acabáis de decir que no habrá guerra, que nuestras negociaciones
serán fructíferas —agregó el rey dándose cuenta del impacto que sus palabras
habían dejado en Parvaz—. ¿Queréis de verdad que no haya guerra? ¿Deseáis de
verdad preservar tantas vidas de ambas partes, especialmente entre los suyos, y
que no se derrame sangre ninguna? Pues os digo que está en sus manos lograrlo, excelencia —concluyó el rey quedando a la espera de
alguna reacción por parte del visir.
Parvaz seguía
sin saber por dónde tirar. Miraba en silencio al rey, quien soltó a Parvaz y se
puso de pie, lo que obligó al embajador a hacer lo mismo. Quedaron cara a cara.
El rey agarró suavemente los brazos de Parvaz, manteniendo ambos una intensa
mirada. El embajador erguía la cabeza, empezando a vislumbrar su trágico
destino. Al rey no le gustó la mirada de desafío que le dirigía Parvaz Pachá,
pero no quiso darle importancia.
—Me voy a
explicar mejor —prosiguió Qadir Khan, hablando lentamente, poniendo énfasis en
cada palabra, pasando por alto la desafiante mirada de su interlocutor, y
prefiriendo interpretar el silencio de este como señal de perplejidad y de
posible aprobación de su propuesta—. Al regresar Vuestra Excelencia a casa,
esperaréis a que mis tropas y las de mis aliados estén ya en las fronteras de
Qanunistán. Yo enviaré un emisario a Nuriddin. La llegada de ese emisario sería
la señal para que os encarguéis de detener al rey Nuriddin. Sería un golpe de
palacio de muy fácil ejecución que podréis realizar mientras vuestras tropas rodean el Palacio Real. Con esto, no
habrá más guerra entre nuestros dos países y Vuestra Excelencia seréis
proclamado rey de Qanunistán y su hijo Bahman se casará con mi hija Gayatari,
pues seguro que os habréis dado cuenta de que ambos están enamorados. Seremos
una familia, querido Parvaz, y nuestros dos países serán aliados y hermanos.
El rey, que
hablaba persuasivamente en voz baja, reveló todo su plan a oídos de Parvaz, sin
pausa, a modo de órdago, inclinándose a pensar que Parvaz Pachá aceptaría
aquellos planes, que serían muy favorables para él. De ese modo, Qadir Khan
terminó por fin de soltar todo lo que ardía de deseos de decirle a Parvaz Pachá
desde que llegó con su hijo a Zulmabad.
Dicho eso, el
rey no se apartó de Parvaz, quedando a la espera de su respuesta, mientras que
el visir estaba preso de una honda sensación de asco y de humillación. «Conque
esto es lo que estaba intentando decirme durante todo este tiempo», pensaba el
visir que le parecía increíble y nauseabundo que Qadir Khan le tuviera en tan
baja estima y le creyera capaz de traicionar a su país y a su rey.
El silencio de
Parvaz se alargaba mientras los dos hombres apartaban la mirada el uno del
otro.
—Bueno, me hago cargo de la sorpresa que ha supuesto
para su excelencia mi propuesta, querido Parvaz Pachá —dijo
el rey
pausadamente—. Si no tuviera yo una gran confianza y un gran cariño hacia vos,
no lo hubiera hecho. Pero, de todos modos, si no quiere contestarme ahora,
simplemente dígame si este plan le parece factible o viable, y más tarde
podemos seguir negociando sus detalles.
—No. No es viable, majestad. Yo no traiciono ni a mi país ni a mi rey
—soltó Parvaz de sopetón, indignado y en voz alta.
—¿Está seguro
de que su respuesta es la correcta y que beneficia sus intereses personales y los
del reino de Qanunistán, o prefiere esperar a mañana a darme la respuesta
definitiva? —dijo el rey mientras su cara iba adquiriendo un semblante sombrío.
—Sí, majestad,
es mi respuesta definitiva, he venido aquí a negociar no a venderme ni a
convertirme en traidor —respondió Parvaz Pachá altivo, manteniendo el tono de
voz alto y reafirmándose en su ya recuperada entereza.
El rey se le
quedó mirando largamente, indignado al comprender, ante la contundencia de la
respuesta de Parvaz, que no había posibilidad alguna de convencerle a que
traicionara a Nuriddin. A su vez, el visir no dejaba de clavar su mirada en los
ojos del rey, como nunca lo había hecho antes, comprendiendo cuán lejos había
ido el monarca en desestimarle. Qadir Khan contempló durante un rato el cielo,
luego le lanzó una mirada muy fría a Parvaz y se marchó a pasos forzados,
visiblemente enfadado y dando orden a gritos de que se iniciara la cacería. De
repente, se detuvo, su rostro súbitamente se suavizó, y se volvió hacia Parvaz
Pachá, extendiendo el brazo hacia él.
—Venga, querido Parvaz Pachá, vamos a ver cómo caza su excelencia —le
gritó con una amplia sonrisa, procurando que le oyeran aquellos que no estaban
a gran distancia de él.
Parvaz, que había vuelto a sentarse al ver marcharse
al rey, se levantó de nuevo, caminó junto al rey abatido y triste, atisbando un
negro futuro para su país, pues no le cabía duda ya de que Qadir Khan tenía el
firme propósito de invadir Qanunistán. Al mismo tiempo, le embargaba en
aquellos momentos una fuerte sensación de que no saldría con vida de Rujistán
ni volvería a pisar la tierra de su país.
Sunjoq se
acercó a él preocupado al darse cuenta de que estaba de muy mal humor y Parvaz
le preguntó en voz baja por su hijo, informándole este que Bahman se había ido
de caza a otro lugar no lejos de allí con el príncipe Qandar, con quien parecía
haber trabado una estrecha amistad. El visir ordenó a Sunjoq que fuera a
buscarle y que no le perdiera de vista en ningún momento.
Todos los participantes en la cacería, en su mayoría de la familia
real de Rujistán, además de Parvaz Pachá acompañado de dos de sus caballeros,
tomaron sus correspondientes puestos, previamente señalados. Quedaron ocultos
en sus espiaderos, manteniéndose en silencio. Los hombres del rey, siguiendo
sus órdenes, soltaron a dos gacelas justo cerca de donde se encontraba apostado
el embajador.
Continuará…